CaputiNoticias01/Descripción 01-50

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[Descripción 01-50]

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Descripción de la primera fundación de las Escuelas Pías en la Ciudad de Nápoles, y algunos incidentes sucedidos en aquellas Casas, sacado de las cartas originales y otras escrituras auténticas, para saber los tiempos como fue fundada la primera Casa, que fue la de la Duchesca, comenzada el día 29 de agosto de 1672.

1.- Corría el olor de la bondad[Notas 1] del Venerable P. José de la Madre de Dios por toda Europa, pues había fundado una nueva Orden, sólo para gloria de Dios y ayuda del Prójimo, sin ningún otro interés; y se veía el gran provecho que hacía en el espíritu y en las letras, con los ignorantes pobres; como también el ejemplo y la modestia de los Padres que ejercitaban tal Instituto. Y al llegar el Año Santo de 1626, en el Pontificado de Urbano VIII, se extendió más aún su fama por todo el mundo.

Habiendo ido a Roma el Sr. Carlos Tapia, Regente y Marqués de Belmonte, a ganar la Indulgencia del Año Santo, y viendo con sus propios ojos lo que había oído sobre la bondad del P. José, Fundador y General de dicha Orden, observó la devoción que se veía en los Padres, y quiso visitar las escuelas, de las que quedó muy satisfecho. Pidió hablar con el P. Fundador, y le dijo que, si quería fundar en Nápoles, le ayudaría en todo lo que fuera necesario; que también haría lo mismo alguno de sus Amigos; y que en Nápoles había muchos españoles, personas de gran Piedad, y en particular el Sr. Regente Enríquez, que tenía gran influencia en el gobierno. Y, siendo él de nacionalidad española, mucho más fácil le resultaría la fundación, puesto que los napolitanos son también de carácter dulce y piadoso; y el Instituto de tanta piedad, que todos cooperarían en ayuda de la obra. Que procurara poner en ejecución lo que le ofrecía, pues obtendría una gran cosecha en una población tan numerosa e ignorante de las cosas relacionadas con los primeros rudimentos de la fe; sacaría gran fruto entre aquellas Almas, gran incremento de la Orden, y lograría individuos cualificados, para ampliar el Instituto en todas las cosas, puesto que la Ciudad era rica y abundante en cuanto pudiera desear.

El Padre le respondió con breves palabras, agradeciéndole tanta piedad, y excusándose de que, en aquel momento, no tenía individuos a propósito para enviar allí, habiendo ya enviado a Mesina al P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, de Lucca, para aquella fundación; pero que, al año siguiente, él mismo procuraría transferirse a Nápoles, para ver lo que se podía hacer; que, mientras tanto, hiciera alguna gestión, para que el asunto pudiera salir adelante con toda puntualidad, en servicio, primero de Dios, y después del Prójimo, pues nuestro Instituto estaba despojado de bienes temporales, aspirando sólo a los bienes eternos, ayudando a los jóvenes, para encaminarlos por la senda del Cielo.

2.- Agradó mucho esta respuesta al Sr. Marqués de Belmonte, Regente Tapia, y se ofreció a hacer lo que pudiera. Le dijo que le escribiera de continuo, para tratar sobre la forma de la fundación; y con esto se despedía, pero el Padre le replicó que haría oración especial por él, y se la mandaría hacer a los pequeñines, a quienes el Señor escucha siempre. Y después se despidieron.

Comenzó el P. José a hacer oración al Señor, para que le abriera el camino en un asunto de tanta importancia, y pudiera ver a quién podía dejar en Roma en su lugar. Y, dado que no había otro individuo mejor que el P. Santiago [Graziani] de San Pablo, hombre prudente y de gran perfección. Escribió a Fanano, donde se encontraba, para que, cuanto antes, fuera a Roma, por asuntos importantes, pues los demás individuos eran jóvenes aún, con poca experiencia. Mientras tanto, se preparaba y fortalecía con oraciones; y pensaba a quién podría llevar consigo a aquella nueva fundación.

Cuando llegó a Roma el P. Santiago [Graziani] de San Pablo, el P. General le instruyó sobre lo que debía hacer. Le recomendó le escribiera a Nápoles sobre cuanto sucediera; que le comunicaría lo que debía hacer, y las promesas y ofrecimientos que le hiciera el Regente Tapia; y que él le ayudara con oraciones, a fin de que todo resultara bien, a mayor gloria de Su Divina Majestad.

Escribió también al P. Pedro [Casani] de la Natividad a Mesina, para que hiciera oración, y al P. Francisco de la Purificación, llamado Francisco Castelli, a Génova, el cual había fundado la Casa de aquella Ciudad y de Savona, informándole de lo que pasaba; que le ayudara con oraciones continuas y fervientes, como solía hacer, para que el Señor consiguiera el fruto que mejor le pareciera.- N.B. El P. Pedro atribuye la fundación de Savona y Génova a un VI encuentro.

3.- A principios del mes de octubre de 1626 se puso en viaje el P. José, Fundador, hacia Nápoles, sobre un borriquillo, donde cabalgaban un rato cada uno; aunque el P. General, en aquel viaje, la mayor parte a pie (peor aún, en camilla, como escribe el mismo Bº Padre al P. García[Notas 2], el 17 de octubre de 1626; y se cuenta en la narración de las Escuelas Pías, p.11), Llegó felizmente, con otros dos compañeros; y, presentándose al Sr. Alejandro Luciani, Vicario General del Cardenal Boncompagni, de feliz memoria, Arzobispo de Nápoles, fue recibido con grandísima alegría por dicho Vicario, dado que lo conocía de Roma, cuando era auditor del Cardenal Tonti, de feliz memoria; y estaba muy informado de las Escuelas Pías, por haber sido ponente en la Congregación de Obispos y Regulares, para la aprobación de las Constituciones de la Orden. Dicho Sr. Alejandro Luciani fue uno de los delegados para revisarlas; y él mismo se quedó con la primera copia, glosada por el P. Fundador y por el Sr. Cardenal Tonti. Esta copia fue recuperada en Roma -después de la muerte del Sr. Alejandro, el año 1668, por el P. Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara, entonces Procurador de las Escuelas Pías en Roma- de los Padres de la Doctrina Cristiana, a quien dejó heredero de sus Bienes y escrituras. Dicho P. Juan Carlos dejó estas Constituciones al P. José [Fedele], General, cuando partió para Roma, el 1º de junio de 1671, cuando vino a Nápoles.

4.- El Sr. Alejandro Luciani, Vicario del Sr. Cardenal Buoncompagni, dio parte enseguida al Sr. Arzobispo, informándole minuciosamente sobre el Instituto, las cualidades del Fundador, la estima grande que tenía en la Corte Romana, y que había venido a Nápoles para hacer una fundación de su Orden, tan necesaria en aquella Ciudad, invitado por la piedad del Regente Tapia. Mucho se alegró de ello el Cardenal Buoncompagni. Quiso verlo, y habló con él muchas veces, ofreciéndole cuanto podía, para su servicio y el de la fundación; y que procurara encontrar el lugar de mayor beneficio de las Almas y del servicio de Dios; que, estando apoyado por el Regente Tapia, podía esperar ese gran provecho; que las cosas saldrían bien; que viera de qué tenía necesidad, y que siempre estaría muy dispuesto a ayudarlo.

Fue el P. José adonde el Marqués del Monte, Regente Tapia, y, después de muchas conversaciones, aprobaron ver el sitio más oportuno para la fundación, es decir, el que ofreciera mayor utilidad para las almas en mayor necesidad.

5.- Vieron muchos lugares en muchas partes de la Ciudad, y ninguno les satisfizo. Pero, habiendo ido el Regente una mañana con el Padre al barrio de la Duchesca, repararon en un lugar amplio, cercano a los muros, dentro del cual había un recinto grande, del Sr. Andrés della Valle, donde se representaba la Comedia. Entraron dentro a ver el local y la comodidad que había, y el Padre dijo que era el sitio a propósito para nuestro Instituto. Consideró también el Regente que era bueno para hacer allí la fundación, y evitar la ofensa de Dios, dado que el barrio, llamado de la Duchesca, en buena parte estaba habitado por Mujeres de mala fama, y le dijo al Padre que le parecía bien coger aquel lugar, y que él daría orden de echar de allí a todas las meretrices, buscando otro sitio donde se pudiera representar la Comedia.

Cuando Andrés della Valle oyó que sus casas servirían para abrir las Escuelas Pías, llamó a 4 comediantes y les dijo que el Regente Tapia quería quitar la Comedia y hacer allí una iglesia; que vieran cómo se podía hacer para impedirlo, para no matar aquella actividad. Los cómicos se enfurecieron mucho contra el Fundador. Y un día, el que hacía la parte de enamorado, a quien llamaban de mote Aurelio -cuando en realidad se llamaba Francisco Longavilla- fue a encontrarse con el P. José, junto con Andrés della Valle, y ambos comenzaron a decirle que, si quería quitarles el pan que ganaban con aquel oficio, y perturbarlos en sus funciones, procurara encontrar otro lugar; que a quien les forzara a marcharse de aquellas casas le costaría la vida; y otras palabras injuriosos e impertinentes. En aquel momento, aparecieron algunos que habían ido a la Comedia, y, al oír aquellas palabras, les dijeron que miraran bien lo que decían. El Padre tuvo que ser protegido por el Regente Tapia, que los castigó. Uno de éstos fue el Doctor Aniello di Falco, vecino de las estancias de la Comedia.

6.- El P. José no hizo otro ademán que poner la mano sobre el hombro de Francisco Longavilla, a quien dijo no se encolerizara tanto, pues sucedería lo que Dios quisiera, para mayor gloria suya y utilidad de las Almas del Prójimo; que pensara bien que tenía de morir, y dar cuenta de los pecados que se cometían en aquel lugar por causa de ellos; que tenía una sola alma, y, si la perdía una vez, nunca podría recuperarla. “Es mejor que aquí se construya una iglesia en honor de la Madre de Dios, donde se puedan salvar muchas Almas, en vez de ir tantas al infierno. Así que cambia de pensamiento, y ofrece a Dios lo que tantas veces habéis ofrecido al demonio, con tantos pecados”. -Tú, Francisco, piensa en estas palabras, para que te iluminen la mente, y puedas remediar tu no reconocido error. Piénsalo bien esta noche, y verás cómo Dios te ilumina. -Y usted, Sr. Andrés, cuando reciba el precio de su casa, y lo emplee en alguna otra obra que no sea ofensa de Dios, hará mucho bien en favor de su Alma y del Prójimo”.

Con este discurso parece que quedaron tranquilos, y se vio que se iban satisfechos. Besaron la mano al P. José, y se fueron. En este discurso se encontraba, pues, presente el Sr. Aniello di Falco, y quedó atónito ante las palabras ardientes del P. José, de forma que le tomó gran afecto y devoción, diciéndole que su Palacio estaba vecino a la Comedia, si lo aceptaban para hacer allí una iglesia, le ayudaría en cuanto pudiera; y si quería ir a su Casa, le daría con facilidad cuanto necesitara. Le agradeció el Padre la caridad, y le dijo que, si le hacía falta, la aceptaría, sin darle otra retribución que hacer oración por él y por su Casa.

Enardecieron tanto estas palabras el corazón del Sr. Aniello di Falco, que, al llegar a Casa, se lo contó todo a la Sra. Lucía Giordano, su madre, a la Sra. Delia Tagliaferro, su mujer, a la Sra. Angélica di Falco, su hermana, al Sr. Vito Giacomo Ferraiolo, su cuñado -marido de Angélica- a Juan Antonio di Falco, su hermano, ingeniero. Dijo que un Padre quería comprar la Casa de la Comedia para poner allí las Escuelas Pías, y le parecía era un santo, a quien había ofrecido la casa de ellos, y parecía la había aceptado, y que, como eran forasteros y no tenían dónde vivir, si les parecía bien le dieran alojamiento en la casa vecina a ellos, mientras solucionaban la que estaban tratando de comprar.

7.- La respuesta pareció bien a todos, en particular a la Sra. Angélica y al Sr. Vito Santiago, su marido; hasta tal punto, que le dijeron no perdiera tiempo y lo mandara venir. A la mañana siguiente fue el Padre a ver de nuevo el sitio, y tratar con el Sr. Andrés della Valle; encontró a algunos Complatearios que hablaban de esta fundación, que también ellos querían cooperar en no cambiar el lugar de la Duchesca, ya propuesto por el Sr. Regente Tapia. Éstos eran Juan Bautista Aurilia, Maestro de Actas de la Cámara de la Sumaria, Nunzio Grassi, Curial, Juan Andrés de Auxiliis, Vito Santiago Ferraiolo, y otros convecinos, que se habían enterado de que algunos otros Señores pretendían hacer la fundación en otros lugares que ya le habían ofrecido al mismo P. José, e incluso hacerle también un Noviciado a sus expensas (como el mismo Padre escribió también a Roma, al P. Santiago [Graziani] de San Pablo, con fecha 13 de noviembre de 1626, con estas precisas palabras: “Me han ofrecido cuatro lugares en lo mejor de Nápoles, e incluso para Noviciado”.

Comenzaron estos Complatearios a reflexionar con el P. José, Fundador, para que no cambiara de pensamiento, aceptando otro lugar; que ellos mismos tratarían con el Sr. Andrés della Valle, que ya estaba en casa, y se comprometían a pagar los intereses del precio, en nombre propio, hasta que se pagara por completo; que considerara que se evitarían muchas ofensas a Dios por medio suyo y de su obra; que ellos mismos lo tratarían con el Sr. Regente Tapia, para que retirara a todas las mujeres públicas de aquel barrio, siendo además Médico de él el Sr. Vito Santiago Ferraiolo, uno de sus Complatearios.

8.- Quedó muy consolado el Padre con estas palabras, y le dio palabra de que, viniera quien viniera, y con cualquiera oferta, no cambiaría aquel lugar, sólo para gloria de Dios y salvación de las almas. Y, en cuanto a echar a las malas mujeres, sería cosa buenísima, para que no vieran malos ejemplos los alumnos que vinieran a las escuelas. Y en cuanto a las otras cosas, Dios proveería de cuanto fuera necesario, por medio de ellos, pues tenían fe en que, con su gracia, nada faltaría. De esta manera, se concluyó que ajustaran el precio de los locales de la Comedia como era justo, para que el Sr. Andrés della Valle quedara satisfecho. Y, como Francisco Longavilla ya se había tranquilizado, estaba arrepentido de sus errores, ahora esperaba que sus cosas profanas se convirtieran en cosas espirituales, yal como le habían prometido.

Se hizo la compra de la Casa del Sr. D. Andrés della Valle, y redactadas las minutas, los complatearios se obligaron a pagar los intereses, hasta el pago de todo el precio, como consta en una Póliza de la Sumaria de la Anunciación de Bari, hecha por Juan Bautista Aurilia, de 50 ducados, en que se tasó la compra de la casa, el 19 de agosto de 1627, y otros 26 ducados en depósito del Banco, en septiembre de 1626. El Instrumento de la venta de la Casa lo hizo el Notario Domingo Perolo. Hicieron lo mismo otros Complatearios, que, para no alargar tanto la historia, no nombramos; baste con insinuarlos.

El Sr. Aniello di Falco no perdía tiempo. Pidió al P. José que aquella mañana se quedara a comer con él, porque ya era tarde, y su Señora Madre tenía también ganas de conocerlo; que le hiciera este favor, porque consolaría a todos. Aceptó el Padre la piadosa demanda del Sr. Aniello. Fue allá, y encontró a la Señora Giordani, Madre de la Sra. Delia, su mujer, la cual avisó enseguida a la Sra. Angélica di Falco, su cuñada, que vivía en la Calle Principal -que va de Porta Capuana a la Anunciación- con la embajada de que había ido a su casa el Padre Santo; que quería hacer la Iglesia donde la Comedia, que viniera a verlo, que la conversación que les ofrecía le revelaba como tal.

9.- Cuando llegó a Casa el Sr. Vito Santiago Ferraiolo, el marido, después de la visita de los Enfermos, enseguida fue con él. Al ver al Padre, se alegró mucho de la obra que quería hacer; dijo que ella quería dejar la casa donde estaba y se iría junto al hermano, para estar más cerca de la Iglesia nueva que se iba a hacer. El Padre mientras tanto continuaba aconsejando alguna cosa espiritual, que enardecía el ánimo de los presentes.

Comieron todos juntos, mantuvieron con él familiaridad que pudieron, y prometieron ir con sus Compañeros a vivir en su casa, que tenía capacidad hasta para dar las clases, mientras se acomodaba el comedor, y el Convento, para la estancia de los Padres, a los que nada les faltaría, en cuanto pudiera.

Les agradeció el Padre tanta caridad, y para hacer que no perdieran el mérito, aceptó su piedad, ofreciéndose a hacer oración, pidiendo a Dios por ellos; que nunca se olvidaría de ellos en todas sus acciones -como procuraría que hiciera toda su Orden-, con lo cual quedaron ilusionados, y deseosos de que volviera pronto.

El Sr. Aniello di Falco tenía un llaga incurable desde hacía muchos años, que nunca había podido sanar. Se la enseñó al P. General, pidiéndole que hiciera la señal de la cruz sobre la pierna de la llaga incurable, y enseguida quedó sano, lo que aumento más el crédito y la devoción hacia el Padre y sus Compañeros. La Sra. Ana María di Falco, hija del Sr. Aniello -a quien su padre le había contado todo el Sr, Aniello, su padre, y la Sra. Delia, su madre, y había visto también la señal de la llaga en la pierna de su padre muchas veces, cuando él se la enseñaba- se lo dijo todo al P. Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara, el 1 de septiembre de 1672, cuando este Padre le preguntaba si sabía alguna noticia del P. Fundador, porque conocía los favores que la Orden había recibido de su Casa. En cuanto el Sr. Aniello oyó que el Padre había aceptado venir a su casa, mandó murar algunas puertas de su Palacio, y preparar alguna estancia para los Padres; e hizo colocar un altar en un ángulo bajo la Casa, hacia la calle que ahora va desde la Calle Principal a la portería, para que el Padre pudiera decir la Misa; y preparó otras habitaciones para que, cuanto antes, se pudieran abrir allí las escuelas, lo que siempre andaban pidiendo.

10.- Entre tanto, el P. José escribió a Roma, para que vinieran otros individuos, como vinieron. Abrieron las escuelas el día 2 de noviembre del mismo año 1626, como se deduce de la misma carta escrita desde Nápoles al P. Santiago [Graziani] de San Pablo, el día 10 de noviembre, donde se dicen estas precisas palabras: “A los ocho días, han venido cuatrocientos niños a las nueve clases, sólo de los barrios vecinos” Esta carta quedó en Roma con las demás, en el Archivo de San Pantaleón. De donde se deduce que la fundación se hizo en casi un mes, como dice la misma carta; porque la primera carta era del 23 de octubre de 1626 y la segunda del 10 de noviembre de 1626.

Comenzadas las clases, vino a verlas el Emmo. Sr. Cardenal Buoncompagni con el Sr. Alejandro Luciani, su Vicario General, y otros Canónigos; y luego, con su ejemplo, mandaron a otros Sres. Titulados y Caballeros, a ver el modo de enseñar, tanto las letras como el espíritu. El P. General daba la clase de escribir y Ábaco.

Entre tanto, el edificio de la Iglesia se iba construyendo, para acomodarla lo mejor que se podía, a fin de se pudiera decir la misa cuanto antes, preparar algún local para habitación de los Padres, y, poco a poco, completar los locales para las clases. Y se iba pensando qué se podía hacer para suministrar los utensilios, los enseres, y la ropa blanca para la nueva casa, a parte de otros gastos que habían hecho para acomodar las clases ya comenzadas.

11.- A todo esto, la Sra. Angélica di Falco propuso que el Sr. Vito Santiago Ferraiolo, su marido, le diera Carroza y buscara un caballo, pues estaba animada a proporcionarle todo lo que fuera necesario.

El Sr. Vito Santiago y sus Parientes enseguida concluyeron que hiciera lo que le pareciera mejor; pero deseaban saber qué debía hacer, para que el negocio resultara como había propuesto, y con todo el honor por parte de ellos. Les respondió que ella iría adonde todas aquellas Señoras a las que curaba el Sr. Vito Santiago, a pediría una cosa a unas y otra a otras, con la esperanza de obtener cuanto necesitaba, y así lo hizo.

Comenzó esta Señora con gran fervor, y recorrió casi toda la Ciudad, pues su marido era uno de los médicos principales de la Ciudad, y en pocos días encontró la tela para hacer los jergones, toallas, sábanas, vasijas para la cocina, camisas, y otras telas para adornar la Iglesia; y también para comprar las mantas para las camas, y todo lo necesario para la Casa. Y después comenzó desde cero, a buscar lino, cáñamo, estopa, que daba a hilar a sus conocidas y amigas, todas las cuales hacían la caridad con mucho gusto. De esta manera, la Casa fue equipada con todo lo que necesitaban los Padres. Pero no se contentó con esto, sino que abasteció la despensa de lo necesario; y siempre andaba ayudando con nuevas cosas, como su los Padres fueran hijos; con tanta bondad, que todos se maravillaban.

12.- Se atendía a las clases con grandísimo fervor, mediante otros individuos llegados de Roma, y, mientras tanto, con mucha frecuencia iba a visitarlos el Sr. Andrés della Valle, antiguo dueño de la Comedia, desaparecida del todo, y Francisco Longavilla, que siempre exponían sus cosas y pensamientos con el P. José, Fundador. Y con este ejemplo, enviaban también a Juan Antonio di falco, primo hermano del Sr. Aniello y de la Sra. Angélica di Falco, que era hombre muy tranquilo y prudente, ejemplo para muchos, al ser hombre del todo íntegro, aunque dado a los sentidos. A estos amigos se unió otro, Valerio Fiorello, hombre de bien vivir, dado a los placeres y pasatiempos mundanos. Estos dos tenían sus casas vecinas a la antigua Comedia, desaparecida, y que se convertía en Iglesia. Iban con frecuencia (como ya he dicho) a ver las escuelas, y a escuchar las Conferencias que daba, cuando podía, el P. General. Los cuatro, enardecidos por el Espíritu Santo, hicieron tal cambio, que decidieron abandonar el mundo y darse del todo a Dios, lo que pusieron en práctica de tal manera, que los cuatro fueron grandes personas de vida ejemplar, y lograron gran conocimiento de las cosas del espíritu.

13.- Al 1º, que fue Andrés della Valle, inventor de Comedias y de estratagemas de Satanás, no lo llamaremos ya Sr. Andrés della Valle, sino Don Andrés, porque se vistió de hábito clerical, y murió sacerdote de grandísima perfección. El 2º fue Francisco Longavilla, que recitaba en las Comedias la parte de Enamorado. Éste convirtió todas sus malas actuaciones en cosas de espíritu, con las que, para ganar almas a Dios, no se saciaba nunca de inventar cosas nuevas, de las que se podrían escribir volúmenes enteros, que, para ser breve, dejo para otra ocasión. Puedo decir que yo mismo le oí pronunciar sermones en la Congregación de los Artistas de nuestra casa de la Duchesca, con los que entusiasmaba a quien le oía profundizar espiritualmente, como si hubiera sido un teólogo famoso; pero, como tenía mujer e hijos, quizá no pudo realizar lo que hicieron otros. A éste le ayudó mucho el P. Tomás [Almaniach] de la Pasión, de nuestra Orden, hombre verdaderamente perfecto en todas las virtudes, de integridad de vida, que siempre estaba en oración, y nunca dejaba de hacer la oración continua con los alumnos, a quienes dos veces a la semana daba Conferencias espirituales, pues era hombre doctísimo, todo lo cual lo había aprendido del P. Pavone, de la Compañía de Jesús, y, gracias a él se había hecho de las Escuelas Pías, pues vio que era su natural inclinación. Murió en Nápoles, en opinión de gran bondad, el año 1647, en la Casa de la Duchesca, llorado por todos sus conocidos y penitentes, a los que había iniciado por el camino del Cielo; y en particular por el Sr. Morante de Laurentiis, Maestro de Actas de la Cámara Regia, de cuya piedad hacia los pobres se podrían escribir volúmenes enteros; con él, y con la misma piedad, educaba también a tres hijos, llamados Francisco, Próspero y Juan Bautista. Éste murió de peste el año 1656, Rector del Colegio de Nápoles de la Compañía de Jesús; los otros dos están vivos, y son Maestros de Actas de la Cámara Regia. Hacen el mismo oficio que su padre, con toda exactitud y piedad, todos dirigidos por el P. Tomás, y todos honrados. Yo mismo, y cuanto he dicho arriba, es decir, que el P. Tomás tomó el hábito de las Escuelas Pías, animado por el P. Francisco Pavone, me lo dijo muchas veces el mismo P. Tomás, con ocasión de que me tenía de compañero en la Congregación del P. Pavone, en el Colegio de los Padres jesuitas, en donde día haber recibido la primera leche en el espíritu. La erección de esta Congregación de Curas seculares, donde se realizan muchos actos de virtud, explica la Sagrada Escritura y los casos de conciencia.

14.- El 3º fue Juan Antonio di Falco, citado arriba, el cual, habiendo dejado el mundo y sus vanidades, regaló su Casa para que en ella se pudieran las escuelas, y dio orden al Sr. Aniello di Falco, su primo hermano, para que dotara a una hija suya, y él tomó el hábito de las Escuelas Pías, y al cabo de seis meses, se ganó el Paraíso, habiendo ordenado antes el P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, Provincial, que hiciera la Profesión. El 4º fue Valerio Fiorello. También él donó su Casa a los Padres de las Escuelas Pías, anexa a la nueva >iglesia, que después fue convertida en Oratorio de los Artistas, que fue el primero donde se fundó dicha Congregación, y obra de la Congregación de la Purificación, que fue erigida por los Complatearios, llamada de los Nobles, y fue abolida a causa de la peste del año 1656. Este Valerio quiso también abandonar el mundo, y se hizo religioso; vivió algunos años con vida ejemplar, y luego murió en gran honor de todas las virtudes. A éstos se unieron otros dos, uno llamado Antonio Battaglia, arcabucero, que ejerció su oficio, junto a la fontana de Santa Catalina del Hornillo, para ir a Vicaría. Sobresalió tanto en espíritu, que fue el primer fundador de la Congregación de los Artistas, donde daba muchos consejos y documentos saludables. Murió con grandísima opinión de Bondad, del cual se hizo el retrato que se conserva en la Congregación de los Artistas, como primer fundador de ella. Yo lo he conocido y he hablado muchas veces con él. Me hablaba de la bondad del P. Tomás de la Pasión, que lo dirigía en el espíritu. Así que, si quisiera escribirlo todo, haría falta mucho tiempo para hacerlo. Considero que todas las cosas dichas hasta ahora son milagrosas.

15.- No quiero dejar de decir que a éstos se añade un actor, llamado Juan Bautista Rauzzino, que era compadre de Francisco Longavilla, e imitaba sus virtudes, que aún ejercita, pero como aún vive, no puedo decir más, sino que fue compañero de Longavilla del que Juan Bautista tiene su retrato; y a veces, cuando éste habla conmigo entra en tal fervor en ayuda de las almas, que causa maravilla, pues, sin saber leer ni escribir, echa tales sermones a la Congregación de los Artistas, que aterroriza a aquellos cofrades, siendo él el Prefecto.

Este P. Tomás, para ayuda de las Almas, siempre andaba estudiando cómo inventar cosas nuevas, según le inspiraba el Espíritu Santo; y para ponerlas por obra se las comunicaba a los penitentes que veía más aptos y fervorosos en el servicio de Dios y ayuda al prójimo, para que no quedara defraudada la Voluntad Divina. Le vino al pensamiento intentar, a toda costa, en cuanto le fuera posible, que todos observaran el precepto de la Iglesia de oír la santa Misa los domingos y demás fiestas de precepto. Consultó esta piadosa obra con el sr. Murante de Laurentis, su penitente, para ver cómo se podía poner en práctica. El Sr. Murante le respondió que le parecía no era mejor que Francisco Longavilla ni Juan Bautista Rauzzino. Y, en cuanto a cómo se podría practicar, se podría ir a aquellos lugares donde, por ganar dinero no se preocupaban de oír misa, y procurar llevarlos con alguna estratagema, pues a Longavilla no le faltaban invenciones; y si se descuidaba algo, él lo pondría de su parte. Llamó el P. Tomás a Longavilla y a Rauzzino, comenzó a exhortarlos para que encontraran la forma de que no cometieran tantos pecados mortales aquéllos que no oían la Misa las fiestas, que se encontrara tal modo, de forma que también ellos ganaran gran mérito ante Dios, lo que les serviría de perdón por sus pecados.

16.- Le respondió Longavilla que no se cargara con otro trabajo, que había pensado buscar algo de dinero con Juan Bautista Rauzzino, su Compadre, y el Domingo por la mañana llevaría con él a ocho sacerdotes a Capo di Chino, por donde pasaban continuamente muchas personas, que por el viaje y las ganancias no oían la misa. El sábado por la tarde encontraron a ocho Curas y les dijeron que si quería decir la Misa por ellos en Capo di Chino, les daría una buena limosna; pero era necesario dejar sus comodidades, y recibirían más satisfacción de la que pensaban. Y convenido, les dijeron que por la mañana, de madrugada, les esperaban en la Capilla en Capo di Chino que el domingo por la mañana se encontrarían al alba en el camino en la Capilla. Comenzaron a tocar la campana, y a todos los que pasaban les decían que esperaran un poco que se iba a decir la Misa; y les exhortaban a oírla con devoción, para que cumplieran con el precepto, que les darían una estampa; lo hacían con tal gracia y fervor, que todos se quedaban, pero los amos de los burros que llevaban a los viajeros no entraban, para que no se les marcharan sus borriquillos; pero Francisco Longavilla les prometía que se los guardaba él, que no tuvieran miedo; y de esta manera reunía a quince o veinte. Y terminada la Misa les daba a aquéllos una estampa, e incluso dinero para engatusarlos. Esto duraba hasta mediodía, con alegría general de todos; y a los sacerdotes les daban bastante más de lo que pensaban ganar. Así que ellos mismos solicitaban las fiestas para ir aquella función; y los dueños de los borricos decían a los viandantes que fueran ellos, porque en Capo di Chino había una misa preparada, sin hacerles esperar nada. Esta fue la lección que le dio Longavilla.

17.- Gran júbilo, alegría y contento recibió el P. Tomás con esta pía obra, y la fue aumentando, y haciendo que la continuaran otros operarios, pensando dedicar a estos dos a una obra más importante. Después que había puesto remedio fuera, intentó también remediar dentro de la Ciudad, atrayendo a los pobres inocentes, para enseñarles los rudimentos de la fe, hacer que oyeran la misa todas las fiestas de precepto, y por el día enseñarles las Doctrina Cristiana, dando a cada uno una estampa, un método fácil, para que los niños y niñas aprendieran lo que se les decía.

Iniciado todo por el P. Tomás, al Sr. Murante de Laurentis, a Longavilla y a Rauzzino les ordenó que el primer domingo fuera el mismo P. Tomás, Longavilla y Rauzzino con una campanilla, un crucifijo grande con un hasta larga, que llevaría un niño, y Longavilla y Rauzzino tuvieran una vara larga en la mano para que estuvieran quietos, e invitarlos, tanto a los niños como a las niñas de cierta edad. El P. Tomás iba detrás con su compañero, cantando el Paternoster, Avemaría, Credo, los Mandamientos, los Pecados Mortales, y otras devociones para la salvación de sus Almas, a fin de que grabándoselo poco a poco, fuera aprendiéndolo con toda facilidad, y que estuvieran atentos, como hacía él, y aprendieran de tal forma que después lo practicaran ellos con toda facilidad, dado que los niños con como papel blanco, que imprime todo lo que se escribe encima.

Cuando llegó el primer domingo, prepararon todo lo que había mandado el P. Tomás con toda exactitud, y, saliendo por los barrios de la Duchesca, siempre con licencia del Sr. Cardenal Filamarino, Arzobispo, convocaron a unos 400 niños y niñas, que, de dos en dos, con buen orden, primero iban las niñas con el Crucifijo llevado por una de ellas, con otras dos al lado; después iban los niños, respondiendo a lo que cantaba Francisco Longavilla, y Juan Bautista Rauzzino tenía que preocuparse de que estuvieran quietos; y subiendo hasta nuestra Iglesia, les hicieron oír la Misa. Y después el P. Tomás les hizo una exhortación, en la que no sólo lloraban los ignorantes niños, sino cuantos estaban en la Iglesia. Acabada esta función, les mandaron salir al camino, les daban una estampita a cada uno, y, poco a poco los mandaron a Casa; y el P. Tomás, todo contento y alegre.

18.- Cuando el Cardenal Arzobispo supo el modo y la facilidad que se usaba sintió grandísima satisfacción, y procuró también ayudarlo. No quedó aquí esta obra; porque Longavilla -con otros penitentes y devotos del P. Tomás- hizo una plancha de cobre para imprimir la obra con alguna instrucción, y la distribuía para que se viera el fruto que se sacaba. Yo puedo ser testigo de lo que se hacía, todo invención del P. Tomás, que procuró no sé qué limosna del Canónigo Navarella en Santa Paz, al sexto año del nombramiento, e hizo la Escritura con el Sr. Longavilla, de 1300 ducados, para que hubiera nuevos ingresos y poder comprar las estampas.

Hoy aún perdura esta obra, que continúa Juan Bautista Rauzzino con el mismo método; por la mañana los lleva a la misa, y por el día les enseña la Doctrina Cristiana, no sólo al barrio de la Duchesca, sino a toda la Parroquia de Santa María del Cancello, con ese fruto que experimentan las Almas.

Después de la peste del año 1656 Juan Bautista Rauzzino veía que, por la pobreza, no se acompañaba el Santísimo Sacramento a los enfermos desde la Parroquia de Santa María del Cancello, y comenzó a hacer una cuestación por toda la Parroquia, para lograr una cantidad de antorchas conveniente a tal ministerio e introdujo el manual especial del Sr. Domingo Saventi, de feliz memoria, para mandar acompañar al Santísimo con cuatro antorchas, cada vez que sale a los enfermos; y después de la muerte del mismo Sr. Domingo, la Sra. Victoria di Falco, su mujer, también ella continúa esta piadosa obra; y, enseguida que la avisan, envía las cuatro antorchas; y otras ocho Rauzzino, sin contar las que envían otras piadosas personas, que hacen lo mismo, ni las de Vicente, el del Remezzino, que es pobrísimo, -trabaja sólo con la aguja, pues es sastre-, pero encuentra muchas limosnas para hacer esta piadosa obra; y, como aún vive, no quiero decir más.

19.- No se tranquilizó el P. Tomás, sino mandó al Sr. Murante de Laurentis que hiciera también él alguna obra pía, para que los pobrecitos aprendieran los rudimentos de la fe, sobre todo los niños pequeñines; y se les podría dar alguna limosna para alimentarlos. El Sr. Murante se comprometió a hacer lo que pudiera. Comenzó haciéndolo dos veces a la semana. Ordenaba cocinar legumbres u otras cosas, de la siguiente manera: Ordenaba traer de la Casa una perola llena de cosas cocidas, y llamaba a muchos pobrecitos; les preguntaba si sabían las cosas necesarias de la fe, y les mandaba decirlas; y cuando no las sabían, se las explicaba a sus tres hijos, para que ellos se lo enseñaran. Terminada esta tarea, se ceñía un delantal blanco; luego decía a sus hijos, Francisco y Próspero, que cogieran la perola, mientras él y Antonio, con unas escudillas, distribuían a todos la menestra; y si no llegaba, les daba dinero. Un día encontró a tres viejos decrépitos que no sabían los misterios de la Santísima Trinidad, y comenzó a lamentarse con el P. Tomás de que, si no sabían estas cosas dentro de Nápoles, donde se hacen tantas obras pías, qué sería fuera, en las montañas. Todo esto lo he visto y sentido yo mismo, y se lo he contado a muchos con los que he conversado.

Después de la peste de 1656, Longavilla entregó la última limosna de 15 ducados anuales, que están en el Banco de la Santísima Nunciata, igual que los del Canónigo Navarella, para comprar estampas a los niños y niñas que oyen la misa los días festivos en la Cofradía de los Catecúmenos; y ésta lo hace con mucha piedad. Esto se ha hecho a fin de que no se pierda la obra, y con el consentimiento del Cardenal Filamarino, Arzobispo de Nápoles, de feliz memoria.

20.- Se ha hecho una gran digresión en otras materias, pero, conforme se vayan encontrando las cosas, se irán escribiendo; después, con la ayuda de Dios, las pondré en el orden apropiado a estas materias. Yo solamente me he propuesto recoger estas cosas, a fin de que, según pasa el tiempo, no se pierda la Memoria; así me lo ha pedido Fray Egidio de Marigliano, Padre de la Observancia Descalza de San Francisco, teólogo y lector en Santa María la Nueva, en Nápoles, en una ocasión, cuando le vi un librito de elogios, donde se contiene buena parte de la Vida del V. P. José de la Madre de Dios, Fundador de la Orden de las Escuelas Pías, escrito por el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, sacerdote de nuestra Orden, y dedicado al Papa Alejandro VII, de feliz memoria, el año 1664, editado en Roma a expensas de Fabio di Falco. Dichos elogios los sacó de la oración fúnebre del Venerable Padre, escrita doctamente por el P. Camilo [Scassellati] en el Colegio Nazareno, mientras allí era Rector, y luego segundo General, después de la muerte del Padre Fundador, y que ha publicado también obras de bellas letras. Hoy día es Asistente de la Orden y Rector del mismo Colegio Nazareno. He querido decir esto por consejo del mismo Fray Egidio, para que se sepa de dónde proceden estos elogios.

21.- Continúa la fundación de la Casa de la Duchesca, y se va de Nápoles el P. General.

Asegurada la fundación de la Casa de la Duchesca de Nápoles, el P. Santiago [Graziani] de San Pablo escribió desde Roma varias cartas al P. General, diciendo que el Sr. Cardenal Barberini (como se puede ver en las mismas) deseaba abrir nuestro Noviciado en Monte Cavallo, y era necesaria su presencia. El Padre le envió la Procura, para que pudiera resolverlo todo, consultando el parecer de Monseñor Bernardo Panicola, antiguo Obispo de Ravello y Scala. Y, a continuación, escribió a Mesina al P. Pedro [Casani] de la Natividad, que fuera a Nápoles cuanto antes, ya que aquella fundación no había tenido efecto, que esperara tiempos mejores para obtener el intento. El P. Pedro se puso enseguida en viaje, y se vino a Nápoles con la galera de Sicilia; esto fue el 15 de abril de 1627.

El 17 de abril de dicho año, escribió de nuevo al P. Santiago [Graziani] de San Pablo a Roma que no escribiera más al P. Pedro, dado que ya había venido de Mesina “y yo partiré, a lo más tarde, el sábado próximo, que será el 24 del corriente”

El 24 de abril de 1627 escribe de nuevo al P. Santiago de San Pablo que debía haber salido aquel mismo día en las galeras que iban a Civittà Vecchia, pero, por el mal tiempo, no había podido salir, pero saldría al día siguiente, 25 del corriente, domingo, con una Carroza de cuatro caballos, y en cinco o seis días llegaría a Roma. De forma que estuvo en Nápoles desde primeros de octubre de 1626, hasta el 25 de abril de 1627. En tan pocos meses se hicieron todas las cosas como he dicho, por las que se ve claramente que estaban guiadas por la poderosa Mano de Dios, y por obra del P. José, nuestro Fundador.

22.- Antes de salir de Nápoles, el P. José visitó a todos sus Amigos y devotos. Podemos imaginarnos cuánto sintieron su salida de Nápoles, al haber conocido en él tanta bondad e integridad de vida; sobre todo la Sra. Angélica y la Sra. Delia di Falco, a las que prometió escribirles con frecuencia, para su consuelo, tal como hizo. Muchas de estas cartas se conservan, tanto en el Archivo de Roma, como en Nápoles. Yo puedo dar testimonio de ello, pues las he copiado fielmente, y leído muchas veces todas las que he encontrado.

Encomendó todo al P. Pedro de la Natividad de la Virgen, que quedaba en su lugar; pero todo lo hizo con consejo de los Señores Complatearios y del P. Nicolás Antonio, de los Padres Jerónimos, quien le había ayudado mucho en la fundación. Este Padre era muy acreditado en toda la Ciudad, por ser hombre de letras y bondad de vida, que a todos daba consejos saludables y magníficos documentos. Muchos se hicieron religiosos por una consulta, y resultaron ser de buenas y óptimas costumbres. Murió este Padre en olor de gran siervo de Dios. Yo he hablado con él muchas veces, por orden de nuestro Padre José, desde el año 1643, cuando comenzaron nuestras más arduas persecuciones; y siempre me decía: “No sabemos lo que Dios quiere sacar de tantas persecuciones; que son grandes señales de que quiere probar y afinar la bondad del P. José”. Yo siempre salía consolado, y alguna vez me hacía llorar de ternura.

Dejó también la incumbencia de la construcción de los nuevos edificios, tanto de la Iglesia, como de la casa, al Sr. Vito Santiago Ferraiolo. Le dijo que pagara a los obreros con el dinero que llega de las limosnas, como se puede ver en las cartas escritas al P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, que después fue el Primer Superior de la nueva Fundación.

23.- Comenzó el P. Pedro [Casani] de la Natividad, Provincial, su gobierno en Nápoles con tanto fervor, espíritu y modestia, que se cautivó el ánimo de casi toda la ciudad, y muchos individuos pedían el hábito de nuestra Orden; pero, como aún no tenía lugar apropiado para el Noviciado, ni persona para atender a los Novicios, daba el hábito a algunos y los enviaba a Roma; entre ellos hubo algunos que resultaron buenísimos, tanto en las letras humanas como en el espíritu, de los que sólo mencionaré a tres, que podían competir con cualquier hombre docto; dos de los ellos fueron hijos de Aniello Apa, que era autor de Comedias, donde inventaba escenas improvisadas, y máquinas imaginativas, como las que no se veían iguales (su arte consistía en hacer frisos de seda). Éste tenía, además de los aquéllos dos hijos, que tomaron el hábito de las Escuelas Pías, otro llamado Cl. Tomás, que era un poco cojo; pero de ingenio tan destacado, y de espíritu tan devoto, al que el P. Fundador lo envió a Germania, a la primera Fundación, la de Nikolsburg; e hizo tal progreso en el modo de enseñar, que el Cardenal Dietrichstein lo estimaba tanto, que muchas veces iba a escucharle; y quedaba estupefacto viendo su modestia, espíritu y facilidad de enseñar, que, a veces, no era capaz de explicarse de dónde provenía tanta virtud, que atraía a los Príncipes del Imperio. Éstos iban a veces a buscar al Cardenal; pero él lo primero que hacía era llevarlos a oír al P. Tomás, del que todos estaban maravillados. Así que las Escuelas Pías lograron entonces tanta fama en Germania, que todos los Príncipes deseaban hacer una nueva fundación de la nueva Orden, introducida ya en aquella Región, tal como lo escribe el Venerable Padre al P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, de Roma a Narni, el 25 de julio, con estas precisas palabras: “Me escriben de Moravia que desean a un italiano, ya que durante todo el año pasado en aquellas escuelas tienen esperanza que vuelva a alzarse en pie el recuerdo del buen nombre que allí adquirió nuestro amado Hermano, y en especial el Emmo. Cardenal Dietrichstein. Espero que en el futuro haya cambios de maestros. Etc.”. Todo esto escribe de propia mano al P. Juan Francisco.

24.- No quiero dejar de decir que a este H. Tomás, mientras era clérigo, lo tenían de Portero en la Casa de la Duchesca, porque era casi deforme; tenía las piernas arqueadas, las manos casi atrofiadas, la cara oscura, y sufría alguna enfermedad.

Un día fueron dos Padres de San Francisco de Paula a la Casa de la Duchesca para pedir a un Padre que les hiciera alguna composición, pues tenían que celebrar la fiesta de su Santo. Encontraron a la puerta al H. Tomás; éste les preguntó qué deseaban. Le respondieron que querían hablar con algún Maestro que les pudiera hacer algunas composiciones para la fiesta de su Iglesia, con lo que suscitar más la devoción. Les respondió el H. Tomás que esperaran un poco, que él mismo se las escribiría, que los Padres estaban retirados, y era hora de silencio. Cogió el tintero, la pluma y un trozo de papel, y en un instante les hizo dos bellísimos epigramas, de los que aquellos Padres quedaron maravillados. Decían que, si el Portero hacía aquellas composiciones, qué no harían los Maestros de la escuela. Despidió el H. Tomás a aquellos Padres, diciéndoles que volvieran en cuatro o cinco días, que les daría el resto de las composiciones, como hizo; y con ellas entusiasmó a toda la Ciudad. Todo esto lo he oído contar muchas veces; lo contaban nuestros Padres, para ejemplo de los demás Jóvenes, y en particular, del P. Juan Lucas [di Rosa], de la Virgen, Provincial anterior.

25.- El segundo hijo de Aniello Apa, el frutero –éste era su principal oficio- fue el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, a quien tanto estimaba el venerable Fundador, como se puede ver en las cartas que le escribía, tanto en Narni, cuando era Clérigo, como en Florencia y en Nápoles; cartas que se conservan en el archivo de la Casa de la Duchesca, entre las Reliquias del P. José, el Fundador, copiadas por mí en un volumen de cartas, recogidas por donde pude encontrarlas.

Este P. Juan Francisco supo atraerse tanto la benignidad del Gran Duque de Florencia y de toda la Nobleza de aquella Ciudad, que lo tenían en gran estima y veneración. Él erigió una Escuela y una Cofradía de Nobles, a donde casi toda la Nobleza acudía a ser instruida por él, no sólo en las letras humanas, sino también en el espíritu, en que hizo gran provecho. Y dejó tal recuerdo, que su nombre permanecerá siempre, por muchos siglos.

No sólo fue óptimo Maestro, sino varias veces Superior de aquella Casa, de la que saldó muchas deudas, dejadas por el P. Mario [Sozzi]. Dejó enorme recuerdo de paz, mantenida en la casa, tal como se recoge claramente en las cartas susodichas, de las que, para no alargar tanto el discurso, no cuento todas las particularidades.

26.- El P. Apa compuso una Gramática en Florencia. La utilizó durante muchos años, y con ella obtuvo gran provecho entre los alumnos. Pidió licencia al P. Fundador para publicarla, y éste le respondió, con fecha de 22 de marzo de 1641, que llevara un ejemplar con él a Roma, al Capítulo General. Le decía exactamente:

“Al P. Juan Francisco de Jesús Nuestro Señor guarde del mal. Florencia. Pax Christi.

Desearía que V. R. se encuentre en Roma durante el tiempo del Capítulo General y traiga consigo la Gramática, bien escrita, para que se pueda tomar una decisión sobre la forma de publicarla; así pues, la Gramática venga a Roma, a toda costa. La presente carta le puede servir de obediencia. Allí le haré ver que le estimo más de lo que V. R. se cree. Acerca de su venida, le escribo al P. Superior, elegido vocal, para que venga en compañía suya y del P. Luis, que es cuanto me ocurre por ahora. Roma, a 22 de marzo de 1641. Siervo del Señor, José de la Madre de Dios”. Toda de su mano. Las demás confidencias particulares que tenía el V. P. Fundador con el P. Juan Francisco sobre las cosas de la Orden, se pueden ver en las castas que le escribía.

La Gramática la imprimió después el P. Juan Francisco en Nápoles, el año 1655, y fue elogiada por toda Europa. Encontrándome yo en Roma, me hablaron de ella por muchas partes, para que se la consiguiera, como hice muchas veces. Después, el año 1671 la buscaba un caballero, por la facilidad grande que había intuido ofrecía para la enseñanza a los niños rudos. Encontró una, por influencia de un libreo; la quiso a toda cosa, y pagó por ella un zecchino. Por este motivo, el P. Carlos Juan [Pirroni] de Jesús, Provincial de las Escuelas Pías del Reino de Nápoles, queriendo poner por obra un Decreto del Capítulo Provincial, sobre que se usara la Gramática del P. Juan Francisco de Jesús, mandó editarla de nuevo en el año 1672, y dedicarla al Sr. Nicolás, Juez, Príncipe de Colamara, y Correo Mayor de Su Majestad. Sacó también a la luz un Centenar de Ejemplos para la clase de lectura y escritura, obra que fue publicada en Génova, en Sicilia y en otros lugares donde están nuestras Escuelas. Y para no perderse en Nápoles su memoria, el mismo P. Carlos Juan, Provincial, ha ordenado publicarla el año 1672, y dedicarla, por tercera persona, al Sr. Marqués, D. Fernando, un libro del que los alumnos sacan gran provecho y utilidad, no sólo en los estudios, sino también en el espíritu, que es la finalidad de nuestro Instituto, como le escribía nuestro V. Padre al mismo P. Juan Francisco, cuando estaba en Narni.

De otras obras se hablará en otro lugar, de cómo y dónde las hizo, pero no quiero dejar de citar las obras espirituales compuestas por él, y representadas por sus alumnos Nobles en Florencia, con apariencias y bellísimas invenciones, lo que hizo que ordenara representarlas muchas, muchas veces, el Gran Duque, la Gran Duquesa, y los hermanos Príncipes; como también los dos Cardenales; Carlos y Juan Carlos de Medici, que no se cansaban nunca de oírlas y verlas representar. Si quisiera decir todo, no terminaría nunca de escribir, sólo he querido tocar la materia.

27.- El tercero es el P. José [Valuta] de Santo Tomás de Aquino, que vive aún, llamado ahora D. Tomás Vahesa, que, verdaderamente, entre los otros liberales, es un Arca de Ciencia, sobre todo en la poesía; escribía con tanta rapidez los versos retrógrados, que maravillaba por la celeridad y velocidad de su ingenio; ha publicado, y aún publica, muchas obras espirituales, de una forma maravillosa en sus innovaciones y agradables modos como sabe representar al vivo lo que dice.

En cuanto a las obras manuales o mecánicas, cuando llegó el Almirante de Castilla como Virrey de este Reino, lo llamaron los Diputados de la Ciudad para que hiciera algo vistoso para la fiesta de San Juan, y viera el gasto que significaría, porque se administraría todo el dinero que fuera necesario; que no mirara ningún gasto por grande que fuera.

Aceptó el P. José Vahesa la obra; hizo dos máquinas, una en la Plaza Ancha, y la otra donde los armeros, adonde se conduce toda el agua de las fuentes de la Ciudad; en una hizo representar cuatro sirenas que andaban dentro del agua por muchos y diversos caminos, y en la otra, cuatro musas con diversos Instrumentos, que iban sonando y moviendo los dedos, también debajo del agua; y una Dama con un Tamborcito sonaba también ella, de la misma manera. Hizo también muchas fiestas, tanto en la Ciudad, como para el Virrey, de muchas flores y figuras, tanto en la Ciudad, con gran ostentación, y otros esparcimientos con las armas de Rey, que admiró a toda la Ciudad, y aún lo conserva en la memoria. Yo lo vi todo con mis propios ojos. El ingenio de este Padre fue tal, que hasta lo he visto tocar muchos instrumentos en diversas ocasiones.

No quiero dejar de decir que, cuando salió el Breve del Papa Inocencio X sobre la destrucción de nuestra Orden, una tarde fui a hablar con él en su celda, para oír su parecer acerca de nuestras calamidades; me respondió que él quería ver, por vía de números, si nuestra Orden volvería a estar en pie como era antes. Cogiendo la pluma, en un trozo de papel hizo algunos números en presencia mía, y halló que la Orden de las Escuelas Pías debía resurgir mejor que antes, como sucedió en el año 1669, en el Pontificado del Papa Clemente IX, en el año tercero de su Pontificado; así que yo siempre le he considerado con grandísimo talento.

28.- Éste salió de la Orden por el Breve, y al hacerse Cura, fue empleado por el Cardenal Filamarino, de feliz memoria, Arzobispo de Nápoles, en el Seminario, donde ha estado hasta el año 1671, y ahora es Rector del Seminario de San Onofre, cerca de Capuana. Varias veces ha hecho instancia para volver entre nosotros, y nunca ha podido obtenerlo, para no abrir la puerta a los que abandonaron a la Madre en tiempo de tantos padecimientos y necesidades, como se dice en otro lugar.

29.- Vayamos ahora a los principales disturbios de la Orden, para hacer ver dónde estuvo el primer origen y la causa, y dónde comenzó el demonio a urdir la tela de nuestros sufrimientos; más se puede decir aún, no sólo hubo disgustos y persecuciones, sino, muy pronto Santidad, para reafirmar las virtudes y méritos de nuestro P. José de la Madre de Dios, Fundador. Algo de ello se irá viendo, al hablar de su paciencia y méritos con ella, y de otras virtudes sólidas, que demuestran lo que él mismo predijo que sucedería.

Yo creo que fueron cuatro, al principio, los grupos de nuestros Religiosos, quiero decir, estaban divididos en cuatro niveles: 1º los Sacerdotes, 2º los Clérigos, 3º los Hermanos Operarios, y 4º los Hermanos Laicos. Sacerdotes y Clérigos se dedicaban a enseñar en las escuelas la Gramática, la Retórica y la Prosodia. Los Hermanos Operarios podían enseñar en las escuelas elementales a leer, escribir y Ábaco; y los Hermanos Laicos realizaban las cuestaciones, hacían de porteros, cocineros, refitoleros, y otros servicios de las casas, conforme se lo ordenaba la obediencia.

Entre los Hermanos Operarios hubo tres en particular, que resultaron magníficos Abaquistas y mejores Matemáticos; progresaron tanto en los estudios de esta profesión, que todos los estimaban ilustres, como se verá a continuación. De éstos nacieron los primeros disturbios de la Orden.

Por la falta de individuos y multiplicidad de fundaciones, tanto en Nápoles como en Génova, tomaba el hábito en aquella Ciudad cualquiera que venía a pedirlo, sin diferenciar a unos de otros; bastaba con que supiera leer y escribir; enseguida les daban el bonete y eran puestos a dar clase; y cuando preguntaban a los Superiores cómo se debían portar, habiendo vestido para laicos, les respondían que se esperaran, que todos eran iguales. De esta manera empezaron a aprender alguna cosa, y se envanecían del bonete y del estudio. Por eso, los Sacerdotes y Clérigos se lo comunicaron al P. José, General, para que remediara tanto desorden.

30.- Una tarde fue el P. Vicente [Berro] de la Concepción, entonces clérigo, a llevar las llaves de la puerta al P. General, porque entonces hacía el oficio de portero. Entrando en la celda y recibida la bendición, encontró al Padre llorando desconsolado. El P. Vicente, como era muy querido por el Padre, le preguntó, con grandísima instancia, por la razón de su llanto. El Padre trató varias veces de responderle con palabras equívocas; pero, finalmente, tanto le importunó, que le dijo: “Lloro porque el P. Pedro [Casani], en Nápoles, da el hábito a cualquiera, y el P. Francisco [Castelli], en Génova, hace lo mismo, sin diferenciar entre clérigos, hermanos operarios, y hermanos laicos. No se dan cuenta de que destruyen la Orden, ¿y quiere que no llore al ver tanta ruina?”.

El P. Vicente comenzó a consolarlo, diciéndole que lo remediara de algún modo, para que no lo hicieran, porque era una cosa tan perjudicial, y le respondió que ya lo había hecho, pero ellos querían obrar a su manera; que no lo podía remediar tan fácilmente, pues no tenía personas suficientes para enviar allí, ya que casi todos eran jóvenes y sin experiencia. “Ellos, que debían mantener el decoro para multiplicar más escuelas, para atender el número de alumnos, hacen un daño notable, perjudicial a la Orden”.

El P. Vicente me ha contado esto a mí mismo muchas, muchas veces, cuando, a en ocasiones, íbamos juntos para hacer encargos de la Casa de San Pantaleón de Roma; y lo decía con tal sentimiento, que daba como seguro que era profecía del P. General la destrucción de la Orden.

Los tres hermanos operarios que resultaron eminentes en Ábaco y en Matemáticas fueron el H. Francisco [Michelini], nacido en la Sabina, Ambrosio [Ambrosi], en Roma, y Salvador [Signorini] en La Cava. Los dos primeros progresaron tanto en estas Ciencias, que Francisco comenzó a enseñar al Príncipe Máximo y al Príncipe Leopoldo (futuros Cardenales), hermanos carnales del Gran Duque de Florencia. Les cogió tal afecto, que les dieron habitación en el Palacio, con toda comodidad, asignándoles su parte, como también al Acompañante. Ambrosio se dedicaba a la Escuela, con el P. Clemente [Settimi] de San Carlos, y, con frecuencia, iban a comunicar sus dificultades a Palacio junto con Francisco; otras veces, iba allí el Gran Duque, a escuchar con curiosidad lo que estudiaban sus hijos.

31.-Aquí comenzó el demonio a soliviantar a dos, es decir, a Francisco y a Ambrosio, Hermanos Operarios, que, como eran muy doctos y recibían muchos favores, pensaron escalar al ministerio del sacerdocio

Pasó tan adelante la tentación, que hablaron muchas veces de ello con los Príncipes, para que el Gran Duque, su hermano, escribiera al P. General, y les enviara las dimisorias para hacerse sacerdotes. Aquéllos, como Príncipes benignos y discípulos del H. Francisco les prometieron hacerlo con todo interés.

El Gran Duque escribió al P. General que, en atención a él, ordenara sacerdotes al H. Francisco y al H. Ambrosio, de los que estaba agradecido por ser Maestros de sus hermanos, y les manifestaba su protección, como suelen hacer tales Príncipes.

El P. General les respondió que con gusto hubiera atendido a Su Alteza, pero que, como éstos dos eran Hermanos Operarios, a pesar de llevar bonete, sin embargo, no podían ascender al sacerdocio, ni ellos mismos lo podían pretender, habiendo tomado el hábito para tales; y, además, si hiciera esto, se produciría un tumulto en toda la Orden, pues todos otros Hermanos Operarios con dotes mayores que ellos entablarían pleitos, pretendiendo ser sacerdotes también ellos, con otras excusan y exhibiciones.

Llagada la respuesta negativa, propusieron a los Príncipes que, como el P. General se lo había negado, lo que nunca hubieran pensado, se podría obtener de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, pues al Gran Duque no le faltaban medios para conseguir su intento.

Consideraron esto como cuestión de honor, y comenzaron a decir a aquellos Príncipes que, pues el Gran Duque no había obtenido esta gracia del P. General, sería bueno escribieran a alguna persona, para obtenerlo de la Congregación de Obispos y Regulares, dado que el Cardenal Carlos era de esta misma Congregación, y, con una simple recomendación se lograría. Así lo hicieron; y dijeron a aquellos Señores que escribieran. La Congregación hizo el Decreto para que fueran ordenados, y enseguida, sin perder tiempo fueron expedidos los Breves, para que fueran ordenados en tres días festivos, como se hizo. Los dos dijeron la Misa con toda solemnidad, a la que asistieron los mismos Príncipes, que, para hacerse honrar, hicieron lo que los nuevos sacerdotes les pidieron.

32.- Los Hermanos Operarios que había en Florencia dieron parte enseguida a Roma al P. General, y que, como éstos habían recibido este favor de decir la Misa, también ellos le suplicaban poder ascender al sacerdocio, pues eran tan capaces como aquéllos que habían dicho a Misa; que habían hecho la profesión antes de los 21 años, que todos pretendían ser clérigos, y ya nunca más Hermanos Operarios. Escribieron también sus pretensiones a los Hermanos Operarios de otras Casas, y que cada uno podía pretender ser sacerdote, lo mismo que aquéllos dos lo habían obtenido mediante un favor. Con lo que se produjo tan desconcierto por toda la Orden, y prendió tanto el fuego que, hasta a algunos Hermanos Laicos comenzaron a decirles que habían hecho sus votos antes de los 21 años, y podían también ellos ser declarados Clérigos; de lo contrario, enviaran un Memorial a la Sagrada Congregación, para que declarara nulos sus votos; y querían salir de la Orden con tales razones e impertinencias, que no se sabía qué remedio aplicar.

El P. Fundador procuraba ingeniarse con buenas palabras, prometiéndoles que cuanto antes se haría el Capítulo General, y en él se tomaría alguna resolución para darles gusto.

Entre tanto, corrían los Memoriales por la Congregación de Obispos y Regulares, muchos de los cuales querían probar la nulidad de las Profesiones, o que no tenían la edad cuando las hicieron; o por haber interrumpido el Noviciado, o no haberlo hecho en una Casa que no era asignada como Casa de probación, y otras pretensiones. Así que el Papa, para truncar estas disensiones, constituyó una Congregación particular, y, por eso, de algunas Provincias enviaron algunos Padres delegados, para que se opusieran a los Hermanos que pretendían la ruina de la Orden.

33.- Hubo9 una asamblea de los Padres de Nápoles, delegaron al P Vicente [Berro] de la Concepción, y al P. Juan Lucas [di Rosa] de la Virgen María, para que fueran a Roma a defender la parte de la Orden, pues en Nápoles había algunos Hermanos que pretendían, no sólo no dar clase, sino que se mostraban insolentes.

Algunos de éstos escribieron a Roma a sus secuaces que iban éstos dos, que los abochornaran, para que hicieran un ataque contra ellos. Era lo que querían oír los Hermanos de Roma. Cuando llegaron el P. Vicente y el P. Juan Lucas, tuvieron que hacer, para no recibir alguna afrenta. Así que el P. General, para evitar lo que pudiera suceder, ordenó a estos Padres que se volvieran a Nápoles, que había delegado al P. Antonio María para que defienda la Causa. Y, mientras tanto, intimó el Capítulo General, para encontrar el remedio más oportuno para definir esta Causa.

34.- Para evitar las dificultades, que cada vez iban creciendo más, el P. General pensó que sería bueno pedir al Papa que le diera un Protector; que quizá con su autoridad se sofocaría tanto incendio e inquietud por toda la Orden; y no faltaban aquéllos que, por sus faltas, echaban aceite bajo mano, para inquietar más.

Comunicó este su pensamiento con los Asistentes, y concluyeron que estaba bien solicitarlo; y echando cuentas sobre quién sería mas a propósito y Confidente, el H. Arcángel, de Gensano, propuso al Cardenal Cesarini, partidario suyo, pues era su vasallo, y había servido como Paje del padre del Cardenal, y con frecuencia había hablado con él de estos problemas. Esto ocurrió en abril del año 1636. Pareció bien la propuesta a los Padres, y, enviando un Memorial al Papa, les concedió el nuevo Protector, y como Viceprotector eligió a Monseñor Cecchino, entonces Auditor de la Rota, y muy entusiasta de nuestro Instituto.

35.- Habiendo tomado posesión el Cardenal Cesarini, comenzó a tener Congregaciones, para resolver lo que pareciera más conveniente; primero, con el P. General y los Asistentes, y después con el Viceprotector, otros Prelados, y también otros Religiosos experimentados en estas materias. Con frecuencia le llegaban Memoriales, tanto del Papa, como de la Congregación de Obispos y Regulares, que llegaban casi de todas las Casas donde había Hermanos Operarios y Hermanos Laicos, que pretendían ser declarados Clérigos, por haber hecho la Profesión antes de los 21 años; de lo contrario, que su profesión se considerara nula.

Discutido el caso en más Congregaciones, se resolvió, mediante Breve Apostólico, que, si se justificaba haber hecho la profesión antes de los 21 años, los que fueran aptos para ser Clérigos, fueran a Roma, a que los examinara el mismo Protector, y serían admitidos al Clericato, e incluso a las sagradas Órdenes. Con esto se tranquilizaron algunos; fueron a Roma, y los que fueron aprobados, fueron ordenados. Para serenar del todo este problema, y apagar el fuego, pareció bien, tanto al Sr. Cardenal Cesarini como también al P. General, que se intimara el Capítulo Provincial a todas las Provincias, y después, que el Capítulo General fiera intimado algún día de mayo de 1641, como se hizo.

36.- Convocado el Capítulo General y comenzadas las sesiones, comenzaron a ventilas la causa de de dónde procedía toda la ruina. Se concluyo que, tanto el P. Francisco [Michelini], Matemático, como el P. Ambrosio [Ambrosi], ya sacerdotes, fueran suspendidos de decir Misa, siendo correctos los Breves obtenidos para ordenarse, y delegaron a dos vocales del Capítulo General, que fueron el P. Juan Bautista [Andolfi] del Carmen y al P. Vicente [Berro] de la Concepción, para que obtuvieran de la Congregación que fueran suspendidos, y obtuvieron lo que les habían encomendado. Esto propagó más el fuego después del Capítulo General. En el mismo año 1641sucedió un caso memorable, que produjo grandísimo daño a la pobre Orden, sin ninguna culpa de nuestro P. General, como se dirá más adelante.

37.- Había un Padre de la Casa de San Pantaleón, llamado Pedro Andrés [Taccioni] que confesaba a la Sra. Dña. Olimpia Maidalchini y a todas sus hijas, que diariamente iban, con toda familiaridad, a nuestra Iglesia. Ésta era cuñada del Cardenal Pamfili, después Papa Inocencio X, y se llamaba Dña. Olimpia Pamfili.

Este P. Pedro Andrés, de un Castello llamado Vecchiano, cerca de Nursia, que aún vive y está en Foligno, y tiene en el pensamiento una Congregación de grandísimo Espíritu, donde, con licencia de nuestros Padres Generales ejerce muchos actos de virtud y piedad entre aquellos congregantes.

Ocurrió en una ocasión a dicho Padre que, teniendo que tomar marido no sé qué penitente, convino un matrimonio contra los estatutos de nuestras Constituciones. Esta joven pretendía a otro igual a él, sobrino de un Padre importante de la Observancia de San Francisco, que estaba en Araceli. Éste fue e encontrarse con el P. Juan Andrés, y le pidió que le hiciera el favor de que no siguiera adelante este matrimonio, de lo contrarío sucedería un gran escándalo, en relación con una persona. Le respondió que el matrimonio estaba tan adelantado, que no se podía hacer otra cosa.

Disgustado el Padre, se sirvió de la autoridad del Cardenal Cesarini, Protector, comentándole el hecho. Le dijo que si Su Eminencia no procuraba a salir de Roma al P. Pedro Andrés, amenazaría un gravísimo peligro, el de ser asesinado por los parientes, porque el matrimonio no era de igualdad de sangre.

El Cardenal le prometió hacerlo cuando fuera informado del hecho poer otra persona, y con esto despidió al Padre.

38.- Hechas las diligencias, encontró que era cierto lo que le había dicho el P. Franciscano, así que, para evitar lo que pudiera suceder, dijo al P. General que enviara cuanto antes fuera de Roma al P. Pedro Andrés, diciéndole que era muy necesario.

Replicó el P. General al Cardenal Protector que este Padre se cuidaba de las confesiones en la iglesia, y confesaba a muchas señoras, y en particular a la cuñada del Cardenal Pamfili y a toda su familia, de donde podía surgir algún problema que causaría mal efecto; que era mejor mortificarlo de alguna otra manera.

Le respondió el Cardenal que lo enviara fuera absolutamente, porque se había comprometido.

Finalmente, para no contradecir la voluntad y los compromisos del Cardenal, el P. General llamó al P. Pedro Andrés y le dijo que se preparara para ir a Nursia, cerca de su pueblo, por algún tiempo, que esa era la orden del Protector. Y, pasado un poco de tiempo, le mandaría volver; que tuviera paciencia si dejaba a sus penitentes, que volvería de seguro.

El buen Religiosos aceptó gustoso la obediencia, pero, para no parecer que se iba a disgusto, le pedía si le concedía un tiempo para despedirse de alguna señora más devota, y después se iría. Le pareció bien al Padre la petición, y le dijo que sí, que fuera, que les prestara toda atención y comodidad suya, pero no se comprometiera con nadie, porque era cosa del Protector.

39.- El mismo día fue el P. Pedro Andrés a despedirse de la Señora Maildacchini, diciéndole que se veía forzado por la obediencia a irse a su pueblo por algún tiempo, y que, antes de salir, había ido a< despedirse, como era su obligación, como también de sus Señoras hijas; que, por esto, no dejaran la iglesia, que allí estaba el P. Castilla, que podía sustituirle.

Se extrañó mucho la Sra. Olimpia de esta repentina salida, y comenzó a decirle si era de su gusto salir, o era obligado por la fuerza, pues ella lo arreglaría todo sin dificultad. Le respondió que dejaba Roma con disgusto, sobre todo porque tenía muchas hijas espirituales y sentía mucho dejarlas; pero que, como Religioso estaba obligado a cumplir la obediencia. Y después de dar sus respetos a todas las hijas de la Sra. Olimpia y a las de Casa, se despidió, con la esperanza de salir a los dos días.

A la mañana siguiente la Sra. Olimpia fue a San Pantaleón, y ordenando llamar al P. General, le pidió el favor de que a toda costa no obligara a salir al P. Pedro Andrés, su confesor, porque sus hijas lloraban, y no encontraban paz.

Le respondió el P. General que sentía mucho no poder servirla, porque era orden del Cardenal Cesarini, Protector, a quien se lo había pedido muchas veces que no lo enviara fuera, pues estaba atendiendo a las confesiones de muchas señoras, y en particular de Su Señoría Ilma. y de toda su Casa; que se pusiera de acuerdo con el Sr. Cardenal Protector, que él estaba contento, y lo habría dejado cuando le pedía no salir.

Quedó convencida Dña. Olimpia, y le respondió que el Cardenal Pamfili, su cuñado hablaría con el Cardenal Protector, y esperaba obtener con seguridad la gracia; que quizá se encontrarían aquella mañana en la Congregación del Santo Oficio, en Palacio, y hablaría con ellos con toda eficacia. Y con esta esperanza se despidió dicha Señora.

40.- La Señora fue enseguida a buscar al Cardenal Pamfili, y con grandísima insistencia le pidió que le impetrara del Cardenal Cesarini el favor de que su Confesor se quedara en Roma; que el P. General estaba de acuerdo, y había prometido que se quedara hasta la respuesta.

El Cardenal Pamfili prometió hacer lo que pedía, aquella misma mañana, pues ya tenía la orden de ir a Palacio, a la Congregación, donde hablaría con el Cardenal Cesarini, y esperaba conseguir el intento.

Cuando llegó a Palacio el Cardenal Pamfili, encontró al Cardenal Cesarini; le pidió el favor de no obligar a salir de Roma al P. Pedro Andrés de las Escuelas Pías, pues era Confesor de su cuñada y de sus sobrinas; que le habían pedido insistentemente que le hiciera esta gracia a él, en cuanto era servidor; y tanto más cuanto que el P. General estaba de acuerdo.

El Cardenal Cesarini le respondió que lo excusara, porque ya se había comprometido, y era necesario que saliera, pues había peligro de algún escándalo notable.

Quedó afrentado Panfili de tal manera, que hablaba solo, entre dientes. Terminada la Congregación volvió a Casa, y dio la respuesta a la cuñada, diciéndole que mandara a decir al P. Pedro Andrés, que, a pesar de todo, se fuera, que s su tiempo se lo pagaría; y que el Cardenal el Cardenal Cesarini le había dicho que estuviera algún mes fuera, que después lo llamaría.

Partió el P. Pedro Andrés para Nursia, y no se habló ya más de su retorno, por los incidentes de que luego sucedieron, como se dirá después.

41.- El mismo Protector había ordenado que echara de Roma al P. Mario [Sozzi] de San Francisco, de Montepulciano, al haber recibido más de una amonestación por ser inobservante, y haber dicho no sé qué contra el Cardenal Protector.

Le pareció bien al P. General mandarlo a Florencia, para que estuviera cerca de su pueblo. Lo llamó y le dijo que en Florencia hacía falta un Confesor, y había pensado enviarlo allí, cerca del pueblo; que se portara bien en la observancia, siendo claro con el Superior, y abandonara tanta familiaridad con los seglares, pues no producía buen efecto al estado Religioso ni al espíritu; y que hablara siempre bien de todos, porque en Florencia son muy delicados.

42.- El P. Mario salió para Florencia; se cogió la Confesión, y comenzó a actuar peor que en Roma, por lo que el Superior quiso vigilarlo. De vez en cuando, el H. Ricardo [Antoni] de San Felipe Neri, Sacristán, le encontraba, escondidas dentro del Confesionario y en otros sitios, cosas de comida, que le traían sus penitentes; por lo que fue advertido por el P. Juan Domingo [Romani] de la Reina de los Ángeles, de Cosenza, entonces Superior de la Casa, pero con poco fruto de enmienda. De aquí surgió cierta aversión de casi toda la Casa contra el P. Mario. Éste era de carácter aprensivo y melancólico, y siempre andaba rumiando, como si comiera.

Todo lo que he dicho arriba me lo contó varias veces a mí mismo dicho Hermano Ricardo de San Felipe Neri, en Narni y en Roma, en distintas ocasiones, cuando le andaba preguntando para saber la verdad del caso, de cómo comenzó la cosa del P. Mario. Este tal Ricardo murió en Narni, el año 1669, siendo sacerdote; fue uno de aquellos que antes habían sido Operarios.

Con estos disturbios comenzó el P. Mario a actuar como una víbora con casi todos los Padres de la Casa, y ha relacionarse con el P. Mucciarelli, Conventual, que era de Fanano, y Comisario del Santo Oficio de Florencia, al que contaba lo que decía y hacía en la Casa. Cuando lo descubrieron los Padres, le cogieron tanta rabia que a veces se burlaban de él; el P. Carlos [Conti] de San Gaspar, de Comitibus, Romano, lo llamaba Buey, y hacía alguna escenita que imitando a un buey, lo que encendía más el fuego.

43.- Ocurrió que, un domingo por la noche, como es nuestra costumbre y ordenan nuestras Constituciones, el P. Juan Domingo de la Virgen de los Ángeles, Superior de la Casa, dio una Conferencia sobre la mortificación de la semana. En la conferencia citó el Evangelio de San Juan. El texto era del Domingo 3º de Cuaresma, es decir, el de la mujer cogida en adulterio, y citó aquellas palabras: “Jesus autem inclinans se deorsum digito scribebat in terra[Notas 3]”. Y, mientras decía estas palabras, se inclinó a tierra, hizo ademán de escribir con el dedo, y, mientras hacía esto, dio la daba la espalda al P. Mario. Terminada la Conferencia, algunos de aquellos Padres se echaron a reír; y creyendo el P. Mario que todo lo había dicho por él, empezó a decir alguna palabra picante; y, para enfadarlo, con cierto humor, le respondía con palabras equívocas, fingiendo que no hablaba con él; mientras, rumiaba, a su estilo. Y el que rumia buey es.

44.- Por la mañana, el P. Mario fue adonde el P. Mucciarelli, Inquisidor del Santo Oficio, y le contó que el P. Juan Domingo, Superior, para vengarse, le había vuelto la espalda, y había escrito en tierra las palabras del Evangelio; que las había citado por él, como queriendo decir que le había despreciado; que procurara castigarlo, para que no cite las palabras del Evangelio por venganza, mezclando las cosas sagradas con las profanas; que claramente veía que lo perseguían por tener amistad con él, exagerando todo el caso, lo que produjo malísima impresión al Inquisidor.

Le respondió que lo investigaría, y, si encontraba que era cierto, lo castigaría, y lo quitaría de Superior; que era lo que quería el P. Mario, porque le andaba amonestando y castigando por sus inobservancias y faltas.

El Inquisidor mandó llamar a todos los Padres, de dos en dos, y examinándolos, les impuso el Precepto acostumbrado de que, bajo pena de excomunión, ninguno hablara de lo que les había preguntado; y, como vio que era verdad que había dicho aquellas palabras del Evangelio, lo privó, no sólo del Oficio de Superior, sino de voz activa y pasiva, y lo suspendió de decir Misa.

45.- Éste expuso el disgusto a todos los Padres, que comenzaron a dirigirse por escrito al P. General, para que lo cambiara de sitio, porque, mientras estuviera allí el P. Mario, ellos ya no podían estar; que habían perdido la paz del Cuerpo y la paz del Alma.

El P. General les respondió que tuvieran paciencia en medio de los disgustos, y soportaran las molestias, recibiéndolas de la Mano de Dios; que el tiempo descubriría la verdad; que las cosas que no comprenden los hombres en la tierra, Dios las aclara en el tiempo. Y con estos consejos los iba exhortando a estar seguros, sin dejarse tentar por el Enemigo inventor de desórdenes, viendo cuánto bien se hacía al prójimo en aquella Casa, y que todas eran insidias suyas, para apartarlos del bien obrar.

No se conformó el P. Mario con esta mortificación y castigo del P. Juan Domingo -anterior Superior de la Casa, destituido- sino trabajó para que fuera expulsado de Florencia, con otros cinco que eran los que le daban más fastidio, y más con sus burlas que con otra cosa. Éstos eran el P. Carlos [Conti] de San Gaspar, de Comitibus, romano; el P. Domingo [Barberini] de San Ignacio, boloñés; P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo, de Lucca; el H. Ricardo [di Carli] de San Felipe Neri, Sacristán, que era el que le descubría las llagas; y otros que no me vienen a la memoria.

46.- El P. Juan Domingo fue a Moricone, el P. Carlos de San Gaspar, a Pisa, el P. Domingo de San Ignacio, el P. Ángel y el H. Ricardo, a Roma; y de Roma, para evitar más molestias, procuraron ir a otras casas, a encontrar paz…

El P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, que daba clase de Nobles, tan estimado en toda aquella Ciudad, para no tener ver las cosas al revés, procuró ausentarse también él, pidiendo permiso a aquellos Señores para ir a su pueblo, pues había recibido de Nápoles noticias de la enfermedad de su padre. Así que la Casa de Florencia no sólo quedó privada de los mejores individuos, sino sometida y sin orden, en confusión, porque todos tenían miedo del P. Mario. De esta forma, él estaba orondo con aquello, pues casi todos eran suyos, obedientes a la fuerza, y ninguno tenía valor para remediarlo, por el favor que recibía del P. Inquisidor.

47.- En el mismo año de 1641, en Nápoles, cuando yo vivía allí, le sucedió un caso difícil al P. Vicente [Berro] de la Concepción, que entonces había venido de Palermo. Había escrito la Vida del Venerable Abad Glicerio Landriani, de nuestra Orden, por la devoción que le tenía; circunstancia por la que recibió tal disgusto, que estuvo a punto de morir. Mandó hacer muchas copias de ella, y dio una al P. Carlos [Patera] de Santa María, Superior de las Escuelas Pías de Porta Reale, y otra al Superior de la Duchesca; las demás las guardaba él.

Al llegar el día de la muerte del P. Abad Glicerio Landriani, el P. Carlos de Santa María, de la Casa de Porta Reale, mandó leer en el Refectorio la Vida del Siervo de Dios, escrita por el P. Vicente; lo mismo hizo también el Superior de la Duchesca, con agrado y satisfacción de todos los Padres y Hermanos, lo que produjo tanta devoción, que cada uno quería tener una copia.

No habían pasado ocho días, cuando el P. Vicente de la Concepción fue llamado por Monseñor Ricciarelli; que quería hablarle de algo importante; que fuera entonces mismo, sin decirle más.

Fue enseguida el P. Vicente, y volvió a casa por la tarde, muy tarde, con una tristeza tan grande, que no habló casi a nadie. Preguntándole yo qué le pasaba, que estaba tan apagado siempre, me respondió que no le pasaba nada.

A la mañana siguiente, muy temprano, sin decir Misa, fue llamado de nuevo. Salió de casa con el mismo que lo había llamado; no volvió a ella hasta por la noche, y parecía la efigie de la Muerte. Durante ocho días, aún continuó yendo fuera, de aquella manera. Se le veía como insensible y aturdido, y nunca podíamos saber lo que le había pasado, para estar con tanto silencio y tristeza.

48.- Llamó al P. Carlos de Santa María, y durante varios días se mantuvo como había hecho el P. Vicente; tampoco se podía saber lo que le pasaba; así que nuestras dos Casas estaban confundidas por esta novedad.

Pasados casi veinte días, los Padres Vicente y Carlos recibieron la orden de llevar todas la Vidas del P. Glicerio Landriani que habían sido publicadas y leídas en público refectorio, y se imponía al P. Vicente que no escribiera más sobre esta vida; que el P. Abad Glicerio era ya un gran siervo de Dios; que él lo había conocido en Roma, cuando era Vicegerente, y sabía lo que había sucedido, pues había sido uno de los Delegados de Congregación. Después de esto, el P. Vicente y el P. Carlos fueron liberados, prohibiéndoles hablar de ello.

Pasadas algunas semanas, se descubrió que el H. Antonio [Cannellas] de la Concepción, por haber recibido algún castigo del P. Carlos de Santa María, su Superior, dado su mal comportamiento -no pudiendo hacer otra cosa para vengarse, y hacer que fuera privado del cargo- lo acusó a la Santísima Inquisición, cuando era Inquisidor Monseñor Ricciarello, el causante de que se produjera este disgusto.

A este H. Antonio de la Concepción, lo llamaban Antonio del Diente, y fue uno de los Hermanos Operarios que se hizo ordenar sacerdote por fraude del P. Santiago [Cipolletta] de Jesús, en Frascati, que luego murió de peste el año 1656, en la Casa de Porta Reale.

49.- Continuemos ahora las cosas de Florencia, y lo que hizo el P. Mario [Sozzi]. Mientras el P. Mario tenía campo libre en la Casa de Florencia con el favor del P. Micciarelli, Inquisidor, se le presentó un caso desagradable; tan desagradable como el daño que produjo, por no ser una persona de doctrina ni de prudencia, como requería el caso.

Había en Florencia, en un Hospicio para educación de Jovencitas, cuya Fundadora se llamaba Faustina. Ésta las llevaba a muchas Iglesias, bien a oír Misa, bien a Comulgar, bien a la Doctrina Cristiana; pero sobre todo, iban a la Madonna dei Ricci, Iglesia de los Padres de las Escuelas Pías de aquella Ciudad.

El mismo año de 1641 fue Faustina con sus jóvenes a hacer la Comunión a la Iglesia de la Madonna dei Ricci, de los Padres de las escuelas Pías. Una de aquellas chicas conocía al P. Mario de San Francisco, como Confesor ordinario que era de dicha Iglesia, y le contó que a su Hospicio iban algunos jóvenes, y un Canónigo llamado Ricasoli, con otras personas, y por la noche se cometían faltas lujuriosas graves.

El P. Mario le dijo que fuera al día siguiente, cuando se explicaba la Doctrina Cristiana, y lo contara todo, que él lo guardaría en secreto, y ella recibiría los Consejos más convenientes. Despedida la simple muchachita, pensó cómo debía hacer para que aquel negocio le saliera bien.

Llamó a dos de sus confidentes, sin manifestarles nada, y los colocó en el sitio donde pudieran oír lo que la doncella le pudiera contar a él. Sólo les dijo que estuvieran atentos a la conversación que tendría con la doncella de Faustina.

Cuando Faustina llegó a la Iglesia con sus jóvenes, el P. Mario se encontraba de pie cerca del Confesionario -donde hay un atrio que va a Casa de los Padres- y allí colocó a los dos confidentes.

50.- Acercándose la muchacha, comenzó a hablar con el P. Mario, y le contó de viva voz lo que se hacía en el Hospicio, citándole a muchos de los que entraban cada día, y contándole lo que hacían por la noche, en la vigilia. Uno de ellos era el Canónigo Ricasoli. Terminada la conversación, dio a la muchacha algunas advertencias de cómo se debía portar; pero que de esto no hablara ni una palabra con nadie; y si le ocurría alguna cosa, volviera otra vez, que la escucharía gustoso. Y con esto, despidió a la joven.

El P. Mario preguntó a aquellos dos si habían oído lo que había contado la chica; y le dijeron que habían quedado muy maravillados del caso, del que ya habían oído algo. Luego, compadeciéndose la flaqueza de la naturaleza humana, se fueron de allí confundidos, y el Padre les dijo que no hablaran de ello.

No dejó el P. Mario de pensar, desde su oficio, cómo debía denunciar todo al P. Mucciarelli, Inquisidor del Santo Oficio, para remediar tan grave falta de pecados nefandos, como los que se cometían en aquel miserable lugar.

Notas

  1. El P. Caputi no podía entonces hablar de fama de Santidad de Calasanz.
  2. P. Juan García del Castillo.
  3. Jn 8,8.