CaputiNoticias01/451-463

De WikiPía
Saltar a: navegación, buscar

401-450
Tema anterior

CaputiNoticias01/451-463
Índice

ÍNDICE DEL EDITOR
Siguiente tema

Ver original en Italiano

[451-463]

451.- Agradeció al Cardenal el afecto, pues no tenía necesidad de otra cosa; que pidiera a Dios iluminara al Colegio Apostólico, para que, iluminado por el Espíritu Santo, hicieran una santa elección del nuevo Pontífice, y con estas buenas palabras, se despidió.

La última mañana en la que los Señores Cardenales debían ir al Cónclave fue a visitar al Sr. Cardenal Imperial, a desearle un buen viaje, y a recomendarle interés por nuestra Orden, para que, con ocasión del nuevo Pontífice, la ayudara con alguna palabra, para que de una vez nos viéramos libres de tantas angustias.

El Cardenal me preguntó qué Cardenales nos querían bien, y quién deseaba que fuera Papa, para que en cada circunstancia nos pudiera ayudar con alguna palabra.

Le respondí que Ardonci, Ginetti, Cicchi, Sacchetti, y, verdaderamente, Chiggi. Me respondió: “Creemos que éste va ser el Papa”. Y subiendo a la Carroza, se fue a San Pedro.

Volé, por así decir, a la Traspontina, pues quizá el Cardenal Chiggi aún no había ido a la función, para saludar al Abad Christaldi, antes de que fura a San Pedro.

Lo encontré en la Capilla, doblando los paramentos que se había quitado el Cardenal, que acababa de decir la Misa. Comencé diciéndole que de seguro su Cardenal elegido Papa, porque así me había dicho el Cardenal Imperial; y no me había dado cuenta de que detrás de mí estaba arrodillado el Cardenal, dando las gracias después de decir la Misa. Por eso, me dijo Christaldi: “Habla bajo, que nos oye el Cardenal”.

452.- Enseguida volví; vi al Cardenal, quedé confundido, le saludé con rubor, encomendándole nuestra Orden

Me respondió con toda benignidad que el afecto del Sr. Cardenal Imperial era muy grande hacia su persona, pero quizá bromeaba conmigo; que si podía ayudar a la Orden lo haría con mucho gusto; y con esto, se fue a San Pedro al cortejo, y yo me fui con Christaldi a sus estancias de San Pedro. Quiso que le contara lo que me había dicho el Cardenal Imperial, y luego se lo conté todo al susodicho Miguel Ángel Bosi, quien, cuando fui a hablar con él en el Cónclave, me dijo que hiciéramos oración, que, si se presentaba la ocasión, se acordaría de las buenas noticias dadas a Christaldi. No presté mucha atención a lo que me dijo, porque estaba seguro de que no sucedería.

Se cerró el Cónclave, y Christaldi me dijo muchas veces que no dejara ningún día de verle, porque no tenía a nadie a quien pudiera confiar las cosas; por eso iba dos veces al día a San Pedro para saber algo; me leía las noticias que le enviaba el Sr. Miguel Ángel Bosi, donde le decía, por ejemplo: “Ahora tantas garrafas de vino blanco, y tantas de tinto; ahora tantas servilletas; ahora tantos paramentos verdes y rojos; y yo no sabía lo que quería decir con aquello.

453.-Un día Christaldi iba conmigo a la Traspontina, y cuando estábamos cerca del Palacio, donde antes estaban los Caballeros de Malta, estaba al umbral del Portón el Príncipe Pamfili, General de la Santa Iglesia, el cual, cuando vio a Christaldi le saludó como si pasara un Cardenal; yo, extrañado, le pregunté si tenía alguna buena noticia; me respondió que el comunicado que había recibido del Sr. Miguel Ángel, del Cónclave, era que preparara la cimarra de verano y la ropa ligera, porque no sabía cuándo Iba a durar el Cónclave. Como no entendía el misterio, mandó retirarse al P. Nicolás de San Francisco Javier, boloñés, compañero mío, y me dijo que si yo oía algo, corriera enseguida al Cónclave, a ver si estaban salvando la argentería, lo que era la señal de la Conclusión, de la Elección del nuevo Pontífice, en la persona del Cardenal Chiggi, su Patrón; y me prohibió que dijera nada a nadie. Y con esta buena [noticia] volvimos a Casa.

Por la tarde, en nuestra Casa de San Pantaleón se alzó una voz, diciendo que ya habían elegido Papa; habían deducido que era Sacchetti, y que se publicaría a la mañana siguiente. Estando en esta duda, no quise decir nada, y me quedé, no sólo dudoso, sino apenado. Durante la noche llovió tanto que parecía diluviar.

454.- Hacia las siete de la noche, mientras dormía, abrieron la puerta de mi celda y oí decir que me levantara, que ya habían elegido Papa, y era el Cardenal Chiggi; pero, como no era voz de ninguno de nuestros Padres, pensaba estar soñando. Me volví de la otra parte, para intentar dormirme de nuevo, porque hacía muy oscuro, y, sin ver a nadie, me llamaron de otra vez; que me levantara pronto, que habían elegido Papa, que era Chiggi. Pensando que alguien se reía de mí, le respondí que, por amor de Dios, me dejara dormir, que no era momento de bromas, que qué iba a hacer yo con que hubiera Papa. Cuando amaneció, vi que había sido el Duque de Poli, D. Apio Conti, que era Prefecto del Sacro Hospicio -oficio al que corresponde echar el agua a las manos del Papa, que es privilegio de su familia-; me dijo le había avisado a D. Inocencio Conti -su hermano, General del Ejército de la Santa Iglesia- para que fuera de madrugada a ejercer su oficio, que ya habían elegido Papa, y era el Cardenal Chiggi; y que ya había dado orden al Capitán que estaba de guardia en Ponte de Sant´ Angelo, de que, cuando llegara el Duque Apio, su hermano, lo dejara pasar; y, viendo que el Duque que no se burlaba, le pidió licencia para ir, mientras me vestía: “Vístase, me dijo, mientras yo me reconcilio; diga la Misa, y después vamos juntos a San Pedro, y haré que pase conmigo en Carroza”.

455.- Después de decir la misa, en la que el Duque comulgó, subimos a la Carroza el Duque y yo, y un Camarero suyo. Al llegar a Ponte Sant´Angelo y pasadas las primeras guardias, llegamos a los primeros portones; se inclinaron muchos soldados con sus picas; le dijeron que diera el nombre, que no se podía pasar; les respondió que era el Duque de Poli, y que no necesitaba dar otro. Pero no fue posible pasar, si antes no daba parte al Capitán. Fueron al Capitán, quien respondió que dejaran pasar al Duque de Poli a pie, con un solo servidor, porque aquella era la orden del General del Ejército. Mientras tanto diluviaba, y no se podía caminar a pie. El Duque comenzó a decir que llamaran al Capitán, o fueran a decírselo a D. Inocencio, su hermano; que no podía pasar a pie a causa de la lluvia; que con él iba el P. Juan Carlos [Caputi]; y que, si no pasaba con él, tampoco él quería pasar, hasta que no abrieran del todo los Portones.

456.- Llegó el Capitán de la guardia del Puente, y, al ver al Duque, le dijo que tenía orden de que pasara a pie y con un solo servidor. Le respondió el Duque que uno como él debía ir a pie a Palacio, que quería ir en Carroza como Ministro del Papa y Duque de Poli; que con él iba un Religioso, de acompañante, y un Camarero con dos servidores; que quería pasar, y, si no, daría parte al General de la Santa Iglesia y al General del Ejército de que no les daban permiso; que era maltratado de aquella manera, siendo él un simple Capitán que duraba pocos días, mientras que la Casa Conti duraría lo que Dios quisiera. Tras esta contienda, consiguió abrir todos los portones. Le dijeron que la Carroza, para no sufrir ningún percance, fuera al Patio del Belvedere, porque había una orden expresa de que ninguna Carroza llegara a la Puerta de San Pedro. Pasado el 2º y 3º portón, no hubo ninguna dificultad

457.- Al llegar a la Traspontina, encontramos al Abad Christaldi, que iba a buscar algunas cosas que había dejado guardadas, por si acaso alguno las había desvalijado, ya que la mayor parte de las que tenía en sus estancias se las habían saqueado los soldados. Andaba muy perdido, pues toda la noche había estado de vigilia, y no había comido desde el día anterior. Me dijo que me atendía enseguida; le pedí que comiera y tomara algo, porque luego no tendría tiempo de hacerlo, que ya se preparaba la Rotura del Cónclave, y en la misma mañana se publicaba la elección del Papa; que hasta entonces nadie sabía cómo querría llamarse. En aquel momento comenzaba a amanecer. Cuando llegaron a la Traspontina, se encontró con que las estancias no habían sido tocadas, y, poniendo buenas guardias, tomó un poco de alimento.

458.- Volvieron a San Pedro y encontraron a muchos amigos que se alegraban del nombramiento, y querían saber cómo se llamaba. Entraron el Patio del Cónclave; se asomó el Sr. Bonsi, y llamando a Christaldi, le dijo que Nuestro Señor se llamaba Papa Alejandro VII; que se alegrara, que parecía más muerto que vivo.

Poco después, el Cardenal Trisulzio, Diácono, llegó al Balcón de la logia de la Plaza de San Pedro, y anunció al Papa, diciendo: “Habemus Pontificem!”. Se rompieron los cerrojos del Cónclave, entró dentro Christaldi, y yo ya no pude verlo más, hasta que terminó el Cónclave, cuando salió el Cardenal Rossetti, después de la segunda reverencia.

El nuevo Pontífice fue llevado a San Pedro, y sentado donde el altar de los Apóstoles, tuvo lugar la reverencia de Cardenales. Toda la familia del Papa estaba cerca del altar, mientras se realizaba esta función, que duró unas dos horas. Yo miraba a Christaldi, quien mi hizo señas de que esperara; después envió a uno de la guardia a decirme que, cuando el Papa subiera a la logia, me presentara, que quería hablarme. Eran las 23 horas cuando subieron arriba al Papa. Esperé hasta la una de la noche, cuando salió Christaldi. Me dijo que el Papa había ido a descansar, que volviera a la mañana siguiente, muy temprano, a la Traspontina, que quería hablarme. Cuando volví a la mañana siguiente, encontré a Christaldi todo alegre, reconfortado y reanimado del sueño. Fuimos a San Pedro y me llevó a besar los pies del Papa. Después de recibir su bendición y lleno de alegría, le dije: “Beatísimo Padre, le recomiendo a nuestra Orden”. Y, sonriendo, me respondió: “Me acordaré”.

459.- El Abad Christaldi me prometió que, bajo su palabra, nunca dejaría de ayudarla lo pudiera, lo que ciertamente hizo en todas las ocasiones, como se dirá en la 2ª Parte, si Dios quiere.

En cuanto los Cardenales entraron en el Cónclave, ya informé al P. Onofre [Conti], a Polonia, de la muerte del Papa Inocencio X, de las buenas noticias que teníamos, y que estaba seguro de la elevación del Cardenal Chiggi al Sumo Pontificado; que intentara procurar cartas de Su Majestad el Rey de Polonia, y se preparara a venir a Italia, para intentar salir, de una vez por todas, de tantos sufrimientos, porque no podíamos desear mejores circunstancias, ya que, por lo que me había dicho un Cardenal, estaba seguro sería el Cardenal Chiggi; y, si era él, tendríamos en nuestra Casa medios poderosísimos; que yo mismo había hablado con el mismo Cardenal Chiggi, y me había prometido ayudarnos; que estuviera contento, y que procuraría hacer lo que me había dicho.

460.- Cuando el P. Onofre recibió las cartas, se lo comunicó a Monseñor Vidoni, Nuncio Apostólico, que casi siempre estaba en nuestra Casa. Al oírlo, se alegró mucho, y dijo que si eso sucedía, la Orden no podría ya perecer, pues el Cardenal Chiggi era muy Amigo suyo, y cumpliría su palabra; primero, por amor de Dios; segundo, porque la Orden lo merecía, y tercero, por dar gusto a Su Majestad el Rey y a la Reina.

El Nuncio dio orden de que en nuestra Casa se prepararan dos estancias a sus expensas, como en efecto se hicieron. Y cuando se supo la nueva elección del nuevo Pontífice, se ordenó poner el escudo de la Casa Chiggi sobre la puerta, con la inscripción, en lengua italiana: “Estancias del Papa Alejandro VIII”, lo que aplaudieron todos los Señores de la Corte; y no sin misterio; y es que, como quería ser Cardenal, por eso hicieron más recurso a la devoción del Rey y la Reina; y, viendo la confianza que tenía con el nuevo Pontífice, lo nominaran para Cardenal; con tanta mayor razón, cuanto que les había servido durante la guerra, y nunca había querido abandonar a la Reina en tantos conflictos como se encontró. Recibió, en efecto, el nombramiento de aquellas Majestades, y fue elegido Cardenal por el Papa Alejandro VII.

461.- También el P. Onofre habló con el Rey y la Reina. Le prometieron ayuda, y que nunca abandonarían aquella empresa, hasta que consiguieran dar completa satisfacción. Y así lo hicieron, porque, nada más saber la elección, escribieron al Cardenal Ulsino, Protector del Reino de Polonia, para que viera al nuevo Pontífice, en nombre suyo, y le pidiera ese favor, como hizo. Todo lo cual fracasó después, a causa de uno de los nuestros, como se verá en su lugar, en la 2ª Parte.

462.- Elegido Pontífice, nombró Mayordomo suyo a Monseñor Farnese, Secretario de la Congregación de Obispos y Regulares; Maestro de Cámara, a Monseñor Bonvisi; Trinchante, al Caballero de della Ciaia; copero, al Caballero Accariggi; Guardarropero, al Abad Christaldi, que no quiso aceptar, para no tener que dar cuenta, excusándose de que no tenía práctica, y en su lugar fue nombrado el Sr. Miguel Ángel Bonsi, su bendito Maestro de Casa; el Abad Christaldi fue nombrado Capellán mayor copartícipe, crucero del Papa, y Camarero Secreto; el Abad Santiago Nini, Camarero secreto, Secretario de las cosas particulares, y, además, Maestro de Cámara del Cardenal Chiggi, sobrino suyo; Secretario de Memoriales, al Abad Piccolomini; Auditor y Auditor, al Sr. Santi Ugolini, que ya antes era su Auditor.

El P. Carlos [Mazzei] y yo continuábamos yendo cada día a la Antecámara del Papa, e íbamos también casi cada día a hablar con los nuevos Prelados, todos vestidos de terciopelo. Un día, sucedió que fue a la audiencia del Papa el Príncipe Ludovisi; entrando en la Antecámara, encontró que los bancos estaban llenos, y, levantándose todos, porque no habiendo lugar para él, se apoyó a una ventana, hasta que llegó la hora de la audiencia, cuando fue llamado dentro por medio de Monseñor Christaldi, que así le llamaban.

463.- Todos se quedaban maravillados de que nunca los Padres de las Escuelas Pías se habían visto en la Antecámara del Papa, y ahora iban cada día a sentarse y conversar con Prelados, como si fueran familiares del Papa. Después de oír esto, Monseñor Christaldi ordenaba a veces llamarnos; y después, él mismo nos acompañaba hasta San Pantaleón, nuestra Casa, en Carroza; por lo que no dejaba de haber envidiosos que andaban cuchicheando; pero, como eran conocidos, no les hacían caso, y quedaban corridos. Y, como la envidia es pésimo vicio, se reían de si mismos, espetando fuera, a veces, un poco de veneno.

Notas