CaputiNoticias01/151-200

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[151-200]

151.- Cuando el P. Mario oyó el accidente ocurrido en el Colegio, llamó a un compañero, y fue a ver lo sucedido; al ver que era cierto, dio obediencia al P. Glicerio, para que se fuera a Moricone. Como el P. Glicerio se resistió a hacerlo, ordenó llamar a los esbirros, y que lo acompañaran hasta Moricone. Hasta uno de los Consultores se sintió avergonzado.

152.- El P. Pietrasanta comenzó la visita, teniendo como Secretario al P. Juan Antonio [Ridolfi]. Como los que hablaban con él no podían decir libremente lo que les pasaba, los Asistentes empezaron a decir: “Padre Visitador, las cosas no van bien; ninguno puede contar libremente lo suyo, y el P. Mario hace hacer lo que quiere; si las cosas siguen de esta manera, quizá tengamos que renunciar al cargo”. El P. Pietrasanta les daba buenas palabras; que pronto terminaría la visita; que haría una relación a los Cardenales; que repondría en el gobierno al P. General. Y así andaba tranquilizándolos, lo mejor que podía, para que no se extendieran las quejas.

Se descubrió que el P. Mario había sacado del Archivo del P. General un saco de escrituras a la Botica de Benedicto Ciatti, que estaba delante de la Iglesia de San Pantaleón, y había mandado quemarlas; eran las mejores memorias de la Orden. Esto aumentó entre los Asistentes la motivación de las quejas. En cambio el P. General no decía sino que tuvieran paciencia, y lo recibieran todo como de las manos de Dios.

153.- El P. Mario se había preparado una estancia donde solo había una mesita con una peana, y en ella una calavera; dos tablas con una sola colcha, un leño por cabecera, y un gran Crucifijo, donde recibía las audiencias. Pero luego, dentro, tenía un cuarto cerrado, con una cama lujosa y muchas comodidades; una estantería, alacenas, y otras cosas que había encargado hacer; dos taburetes para sentarse, disimulados de arriba abajo, que se abrían por un lado, con muchos cajoncitos, llenos abundantes regalos, como pelucas de señoras, y otras cosas que no se imaginaban los Religiosos. Cuando se enteró de esto el P. Juan Esteban [Spinola], Asistente, dijo al P. Pietrasanta, que era conveniente hacer la visita en la habitación del P. Mario, y ver lo que tenía, como se la habían hecho también al P. General; esto causó muchos disturbios. Lo decía para que el P. Pietrasanta se enterara de quién era el P. Mario, que maltrataba al P. General, y a todos los demás; que lo ordenaba todo a su gusto, y era fiscalizado por el P. Mario; que por eso los Asistentes no estaban contentos, y aguantaban todo lo que podían. Lo dos taburetes susodichos con las estanterías y cajones los he visto yo en la habitación varios meses; después los quiso el P. Francisco [Baldi] de la Anunciación, y, hasta ahora, están en poder del P. General.

154.- El P. Mario envió a Nápoles al P. Matías [di Paoli] de San José, para que estuviera atento a lo que se hacía en contra suya, porque se había enterado de que no pasaba día en que no hubiera Congregación, para ver la manera de reponer al P. Fundador. A este P. Matías, que daba clase en el Colegio Nazareno, le dio palabra de hacerle Provincial. Él le avisaba de todo; no se podía decir ni una palabra, porque todo lo contaba.

Un día me encontraba yo con un Hermano llamado Teodoro [Martorelli] de Santa Cecilia hablando del P. Mario; me decía que éste ya no era Mario, que debería llamarse Fray Elías, porque quería arruinar la Orden, como pretendía hacer aquel otro en tiempo de San Francisco. Por el primer correo llegó una carta del P. Mario, donde decía que el H. Teodoro y yo le habíamos llamado Fray Elías, y al Provincial, que nos castigara; se le respondió que no hiciera las acciones de Fray Elías, si no quería recibir ese nombre.

155.- Pasadas algunas semanas, comenzó para Mario el flagelo de Dios, castigándolo suavemente, poco a poco; pero, cegado por la propia pasión, no se daba cuenta del aviso de Divino. Le salió una costra en las partes viriles y en los antebrazos; se la enseñó a un novicio, que había sido médico de gran experiencia, y le dijo que estuviera atento, que no era un mal ordinario; se llamaba P. José [Politi] de San Francisco de Paula, calabrés, quien adivinó lo que le había dicho; pero Mario, pensando que no era especialista, le respondió que solía padecer de hígado, y con una purga se liberaría.

Se corrió la voz secretamente entre los Padres de San Pantaleón, y andaban diciendo unos a otros que el P. Mario era leproso, que Dios comenzaba a castigarlo. Como esto llegó a sus oídos, un día, mientras los Padres estaban en la recreación habitual, apareció el P. Mario, y comenzó a decir: “Algunos andan diciendo que tengo la lepra. Es una nadería; lo que tengo es un poco de mal de hígado en los antebrazos, y ´éstos de dentro´ me dicen que es lepra; y les enseñaba los brazos a todos. Sus partidarios, aunque lo compadecían, le decían que no era nada.

156.- Llegó un día a San Pantaleón el P. Pietrasanta, y llamando a los Padres Asistentes, comenzó a conversar con ellos de varias cosas que ocurrían cada día en la Orden, a las que era necesario poner remedio, y en particular en Pisa, donde no habían aceptado al P. Provincial. Y les pedía su parecer, para hacer un expediente oportuno.

Los otros Asistentes le respondieron que el P. Mario quería hacerlo todo por sí mismo; que ellos perdían el tiempo sin ningún fruto; que nunca les decía nada; que con su Secretario ordenaba y hacía lo que quería; que, si venía algún Padre de fuera para ayudar a la Orden -que se encontraba en tantas angustias- lo maltrataba de la peor manera, sin respeto alguno; y que si seguía de aquella manera, ellos se retirarían muy pronto, y renunciarían al cargo, pues no podían remediar nada.

157.- El P. Pietrasanta dijo que daría información de todo a Monseñor Asesor, pues no quería hacer nada sin él; que no estaba bien que renunciaran, porque sería un escándalo para los demás.

Replicaron los Asistentes que quien debía ser visitado no hacía caso de las observancias públicas; cuando los demás veían que la Cabeza lo hacía mal, ellos lo hacían peor; y así, la Orden estaba cayendo de una altura de gran observancia y esplendor, y ellos no estaban dispuestos a sufrir que su P. Fundador fuera maltratado por el P. Mario, que lo llamaba viejo loco y sin juicio, y lo estaba castigando; y que se estaban descubriendo sus llagas, con otros improperios que no se debían soportar. “Por eso, no tenemos ánimo para soportar esta clase de gobierno; con este ejemplo, lo maltratan también los súbditos, los cuales, al haber sido castigados por el Padre y por sus faltas, lo desprecian en nuestra presencia, lo que nos produce un tristísimo dolor. Aunque la humildad, paciencia y virtudes de nuestro Padre es muy grande, nosotros estamos temerosos en este lugar. Es necesario hacer que le respeten”.

158.- Ante estas propuestas, el P. Pietrasanta sólo sabía decir que no era justo, que hablaría con Monseñor Asesor [Albizzi]. Y así terminó el discurso, diciendo que volvería a otra Congregación, para acordar los asuntos.

El P. Mario comenzó a decir por la Casa que los Padres Asistentes habían renunciado a su cargo ante el Visitador, y él había aceptado la renuncia; y que había hablado de esto al Monseñor Asesor, y que le correspondía a él solo, con el P. Pietrasanta, gobernar la Orden. Todos se extrañaban de esto, y algunos fueron a los Asistentes a preguntarles si era verdad, y les decían que no hacían bien en renunciar; que no les dejaran en poder de aquel Padre lobo, “que desperdiga toda la grey”, lo que era una grandísima ofensa a Dios.

159.- Los Padres Asistentes les respondieron que lo mismo que era estuvieran que no estuvieran, porque Mario y P. Juan Antonio [Ridolfi] hacían lo que les parecía, y después se excusaban, bajo pretexto de que lo habían ordenado el P. Pietrasanta y Monseñor Asesor; que no podían hacer otra cosa. Además, no podían soportar el ver que Mario maltrataba al P. General, obligándolo incluso a arrodillarse delante de él; esto no se podía aguantar. “Y si ve alguna cosa, enseguida nos echa la culpa a nosotros, que no sabemos nada”.

Cuando todo esto llegó a los oídos del P. General, mandó llamar a los Padres Asistentes nuevos, y comenzó a pedirles que, por amor de Dios, no renunciaran, y tuvieran paciencia, que Dios haría lo que no hacen los hombres; que con la paciencia y humildad, a la que se debía unir la oración, todo resultaría bien; que procuraran tratar al P. Mario y el P. Pietrasanta con buenas palabras, y ayudarles con razones, para que no sucediera algo peor, “encontrándose la Orden en medio de tantos sufrimientos como se encuentra, pues ya no hay espíritu, y todos se han tomado tanta libertad que cada uno hace y dice lo que quiere, sin observar ni siquiera un poco de silencio, y cuando antes no se oía hablar a nadie, ahora no se siente más que gritos. Yo aquí estoy, en la Celda, haciendo oración y encomendando a todos a Dios, para que los ilumine. Por eso, renunciar a su cargo sería siempre lo peor; al menos a su sombra tendrán un poco de temor”.

160.- Los Padres Asistentes comenzaron a decirle que veían malísimos principios; que ya habían hablado de ello con el P. Pietrasanta, convenciéndole con razones poderosas. Pero él no sabía decir sino que haría una Relación a la Congregación y a Monseñor Asesor; pero, mientras tanto, no se intentaba ningún remedio; que las cosas no podían ir peor de lo que iban, porque edran el P. Mario y el Padre Antonio los que lo hacían todo; y cuando ellos reclamaban algo, les respondían que así lo había mandado el P. Visitador; que por eso habían dicho al P. Pietrasanta que querían renunciar y retirarse, no simplemente por hacerlo, sino para poner remedio a alguna cosa, para que, a la sombra de ellos, no tomaran resoluciones que causan más disturbios que otra cosa. “Pero, como V. P. lo quiere así, y nos manda que sigamos teniendo paciencia, lo haremos; a no ser que Mario, a estas horas, ya haya tramado alguna nueva argucia, como las que viene haciendo”.

161.- Cuando el P. Mario supo que los Padres Asistentes habían estado donde el P. General, le entraron sospechas, y, rumiándolo con sus Consultores, salió de Casa con su Secretario, y volvieron tarde, pero contentos. Todos los demás andaban pensando que había alguna novedad, como sucedió.

Por la mañana fue el P. Pietrasanta a San Pantaleón, y llamando a los Asistentes nuevos, les dijo que había recibido un escrito de Monseñor Asesor, y que se lo quería leer; mandó llamar a los otros Padres y les leyó el escrito, es decir, que los Padres Asistentes habían renunciado a su cargo, y se daba por aceptado, y que ya no tenían ninguna función que hacer en el gobierno de la Orden. Solo él con el P. Mario eran suficientes, en tanto que se arreglaran las cosas, y se terminara la visita.

162.- El P. Santino respondió que la renuncia no se había hecho como dice el escrito, sino en una conversación, para que su Paternidad remediara los inconvenientes que diariamente se producían; que él se remitía al Breve del Papa, y no pasar más adelante; que, si bien Monseñor era informado de esta manera, él quería informar mejor, para no caer por un precipicio. A lo que, en voz baja, respondió Mario que también esto tenía remedio.

Se retiraron los Asistentes, y, hablando entre ellos, tomaron la decisión de salir de Roma; el P. Santino, a Frascati; el P. Juan Esteban, a Poli. El P. Juan Francisco quiso quedarse en Roma, para ver en qué terminaba todo, e informar de ello a sus dos compañeros. Pero él fue tan perseguido y maltratado, que, no pudiendo resistir más en San Pantaleón, se fue con el P. Onofre [Conti] a los Capuchinos, donde estuvieron… (ilegible) semanas. Luego volvieron, se fueron a Poli, y escribieron al P. Pietrasanta, ofreciéndose a obedecerle, y fueron enviados a Nursia.

163.- El P. Onofre había venido a Roma con cartas del Rey de Polonia y del Emperador, para el arreglo de la Orden. Ahora el P. Mario tenía dos que la daban más fastidio que todos los demás; eran el P. Juan Francisco [Apa], Asistente, y el P. Onofre; y les perdió el respeto tal manera, que no podían hablar ni conversar con nadie.

Un día, el P. Mario había dado orden de cortar una pérgola que estaba junto al patio de San Pantaleón; en aquel momento llegó el P. Onofre de fuera, y, al ver a un Hermano que había recibido la orden de cortar la pérgola, le dijo que se detuviera, y le preguntó que quién le había dado aquella orden. Le respondió que el P. Mario le había mandado cortarla, y estaba cumpliendo la obediencia. El P. Onofre le respondió que esperara, que hablaría con el P. Mario, y conseguiría que revocara tal orden.

164.- Fue el P. Onofre donde el P. Mario y, con buenas palabras, le dijo que aquel Hermano quería cortar la pérgola; que era necesaria en Casa y no hacía daño a nadie, ni ocupaba el patio, porque estaba descubierta, daba, al balconcito, y producía mucha agreta, buena para la Casa, y debajo de ella se ponía al fresco el P. General; que no se podía cortar de ninguna manera; y que si se hacía a la fuerza, toda la Casa se rebelaría contra él. Era mejor evitar una ocasión de disturbios; de lo contrario, se daría parte a la Congregación.

El P. Mario revocó la orden, y ordenó que no se cortara la pérgola, que la dejaran tranquila. Y con esto se tranquilizó un poco.

Fueron los partidarios de Mario, y le dijeron que el P. Onofre se estaba haciendo cabecilla de la gente contra sus órdenes; que había venido de Germania para hacer de líder, y era necesario echarlo de Roma a toda costa, de lo contrario trastornaría el gobierno y la paz.

165.- Replicó el P. Mario que había traído cartas del Rey de Polonia y del Emperador al Cardenal Sarcelli, su Protector, y si comenzaba a hablar con el Papa, crearía problemas; que con el tiempo el mismo buscaría pretextos para irse por sí mismo. Esta fue la causa por la que lo maltrató tanto, es decir, para quitárselo delante. Él fue quien, junto con el P. Juan Francisco [Apa], tomaron la resolución de ir con los Capuchinos, A cada palabra [Mario] mentaba a Monseñor Asesor y al Santo Oficio; y tomaron aquella determinación, para no dar en algún precipicio.

Con ello, le quedó al P. Mario campo libre para ser dueño absoluto; y ya sin obstáculo, hacía lo que quería, lo que le placía, sin que nadie pudiera contradecirle. Pensó meter de nuevo en el Colegio Nazareno al P. Francisco [Castelli], Asistente Viejo, en lugar del P. Glicerio [Cerutti], a quien había dado orden de ir a Moricone, como ya se ha dicho, por ser este Padre muy acreditado en la Corte, aunque con él no había hablado nunca.

Estaba allí también el P. Buenaventura [Catalucci] de Santa María Magdalena, Asistente Viejo, hombre decidido y de cabeza dura, al que el P. Mario tenía cierto miedo. Un día ordenó llamarlo y le dijo que tenía necesidad de él para Moricone, adonde había ido el P. Glicerio y otros castigados, y no tenía Superior a propósito para tenerlos sujetos; y había pensado que, mientras se arreglaban las cosas de la Visita Apostólica, se quedara en Moricone, y a su tiempo lo llamaría.

166.- Le respondió el P. Buenaventura que con gusto cumpliría su obediencia, pues, con tal de no verlo, iría al martirio. El P. Mario siguió haciendo más cambios; quería sacar de Florencia a algunos, pero no le fue posible, ya que siempre respondían que el Gran Duque no quería; al P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, Superior, lo mandó de Pisa a Nursia; Al P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación lo llamó de Ancona a Roma, para que enseñara en el Colegio Nazareno, porque tenía mucha fama de buen Maestro. Cuando este Padre llegó a Roma, fue a hablar con el P. Mario al Colegio Nazareno; y, nada más verlo, Mario le dijo esto: ¿”Es el gran Padre Pedro?”, queriendo burlarse. A lo que el P. Pedro le respondió también con guasa: “Ipse fecit nos, et non ipsi nos”[Notas 1]. Después, Mario comenzó a contarle su enfermedad, y este mismo Padre le asistió en su enfermedad, como se dice a continuación.

167.- Comenzó a crecerle tanto la lepra, que Mario tomó la decisión de ir a purgarse al Colegio Nazareno, que entonces estaba en la Villa de los Señores Muti, cerca de Porta Pinciana. Allí se retiró con el P. José [Politi] médico, hermano del P. Carlos [Arcangeli], y con el H. Antonio, llamado el de la Harina; y allí comenzó la purga. Pero el mal crecía; se le extendió la lepra por el cuerpo de tal manera, que tomaron la resolución de darle, como alimento, carne de víbora, y de bebida, vino mezclado con energía de las víboras, y otros remedios punzantes.

168.-Cuando el P. Esteban [Cherubini] vio que nada le aliviaba, dijo que era necesario tener una consulta de médicos, y no estar sólo a lo que decía el P. José, que se podía equivocar. Entre ellos, se decidió llamar al Sr. Juan María Castellani; pero el P. Mario no quería al Sr. Juan María, porque era el médico de la Casa de San Pantaleón; mientras que el P. Esteban decía que era el mejor de todos, práctico, no sólo en Anatomía, sino también en Astrología; así que se determinó llamarlo; y también al Sr. Juan Santiago, médico del Papa, a ver si se podía hacer más, para poder salvarlo. Pero el P. José seguía diciendo: “Venga quien venga, este mal es muy fastidioso”.

Vinieron los médicos y observaron al enfermo. El P. José comenzó a hacer una relación; el Sr. Juan Mª Castellani dijo claramente era un mal incurable, una lepra mala, que exigía medicamentos fuertes, para que echara todo fuera; y, para esto, un baño de vaca, introduciéndolo en ella, mientras moría la vaca, con cuyo calor saldrá fuera todo el mal; así, al menos, tendría alguna esperanza de sanar.

169.- El P. Medio preguntaba si no habría un remedio que le arrancara aquellas costras que le roían todo el cuerpo, y no le dejaban dormir, porque continuamente le raspaban.

El Sr. Juan María le respondió que irían a buscar agua santa cerca, a la viña de San Juan de Letrán, que era mineral de la viña del Sr. Pedro Pifferi, y lo lavarían con ella; que pronto quedaría limpio, y podría reposar un poco. “Haremos esta experiencia, que resultará bien; y después iremos viendo mejor lo que se puede hacer”. Ordenó que se siguiera con el vino de víboras. “Bebe come carne de víbora, que es bueno; pero hacen falta también corales medicinales”.

El P. Esteban mandó enseguida a buscar dos barriles de agua santa de la viña del Sr. Pedro Pifferi, con la que lavaron a Mario; le caían las costras de la superficie como escamas de peces, y quedó limpio como si nunca hubiera tenido ningún mal, y parecía sentirse refrigerado. Con esta alegría, les dio por decir que había curado. Sus amigos cantaron alegría, y en San Pantaleón corrió la noticia de que el P. Mario había curado, y no tenía ya mal alguno.

170.- Fue el Sr. Juan María a San Pantaleón a hacer la visita a aquellos enfermos, y el H. Pablo [Castello] de San Juan Bautista -enfermero de la Casa, le preguntó si había ido a ver al P. Mario, qué le parecía cómo iba su mal; porque decían sus amigos que, después de lavarse con el agua santa, ya no tenía ningún mal, por lo que estaban alegres.

Le respondió el Dr. Juan María que el mal era incurable, y castigo de Dios; que el efecto del agua santa lo limpiaba, pero que, dentro de una hora, la lepra avanzaría. “Es todo; veremos lo que sucede. Pero si el baño en la vaca tampoco le produce ninguna mejoría, se acabó”.

No había pasado una hora, cuando, de repente la lepra lo cubrió de nuevo, con tan grandes ardores, que lo abrasaban. Se le aplicó de nuevo el baño, y enseguida quedó limpio, y se le cayeron las escamas; así que al P. José le pareció bien darle tranquilizantes de perlas y cosas preciosas, para que no se debilitara mucho; con ello el enfermo recobró muchas fuerzas, y decía sentirse refrigerado.

171.- El Dr. Juan María volvió a la mañana siguiente y lo visitó. Le pareció que había mejorado un poco; ordenó darle un sorbo de Jacinto con perlas y otros ingredientes, para que durmiera después, y la lavanda; esto lo animó un poco, pero pronto salieron las costras. Ordenó entonces buscar una vaca, matarla y abrirla, y que le pusieran dentro; que, con el calor, fácilmente saldría fuera el mal.

Enseguida trajeron la vaca, la sacrificaron y la abrieron. Pusieron dentro al enfermo, y allí estuvo un rato; le parecía sentir un grandísimo refrigerio, y que mejoraba.

El P. Esteban dio orden de no perder la carne de la vaca; que la mitad se enviara a San Pantaleón, y la otra mitad fuera repartida entre el Noviciado y el Colegio, y no desaprovecharla, pues, siendo jueves, era difícil de conservarla.

Llevaron la carne a San Pantaleón, y el Superior ordenó que el cocinero la cociera toda, de la manera que mejor le pareciera; y luego, que reuniera en una Recreación a los Padres, y les dijera que se la habían dado por caridad; y que sirviera en forma de estofado, asado y cocido.

172.- El cocinero se alegró mucho al ver tanta carne; le parecía cosa insólita, y comenzó a cocerla, sin que nadie supiera nada, tal como le había ordenado el P. Superior.

Cuando los Padres se sentaron a la mesa, le tocaba servir al P. Francisco [Baldi] de la Anunciación. Al ver tanta carne, se extrañó mucho, y al hablar con algunos, el H. Pablo [Castello] le dijo que no quería comer de aquella carne, porque creía que dentro de ella había estado el P. Mario para sanar de la lepra, tal como unos días antes lo había oído al Sr. Juan María, que quería meterlo dentro de una vaca sacrificada, y fácilmente era aquélla.

173.- Cuando lo sirvieron en la mesa, los que no sabían el misterio comenzaron a comer, pero otros no tomaban la carne, contentándose con el pan y el vino. Corrió la voz de que aquella carne había servido como remedio de la lepra del P. Mario; y cuando lo supieron los que la habían comido, se quejaron mucho del P. Vicente Mª [Gavotti], el Superior, que quería gobernarlos de aquella manera; sobre todo, cuando él lo sabía, y por eso no la había querido comer. Él se excusaba diciendo que no sabía nada; sólo que la había enviado el P. Esteban desde el Colegio, y que lo habían hecho por Caridad. Ante esto, hubo peligro de que surgiera algún grave rumor, si no lo remediaba el P. General, que ya había sido informado; por eso, salió fuera y, con buenas palabras, comenzó a tranquilizarlos, diciendo que no era nada, que excusaran la iniciativa.

Algunos, a aquella hora, querían ir al Colegio, para encontrarse con el P. Esteban, aclararlo todo, y echarle un improperio; pero el Padre dijo: “Mañana vendrá aquí allí; entonces se sabrá si ha sido así, estad tranquilos, allí se verá por qué nosotros nos hemos negado”. Así se tranquilizaron, y nunca más se vio un ningún resentimiento grave; más bien, se lo tragaron con cierta guasa.

174.- A la mañana siguiente, le llegó al P. Esteban la noticia de lo que había pasado, y dijo que no era verdad que hubieran puesto a Mario dentro de la vaca; que cambiaron de parecer; que no había querido el P. Mario; todo para excusarse.

De nada le sirvió al P. Mario haber intentado aquel remedio, y comenzaron a pensar en otras soluciones más eficaces. Al Sr. Juan Mª Castellani le parecía que aquellos aires eran nocivos, eran ligeros; por eso, decidieron llevarlo al Borgo, al Noviciado, donde tendría remedios más cercanos, y tal vez un aire más propicio.

Lo llevaron al Noviciado; de nuevo le aplicaron otros remedios, y continuaron con al agua santa. Un día fue a visitarlo el P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, primer Asistente del P. General, y el P. Castilla, también Asistente. Comenzaron a conversar sobre el mal: él les dijo que el hígado lo atormentaba, pero que agradecía a Dios por no haberle afectado a la cara. Y, consolándole con palabras espirituales, le dijeron que lo aceptara todo de la Mano de Dios, con esperanza cierta.

175.- Al despedirse el P. Pedro y el P. Castilla, le dijeron que quería ir a verlo el P. General, y respondió no era necesario que fuera, que, cuando él quisiera, mandaría llamarlo; y con esto se despidieron.

Aquella misma tarde la lepra cubrió la cara del P. Mario, de una manera como no se conocía. Y cuando, a la mañana siguiente, fueron los médicos, les dijo que aquella noche no había podido descansar por el calor que sentía en la cara. Pidió que le acercaran el espejo, vio por toda su cara como escamas de peces; se la lavaron con agua santa, y enseguida cayeron las costras de la cara, pero al instante volvieron, lo que le causó gran pena.

Comenzó a pensar en no dejarse ver de los que iban a visitarlo; que les dijeran que estaba reposando; tampoco quería que lo vieran los Padres del Noviciado, tanto se avergonzaba. Pidió al P. Esteban que lo mandara de nuevo al Colegio, donde al menos tendría un poco de aire, y, por la distancia, no irían tantos a verlo. Se lo comunicaron a los médicos, y éstos dijeron que les parecía bien lo que quería, pues ya no había ninguna esperanza, porque poco a poco se iba consumando. Lo llevaron de nuevo al Colegio, y le parecía que se aliviaba; decía que aquel aire le iba a sanar, y se sentía más aliviado.

176.- Cuando oyó esto el P. General, enseguida fue a visitarlo. Al decirle que el P. General había ido a visitarlo, y si quería que entrara –porque había dado orden de que no entrara nadie sin avisarle antes- respondió que no podía entrar. El P. General se volvió muy triste, pues pensaba darle los consejos paternales, como solía hacer a sus hijos enfermos; pero no por eso abandonó su Caridad. Llamó a P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación y le dijo que lo asistiera, que no lo abandonara, y le leyera continuamente alguna cosa espiritual, lo que puntualmente cumplió hasta la muerte; y, como escribe el mismo P. Pedro en la Vida del Venerable P. Fundador, “cuando se la leía, sentía un gusto muy grande, y hacía algún acto de virtud”.

177.- Corrió el P. Esteban adonde el P. Pietrasanta, para avisarle del estado del P. Mario; pero se encontró con que había salido de Roma, de viaje. Le escribió que fuera, si quería ver al P. Mario vivo. Lo hacía, no porque viera a Mario, sino para le diera a él la sucesión en el gobierno, como ocurrió.

Fue el P. Esteban con el P. Juan Antonio [Ridolfi] adonde Monseñor Asesor [Albizzi], le informó del estado del P. Mario; que pedía querer verlo antes de morir; y que le hiciera este favor, pues era su servidor. Monseñor tuvo compasión, y le dijo que iría por la tarde.

Cuando el P. General llegó a Casa, mandó avisar al P. Pedro, su Asistente, y le dijo que no dejara de ir a visitar al P. Mario, le asistiera, para que Dios le tocara el Corazón, y tuviera quien le acompañara, pues esperaba la enmienda; y que se quedara allí a dormir, que él volvería al día siguiente, y quizá aceptara que lo pudiera ver. Fue el P. Pedro [Casani], y le mandó entrar, solo, y allí se encontró con el P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación, que le leía algunas cosas espirituales de la vida de los Santos. El P. Mario aún hablaba muy bien sobre; que toda su cara y cuerpo estaba cubierta de lepra; pero que no quería demasiada molestia, porque enseguida se dolía de la boca.

178.- Al recibir el aviso, Monseñor Albizzi, el Asesor, fue al atardecer. Cuando lo vio en aquel mísero estado –la lepra le había cubierto toda la cara-, comenzó a compadecerse de él, diciéndole que estuviera alegre, que, si Dios lo sanaba, continuaría ayudándole, como lo había hecho.

Le respondió el P. Mario que se lo agradecía. Sólo le pedía que en su oficio pusiera al P. Estaban [Cherubini], su fiel amigo, y que siguiera el P. Juan Antonio de Secretario, pues, de lo contrario, serían maltratados y perseguidos por aquel viejo General y sus compañeros, que había ido a visitarlo, pero no había querido verlo; que le quedaban pocos días de vida, y que pidiera a Dios por él. Monseñor prometió hacer lo posible para que fuera nombrado su sucesor el P. Esteban; que le ayudaría, porque lo merecía, y también al P. Juan Antonio. Y con esto, se fue. Por el horror, le parecía que había estado allí mil años.

179.- Cuando el P. Pietrasanta volvió de la Villa, fue adonde al P. Mario, y encontró al P. Pedro [Mussesti], Asistente. Éste salió fuera enseguida. Comenzó a hablarle, pero, como las costras habían crecido tanto en los ojos, Mario lo veía muy poco. El P. Pietrasanta comenzó a compadecerlo, diciéndole que sentía mucho el mísero estado en que se encontraba; pero tenía allí al P. Pedro que lo consolaba, y esto era mucho.

El P. Mario le contestó que estaba contento de que hubiera ido; sólo le pedía que tuviera en cuanta al P. Esteban, para que le sucediera en el gobierno, porque, de lo contrario, sería continuamente maltratado por todos, por haberle asistido; y lo mismo al P. Juan Antonio [Ridolfi].

El P. Pietrasanta le prometió hacerlo con todo cariño; que estuviera contento, que él le ayudaría siempre con las oraciones. Y con esto, se fue, diciendo al P. Pedro que se lo encomendaba, que le asistiera en la muerte, para que no pereciera su alma, ya que el cuerpo se estaba consumiendo poco a poco.

El P. Pedro prometió hacerlo; sólo sentía que, habiendo ido el P. General a visitarlo, de ninguna manera había querido verlo; que volvería, para convencerlo de que se dejara ver y hablar, y no muriera con esta mala voluntad.

180.- Cuando el P. Pietrasanta oyó esto, dijo al P. Pedro que procurara, a toda costa, hacer que se reconciliara con el P. General, porque, si moría con guardando este odio, perdería el alma; que volvería a hablarle de nuevo, “pero, para no darle tanto fastidio, es mejor que lo haga Su Reverencia; puede decirle también, de parte mía, que espero lo haga.”. El P. Pedro prometió hacerlo, y lo hizo enseguida.

Entró el P. Pedro adonde el P. Mario, y, después de haberle contado muchos ejemplos de los Santos sobre el amor de Dios y del Prójimo, le dijo que había estado a verle el P. General, y él no había querido verlo; que, como Padre que es, le habría consolado; que era conveniente reconciliarse con él; que esto mismo había dicho el P. Pietrasanta. Le respondió que mandaría escribir unas palabras, y se las enviaría por medio del P. Jorge [Ciarnino] de San Francisco, que había ido a verlo desde el Noviciado. Mandó llamar al P. Jorge, y le dijo que le escribiera estas palabras: “Padre General, yo me encuentro mal; si le he ofendido en algo, le pido perdón. P. Mario de San Francisco”.

181.- El P. Jorge llevó el escrito al P. General de parte del P. Mario. Lo leyó el Padre, y respondió: “Yo ya lo he perdonado, sea el Señor quien lo perdone, y no sólo lo que me ha hecho a mí, sino lo que ha hecho a la Orden”. Pidió que le informara del mal, de cómo estaba, y, compadeciéndolo, le dijo que a la mañana siguiente iría a verlo, si es que lo encontraba dispuesto. Muy de mañana, el Viejo fue al Colegio a visitar al P. Mario, que languidecía. Le dijeron a Mario que había ido a visitarlo el P. General, que había recibido su escrito. Les dijo que le respondieran se encontraba con sus dolores acostumbrados, y no podía hablar con nadie. El Pobre Viejo, suspirando, dijo: “Sit nomen Domini benedictum”; y se volvió a Casa, sin poderlo ver por segunda vez. Pero antes dijo al P. Pedro [Casani] que no lo abandonara hasta que muriera; y que, con el P. Pedro [Mussesti] de la Natividad, se turnaran un poco cada uno, le fueran recordando alguna cosa sobre la muerte, y le leyeran de continuo alguna promesa; que iba a Casa a hacer oración por él, mandaría hacer lo mismo a los demás Padres de la Casa y también a los alumnos, sobre todo a los pequeñines, cuyas oraciones escuchaba mejor el Señor. Cuando llegó a Casa, ordenó a todos que hicieran oración por el P. Mario; luego recorrió todas las clases, e hizo lo mismo. Tan lleno de Caridad estaba este Siervo de Dios, que todos se quedaron maravillados de él.

182.- El día 7 de noviembre de 1643, el P. Mario aparecía ya tan deforme, que no se le apreciaban ni los ojos ni la nariz; tan horriblemente le había cubierto y afligido la lepra, que parecía un pomelo asado; cuanto más se alargaba aquello, tanto más crecían las costras por todo el cuerpo y la cara, y, cuando hablaba no se apreciaba más que un ranura; en eso se había convertido la boca, y por ella lo iban alimentando lo mejor que podían.

No se apartaban de él el P. Pedro, Asistente del P. General, y el P. Pedro de la Anunciación, cumpliendo la obligación impuesta, con lo que parecía sentir alguna cosa espiritual; aunque, para no molestarlo, sólo de vez en cuando le recordaban alguna cosa.

183.- El último día de noviembre del mismo año 1643, se pudo ver que el cuerpo del pobre Mario estaba todo quemado, como convertido en un cerdito asado; no se veía ya la forma de sus miembros, pues se le encogieron las piernas y los brazos, como si se hubiera quemado; de tal manera, que a sus mismos amigos, que lo lloraban, les causaba miedo el verlo. Finalmente, hacia el mediodía expiró,

Los médicos ordenaron esperar, para ver el mal. Lo encontraron todo quemado, por lo que el médico Sr. Juan María Castellani dijo claramente que había sido lepra maligna y castigo de Dios, a causa las persecuciones hechas al P. General, a quien no quiso ver, incluso en el trance de la muerte.

Todo esto me lo contó en Roma el P. Pedro de la Anunciación, que fue Asistente General y Rector de la Casa de San Pantaleón, y murió en Roma el año 1670, o, quizá, en 1699. Él, que entonces se encontraba en la Comunidad del Colegio Nazareno, lo había visto todo con sus propios ojos. Más aún; he leído y copiado, muchas veces, una Apología hecha por el P. Valeriano, capuchino alemán, hermano del Conde Magni, acerca de la destrucción de las Escuelas Pías, en la que dice, entre otras cosas: “Pater Marius a S. Francisco fuit consumptus sacro igne”; y da otras razones en contra del P. Pietrasanta, el P. Esteban [Cherubini], y otros. Esta Apología se encuentra en Roma, en muchas copias hechas por mí, que dejé al P. General cuando salí para Nápoles.

184.- Cuando llegó la noticia del paso de Mario a la otra vida, el P. General dio inmediatamente orden de que, en la Casa de San Pantaleón, se preparara todo, para cantar por la tarde el oficio de difuntos. Luego, se le expuso en la iglesia, para hacerle los sufragios acostumbrados, que suelen hacerse a nuestros Padres. Pero, acerca de su muerte, unos decía una cosa y otros, otra. Algunos no querían hacerle los sufragios; pero el P. General dijo que todos se los hicieran por caridad.

A las tres de la noche, el P. Esteban y el P. Juan Antonio ordenaron transportar el cuerpo del P. Mario a San Pantaleón. Sonaron la campanilla de Comunidad, y lo introdujeron en la iglesia. Pero, al descubrirlo un poco, vieron la monstruosidad de cadáver, y determinaron no exponerlo en público, para no causar impresión al pueblo, aunque contra la voluntad de algunos, que querían se viera claro el castigo de Dios. Finalmente, se le dio sepultura delante de la capilla de los Santos Justo y Pastor; más tarde se cambió a la de Santa Ana.

Por la mañana del 11 de noviembre, se supo la muerte del P. Mario. Fueron a verlo muchos de sus Amigos, y nuestros Bienhechores. Querían saber por qué no había sido expuesto en la iglesia. El P. Esteban respondía a todos que había muerto martirizado a causa los grandes trabajos que había hecho por la Orden, no ahorrándole trabajos ni en verano ni en invierno, para que ella pudiera verse libre de tantos sufrimientos.

185.- Los que sabían lo que verdaderamente había pasado, se reían, e iban a contar a los demás Padres lo que el P. Esteban decía, que el P. Mario había muerto Mártir de los trabajos hechos a favor de la Orden; es decir, llamaba mártir a uno castigado por la mano de Dios.

No perdieron tiempo ni el P. Esteban ni el P. Juan Antonio. Dieron parte a Monseñor Asesor y al P. Pietrasanta de la muerte del P. Mario, con los sentimientos que cualquiera puede imaginar, encomendándose a ellos, para no verse maltratados por los Hermanos de la Casa de San Pantaleón, en particular por los que andaban diciendo que Dios había castigado al P. Mario, y que los castigaría también a ellos, si no se enmendaban. Les reprochaban todo lo que había sucedido, y temían algún incidente, porque estaban muy desesperados contra ellos.

Les prometieron su ayuda, para que el P. Esteban sucediera al P. Mario; que el P. Pietrasanta iría a negociarlo todo; que haría todo lo que fuera necesario; y que estuvieran contentos, que todo resultaría bien.

186.- Cuando el P. Esteban volvió a Casa, fue a la Celda del P. General, a preguntarle le dijera lo que quería hacer; que le ayudaría con toda exactitud, si quería que hiciera algo en bien de la Orden; pero todo para engañar al Padre.

El P. Fundador le respondió que las cosas estaban en manos de la Santa Sede Apostólica y del Visitador. “Cuando Dios quiera, él proveerá de todo”.

A la mañana siguiente fue el P. Pietrasanta a San Pantaleón; ordenó tocar la campanilla, y leyó el escrito de Monseñor Asesor, que decía -de parte de la Congregación delegada- que todos reconocieran al P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles en lugar del P. Mario de San Francisco, ya muerto, hasta tanto que Nuestro Señor proveyera, al terminar la Visita apostólica; y cosas parecidas. Después comenzó a hacer un exordio grande: que el P. Estaban se portaría bien; que la Visita no duraría más de dos meses, y después sería repuesto en el gobierno el P. General; que ya había escrito la Relación; que informaría de todo ello a la Congregación de Sagrados Cardenales.

187.- Cuando oyeron esto, se produjo un grandísimo revuelo: Decían que no querían reconocerlo de ninguna manera; que todos eran artificios; y al P. Esteban, que pensara en sus cosas. Uno de ellos se abalanzó sobre él; pero el otro, viendo la que le venía encima, huyó a la celda del P. General, pidiéndole ayuda, por amor de Dios: que Juan Bautista [Viglioni], llamado el Moro quería matarlo; que él no pretendía el gobierno; que era solamente cosa de la Congregación, y por pocos días, hasta que se hiciera la Relación de la Visita.

Detrás del P. Esteban iba el P. Pietrasanta. Dijo al P. General que tranquilizara a todos; que podría suceder algún grave desorden; que incluso él tenía miedo, porque le decían que él era el causante de todo; que antes echarían por la ventana al P. Esteban, que verlo gobernar la Orden: Le decían tanto improperios, que no sabía qué hacer.

El P. General salió fuera de la estancia, y, en medio de todos, comenzó a decirles que, por amor de Dios, se tranquilizaran y no hicieran ruido. Que expusieran con paz y tranquilidad sus razones, pues el P. Visitador las escucharía; que hacer lo contrario era tanto como perder el respeto a la Sagrada Congregación; que era necesario tomar las cosas como recibidas de las manos de Dios, y que dominaran su voluntad. Pero seguían protestando: “Padre, no queremos de ninguna manera al P. Esteban, porque lo hará mucho peor que el P. Mario, a quien Dios ha castigado, como se ha visto”.

El P. General se esforzaba en suavizarlos, diciendo que el P. Esteban se portaría bien, y no haría las extravagancias anteriores del P. Mario; que le había prometido ayudar a la Orden; que el P. Pietrasanta afirmaba rotundamente que todo terminaría en unos días; que nosotros haríamos mal en enfrentarnos con la Congregación, sin conseguir nada; que era mejor hacerlo con gusto que a la fuerza; que él sería el primero en prestarle obediencia. Por fin los aplacó a todos, y, ninguno protestó, salvo cuatro o cinco, que decían: “Si V. P. lo quiere, hágalo, pero mire que no tener que arrepentirse”.

El P. General llamó al P. Esteban y al P. Pietrasanta; les mandó sentarse, y fue el primero que les prestó obediencia; después lo hicieron el P. Pedro [Casani], Asistente, el P. Castilla; y luego, todos los demás, a excepción de dos que se salieron.

188.- El P. Pietrasanta dio gracias a todos por la prontitud con que habían recibido al P. Esteban; les dijo que éste se portaría bien en el futuro, y trataría a todos con gran Caridad; que al P. General le mostraría la reverencia debida, y seguiría consultándole a él. Luego se dirigió al P. Esteban, recomendándole la Caridad fraterna, y que soportara a todos con paciencia, pues todos tenían buena y óptima intención; y si pasaba algo, acudiera a él, que les escucharía gustoso, y pondría los remedios convenientes y necesarios.

Al salir el P. Pietrasanta del oratorio, lo encontraron los dos que no habían querido estar presentes en la toma de posesión del P. Esteban, es decir, el H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo, llamado el Ciego, y el H. Juan Bautista [Viglioni], llamado el Moro. Éstos, llevándolo aparte, le pidieron que dijera al P. Esteban que se portara bien; que no maltratara al P. General; que caminara recto, porque no podía ser como en el tiempo del P. Mario, cuando se vivía de la peor manera, porque no respetaba a nadie; y, al P. Juan Antonio [Ridolfi], que hiciera el oficio de Secretario, pero no como Dueño sobre los demás; que asistiera a la vida comunitaria, y diera el ejemplo que se debe, sin escandalizar, no sólo a los Padres y Hermanos de la Casa, sino tampoco a los seglares, pues toda estaba llena de actividades de ellos. Que así, las cosas irían con paz y tranquilidad; de lo contrario, habría reclamaciones, no sólo ante la Congregación de Cardenales y Prelados, sino también ante el Papa, que a todos escuchaba.

189.- El P. Esteban estaba observando y oyendo lo que les decía, pero fingía no observar lo que ellos decían contra él. Luego, por los efectos, se vio cómo empezó a actuar contra los dos Hermanos. El P. Pietrasanta les respondió que esperaran un poco, que, antes de irse, hablaría con el P. Esteban, pues era bueno que se reconciliaran juntos.

Llegó el P. Esteban, y, con una humildad fingida, les dijo que ellos sabían bien que siempre los había estimado, y nunca les había hecho ningún agravio; que, si el P. Mario les había hecho algo, había que excusarlo, por el grave mal que había soportado; que el H. Lucas sabía muy bien que tenía buena intención.

190.- El H. Lucas comenzó a decirle que al P. Mario lo habían engañado cuando le decían cosas contra el P. General y los Asistentes viejos y nuevos; y, cuando hacía escritos y negociaba con los Sres. Cardenales, él pensaba que lo hacía a favor de la Orden, pero luego había podido ver el castigo dado por Dios al P. Mario, a quien dejó más tostado que un puerco. Pero él quiere excusarlo con aquel Mal. Más aún, le decía al P. Pietrasanta, cuando el cadáver de Mario fue sepultado y fueron a verlo algunos de nuestros bienhechores, preguntado el P. Esteban por qué había sido sepultado sin poderlo ver, les contestó que había muerto mártir, a causa de los trabajos hechos a favor de la Orden. Ésta ha sido la paga de sus fatigas, y Dios sabe si tampoco se habrá confesado, porque dos veces que ha ido el P. General a visitarlo, nunca ha querido verlo. Ésta es la fatiga hecha por la Orden, y el martirio sufrido. ¡No querer ver a su Padre, que lo ha engendrado en el espíritu, uno que está muriéndose!

191.- Replicó el P. Pietrasanta que era demasiado libre hablando; que el P. Mario había muerto con buenos sentimientos; hacía muchos actos de virtud, pues lo asistió a bien morir el P. Pedro, Asistente,, y que se había confesado; que mandó llamar al P. Pedro y le dijo que le hubiera gustado mucho haber confesado al P. Mario; que lo había asistido a su muerte; que no quería a otro más que a él.

Le respondió el P. Pedro que no lo había confesado, sino asistido siempre, porque así se lo había mandado el P. General Con lo que el P. Pietrasanta quedó avergonzado, y, continuando un poco la conversación, se despidió, exhortando a los dos Hermanos que, cuando sucediera algo, no acudieran a otro más que a él, que quedarían contentos. Todo esto me lo contaron a mí muchas veces el H. Lucas [Anfossi] y el H. Juan Bautista [Viglioni], el Moro, y dijeron que toda la Casa lo sabía.

Cuando se fue el P. Pietrasanta, fue el P. Esteban adonde el P. General, ofreciéndose a que le mandara lo que quisiera; que haría todo lo que le ordenara; que todo lo haría consultándole antes. y le agradecía todo lo que había hecho por él, como a todos los Padres y Hermanos.

El Padre le respondió que no quería otra cosa, sino que las cosas caminaran con decoro y utilidad de la Orden; que procurara poder dar el hábito a Novicios, porque iban faltando individuos, y, con el tiempo, no había quién supliera en las escuelas; que él no se metería en nada, estando suspendido del oficio, porque así lo había querido Dios, en sus justos juicios, “de donde se sacará el fruto que Su Divina Majestad quiera”; que procurara atender a todos amablemente, y mantuviera las obras de la Casa y de la Orden.

192.- El P. Esteban temía muchísimo que no lo aceptaran por Superior en las otras Casas de fuera, y pidió al P. General le hiciera el favor de escribir a todos, para que fuera aceptado, en particular en las Casas de Florencia y de Pisa, que nunca habían querido ser sometidos; y aunque los de Florencia habían obedecido a Mario por respeto al Comisario, él no tenía la fuerza suficiente para obligarlos a obedecer; en cambio los de Pisa habían sido siempre ariscos.

Replicó el P. General que, en cuanto por esto no se angustiara, que escribiría a todos los sitios, y obedecerían.

El P. General escribió una carta circular a todas las Casas, informándoles de que había muerto el P. Mario, y que, en su lugar, en el gobierno de la Orden le había sucedido el P. Esteban, junto con el P. Pietrasanta; que los reconocieran como tales; que el P. Esteban se portaría bien; y que le habían prometido que muy pronto se arreglarían las Cosas de la Orden. Les pedía a todos aceptaran al P. Esteban, e hicieran oraciones por el buen gobierno de la Orden.

193.- Estos artificios usó el P. Esteban [Cherubini] con el P. General, quien nunca le cumplió la promesa, aunque decía que lo estaba haciendo.

Se recibieron las respuestas de casi todas las Casas; sólo la de Florencia tuvo alguna dificultad; la de Pisa, en cambio, se mantuvo fuerte y respondió que no quería obedecer al P. Esteban. Así que el P. General escribió varias veces al P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, en muchas cartas: “Procure a toda cosas hacerles obedecer” (como se ve en el Libro de Cartas que se conserva en el Archivo de la Duchesca); pues no querían de propósito, desde el tiempo del P. Mario. También en una carta a Pieve, al P. Bernardino [Chiocchetti] de la Purificación, Provincial de Florencia, con fecha del 28 de mayo, le dice de la misma manera:

“Al P. Bernardino de la [Purificación], Superior Provincial de las Escuelas Pías. La Pieve.- Pax Christi.

Espero que V. R. sepa, con su prudencia, tranquilizar los ánimos de esos nuestros Religiosos de Pisa; haga que reconozcan a los Superiores nombrados en el Breve de Nuestro Señor. Según mi parecer, en Florencia, V. R. debería hablar primero al Sr. Secretario Vittorio, y a Su Alteza Serenísima, asegurándoles que no es intención de nuestros Superiores sacar a ninguno de nuestros Religiosos que se encuentran destinados en las Escuelas Pías de Pisa; sino sólo que reconozcan por Superiores que gobiernan. Espero que dicho Secretario le consiga gratísima audiencia con Su Alteza. Solucione V. R. con toda satisfacción este asunto, que, según mi parecer, interesa mucho a la Orden”.

Yo he escrito a estos Padres de Pisa para que se muestren dispuestos a obedecer a V. R. Mientras tanto, haré oración por el buen resultado y feliz retorno de V. R. Es cuanto por ahora me ocurre. Roma, a 28 de mayo de 1644. Servidor en el señor, José de la Madre de Dios”.

194.- Se ve cómo el P. General había procurado que el P. Mario fuera obedecido; pero el P. Esteban tenía miedo de que no le obedeciera la Casa de Pisa. Esta carta es de propia mano del Venerable Padre Fundador, cuyo original se encuentra en el Archivo de la Duchesca de Nápoles, en el fajo de cartas del P. Juan Francisco [Apa] de Jesús. Le he querido registrar aquí para ver la prueba de la obediencia del Padre a sus Superiores.

El P. Esteban mandó enseguida llamar de Savona al P. Nicolás Mª del Rosario, apellidado Gavotti, mandándole la patente de Visitador; para que hecha la Visita en Savona, fuera a Roma a ayudarlo en el gobierno. Esta fue el primer incumplimiento de la palabra dada al Padre, es decir: “No haré nada sin que él lo sepa”; porque sabía que había sido echado de Roma, y después de Nápoles, por cosa de importancia. De aquí se ve claramente que el P. Esteban no actuaba con sinceridad.

195.- El P. Nicolás Mª del Rosario hizo la visita en la Casa de Savona, donde estaba de Superior el P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación, de Génova, quien había desempeñado fielmente su cargo, sobre todo en la gestión de una herencia de cierta consideración dejada a la Casa por la Sra. María Bardolla, en la cual quería meter mano dicho visitador, por lo que se enfrentó con él el P. Gabriel, diciéndole que viera sólo las cuentas de la administración, a ver si estaban bien llevadas; que en lo demás no podía hacer nada. De esa manera, al comenzar a examinar las Cuentas, no se pusieron de acuerdo. Entonces, el P. Gabriel quiso que la revisión se hiciera en Roma; le echaba en cara que no quería él hiciera lo que había hecho en la visita a Cagliari, en Cerdeña, donde no había cumplido como debía, pues había hecho Negocio, y otras cosas preocupantes.

Al salir para Roma el P. Nicolás María, pasó por Génova, donde hizo una pequeña visita, porque tenía prisa; pero, sobre todo, porque había allí en el gobierno una persona que se hacía respetar. La evitó con toda amabilidad, y, cuando llegó a Roma, enseguida mandó llamar al P. Gabriel [Bianchi], para que diera las Cuentas, en las que discrepaban no sé en qué suma, sobre todo en lo de una cierta cantidad de estopa. El P. Gabriel encomendó la revisión de las cuentas al P. Antonio [Ciocci] de Santo Tomás de Aquino, Maestro de Ábaco, quien encontró que todo estaban administradas fielmente; con lo cual, fue absuelto y liberado de todo. De este hecho, quedó en la Casa una expresión que decía: “Subidas de la Estopa”.

196.- El P. Gabriel iba con frecuencia adonde el P. General. Éste le pidió si hacía el favor de escribirle alguna carta, porque no sabía cómo hacer, ya que no tenía Secretario, pues le habían asignado al P. Carlos [Beli] de San Ignacio, a quien maltrataban, por lo que no quería seguir.

El P. Gabriel comenzó diciéndole que le hacía un gran honor; que lo haría con gusto; que conocería su fidelidad en todo, aunque sabía que el P. Esteban y sus secuaces lo verían mal; que los dejaría decir lo que quisieran. Así es como comenzó a hacer de Secretario, con gran satisfacción, tanto suya como del Padre Fundador.

197.- Es imposible decir el enfado que sintió el P. Esteban cuando comenzó a ver que el P. Gabriel servía de Secretario al P. General; y es que era un hombre íntegro, a quien jamás había podido sacar nada de su boca. Por eso, el P. Nicolás María lo llamó y le advirtió que era necesario encontrar el modo de que el P. Gabriel saliera de Roma; que los seguidores del P. General estaban aumentando; y, sobre todo, que este Padre se podía unir al H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo, y a otros, y le iban a dar mucho que hacer. Se propuso que fuera absuelto del Proceso de la Visita hecha en Savona por el asunto de la herencia de la Sra. Bardolla, y que se le devolviera el Superiorato de Savona, con lo que se iría contento y engañado. Decidido esto, le hablaron, de que podía a volver a su gobierno de Savona, pues se había comprobado su Inocencia.

198.- El P. Gabriel respondió al Anuncio (que pensaba honrarlo) que él había ido a Roma para purgar la causa incoada por el P. Nicolás María, anterior Visitador; se había conocida la verdad, dijo que, por ahora, no podía salir, después de haberlo honrado el P. General ayudarle a escribir sus cartas; que no quería dejarlo mientras no se resolvieran los problemas de la Orden; teniendo, además, licencia de la Sagrada Congregación para servir al P. General. Y, en cuanto a restituirlo en el gobierno de Savona, ya lo había dejado, y ahora sólo pensaba en servir al P. General. Ante esta respuesta, andaban pensando en qué Congregación le habría concedido esto de servir al P. General. Pero no encontrando ninguna respuesta, concluyeron dejarlo seguir, hasta otra ocasión. Y así siguió, desempeñando el oficio de Secretario, con grandísimo disgusto de la parte contraria.

El H. Lucas de San Bernardo se alegró muchísimo, y lo mismo el H. Juan Bautista [Viglioni] de San Andrés, al ver asegurado al P. Gabriel, paisano suyo, al servicio del P. General; y, como disimulaban que eran más contrarios que Amigos suyo, andaban criticándolos por detrás.

199.- Desde el mes de marzo de 1645 el P. Buenaventura [Catalucci] de Santa María Magdalena, que estaba en Moricone, no podía recibir ninguna noticia de las cosas de la Orden, a pesar de hacer muchas gestiones para saber lo que pasaba; o le interceptaban las cartas que le llegaban, o le cogían las suyas; así que se decidió a ir a Roma, para enterarse se de algo él mismo.

Cuando llegó a San Pantaleón, fue enseguida adonde el P. General a saludarlo; éste le dijo que fuera antes a recibir la bendición del P. Esteban, el Superior, que después no le faltaría tiempo para hablar juntos. Al P. Esteban ya le habían avisado de que había llegado el P. Buenaventura, y comenzó a inquietarse, diciendo: “¿qué quiere hacer este viejo?” Cuando el P. Buenaventura entró adonde el P. Esteban, se arrodilló, recibió la bendición, y le dijo que había ido porque le había escrito muchas veces sobre la Casa de Moricone, y no había recibido nunca ninguna respuesta; que por eso había ido, personalmente.

A esto, el P. Esteban respondió: “Sabe usted bien que no puede venir a Roma sin licencia del Superior; ha obrado contra las Bulas Apostólicas, y es necesario haga penitencia, para ejemplo de los demás; no quiero permitir que se introduzca esto, de ninguna manera; la Casa está llena de forasteros que vienen; bastaba con que hubiera mandado a uno aposta, y le habría dado toda clase de información; pero lo que usted quiere es hacer ruido”.

200.- El P. Buenaventura le respondió que creyó podía ir, y por eso había ido; que le pusiera la penitencia, que la haría de corazón. Le ordenó que fuera a la habitación, y no saliera de allí sin su permiso. Gustoso obedeció el pobre viejo, y fue a la celda para descansar. Algunos del partido del P. Esteban iban a burlarse de él; pero, con grandísima paciencia soportaba lo que le decían.

Sólo dijo al P. Baltasar [Cavallari], siciliano -que era uno más de los que le molestaban- le hiciera el favor y la caridad de llevarle tintero, pluma, y un poco de papel, porque quería hacer un recuerdo, para enviar alguna cosa a los Padres de Moricone. El P. Baltasar llevó enseguida lo que había pedido, y se fue. Entonces, el P. Buenaventura comenzó a pensar cómo salir de la celda sin ser castigado, burlando al P. Esteban y a todos sus secuaces. Escribió en un papelucho estas precisas palabras: “Concedemos licencia al P. Buenaventura de Santa Mª Magdalena, para que pueda salir a hacer sus necesidades a los servicios comunes”.

Notas

  1. Él nos ha hecho a nosotros, no nosotros a nosotros (Ps.99,3).