BerroAnotaciones/Tomo1/Libro2/Cap18

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CAPÍTULO 18 De un milagro grande hecho por Dios Por intercesión de N. V. P. Fundador y General [1626]

El P. Melchor [Alacchi] retornó de Sicilia a Roma con algunos de sus compañeros, y poco después se fue a Moricone, para las obras de nuestra Casa en aquella tierra. A causa de los latosos e insoportables vientos tramontanos, cayó enfermo, y todos se volvieron a Roma. Me parece que fue en septiembre de 1626; o antes. Aumentó el mal del P. Melchor, y dio en una fiebre maligna, con heridas tan malas, que se quedó muy delgado; y despedían tan mal olor, que era intolerable entrar en su celda, aunque ésta era mayor que de ordinario. Todos estaban seguros, incluso los mismos médicos, de que moriría. Recibió los SS. Sacramentos de la Santa Iglesia, y se le cuidaba como moribundo con todo el cuidado posible y caridad religiosa.

Estando yo de Portero en ese tiempo, llegó a la puerta en carroza Monseñor Ilmo. Andrés Castellani, y me preguntó cómo estaba el P. Melchor. Le respondí que estaba malísimo; que precisamente entonces lo visitaba el Señor médico, y que por él podría informarse mejor cómo lo estaba pasando. Fui a la celda de N. V. P. General, y le anuncié la embajada, en nombre de dicho Monseñor. El médico, que era el Sr. Juan María Castellani, me respondió: “Diga a Monseñor que está muy mal”. Nuestro Padre, al oír esto, dijo: - No, no, dígale que esperamos en Dios que esté pronto bien. Replicó nuevamente el Médico: -Dígale que está malísimo, y que humanamente no hay ninguna esperanza, a lo que N. V. Padre añadió: -Dígale que está mejor, y esperamos que Dios nos lo deje. Ante esto, el médico, volviéndose a Nuestro Padre, le replicó:

- Padre, General, le digo que el P. Melchor está listo, y que le queda poco de vida; y volviéndose a mí el médico añadió: -Dígale a Monseñor que el P. Melchor se está muriendo. Yo enternecido con tal noticia, iba llorando. Pero N. V. P. Fundador y General me replicó: -Diga a Monseñor que el P. Melchor ha curado, y que el Señor, por su misericordia, nos lo ha dejado. Añadió el médico: -Las órdenes del Padre pueden mucho. Salí con estas respuestas y referí todo a Monseñor Ilmo., quien me respondió:

- Será como dice el P. General; dígale que me alegro de ello. Y con esto, se fue.

No sé si había pasado una media hora después de esta embajada, cuando, como Portero, tuve que volver adonde N. V. P. General, y, pasando delante de la puerta del P. Melchor, que estaba al lado, vi que algunos de los nuestros sacaban de dicha celda muchas flores, de lo que deduje que el P. Melchor había muerto, como había dicho el médico; por eso dije a uno de aquéllos: -¿Ha muerto el P. Melchor? Y él me respondió: -¡Ha curado! Pero yo, creyendo que me lo había dicho con ironía, entré a la celda de N. V. P. General y, viendo que estaba muy recogido, me puse a pensar que era cierto que el P. Melchor había muerto. Y con este pensamiento, llorando, salí de la celda, y pregunté a uno de aquéllos nuestros que transportaban las cosas:

-¿Dónde lo habéis puesto? Él, viéndome tan afligido, riendo, me cogió de la mano y me llevó adonde la cama del P. Melchor, a quien encontré curado y muy alegre; que hablaba muy bien; que las heridas le habían desaparecido, y que había recuperado su color natural. Al verme dijo: -“Vicente, estoy curado. Demos todos gracias al Señor, quien, por las oraciones de N. P. General me ha obtenido esta gracia. Me parecía

-continuó el P. Melchor- que estaba sobre un monte alto, y para precipitarme abajo; y, mientras estaba con una gran angustia y espanto, vi a N. P. General y Fundador, que de la tierra llegaba al cielo, y con los brazos extendidos me sostuvo para que no cayera. Entonces, despertándome, enseguida me encontré sano. Agradezcámoselo al Señor”. Y, en efecto, hicimos algunas oraciones, junto con otros que habían venido. Al cabo de pocos días ya andaba por casa, y sigue valiente después de más de 15 años.

Yo, reflexionando sobre las cosas pasadas, pensé que, cuando encontré en la celda tan recogido a nuestro V. P. General y Fundador, estaba dando gracias a S. D. M. por el favor que le había hecho, y humillándose a sí mismo, para obtener también para el debido fruto, dado que toda cosa buena viene inmediatamente de Dios. Por eso decía nuestro V. P. Fundador: “Quo magis laboras pro Christo, eo plus debes Christo, quia fructus suus est”[Notas 1].

Notas

  1. Cuanto más trabajas por Cristo, tanto más debes a Cristo, porque es fruto suyo.