CaputiNoticias01/101-150

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[101-150]

101.- En cuanto el H. Lucas oyó la orden del Sr. Cardenal, se fue a la cocina, comenzó a freír y cocer pescado, y otras cosas que había en Casa; cogió pan, vino, queso y fruta, y cargado con un saquito, se fue al Santo Oficio. Con mucha insistencia consiguió que el P. General comiera un par de huevos; los otros, con su ejemplo, comieron y bebieron algo, pero con poca satisfacción, porque no sabían qué iba a ser de ellos.

El P. Santiago [Bandoni], el año 1653, si no me equivoco, a petición mía hizo una Relación, desde Lucca, para conocer las cosas notables del Venerable Padre Fundador, ya que él había hecho de de Secretario suyo muchos años. Entre otras cosas, escribió: “Mientras el P. General dormía en una silla, en la sala del Santo Oficio -como se ha dicho-, llegó un forastero, y vio que el P. General tenía en la cabeza una aureola de rayos de oro, que circundaba toda su cabeza”.

Esto se lo contó al P. Santiago. Él dice que ningún otro vio tal Aureola, más que aquél a quien nadie lo conocía; y que había ido al Santo Oficio sólo a ver aquel Palacio. El P. Santiago quedó muy maravillado de él, pues -aunque no lo conocía- había recibido la gracia de ver a uno a quien no había visto nadie.

102.- Esta Relación se quedó en Roma, con otras escrituras que yo dejé al P. José [Fedele] de la Visitación cuando salí de Roma, y está también copiada, con otras Relaciones, en un libro escrito por mí, sobre las noticias que he podido obtener de las cosas sucedidas después de la muerte del Venerable Padre Fundador. Este P. Santiago de Santa Mª Magdalena, que tantas veces vengo nombrando, para huir de la persecución del P. Esteban [Cherubini], dejó nuestro hábito después del Breve del Papa Inocencio X, el año 1647, como se dirá en su lugar; en el siglo se llamó D. Santiago Bandoni; dio clase en una escuela de Lucca, y creo que aún vive.

103.- Después que Monseñor Albizzi comió y descansó, salió a la Sala, fue a encontrar al P. General, y le dijo: “P. General, nunca saldrá de aquí, si antes no devuelve todas las escrituras que quitó ayer por la tarde al P. Mario”. A lo que el buen viejo respondió con grandísima humildad: “¿Qué escrituras tengo que devolver? Ni yo ni estos Padres tienen nada; lo que sí es cierto, es que ayer por la tarde fue el Conde Corona a San Pantaleón por orden del Cardenal Cesarini, nuestro Protector, y en presencia de los Padres, le exigió algunas escrituras, y, sin que ni yo ni los Padres viéramos nada, se las llevó al Sr. Cardenal. Más aún, esta diligencia la quería hacer antes de ayer, y yo se lo impedí. Si Su Señoría Ilma. no me cree, envíe a dos de éstos, o a quien quiera, al Sr. Conde Corona, para que venga aquí, y verá que cuanto le digo es cierto. Y, si no cree que es verdad, haga lo que quiera; pero le aseguro que ninguno de estos Padres tiene culpa alguna”. Mientras el P. General hablaba a Monseñor, estando presentes los otros Padres, llegó el P. Juan Bautista [Costantini] de Santa Tecla, Procurador General, quien añadió: “V. S. Ilustrísima ha sido engañado, pues ninguno de nosotros sabe nada de esto. Verá que yo también, en particular, digo la verdad. Ni yo ni el P. Antonio María [Gavotti] estábamos en Casa, debido a los asuntos de la Orden. Ya comprobará que es verdad.

104.-Ante estas afirmaciones quedó muy confuso Monseñor Asesor. No sabía qué hacer. Finalmente, dijo al P. General que enviara a dos Padres a llamar al Auditor del Cardenal Cesarini, para que le trajera todos los escritos que tenía, y que volvieran cuanto ante.

El P. General mandó al P. Juan Bautista de Santa Tecla y al P. Santiago, su Secretario, que fueran adonde el Sr. Cardenal Protector, y le hiciera el favor de enviar al Sr. Conde Corona con los escritos que la tarde anterior habían recibido del P. Mario, porque Monseñor Asesor los quería; y que no les dejara salir del Santo Oficio antes de recibirlas, y las pidieran como había ordenado.

Los dos Padres fueron volando. Cuando el Sr. Cardenal los vio tan fatigados y tristes, les preguntó qué les pasaba. Le respondieron que venían del Santo Oficio, donde estaba el P. General, porque había sido acusado, como sus Asistentes, de que habían quitado las escrituras al P. Mario, las que la tarde anterior le cogió el Sr. Conde Corona por orden de Su Eminencia; que el P. General, después de haberle preguntado Monseñor que quería dichas escrituras, le había dicho la verdad de lo que pasaba; y que, por eso, Monseñor los había enviado a ellos, para que envíe al Sr. Conde con las escrituras, y ver si coincidía con lo que le había dicho.

105.- El Cardenal montó en cólera. -“¿Cómo es que ha ido el Padre General al Santo Oficio, y no me han avisado de nada?” Comenzó a preguntarles dónde estaba el P. General, y qué le habían hecho. Le respondieron que estaba en la Sala, que nadie le habla, más que Monseñor Asesor, que parecía estar enfadado por haber sido engañado. “Con esto conocerá quién es el P. Mario, que no ha avisado a Vuestra Excelencia, viendo que la Casa quedaba en Manos de los Contrarios al Padre General, es decir, de los que, a causa de sus faltas, habían sido mortificados por él.

106.- El Sr. Cardenal mandó llamar enseguida al Conde Corona, y le dio orden de ir al Santo Oficio con su Carroza, hablar con Monseñor, recoger las escrituras que estaban sobre su mesa, y decirle que yo, ahora, voy adonde Nuestro señor a informarle de todo; y de no volver a Casa si no llevaba con él, a San Pantaleón, al P. General y a los demás Padres; que así debía ser, porque no tenían ninguna culpa; y si había alguna culpa sería la suya, porque el P. General no quería que se llevaran dichas escrituras.

Monseñor, muy extrañado, se despidió del P. General, quien se sentó de nuevo y comenzó a dormir con grandísima paz, como si estuviera en una suave cama, quizá por el cansancio del viaje que había hecho a pie con ochenta y seis años.

Fue a visitarlo el Comisario del Santo Oficio, y, encontrándolo dormido, no quiso despertarlo de ninguna manera, diciendo a los otros Padres: “Verdaderamente, quien no ha faltado no tiene miedo le pueda gritar alguien que entre".

Cuando el Padre se despertó, comenzaron a hablar largo rato de cosas espirituales, tranquilos, sin hablarles nunca sobre el motivo de su ida al Santo Oficio, hasta que llegó el Conde Corona con los otros dos Padres, que habían ido a llamarle.

107.- Al llegar el Conde, entró adonde Monseñor, y estuvieron conversando juntos un buen rato. Cuando salieron, Monseñor dijo al Padre General que se volvieran ya a Casa con el Sr. Conde; pero que, como penitencia, estuvieran quince días en la Celda; a lo que respondió el P. General, preguntando si durante ese tiempo podía decir la misa. Le respondió que podían decir la Misa y andar por toda la Casa.

Luego fueron despedidos; y todo contentos, subieron a la Carroza con el Señor Conde Corona. Al terminar el Puente, el Padre General pidió al Sr. Conde que dirigiera la Carroza por Panico, donde había menos gente, pues la Piazza dei Banchi estaba llena de gente dedicada a los negocios, y no quería que le vieran. Le respondió el Conde que él quería fueran por Bianchi, para que todos aquéllos vieran que los Padres volvían de donde habían ido, y que así lo había ordenado el Sr. Cardenal. Bajó el Padre los ojos, y no dijo nada.

108.- Al llegar la Carroza a San Pantaleón, el P. Mario estaba en la Portería con el P. Esteban, el P. Glicerio, y el P. Vicente Mª, Superior. Cuando vieron que el Padre y sus Compañeros descendían de ella, quedaron abochornados de tal manera, que no osaron decir ni una palabra.

El Conde dijo al P. General que ya estaba en Casa, y ahora daría relación de todo al Sr. Cardenal. Con esto se despidió, y el Padre se retiró a la Celda, a hacer oración y dar gracias a Dios por haber descubierto la verdad.

El P. General ordenó a aquellos cuatro Padres, Compañeros suyos, que no sólo nadie se quejara de nadie, pero ni siquiera mostraran ninguna clase de rencor, sino se dedicaran sólo a la oración, dando gracias al Señor del beneficio recibido, y devolvieran a todos bien por mal.

109.- El P. Valeriano Magni, capuchino alemán, hermano del Conde Francisco Magni, Conde de Strassnitz, del que se habla en otro lugar, hizo una Apología de todo esto. Dicha Apología la tuve yo en Roma, la copié varias veces, y la dejé en Roma al P. General, junto con otros escritos míos. El P. Valeriano hizo la Apología después que salió el Breve del Papa Inocencio sobre la reducción de la Orden a Congregación.

Quién no puede imaginarse los embustes y mentiras que inventarían los contrarios al P. General, por no haberles salido bien la trama, no sólo contra el P. General y los Asistente, sino contra el P. Juan Bautista [Costantini] de Santa Tecla, que había sido nombrado Procurador General en el lugar del P. Esteban [Cherubini] -por lo que ahora estaba dolorido-, y también contra el P. Santiago [Bandoni], Secretario, para vengarse, pues le llamaban instigador contra sus comportamientos.

110.- Estaba entonces entablada la Guerra del Papa Urbano VIII contra el Duque de Parma -Duque de Módena, Gran Duque de Toscana-, y la República de Venecia. Comenzaron a decir que el P. General tenía correspondencia con el Gran Duque, y con el Duque de Poli, Appio Conti, a los que informaba de lo que se hacía en Roma, para desacreditar al P. General y que cayera en desgracia del Papa y de los Señores Barberini; y así, si no les había salido bien la 1ª, les resultara bien la 2ª trama. Añadían además que era un viejo incapaz para el gobierno de la Orden, y que sus Asistentes tampoco sabían gobernar, que nada les podría salir bien; que por eso surgían tantos pleitos entre sacerdote, clérigos y Hermanos; y que de continuo se vivía con inquietud, por no tener la Orden un buen director.

111.- Estos tres Padres, Mario, Esteban y Glicerio, estaban tan tentados por el común enemigo que, con tales mentiras, llegaron a conseguir fuera suspendida la autoridad del General en el gobierno de la Orden, lo mismo que la de sus Asistentes; ni se pudiera dar el hábito a Novicios en la Orden. Todo esto, porque decían que el P. General era viejo y no tenía ya la Memoria de antes para gobernar la Orden, y sus Asistentes eran incapaces para darle consejo. Todo lo guisaba solo el P. Mario; los Padres Esteban y Glicerio no figuraban para nada, sólo hacían de consejeros de Mario en lo que debía hacer. Esto, más los favores que tenía, hacían que lo fuera consiguiendo.

El P. Mario acudía siempre a Monseñor Albizzi, el Asesor del Santo Oficio, que lo favorecía, gracias al servicio que había hecho a aquel Sagrado Tribunal, al descubrir los abusos de Faustina en Florencia, como ya se ha dicho, al hablar del P. Mucciarelli.

112.- Le salió bien al P. Mario lo que había planeado con su Consultores, procurando fuera encomendada esta invención suya a algún Ministro principal del Papa, a fin de que la suspensión del P. General y de sus Asistentes fuera ordenada con mayor terror, para lo que ya habían enviado un memorial al Papa.

Tal gestión fue encomendada a Monseñor Altieri, entonces Vice Gerente, quien después fue hecho Cardenal y Obispo de Todi; y murió en Narni, cuando iba de paso hacia Roma, en manos del P. Carlos [Casani] de Santo Domingo, un religioso nuestro de gran perfección.

Monseñor Altieri consultó todo lo que debía hacer con el Sr. Jerónimo Lanza, su Auditor, para no cometer ningún error -pues él era también Prelado del Santo Oficio-, ni ser engañado, como Monseñor Albizzi, quien, a causa de una mentira inventada, había ordenado ir al Santo Oficio al General y a los Asistentes, los cuales, descubierta la verdad, sin ningún castigo y aquella misma tarde, volvieron a su Casa de San Pantaleón

Todo esto me lo contó a mí mismo en Roma, en distintas ocasiones, el Sr. Jerónimo Lanza, Auditor, cuando los Cardenales se encontraban en la Congregación de Obispos y Regulares o en la del Concilio. Siempre andaba conversando conmigo de las invenciones de los Padres Mario y Esteban.

113.- Decidieron, sencillamente, que fuera Monseñor Vicegerente adonde el P. General, y, en presencia de cuatro Padres, lo suspendiera del Cargo, lo mismo que a sus Asistentes, sin más prueba; y que todo se hiciera en nombre del Papa Urbano VIII.

Un miércoles por la mañana, después de la Congregación del Santo Oficio, fue Monseñor Altieri a San Pantaleón; ordenó llamar al P. General y a sus Asistentes, -todos los cuales estaban en Casa- y, en presencia De Mario, del P. Esteban y de Glicerio, suspendió de su cargo al Venerable Padre Fundador y a los Asistentes; y ordenó también la suspensión de poder dar al hábito a más Novicios en toda la Orden; todo por orden del Papa. En toda esta función estuvo presente el Sr. Jerónimo Lanza, Auditor de Monseñor, como me contó muchas veces, según he dicho antes.

El venerable viejo, no sólo no se alteró, dada su habitual modestia, sino que se lo agradeció a Monseñor; le dijo, con rostro alegre, que gustoso cumpliría cuanto le había ordenado de parte de Nuestro Señor el Papa, a quien estaba muy agradecido; y que haría oración por Su Santidad y por Su Señoría Ilma. Luego, acompañó a la Carroza a Monseñor Vicegerente, quien quedó edificado de la constancia y humildad del Fundador.

114.- Los tres Padres quedaron muy contentos de su feliz éxito, tal como habían deliberado y procurado, lo mismo que había informado de viva voz el P. Mario a Monseñor Gerente, después de haberlo consultado con sus dos amigos. Ante el P. General y sus Asistentes, parece que se maravillaban de lo que había sucedido, y compadecían al P. General; pero después, por detrás, se reían de ellos, y andaban pensando en conseguir privarlo decididamente, intentando demostrar la incapacidad para el gobierno de la Orden, tanto del P. General, como de todos los oficiales. El P. General se retiró inmediatamente a la Celda; ordenó llamar a sus Asistentes, les dijo que ya habían oído la orden del Papa, y que, desde aquel momento, nadie se inmiscuyera en lo más mínimo en ningún asunto de la Orden, ni en público ni en privado; sino que fueran sólo a hacer fervientes oraciones, suplicando al Señor para que, de todo ello, se obtuviera su mayor gloria.

115.- Ordenó también al P. Juan Bautista [Costantini] de Santa Tecla no ejerciera más el cargo de Procurador General, que había sido encomendado al P. Esteban de los Ángeles, quien le había privado de dicho cargo; y al P. Santiago [Bandoni] de Santa María Magdalena, que no escribiera más cartas a nadie sin orden suya, y estuviera bajo la obediencia del P. Superior de la Casa, como había estado también él mismo, hasta tanto que Dios, con su misericordia, proveyera. Era ésta, precisamente, la satisfacción que deseaban; es decir, que este Padre no se metiera en nada. Y es que, por ser Secretario del Venerable Viejo, lo consideraban como fiscal instigador de todas las actuaciones de ellos, y porque gobernaba con mucho rigor; por eso, era odiado de todos, en particular de los que no querían observar la Regla de la Disciplina Religiosa; y también porque no hacía nada sin comunicarlo al P. Fundador.

116.- Estaba en prisión en las cárceles de San Pantaleón un Clérigo genovés, llamado H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo, por muchas faltas sucesivas, cometidas en muchas ocasiones, y que tenía incoados tres Procesos; por lo que llevaba encerrado más de un año. Era muy sagaz, docto, inteligente, y satírico; de tal manera, que de cada palabra hacía un largo comentario; veía poquísimo, y lo llamaban Lucas el Ciego. A instancia del P. Mario lo habían dado la libertad. Viéndose obligado, se puso de acuerdo con Mario, y a cara descubierta, escribía cartas, e iba a informarse con cualquiera que estuviera en contra el Venerable P. Fundador. Éste hizo muchísimo daño a la Orden, hasta conseguir destruirla, como se verá más adelante. El P. Mario no hacía nada sin hablarla con este H. Lucas; así que, siendo de poco juicio, aunque sí muy malicioso y mentiroso, tuvo a su lado a un hombre muy pernicioso en todas sus acciones. De esta forma, a los tres anteriores, se unía ahora un cuarto.

Para quitar de hecho la jurisdicción del P. General y de sus Asistentes, comenzaron a pensar que, mientras no hubiera quien gobernara la Orden, le fuera dado un Visitador apostólico con cuatro nuevos Asistentes, a fin de que, durante la visita, pudieran gobernar a todo el Cuerpo de la Orden. Hicieron un memorial, para hacer ver la inhabilidad del P. General y de sus Asistentes Viejos, como los llamaban, en el que los cuatro concluían y establecían que el P. Mario solicitara una Congregación particular de Cardenales, que nombraran a un Visitador Apostólico con cuatro Asistentes nuevos, para que la Orden no estuviera sin Cabeza.

117.- Dada su innata ambición, el P. Mario no perdía el tiempo. Envió el Memorial, y se constituyó la Congregación. Ésta nombró a cinco Cardenales delegados y tres Prelados, esto es, El Cardenal Roma, el Cardenal de la Cueva, el Cardenal Ginetti, el Cardenal Spada, y el Cardenal Falconieri; Monseñor Fagnano, Monseñor Paulucci y Monseñor Maraldi; y como Secretario de la Congregación particular, a Monseñor Albizzi, Asesor del Santo Oficio. Todos estos Cardenales y Prelados eran de la misma Congregación.

Al cabo de una semana, fue designado como Visitador de la Orden el P. Ubaldini, somasco, Consultor del Santo Oficio, hombre verdaderamente digno de tal carga, como primer Asistente, al P. Mario de San Francisco, de Montepulciano, en el Estado de Florencia; segundo, al P. Santino [Lunardi] de San Leonardo, de Lucca; tercero, al P. Juan Esteban [Spinola] de la Madre de Dios, de Génova; y el cuarto, al P. Juan Francisco [Bafici] de la Asunción, también genovés.

118.- Todos estos Padres eran verdaderamente dignos de tal cargo, por ser observantes y de grandísima práctica de gobierno y experiencia. Pero era una finísima política para acreditar más a Mario; por eso fueron elegidos los mejores individuos, los experimentados en la Orden, pensando, quizá, que los tres serían contrarios a la voluntad del P. General; pero resultó todo lo contrario, como se verá. No se sabe por qué política quedaron excluidos de este cargo el P. Esteban de los Ángeles y el P. Glicerio de la Natividad; pero algunos enseguida comenzaron a pensar que había sido un ardid y artimaña del H. Lucas [Anfossi] de San Bernardo, para que el cargo de Procurador General recayera sobre el P. Esteban, del cual le había privado nuestro Padre General; y para hacer al P. Glicerio [Cerutti] Rector del Colegio Nazareno, y tuviera el manejo del Dinero a su disposición.

El P. Mario, entre tanto, pensó buscarse Amigos, procurando fueran a Roma los que habían sido mortificados por el Padre Fundador, a fin de que, con su asistencia, pudiera más fácilmente hacer lo que quisiera. Llamó de Narni al P. Juan Antonio [Ridolfi] de… boloñés, que estaba de Maestro en Narni; al P. Juan Carlos [Gavotti] de…, hermano del P. Vicente Mª, Superior de San Pantaleón; al H. Antonio, llamado el de la Harina, y otros más confidentes suyos, de los que pudiera servirse a su disposición.

119.- Una vez que el P. Ubaldini, somasco, recibió el Breve de Visitador Apostólico, dio orden de que fueran a Roma, secretamente, por orden del Papa y con el mérito de la Santa Obediencia, el P. Santino [Lunardi] de San Leonardo, el P. Juan Esteban [Spinola] de la Madre de Dios, y el P. Juan Francisco [Bafici] de la Asunción, nuevos Asistentes, para que tomaran posesión de su cargo.

Se señaló el día, para leer el Breve de toma de posesión del gobierno de la Orden, y para dar comienzo a la Visita Apostólica -como había hecho en otras ocasiones el P. Ubaldini- con hombres sabios y expertos en estas materias, y no tropezar en algún error, pues había visto ya la trampa tendida contra el P. General, cuando ordenó que fuera al Santo Oficio.

120.- Legada la hora establecida, el P. Ubaldini fue a San Pantaleón; el P. Caracciolo, somasco napolitano, secretario suyo, mandó llamar al Superior, P. Vicente María [Gavotti], y le dijo ordenara sonar la campanilla, que quería leer un Breve del Papa, para que lo oyeran todos.

El P. Vicente María ya lo sabía todo muy bien, pero, fingiendo no saber nada, preguntó qué contenía el Breve; a lo que le respondió que lo oiría con los demás Padres cuando se leyera.

Sonada la campanilla comunitaria, acudieron todos los Padres y Hermanos al oratorio, para ver qué novedad era aquélla, a aquella hora desacostumbrada, porque nadie había intuido nada, a excepción de los secuaces del P. Mario, que lo sabían todo.

Llamaron al P. General, que estaba en la celda haciendo oración, y le dijeron que lo citaba el P. Ubaldini al oratorio.

En cuanto llegó el Padre General, el P. Ubaldini le mandó inmediatamente sentarse junto a él. Le dijo que Nuestro Señor se había complacido en nombrarlo Visitador Apostólico, para arreglar los desacuerdos de la Orden, con otros cuatro Padres; y que, durante la Visita gobernaran la Orden. Este primer discurso lo pronunció para ver si el P. General estaba en su propio juicio y respondía convenientemente, y comprobar si la súplica se ajustaba a lo que habían expuesto.

121.- El mansísimo Cordero le respondió en pocas pero compendiosas palabras, que agradecía mucho hubiera sido nombrado Visitador Apostólico de nuestra Orden; y de su prudencia y gobierno esperaba el alivio de ella, oprimida por tantos sufrimientos e inquietudes causadas por el demonio, enemigo de la Verdad; y tenía la esperanza de que con los designados por el Señor, se llevaría a cabo un buenísimo gobierno, porque él ya era viejo, y no valía para nada; que sólo haría oración, para que el Señor iluminara a todos y prevaleciera siempre la verdad. Y con aspecto modesto, pero sonriente y alegre, concluyo su discurso.

122.- Quedó muy contento el P. Ubaldini al ver la modestia, humildad, mansedumbre y alegría con que había hablado el P. Fundador, y mucho más al oírle que era viejo y no servía para nada, más que para hacer oración, a fin de que el Señor ilumine a todos, y prevalezca siempre la verdad; de donde dedujo que lo contrario era falso; que estaba muy bien de juicio, que respondía con fundamento a lo que le había preguntado, y, finalmente, que todo lo había referido a lo espiritual.

Terminada esta conversación, mandó sentarse a los Padre y a los Hermanos, y dirigió la vista a todos, uno por uno. Al no ver al P. Mario ni al P. Glicerio, preguntó si estaban en Casa; le respondieron que habían ido a las Siete Iglesias por la mañana, muy pronto.

Dio orden de que se leyera el Breve, para que todos lo oyeran, y ver si alguno lo impugnaba; y, al observar que no hablaba nadie, se dirigió al P. General, preguntándole si estaba contento, y qué le parecía. El P. General respondió que estaba contentísimo de lo que mandaba el Vicario de Cristo, y que todos sus hijos lo reconocerían como a su Superior, con los otros Padres Asistentes nuevos, como si Dios los hubiera enviado para el gobierno de la Orden; y él sería el primero en reconocerlos y obedecerlos en todo lo que mandaran, a una simple señal, como debía.

123.- Con esto, el P. Visitador comenzó a exhortar y explicar el contenido de Breve, para los que no lo habían comprendido fácilmente, añadiendo que la Congregación sobre su Orden le había destinado a él como Visitador Apostólico, y estuvieran todos contentos; que esperaba hacer la visita en poco tiempo; que todos estuvieran dispuestos. Y después se despidió.

Cuando volvieron de las sietes Iglesias (si es que habían ido allí), sus secuaces contaron al P. Mario y al P. Glicerio lo que había pasado; los sentimientos que había expuesto respecto del P. Fundador, “al que siempre miraba y preguntaba”; que le había sentado mal que ellos no hubieran estado presentes en la función de la publicación del Breve, y a la toma de posesión del Visitador y de los Asistentes para el gobierno de toda la Orden, sobre todo el P. Mario, que era el primer Asistente.

124.- Comenzaron a pensar qué podrían hacer para resarcir este error, y encontrar algún artificio con el que el Visitador se aplacara, y no tuviera ninguna sospecha de ellos. Determinaron enviarlos a ellos dos, durante el día, a excusarse, diciendo que pensaban no iba a ir aquella mañana, sino durante el día. Con esta nueva mentira le visitaron, y se ofrecieran como súbditos obedientes.

Entre tanto, el Venerable P. José ordenó informar a todos los que deseaban el bien de la Orden, y todos se entregaran a la oración y penitencias, para que Su Divina Majestad lo recibiera a su mayor gloria, la del prójimo, y del provecho propio, lo mismo que había hecho él. Pidió que desapareciera todo impedimento de disturbios, -lo que algunos andaban buscando para mayor inquietud de toda la Orden; con lo que ésta se encontraba en peligro y en tal confusión, que todos pensaban podía ocurrir algún gravísimo escándalo.

Ordenó escribir también a todas las Provincias y casas, diciendo que todos reconocieran a los nuevos Superiores dados por el Papa, como si fueran la persona de Dios; les prestaran la debida obediencia, y elevaran amorosas y fervientes oraciones al Señor, para obtener el fruto más conveniente al bien común de toda la Orden, y beneficio del Prójimo.

125.- Después de comer, el P. Mario y el P. Glicerio fueron a San Blas, a Montecitorio, donde residía el P. Ubaldini, el Visitador. Dijeron al portero que querían visitar al P. Ubaldini; que le dijera que era el P. Mario y el P. Glicerio de las Escuelas Pías. Salió enseguida el P. Caracciolo, su Secretario, y des dijo que el P. Visitador estaba haciendo un escrito para el Santo Oficio, y esperaran un poco, que pronto terminaría. Les hizo esperar tres horas. Querían marcharse, pero, pensando que sería peor, esperaron hasta que bajó. El P. Ubaldini les dijo que le excusaran, que no había podido dejar la relación urgente que estaba haciendo para el Santo Oficio que le había encargado Monseñor Asesor. Luego les preguntó qué querían.

Le respondió el P. Mario que sabían había llegado el día de leer el Breve y tomar posesión de Visitador; para prepararse mejor, habían ido a las Siete Iglesias, y preparar el gobierno con cosas espirituales y devoción, y por eso no se habían encontrado en la ceremonia; que los excusara, por amor de Dios, que les creyera, pues no había sido por otra razón.

126.- El P. Ubaldini replicó diciéndoles que se había preocupado de solicitar el Breve para la Visita Apostólica. Que él, en cambio, siendo primer Asistente, se preocupaba poco de los demás y maltrataba a todos. Que procurara respetar al P. Fundador, que caminara recto, pues así convenía.

Y con alguna otra palabra equívoca, más para atraerlo que por otra cosa, dulcificando el discurso, dijo que le gustaría que las cosas caminaran con paz, tranquilidad y claridad; que siempre le serviría tal como tenía orden de la Sagrada Congregación, para ayudar a la Orden y pacificar los disturbios e inquietudes que habían surgido, por cosas de cuyo contenido aún no estaba informado; que poco a poco vería el estado de la Orden, en la visita personal de todos los Padres y Hermanos de la Casa de San Pantaleón; y después daría comienzo al gobierno de toda la Orden, para ayudarla, y no surgieran ya más pleitos; que quería ver si las Profesiones eran válidas, de donde habían surgido toda clase de dificultades e inquietudes; y si habían sido nulas, se tomarían los medios debidos y oportunos; que a la mañana siguiente comenzaría la visita del P. General, y, poco a poco las demás. Después se despidió.

127.- El P. Mario respondió que estaría siempre dispuesto a lo que ordenara, y preparado a obedecerle a la más mínima indicación. Y se despidieron de él. Por el camino iban rumiando todas las palabras, para prevenir lo que pudiera suceder a la mañana siguiente.

Al llegar a Casa, consultaron con los adictos lo qué había que hacer. El P. Esteban dijo que esperaran hasta ver lo que quería el Visitador, que ya habría tiempo para aminorar su mala impresión.

A la mañana siguiente, el P. Ubaldini fue a San Pantaleón con el P. Caracciolo, su Secretario; visitó primero la Iglesia y la Sacristía, privadamente, y, despidiendo a los pocos Padres que había llamado a esta ceremonia, pues no quería ostentación, se retiró a las estancias donde hacía la Visita personal.

Para comenzar, mandó llamar al P. General, y estuvo hablando con él casi toda la mañana. Todos se admiraban de cómo había estado tanto con el pobre Viejo -pues así lo compadecían los que no querían que hubiera estado con él tanto tiempo-. Pero gracias a él obtuvo las noticias más importantes sobre las costumbres de todos los que estaban en la Casa de San Pantaleón. Cuando se despidió, el Visitador le dijo que aún no había terminado, que se reservaba otras dos sesiones.

128.- Ordenó llamar después al P. Pedro [Casani] de la Natividad, primer Asistente del Fundador, y le dijo que se preparara, que le tocaba a él. En todo esto, parece que el P. Esteban encontraba alguna dificultad y sentía algún disgusto; pero el Visitador dijo que, al terminar con los Asistentes Antiguos, para enterarse del estado de la Orden, y después irían los Asistentes nuevos, que quedarían más informados de todo. Pero, conforma iban entrando los Padres Asistentes antiguos, Mario les decía se dieran prisa, era tarde, y el Visitador quería ir a comer. Cuando el P. Ubaldini se enteró de esto, salió y dijo al P. Mario que fuera él a comer, o hiciera alguna otra cosa, que él no comería hasta la tarde; que no tenía prisa, a fin de conocer por todos lo que era más importante para ayudar a la Orden.

Cuando terminaron los cuatro Asistentes del P. General, a los que visitó durante largo tiempo, mandó llamar al P. Juan Bautista [Costantini] de Santa Tecla, como Procurador General, y al P. Santiago [Bandoni] de Santa María Magdalena, Secretario del P. General. Respecto a estos dos, surgió también una dificulta, debido a la precedencia que pretendía el P. Mario; pero, disimulaba con el P. Esteban y el P. Glicerio; y sin manifestar nada al P. Visitador, charloteaba con sus secuaces sobre que se les hacía injusticia, pues estaba en la Orden antes que ellos. Enterado de esto, salió fuera el Visitador y le dijo que él tenía hecha la lista, según la cual debían entrar, a medida que iban siendo llamados; que no quería hacer injusticia a nadie. Y que después de los asuntos primeros de la Casa, vendrían los segundos.

129.- Cuando terminaron estos dos Padres, llamó al P. Mario, y después al P. Esteban y a Glicerio, pues este era el orden de categoría; hizo la visita a buena parte de los Sacerdotes; quedó en que, a la mañana siguiente volvía a terminar el resto, y luego a todos los Hermanos.

El P. Mario había ordenado preparar la comida para el Visitador y el acompañante; pero, cuando le invitó, respondió que se lo agradecía, que no comía fuera de su Refectorio; que ya lo haría en otra ocasión.

Terminada toda la Visita personal de San Pantaleón y el Noviciado, el P. Visitador manifestó que había encontrado cómo el P. General gobernaba con prudencia y Caridad, magníficamente, toda la Orden; y, en cuanto a la observancia Regular, siempre veía más virtudes que otra cosa; que no era cierto lo de que no tenía memoria de lo que decía; que, para comprobarlo, lo había tenido cuatro horas enteras y siempre había respondido a sus preguntas puntualmente, con espíritu de santidad; y en cuanto a sus Asistentes, los había encontrado sanos en todo. Así que, en cuanto los Dirigentes y el Cuerpo de la Orden, por lo que había visto en la Casa de San Pantaleón de Roma, eran de gran mérito y virtud. Casi todos estimaban al P. General como Santo, y si había alguno que decía algo de él, no era de importancia, sino que hablaban apasionados, por haberlos castigado y mortificado como debía, sobre todo a los Soberbios, porque quería que sus Religiosos fueran humildes, pues en la humildad se basa la perfección y su Instituto; que había algo que ajustar en las Constituciones, como el mismo P. General había dicho, lo que fácilmente se podía hacer mediante un Breve Apostólico, y se haría después de la relación que hiciera a la Sagrada Congregación de Señores Cardenales y Prelados delegados; que todos estuvieran contentos; que la verdad sería siempre preferida a las invenciones y tentaciones del demonio; y que esperaba comenzar un gobierno santo con los nuevos Asistentes que le había dado la Sede Apostólica para enderezar las cosas hacia la observancia estricta de sus Constituciones.

130.- Dio orden de que se escribiera a los Provinciales de las Provincias, con otras órdenes particulares, informándoles de lo que pasaba -para que lo reconocieran como Visitador Apostólico- y a los Asistentes nuevos, como ordenaba el Breve, a fin de que todos los reconocieran como tales, y no reconocieran a otros superiores, mientras la Sede Apostólica no ordenara lo contrario.

A este discurso, que hizo a los Padres, añadió que había encontrado también muchas cosas santas en algunos Padres Muertos; y, había descubierto, maravillado, que había grandísima virtud, más de la que había encontrado en su misma Orden.

131.- No gustaron mucho estas propuestas a los del P. Mario, y comenzó a decir que el P. Ubaldini quería hacerse el Dueño absoluto de la Orden; que mandaba con demasiada autoridad; que nunca terminaría la Visita, y los tendría siempre sujetos y mortificados; que no hacía la Visita como ordenaba el Breve y la Sede Apostólica; que no era aquélla la mente del Papa ni la de la Sagrada Congregación; que se veía claramente estaba de parte del General y de los Asistentes viejos; que era necesario encontrar remedio a todo aquello en beneficio de la Orden; y otras cosas, cuyas particularidades no se saben; que siempre se anteponía al Santo Oficio, a Monseñor Asesor [Albizzi] y a la Sagrada Congregación, ni eran obedientes a lo que ordenaban, sino todo lo contrario; que hacía lo opuesto desde que había salido el Breve; y que los Padres Asistentes nuevos estaban considerando muy bien que era necesario buscar otro Visitador, que no sea parcial como se mostraba el P. Ubaldini (quizá temía que se descubrieran los engaños y trampas que andaba maquinando en su cerebro y en el de sus secuaces, como había hecho en el pasado).

Los Padres Asistentes nuevos al llegar a Roma insistieron ante el P. Visitador que, para comenzar un buen gobierno, era necesaria la convocatoria de la Congregación dos veces a la semana, como había hecho siempre el P. General con sus Asistentes, a fin de remediar los inconvenientes que podían surgir; pues no era justo que el P. Mario actuara por sí solo, con su secretario, como había comenzado a hacer. El P. Santino [Lunardi] de San Leonardo le hizo cara, como primer Asistente.

132.- El P. Visitador ya se había dado cuenta de lo que andaba diciendo y maquinando el P. Mario, y le respondió que la demanda era justa, que así debía hacer; pero que tuvieran paciencia, que quería hablar de ello con los Sres. Cardenales de la Congregación.

133.- De todo esto, y de las palabras que había dicho el P. Mario sobre la visita, -pues ya las conocía minuciosamente-, el P. Ubaldini tomó nota, y empezó a informar a la Congregación sobre lo que pasaba:

Que todas eran invenciones contra el General y los Asistentes, a quienes había encontrado muy distintos de lo que decía la demanda hecha; que el General era una persona, no sólo de grandísima bondad de vida, recta intención, y Caridad, sino dotado de todas las virtudes; que no era verdad que no tuviera Memoria a causa de la vejez, sino, más bien, tenía tanta memoria que, después de cuatro horas de interrogatorio, en todo momento lo había encontrado igual de bien. Y, en cuanto al gobierno de la Orden, que todos los observantes lo alababan, y sólo los que había castigado y mortificado eran contrarios a él, por lo cual no se les debía dar ningún crédito. Y, -por cuanto había podido saber- el P. Mario, con pretextos varios, comenzaba a contradecirle en todo; quería actuar por sí solo, con su Secretario; comenzaba a mandar sin tenerle en cuenta a él, ni a sus Compañeros, los Asistentes; se había hecho Dueño absoluto de la Orden, contra la forma del Breve.

Él creía que se debía castigar a los culpables y exaltar a los buenos, para que, con el ejemplo de éstos, los demás cumplieran su deber; que estaba desanimado para seguir adelante, “para que no diga el P. Mario que soy ambicioso, y me quiero hacer Dueño de su Orden”. Y, en conciencia, pensaba se debía reintegrar en el gobierno al P. General y a sus Asistentes, añadiendo a otros dos, si así parecía bien; que todos tuvieran voto deliberativo; que se corrigiera algunas cosas de las Constituciones, como opinaba el mismo Padre Fundador, quien aún podía explicarlas; que, con estas ayudas, se podía gobernar muy bien, y con mayor exactitud, para alivio de la Orden; que había descubierto que todos estos malestares y rumores no pretendían sino disminuir el afecto al General y a sus Asistentes, para manejarla entre tres o cuatro, que más merecían ser castigados que premiados en nada, “cuyo cabecilla es el P. Mario con sus partidarios”; y que, al ver estas maquinaciones, estaba decidido a renunciar al Cargo, no fuera que ocurriera algún incidente extraño, y luego se lo atribuyeran todo a él.

Esto es lo que le parecía; y, después de escribirlo, se lo entregó todo a la Congregación, esperando que ella tomara alguna resolución.

134.- Informó también a Monseñor Asesor; pero le parece que no le agradó mucho, y comenzó a enfriarse de nuevo, porque sólo le decía palabras generales, como “veremos lo que dicen estos Señores de la Congregación”. Con esta afirmación, el P. Ubaldini se reafirmó en que no tenía ánimo para seguir adelante, porque se vería contrariado en todo.

Esta Relación impresionó a algunos Cardenales; pero otros les andaban diciendo que no la aplicarían, o que les resultaba sospechosa; que Ubaldini estaba apasionado contra el P. Mario y sus tres secuaces, o “veremos qué se puede hacer”.

El demonio no dejaba nunca de sembrar cizaña y engaños, para disturbarlo todo, más aún.

Así me lo contó muchas veces el P. Ubaldini, diciéndome que el P. Mario y sus seguidores eran dignos de un grandísimo castigo; pero que continuaba teniendo la esperanza en Dios, que no dejaría impune tanto mal; como se vio después, en el castigo que dio al P. Mario, cabecilla de todos, que murió abrasado por un fuego interno, y cuyos ministros y compañeros merecían también la galera. Me dijo que saludara al P. General, que aún vía; que orara por él; que tenía fe en que la Orden sería reintegrada mejor de lo que había estado. Todo esto me dijo el P. Ubaldini en muchas ocasiones, cuando nos encontramos en las Congregaciones.

135.- El P. Ubaldini fue designado Arzobispado de Avignone, y renunció a él por humildad, diciendo que prefería la Celda que cualquier Dignidad.

Conociendo [el Asesor Albizzi] lo que el P. Ubaldini había contado a la Congregación de Cardenales delegados, procuró que le fuera aceptada la renuncia de Visitador. Afirmaba continuamente que era muy afecto al P. General, que lo defendía más que nadie; que en la visita no había tocado los puntos más necesarios para el arreglo de la Orden y del gobierno de ella; que el P. General era viejo, incapacitado para el gobierno, porque ya no tenía Memoria; que era el secretario el que lo hacía todo, y los Asistentes eran incapaces; que se procurara encontrar otro Visitador, que la guiara sin pasión; que, en vez de hacer caso de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, él era destrozado y mortificado por el P. Ubaldini, que se había hecho Dueño absoluto de toda la Orden, mandaba como dictador, y había comenzado de manera extravagante a aniquilar a todos; y que no era esta la manera de arreglar la Orden, sino la de introducir en ella más confusión.

136.- De ello dedujo que vieran ellos quién sería más a propósito para Visitador; que debía ser hombre de Crédito, de buen ejemplo y doctrina, aprobado por la Congregación. Así lo dijo Monseñor Asesor, Secretario de la Congregación, pues en todas las Congregaciones la mayor parte de los problemas s concluyen tal como informan los Secretarios.

Con esta respuesta, Mario comenzó, junto con sus incondicionales a ver lo que se podía hacer. Ellos le aconsejaron que sería bueno comunicara todo con los Padres Asistentes nuevos, para no tenerlos contrarios, ni siguieran a los partidarios del P. Ubaldini, lo que sería aún peor de lo que se había comenzado a hacer, ya que los tres eran duros de mollera, en particular el P. Santino [Lunardi], que quería las cosas con demasiada precisión; que, de lo contrario no se conseguiría nada. Decía: “El P. Juan Esteban [Spinola] es muy teórico, y precipitado en sus decisiones, pero, tras una reflexión, cambia fácilmente de parecer; el. P. Juan (Francisco) [Apa] se dejaría guiar muy pronto por los dos; debe, más bien, reafirmarse en su opinión. Es necesario llevarlos con astucia, para que los tres consientan en quitar al P. Ubaldini. Que el P. Mario procurara hablar poco y fingiera que deseaba depender absolutamente de su voluntad. Así, atraídos de esta manera, fácilmente caerían. Y que llevara el negocio con prudencia y destreza, pues si se daban un poco cuenta de que él quería suplantarlo, al ser el primer Asistente, se llegaría a enfrentamientos, y no se sacaría nada; pues ya el primer día el P. Santino comenzó a defender que le correspondía a él el primer puesto, diciendo: “quién ha hecho este Breve? Yo soy el primero de los cuatro”.

“Por lo tanto -decía el Asesor- que lo proponga solamente, y no se ocupe de dar razones, ni contra el General, ni contra los Asistentes viejos, porque fácilmente toparía contra algún escollo, y entonces no sería tan fácil encontrar el remedio oportuno”.

137.- Les preguntó el P. Mario a quién querían proponer como Visitador, y que los Asistentes lo aceptaran, porque el asunto urgía; y había que hacerlo antes de que cambiaran de opinión y pensaran otra cosa. “Es necesario, al menos, les decía, proponer a uno que también sea aceptado por ellos”.

Fueron varias las propuestas, pero no se ponían de acuerdo sobre a quién se podía proponer. Después de hacerlo, el P. Esteban, sagaz, dijo que entre los que habían propuesto, todos continuarían el estilo del P. Ubaldini; que a él le parecía mejor el P. Silvestre Pietrasanta, de la Compañía de Jesús, “que es mucho más acreditado en la Corte, dirige la Congregación de los Nobles, donde está la mayor parte de los Prelados de la Corte, es hombre docto, acreditado, y de buenísima conversación; tiene un hermano en la Corte del Señor Cardenal Barberini”. Que éste les facilitaría muchas cosas, desde el cargo que tenía; que incluso le hablaría si los Padres Asistentes así lo decidieran.

Añadió aún otra política diabólica, es decir, que el P. Juan Esteban [Spinola] caería, lo aceptaría fácilmente, ya que el P. Pietrasanta había sido durante algún tiempo condiscípulo suyo en los estudios, y lo conocía bien; y, una vez que consintiera, aceptaría también el P. Juan Francisco [Spinola]. Tras esta propuesta, se decidió que pidiera a Monseñor que la diera a Pietrasanta, y oyera su parecer, antes de comunicárselo a los Asistentes, para que los convenciera, al menos con una palabra, hablando siempre de lo importante que era el Abad Pietrasanta, hermano del P. Silvestre, que estaba al servicio del Sr. Cardenal Barberini, “que esto es muy importante”.

Con este plan, se obligaron entre ellos a actuar; “pero debe hacerse con todo secreto, para que nadie lo averigüe, ni el General ni ninguno de la Casa”. Y que, cuando hablara el P. Mario -por muy amigo y confidente que fuera del P. Juan Antonio [Ridolfi - no le contara todo lo que se planeaba.

138.- El P. Esteban [Cherubini] fue enseguida a encontrarse con el Abad Pietrasanta, hermano del P. Silvestre Pietrasanta, jesuita, y le comunicó que tenían pensado conseguir o procurar que el P. Pietrasanta, su hermano, fuera elegido Visitador Apostólico de nuestra Orden; que procurara hacer que aceptara, convenciéndole de que sería para él un grandísimo honor, y un alivio para la Orden; y el resto que se lo dejaran hacer a él. El Abad Pietrasanta le respondió que, si se producía el nombramiento, lograría que lo aceptara; y lo intentaría hablando también con el Sr. Cardenal Barberini; que, como pobre cortesano, todo lo aceptaba.

139.- Llegado el día de reunir la Congragación, entraron los nuevos Asistentes, llamados por el P. Mario; comenzaron a reflexionar sobre lo que habían sabido acerca de la relación del P. Ubaldini, el Visitador, de la Sagrada Congregación y de Monseñor Asesor; decían que eran opuestos a que siguiera adelante la Visita, porque el P. Ubaldini pretendía hacerse Dueño absoluto de la Orden, dando órdenes, no como Visitador, sino como General, contra la forma del Breve; que se mostraba ambicioso; que, si quería mandar, mandara en su Orden; y que él ya había hablado con Monseñor Asesor, el cual le había dicho que buscaran a otro para el puesto del P. Ubaldini, y él lograría fuera nombrado; pero, que hicieran lo que mejor les pareciera con tal de encontrar a uno que fuera a propósito.

Se sorprendieron los Padres Asistentes con esta propuesta, y respondieron que, antes de tomar tal resolución, era necesario pensarlo bien, para que no resultara peor aún.

140.- Replicó Mario que el P. Ubaldini no era ya Visitador; que Monseñor Asesor le había dicho que ellos convinieran en uno, y él haría que fuera aprobado por la Congregación, luego se haría un Breve, y no seguirían sometidos, como estaban; que vieran a quién querían poner, y él se encargaría de que fuera aprobado; que así se lo había propuesto Monseñor.

Tan bien supo proponerles todo esto y estimularlos, que convinieron en elegir a quien fuera bueno y de fiar, para que no ocurriera algo peor, “aunque del P. Ubaldini no nos podemos doler de nada [¡!].

El P. Mario les dijo que, si les parecía bien preguntaba al P. Silvestre Pietrasanta, jesuita, el que dirigía la Congregación de Nobles, hombre acreditado y docto, el que tenía un hermano en la Corte del Cardenal Barberini, del que se podía esperar mucho, lo podían llamar para la Orden.

141.- El P. Santino [Lunardi] respondió que antes de tomar esta resolución, sería bueno informarse de sus cualidades, para no arrepentirse después de haberlo hecho aún peor. Intervino luego el P. Esteban [Cherubini] y dijo que había sido Condiscípulo suyo, que lo conocía muy bien, y le parecía bueno. Al final, decidieron llamar al P. Silvestre Pietrasanta, jesuita; pero que nadie hablara con nadie, si antes no estaban seguros de que lo había aprobado la Congregación, y con esto se terminó la reunión.

Con esta trampa tan astuta, el P. Mario fue a su celda, donde enseguida lo visitaron sus amigos, quienes, en medio de una risotada, pidieron que Monseñor enviara un escrito, diciendo que lo aprobaría, si los Asistentes estaban contentos. Mario, sin perder tiempo, echó a correr adonde Monseñor, y le contó que los Padres Asistentes estaban de acuerdo en que nombrara Visitador Apostólico al P. Pietrasanta, con la única condición de que el P. Mario hiciera un Memorial; dijo que ya lo tenía preparado, pero que los Asistentes no sólo querían firmar.

142.- A la vuelta, el P. Mario mostró una minuta del Decreto (¡si al menos hubiera sido cierta!), en la que decía que el Visitador Apostólico era el P. Pietrasanta. Pero, cuando los Asistentes se dieron cuenta de que había hecho un despropósito, dijeron que, en otra Congregación, se debía deshacer todo lo hecho, pues creían que, siendo jesuita, bastaba para no aceptarlo. Pero a Mario, más sagaz en malicia, después de consultar con los suyos, logró que los Asistentes no pudieron hablar ya de ello en la Congregación, porque él salía por la mañana muy temprano, y por la tarde volvía de noche; y, si alguno iba a buscarlo, se excusaba, diciendo que tenía que hacer algunos negocios del Santo Oficio; que estaba cansado y no podía más. Luego se descubrió que unas veces iba a la casa de los hermanos del P. Esteban, otras a la de otros amigos, a pasar el tiempo, hasta que salió el Breve del P. Pietrasanta, bastante más laxo para el P. Mario que el del P. Ubaldini, pues lo nombraba Vicario General de la Orden, con lo que, de hecho, excluía del gobierno al P. General, sin que nadie supiera nada.

143.- Entre tanto, comenzaron a tratarlo con el P. Pietrasanta y con su hermano, para que aceptara, diciéndole que haría un grandísimo servicio a Dios ya a la Orden; y le pidieron que hiciera este favor, y hablaron también con otros para que lo animaran a aceptar.

Aceptó el P. Pietrasanta el Breve de Visitador Apostólico, y prometió al P. Mario toda ayuda; que le haría justicia completa, que asistiría con toda puntualidad a su gobierno; que le dijera lo que era necesario, porque le serviría en todo; y que iría a publicar el Breve, cuando le pareciera bien a él.

Le respondió el P. Mario que sus compañeros los Padres Asistentes aún no sabían que el Breve había salido, ni si Su Paternidad lo había aceptado; y, aunque sí estaban de acuerdo en cuanto a su persona, pero que primero quería comunicarles todo, y después anunciarles el día.

El P. Mario empleó una astuta y fina política para comprometerlo más; le decía sería bueno que Su Paternidad diera las gracias a Monseñor Asesor, y oyera de boca de éste sus sentimientos, para que se regulara según la intención de la Sagrada Congregación de los Cardenales delegados; pues él mismo, hablando con dicho Prelado, le había dicho de viva voz que le diera instrucciones de cómo debía comportarse, De esta manera le convenció de que fuera a hablar con él, y así hizo después. Pero antes Monseñor Albizzi había prevenido al P. Mario, diciéndolo todo lo que pudo decirle, como que estaba de acuerdo con el P. Pietrasanta.

144.- Después de estos preparativos, el P. Mario llamó a los tres Padres Asistentes, y les dijo que Nuestro Señor había nombrado en el Breve como nuevo Visitador al P. Pietrasanta, y cuando les pareciera a ellos que fuera a la casa a publicarlo, iría, que así lo había convenido con Monseñor Asesor.

Cuando el P. Santino oyó que el P. Pietrasanta ya había obtenido el Breve, le dijo que, antes de publicarlo, era conveniente ver dicho Breve, para saber el contenido y no caminar a ciegas.

Replicó el P. Mario que Monseñor Asesor había conseguido se hiciera el Breve, y se lo entregaran al P. Visitador, pero él no lo había visto, y creía que era como el del P. Ubaldini. Para tranquilizar al P. Santino hizo falta mucho, pues a sospechaba lo que podía suceder; pero la malicia del P. Mario, que siempre ponía por delante a Monseñor Asesor y a la Congregación del Santo Oficio, hacía callar a todos. Se dijo que informara él, ya que había hecho lo demás, y ellos no habían podido hablar con él hacía diez días, para tomar las resoluciones oportunas. El P. Mario se excusaba de ello, diciendo que había tenido negocios importantísimos del Santo Oficio. Éste era, en efecto, el escudo defensor del P. Mario.

145.- El P. Santino dijo a sus Compañeros que estaría bien hacer sabedor de todo al P. General, al menos que supiera en secreto cuento se había hecho, de lo contrarío tendría rezones justas para lamentarse; y apuntaron a que el mismo P. Santino realizara este encargo con el P. General, pero lo hiciera de tal manera que no lo entristeciera; que le dijera que el Visitador era sólo para ayudar a la Orden, y para nada más.

Fue el P. Santino adonde el P. General y, en breves palabras, lo contó lo que había tratado el P. Mario; que el P. Pietrasanta ya había recibido las instrucciones de Monseñor Asesor, y que pronto iría a publicar el Breve.

146.- Cuando el P. General oyó esto, no dijo sino: “Benedicam Domino in omni tempore”. Y luego: “Todo lo que haga el Sumo Pontífice, aceptémoslo como venido de las manos de Dios, y acojámonos a la Santísima Virgen. Veremos que cuento Dios permite es para mayor gloria suya y provecho nuestro. Hagamos lo que podamos, que los hombres nunca nos podrán quitar a Dios de nuestro lado”. Y terminó con estas palabras: “Hagamos todos oración; yo no cesaré nunca de de hacerla, para que todo sea a gloria de Su Divina Majestad, provecho nuestro, y utilidad del Prójimo”.

El P. Santino quedó muy consolado con las palabras que le dijo el P. General, y contó a los dos Asistentes que estaba del todo sumiso a la Voluntad Divina; y que él le había prometido hacer lo mismo. En cambio, el P. Mario no hizo ninguna mención de él, como si no fuera nuestro Padre, pues temía poder estrellarse contra algún escollo.

147.- Fue el P. Pietrasanta y, publicado el Breve, que daba facultad al P. Mario para ser Vicario General, los Asistentes quedaron muy mortificados; pero, a pesar de todo, no mostraron ninguna tristeza. El P. Pietrasanta pronunció un breve discurso; que él no estaba sino para ayudar a la Orden, y dentro de pocos meses, todo quedaría arreglado con satisfacción general, incluso del P. General. Dio orden al P. Juan Antonio [Ridolfi], boloñés, que hiciera una carta circular, como secretario del P. Mario, a todas las Provincias y Casas, sobre el contenido del Breve, para que todos conocieran a los nuevos Superiores, y supieran lo que pasaba. Con esta buena intención y palabras dulces, se despidió, sin que nadie dijera nada.

El P. General se retiró a su celda; hizo que a todos llegara su palabra, la de que se entregaran a la oración y a las penitencias, invocando la ayuda del Espíritu Santo, para que todo saliera en provecho de ellos y ayuda del prójimo.

148.- Reunidos los Padres Asistentes y el P. Mario, éste declaró Procurador General al P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, y Rector del Colegio Nazareno al P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad, con otras órdenes según su estilo. Procuró que el Visitador le diera la autorización de sacar de Roma a algunos, para que no se le atravesara en el gobierno, como él decía, y de llamar a Roma a todos aquéllos que el P. General había enviado fuera para castigarlos por sus faltas.

No pasaron muchos días, y ya mandó a Nápoles al P. Santiago [Bandoni] de Santa María Magdalena, para que [el P. General] no tuviera ningún confidente que pudiera escribirle sus cartas y servirlo en las cosas que hacía, y para ser informado de las cosas de toda la Orden.

149.- Llamó a Roma al P. Fernando [Gemmellario], siciliano, y al P. Nicolás María del Rosario, apellidado Gavotti, que había sido sacado de Roma a la fuerza, y enviado a Nápoles, donde se portó bastante peor, porque hubo de ser advertido por los Señores Carlos Grossi y Juan Antonio Aurilia de que, para salvarse, saliera rápido de Nápoles, si no que quería encontrarse con alguna desgracia. Ellos mismos lo acompañaron hasta Posilipo, para embarcarse hacia Savona, pues ya tenía la obediencia del P. General, que siempre lo andaba aplazando, debido los favores y cartas algún Cardenal. El P. General lo hacía todo para evitar el peligro de lo que pudiera suceder, pues los Reyes querían castigarlo por crímenes de lesa Majestad. Aún llamó a otros a Roma el P. Mario, todos castigados por el P. General.

150.- Cuando comenzaron las Congregaciones de los Asistentes, el P. Mario pretendía hacer absolutamente todo, y el P. Santino comenzó a decir que todos eran iguales, que quería ver la minuta del memorial enviado para el Breve, pues no era verdad que ellos lo hubieran solicitado, como decía el Breve. Para tranquilizar a este Padre, se hizo una mesa octogonal, de forma que no se supiera quién ocupaba el primer puesto. Pero así empezaron a calentarse los ánimos, y nadie hablaba para no encender el fuego.

El P. Glicerio fue enviado como Rector al Colegio Nazareno. Y no habían pasado veinte días, cuando ya ocurrió un suceso que disgustó al P. Mario. Sucedió de esta manera. Estaba en el Colegio Nazareno, recogido, el Nepote del P. Glicerio, perseguido por la Corte. En una ocasión, con un arcabuz de caza, estaba una mañana intentando matar un pájaro, y, al disparar la posta, dio en la cara de un niño, llamado Pedro Pablo Bona, al que había admitido el P. Mario para educarlo en la Doctrina. Quedó tan malherido, que pensaban le había sacado los ojos; tanto fue el daño.

Notas