CaputiNoticias02/51-100

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[51-100]

51.- El General respondió: -“Me extraña mucho que el P. Luti se comporte de esta manera con Religiosos. Padre mío, un mes es poco, hace falta más; os esperará cuatro meses; y no os pondrá ningún interés”.

El P. Buenaventura respondió diciendo: -“Padre Revmo., mañana van a ver las bodegas, y no tenemos un justificante que presentar; hágame, P. General, el favor de firmarme este quirógrafo, para que, si llega el caso, pueda enseñarlo”. Cogió el quirógrafo el Padre General y, donde decía que se esperaba [un mes], puso con su mano ´ cuatro´. Y, devolviéndolo al P. Buenaventura, le dijo que, si no bastaban, volviéramos adonde él. Mientras nos acompañaba, vio que salía el P. Loti; lo llamó, y comenzó a decirle: -“P. Loti, ¿cómo es tan cruel con estos Pobres Padres, a los que, por no esperarles un mes, hace tanto daño, obligarlos a vender sus bodegas? Sabe los sufrimientos que han pasado; añadir ahora sufrimientos a sufrimientos no es cosa propia de un Religioso. Recuerde que se trata de algo tanto nuestra como de ellos, porque todos servimos al mismo Dios”. El P. Loti quiso responder, pero el P. General le dijo:

-“Espere seis meses, y no les cobre ningún interés”.

52.- El P. Buenaventura respondió a esto, diciendo: -“Padre Revmo., ¿Quién tiene que pagar los gastos de la orden, pues nosotros somos Pobres y no podemos pagarlos?” Respondió el P. General: -“No paguen ningún gasto, que los pague el P. Loti”. Y -mirándole a él-: -“No les cargue ningún gasto”. Después de esto, el P. Loti no sabía adónde mirar, y nos acompañó a la puerta, no sabiendo ya qué hacer, para contentar al P. General.

53.-Nos dijo que estuviéramos tranquilos, e hiciéramos lo que había dicho el P. General; que él no haría otra cosa. Me preguntó cómo habíamos sido introducidos adonde el al P. General, ya que él había podido entrar con muchas dificultades. Le respondió el portero: -“Este Padre es paisano suyo, y lo conoce de Nápoles”. Desde entonces, cuando el P. Loti me encontraba por Roma, se hacía amigo mío, y me preguntaba cuánto hacía que había estado con el P. General, pues creía que iba allí con frecuencia.

Antes que pasara el mes, fue liberado el dinero del Monte de Piedad, y llevé la letra del Banco al P. General; éste me dijo que se la llevara al P. Loti, y me hiciera el recibo. La bondad del P. Vicente Carafa es conocida en todo el Mundo; de él se hacen procesos “auctoritate ordinaria”, y yo puedo gloriarme de haber sido su ayudante en cosas de piedad, como he dicho antes refiriéndome a los incurables, a los Pobres Enfermos y a los Empleados.

54.- A los quince días de venir el Vicario del Cardenal Filomarino, Gregorio Piccirillo, a tomar posesión de la casa de la Duchesca, algunos, Ambiciosos de gobernar, le insistieron en que volviera a nombrar el Superior de la Casa. Les dijo que vendría el jueves después de comer, porque había vacación de las Escuelas. Esto lo sabían pocos en Casa, pero enseguida se corrió por la casa, la misma mañana del jueves. La mayor parte de los Padres no éramos nativos de Nápoles, pero muchos éramos del Reino. Yo, como era Procurador de la Casa, nunca supe nada. Ocho Padres, en cuanto lo supimos, nos fuimos a la Casa de Posilipo a hablar con los Padres que estaba allí, sobre qué podíamos hacer, para no desviar votos a la jurisdicción del Ordinario, y el Vicario viera que la mayor parte de Padres Sacerdotes en casa no quería hacer una elección tan precipitada como iba a hacer; pensábamos impedirla, incluso acudiendo a los Reales; pero, a una consulta, nos respondieron que no lo podríamos conseguir, porque el Vicario ya había tomado Posesión, e incluso lo habían llamado los mismos Padres.

55.-Al volver por la tarde a Casa, ya nos encontramos con que habían nombrado a un nuevo Superior. Era el P. Marcos [Manzella] de la Ascensión, hombre verdaderamente de buena y recta intención, pero fácilmente se dejaba arrastrar por otros que querían libertad, y hacer sus gustos, con lo que a veces surgían discordias; y, para remedirlas no contaba más que con nosotros, los ocho que queríamos el bien general, cuya única finalidad era seguir adelante, de la mejor manera posible, pues estábamos bajo la Obediencia del Cardenal. En cambio, algunos de la parte contraria no tenían otra intención que acomodarse de alguna manera; por eso, cogieron el Breve; pero, de vez en cuando, faltaban cosas en Casa. Cuando se lograba descubrirlos, yo, como Procurador de la Casa les obligaba a dejarlas, como me ocurrió una vez en público. Uno había ordenado llevar a su casa una credencia; el Superior me llamó para que lo solucionara; llamé a los esbirros para que encarcelar a los obreros que se la llevaban fuera, a los que dije que la estaban robando. Al final la dejaron, con mucha vergüenza de quien se la llevaba a su casa. Esto ocasionó mayor malevolencia; pero no sólo contra mí, sino también contra el P. Vicente [Berro] de la Concepción, uno de los Padres Principales de la Casa.

56.-Cuando el anterior Superior, el P. Pedro [Corelli] de San Agustín, vio que las cosas se iban complicando, pidió licencia para ir a su Tierra de Bari durante dos meses; después solicitó el Breve, y no se le vio más. A pesar de todo, soportábamos con paciencia las molestias que sufríamos diariamente, conforme nos pedía desde Roma nuestro P. Fundador, lo que le causaba mayor dolor.

57.- Éstos tales tramaban una postura más fuerte, para tener mayor Campo de acción; su deseo era juntar una Asamblea, sin que nosotros supiéramos nada. La planearon, por una parte los de la Duchesca, y por otra los de Porta Reale. Para ello, se fueron a una Viña, para ver la manera de que fueran los de Posilipo, sin que en ella hubiera forasteros. En la Asamblea se propuso lograr que vinieran, desde Florencia, el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, y el P. José [Rossi] de la Concepción; y desde Roma, el P. Donato de San Miguel, y el P. Domingo Antonio [Morillo] de Jesús María, napolitanos, para que dieran las clases, quedándose ellos a observar; y otros, que ya tenían el Breve, echaban fuego encima. Escribieron a estos Padres a Florencia y a Roma, pero, como llegaron los calores, no pudieron venir hasta el mes de octubre siguiente.

58.- Otro día, sucedió que se llevaban un saco de libros de la biblioteca. Casualmente, iba yo a los aseos, cuando vi sobre la escalera a un joven con un saco a la espalda. Le pregunté qué llevaba; vi que eran libros, y le obligué a dejarlos. El que había ordenado cometer el hurto, que ya tenía también el Breve, se irritó aún más contra mí; pero, sin hacer caso de las palabras, estaban avergonzados, porque les decía que iba a hablar de ello al Cardenal, para que los castigara. Sin embargo, para que las cosas no se supieran fuera de Casa, andaban aguantando lo mejor que podían.

No quiero callar otro caso. Le sucedió un domingo por la mañana al P. Lucas [Orefice] de Santo Tomás de Aquino, de La Fragola. Fue llamado por el sacristán para decir la Misa, y, cuando volvió a la habitación, no encontró las mantas de la cama; comenzó a gritar por la Casa que le habían quitado las mantas, pensando que se trataba de alguna broma, como a veces hacían, pero no pudo nunca encontrar quién se las había llevado.

59.- De esa forma se iban llevando las cosas, sin saber quién era el ladrón. A veces se echaba la culpa a algún seglar conocedor de la Casa, y nunca se pudo encontrar la verdad. Así que el P. Marcos [Manzella], nuevo Superior, no sabía cómo arreglarlo; me pedía consejo, y le respondía que, para la tranquilidad y seguridad de la Casa, era necesario obligar a los que habían sacado el Breve, a que lo pusieran en ejecución, y se fueran a sus casas; de lo contrarío, cada vez sería peor, porque “si no se corta de raíz no habrá tranquilidad; y, necesariamente, que un día, a la fuerza se descubrirá todo, con grandísimo deshonor de nuestro hábito. Además, aquellos que quieren más libertad, si una vez se les niega, ellos mismos descubrirán todas las llagas, con grandísimo detrimento nuestro; porque vendrá el Vicario, querrá saber cómo qué sucede, y encontrándolos culpables, les hará lo que menos piensan”. Todo lo cual yo lo adiviné.

60.- A comienzos del mes de septiembre de 1646, el H. Antonio [Cannello] de la Concepción, llamado el del Diente, de Nápoles, comenzó de nuevo a hacer insolencias contra el P. Carlos [Patera] de Santa María, que había sido varias veces Superior de la Casa de Porta Reale, y le había mortificado; y también contra el P. Juan Domingo [Romani] de la Reina de los Ángeles, de la Ciudad de Cosenza, del que se ha hablado en la 1ª Parte. Les hizo tantas ofensas, que se vieron forzados a ir al Cardenal. Hicieron una instancia ante él, para que le castigara, porque no lo podían soportar; maltrataba a todos de la peor manera, y no parecía un Religioso de las Escuelas Pías; “y quiera Dios que algún día no haya algún escándalo. Y todo proviene de que se fía del P. Maestro…., (Así está en el original. El nombre de este Maestro se ha añadido después, como si aquí no se supiera) carmelita, teólogo del mismo Cardenal, que siempre le amenazaba con esto, y quería “dar leña a matar”.

El Cardenal mandó llamar al Sr. Luis Gennaro, su fiscal, y le dijo que castigara al H. Antonio de la Concepción de las Escuelas Pías, que estaba en Porta Reale, que inquietaba y maltrataba a todos de mala manera. “Encarcélelo y castíguelo como merece, y no le deje salir sin orden mía; pues no está bien que, mientras estos Padres están bajo mi jurisdicción, cometa estos excesos. Se trata de un Operario, pero, aunque fuera el Maestro…, mi teólogo, quiero castigarlo como se merece”.

61.- El Sr. Luis Gennaro, fiscal del Cardenal, cogió el Memorial, y montado en la Carroza, se fue a las Escuelas Pías de Porta Reale; encontró al H. Antonio de la Concepción a la puerta, como de costumbre, y, bajando de la Carroza, dijo: -“¿Qué hace, P. Antonio? Se imaginará que venimos a dar cuatro pasos juntos; que quiero ir a caminar, y no tengo compañía”. Le respondió que iría a servirlo como mandara, que le permitiera coger el Manteo y el Sombrero, y al instante se pondría a su disposición. Subió, cogió sus cosas, bajó, y partieron en Carroza.

62.- El fiscal comenzó a preguntar cuánto tiempo hacía que no había visto al Maestro…, teólogo del Cardenal. Siguieron hablando, y lo llevó al Arzobispado. Cuando estuvo en la sala del Tribunal del Vicario, llamó al Custodio de las cárceles, y le dijo que se cuidara de aquel Padre, hasta que él volviera. El H. Antonio, pensando que iba de broma, se echó a reír. Entonces el carcelero le sacó aparte, diciéndole qué pasaba; y, mientras estaban conversando, llegó un Palafrenero del Cardenal, y dijo al Custodio que lo incomunicara, que así lo había ordenado el Cardenal. De esa manera, sin ningún ruido, fue encarcelado, y así estuvo unos diez días, sin que nadie pudiera hablar con él, y alguna otra mortificación; porque tampoco nadie de nuestra Casa podía saber que había sido de él. Los Padres, que estaban tranquilos, pedían a Dios que no volviera a inquietarlos.

63.- El H. Antonio tenía una hermana carnal que vivía en los Mataderos de la Caridad, que era sobrina del P. Maestro Cirilo Autillo, teólogo del Cardenal; y, como hacía muchos días que no veía al H. Antonio, su hermano, pidió varias veces informes, para saber algo, y nadie se sabía darle información. Mandó llamar al P. Domingo [Tignino] de la Madre de Dios, napolitano, y Superior de la Casa, comenzó a decirle que quería información de su hermano, que tenía miedo le hubiera sucedido alguna desgracia, y que estaba dispuesta a acudir al Nuncio, para que le obligara, por la fuerza, a decirle dónde estaba; y que lo castigaría, pues no encontraba razón para que todos le dijeran lo mismo, y había hablado con varios.

El P. Domingo le respondió claramente que sólo sabía que “una mañana llegó aquí el Sr. Luis Gennaro; se fueron juntos en Carroza, y no lo he vuelto a ver más; no le puedo decir más que esto. Vaya, si quiere, al Nuncio, que, si me llama, le diré lo mismo; y Dios quiera que no vuelva más, porque ha tenido nerviosos a todos con sus despropósitos, con los que a todos molesta”.

64.- Aquella mujer comenzó a alterarse tanto, que parecía una furia infernal, amenazándolo con que iría al P. Maestro Cirilo Cutillo (así; el P. Caputi dice Autillo, que era teólogo del Cardenal, y lo castigaría. De hecho, se fue al Convento del Carmen, mandó llamar al Maestro Cirilo Autillo, carmelita, tío suyo, le dijo que el P. Antonio, su hermano, no se encontraba ni muerto ni vivo; que había ido a las Escuelas Pías de Porta Reale, donde unos le habían dicho una cosa y otros otra; que el P. Superior le había dicho que, una mañana, le había llamado el Sr. Luis Gennaro, que habían ido juntos en Carroza; que ya no lo había vuelto a ver; y que ojalá Dios quisiera que no volviera. “¡Vea si éstas son palabras que se puedan soportar!”. Y comenzó a llorar; que le hiciera el favor de decirle qué pasaba, y dónde estaba, para que, al menos, le pudiera enviar con qué mudarse.

65.- El P. Maestro Autillo le respondió, para tranquilizarla, que se informaría y le daría respuesta; pero temía que estuviera en prisión en el Arzobispado, por sus insolencias acostumbradas, “porque no se tranquiliza nunca”; y que, como lo había llevado el fiscal con él, de seguro estaba en prisión. “¡Dios quiera no sea una orden del Cardenal. Bien, veremos, lo que se pueda hacer, se hará; hoy no puedo, porque me encuentro muy impedido; mañana tengo que estar con el Cardenal, y procuraré enterarme de lo que pueda. Pero no como con furia, que, con palabras como las vuestras podría resultar peor”.

No por esto se tranquilizó la señora. Pidió al Maestro que, al menos, enviara a su compañero a que, de parte suya, se informara del carcelero; a ver si éste sabía si se encontraba allí, en prisión, un Padre de las Escuelas Pías, y no más; para que, al menos, estuviera segura de que estaba en prisión. El P. Maestro envió enseguida a su compañero, y preguntó al carcelero; éste le respondió que allí había un Fraile de las Escuelas Pías; que estaba apartado, y no hacía más que llorar; que tenía orden del Cardenal de que nadie hablara con él, sin una orden expresa suya; que estaba solo, y le llevaban pan y agua, como había ordenado el Cardenal; y no dejaba dormir a los demás que estaban cerca; que continuamente se lamentaba y lloraba; y que habían pensado tranquilizarlo, poniéndole los grilletes.

66.- Todo esto contó el compañero del Maestro; lo que, a su vez, le había contado el Guardián de las cárceles. Cuando la señora lo oyó, se arrodilló, y, suplicando al P. Maestro, le dijo le hiciera lo posible por remediarlo, por lo mucho que le quería que, a fin de cuentas, era también sangre suya; porque, al verlo destrozado de esta manera, ella estaba desesperada; y que lo hiciera cuanto antes, a ver si encontraba algún medio, y él no sufriera tanto. Le forzó tanto, para que, al menos, fuera aquella tarde adonde Luis Gennaro, a decirle que no le pusiera los grilletes, y lo liberara.

Fue el Maestro Autillo; se encontró al Sr. Luis, fiscal, y comenzaron a conversar sobre por qué estaba en prisión el P. Antonio, hermano de su sobrina, que le había forzado a ir a aquella hora tan tardía; le pidió que lo excusara, pero aquella bendita señora se quería suicidar, si no hubiera ido.

67.-El fiscal le respondió que el Cardenal estaba muy enfadado contra él, que inquietaba a todos, que los amenazaba, que quería apalearlos; y que, después de tener tanta paciencia, para que no sucediera alguna desgracia, los Padres venidos de Roma, personas de cualidades, habían recurrido ante él. “El Cardenal ha ordenado tenerle apartado, y mortificarlo con castigos; por eso, sería impertinente que yo hiciera algo, pues esta Causa la quiere llevar el Cardenal mismo; y yo no me atrevo a hablarle de ello.

Tomaron la decisión de que el P. Autillo, como amigo del Cardenal, le dijera que el fiscal había ordenado meterlo en la cárcel; se lamentara de que los parientes de un Padre de las escuelas Pías murmuraban por que lo había puesto en lugar secreto, y aún quería ponerle los grilletes; de que no estaba bien que un Religioso estuviera en las cárceles públicas; en cambio, como cada Superior de Provincia tiene sus cárceles, sería mejor entregarlo a los mismos Padres, sin decir que es un pariente suyo, lo que fácilmente hubiera rechazado el fiscal, y habría dicho que podía recibir alguna advertencia de Roma. Tanto convinieron entre ellos que podía hacer el P. Autillo, que el Cardenal mandó llamar a éste ara algunos asuntos, porque se fiaba mucho de él; a pesar de que se jactaba de ser su teólogo, y no era verdad, porque el teólogo era el P. Fray José de Rubeis, de la Orden de los Menores Conventuales de San Francisco.

68.- El Cardenal habló con él; primero, “de negotiis propriis”; y después de exponerle lo que quería que hiciera, el P. Autillo le prometió hacer lo que ordenaba. Pero le añadió que tenía que encomendarle un asunto de importancia. Le contó que había estado con él una señora, hermana de un Padre de las Escuelas Pías; que se lamentaba del Sr. Luis Gennaro, su fiscal, porque había encarcelado a su hermano, estaba aislado, y, además, querían ponerle los grilletes, sin que ella supiera la causa; que quería quejarse a Roma contra el fiscal; y que, si este Religioso había cometido alguna falta, debería haberlo y castigarlo, metiéndolo en las cárceles del Convento.

69.- El Cardenal le respondió muy enfadado, diciéndole: -“Es un insolente, y merece galera; ha amenazado a los Pobres Padres, a quienes siempre amenaza con apalearlos; me he informado de éste tal por distintas personas de la calidad, y nadie me habla bien de él; dejémoslo que sufra; luego veremos lo que se puede hacer; y, en cuanto a recurrir a Roma contra el fiscal, no me preocupa, porque lo puedo hacer, el Papa me ha dado la potestad; lo castigo, y se acabó”. Le respondió el P. Autillo, y le dijo, además: “Los Padres son Pobres, y no pueden enviarle de comer mañana y tarde; por eso, es mejor que lo tengan ellos con grilletes y esposas, si es que hace falta”. Tanto supo decirle, que le animó a hablar con el fiscal; que se remitía a él; pero viera si los Padres lo querían en la Casa de la Duchesca…(ilegible) pueda ir a Porta Reale.

El P. Autillo fue al instante adonde D. Luis de Gennaro, y le dijo lo que pasaba; y que iba a ir al Superior de la Duchesca de parte del Cardenal, para que lo recibiera, y así sucedió.

70.- El P. Maestro Autillo fue a la Duchesca con el P. Fray Tobías Coccia, hermano del P. Jerónimo [Coccia] de San Carlos, que había sido alumno nuestro: Mandando llamar al P. Marcos [Manzella], Superior, le dijo, de parte del Cardenal, que preparara una cárcel para el P. Antonio de la Concepción, para encarcelarlo en ella hasta que el Sr. Cardenal ordenara otra cosa. Añadió Fray Tobías que, entre tantas prisiones, lo metiera en una Celda, donde no hablara con nadie. Puestos de acuerdo, sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente los mismos Frailes lo llevaron a la Duchesca, y el P. Marcos lo colocó en una celda, al lado de donde estaba yo. Este Pobrecito, al entrar en la celda, comenzó a llorar a cántaros, sin poderse tranquilizar ni de noche ni de día, con lo que no nos dejaba dormir. Estaba tan humillado, que daba la sensación de haber cambiado.

Un día tenía que ir yo a Posilipo a cobrar de los Dependientes, que ya pagaban la lana, y me dio lástima de este Hermano que lloraba continuamente, y lamentaba su aventura porque lo quería ver, ni tampoco lo saludaban. Entré a la habitación para saber por qué lloraba tanto, y vi que no sabía conformarse con la voluntad de Dios -que había padecido tanto por nosotros- ni sacar provecho de lo que le enviaba; creyendo que con esto lo consolaba, más se irritaba, y más despropósitos decía. Así que, para distraerlo, le dije si quería ir conmigo a Posilipo, donde tenía que permanecer tres o cuatro días, para ajustar las cuentas con los Dependientes, luego iríamos al Socorro, a ver si, mientras tanto, las cosas se iban amortiguando.

71.- No le parecía cierto lo que le decía, y me respondió que cómo podía hacer, eso estando en prisión, donde nadie lo podía ver; y que si le hacía este servicio quedaría siempre obligado para conmigo, “pues es, verdaderamente, algo singular”. Le dije que me dejara actuar a mí, y no pensara en otra cosa.

Me fui adonde el P. Marcos, Superior, a pedirle un Compañero para ir a Posilipo y hacer mis negocios; que pensaba detenerme tres o cuatro días; ver allí las Cuentas de los Empleados, que ya habían… (ilegible) dar la lana y los intereses; y que luego tenía que ir a Salerno, para hacer en la Feria las provisiones de la Casa. El P. Marcos me respondió que no sabía a quién darme para que me acompañara al Puerto; que me embarcara, pero fuera solo, pues no tenía un Acompañante para ir a Posilipo a hacer mis negocios. Le replique que, si le parecía bien, llamaría al H. Antonio, “que no se tranquiliza nunca; quizá con esto se le pase la melancolía, y se recupere de tanto llanto”. -“¿Y si llega a saberse que, mientras debe estar en prisión, está fuera, qué haríamos?” –“Ninguno hablará, al contrario, todos estarían de acuerdo” -le respondí. Con esto, se conformó, y me añadió: -“Si quiere ir, que vaya”.

72.- Atracamos en Posilipo, donde estuvimos cuatro días. Terminados mis negocios, volvimos por tierra. Cuando fuimos a Palacio, me preguntó, por amor de Dios, que pasáramos por La Caridad, sólo en cuanto cogía una camisa que le diera su hermana, para poder mudarse, que no nos entretendríamos nada.

Me pareció justa la petición, pero le respondí que yo tenía que decir la Misa y no me podía entretener. –“No tengo más que hacer” –me replicó- y enseguida nos fuimos.

Cuando la hermana lo vio, no parecía creer que fuera él; pensaba que no saldría de la prisión, al menos por un año, como había dicho el Cardenal. Comenzó a exagerar muchísimo el haberle hecho este favor, de estar en Posilipo cuatro días alegremente, de haberlo liberado de una grandísima angustia; pero el resto lo esperara en Casa, para no ser castigado.

73.- Tanto me ofrecía la hermana, que parecía querer darme todo el mundo. Le respondí que no tenía necesidad de nada, que lo que había hecho lo había hecho como obra de Caridad, con todo afecto.

El H. Antonio no dijo más a su hermana, únicamente que acudiera siempre al P. Maestro Autillo, para que lo consiguiera liberar pronto, y que pudiera ayudarla; porque, de lo contrario, sus negocios andarían mal.

La hermana le dijo que estuviera contento, que no dejaría la empresa; que, si no lo conseguía, acudiría al espíritu Santo, para que cuidara más de cerca sus intereses, y la casa. Con esto, volvimos a Casa, se retiró a la Celda, y se le dio libertad para que pudiera ir a oír Misa y hacer la comunión con los demás; de esta manera, comenzó a conversar con todos.

74.- Después de unos días, vino el Sr. Luis Gennaro con el Secretario y Maestro de Actas del Santo Oficio. Mandaron llamarme, y dijeron que querían probar nuestro vino. Llamé al Cantinero y le dije que subiera vino. Fuimos al refectorio, saboreamos el vino, me preguntaron si todos los Padres bebían de aquel vino, y les respondí que en Casa no se bebía más vino que aquello, y todos bebíamos el mismo. No creyendo fuera verdad, quisieron ir a la Cantina a ver el barril, y comprobaron que no había más que aquél que habíamos gustado. Entonces me di cuenta de que era una invención peregrina del H. Antonio, como ya se ha descubierto, porque siempre preguntaban qué vino bebía P. Marcos, y dónde estaba, a lo que siempre respondimos que todos bebían aquel vino; y que el P. Marcos, aunque era Superior, no tenía ninguna cosa particular; que lo habían llamado fuera y no sabíamos adónde había ido, ni a qué hora volvería.

Antes de ausentarse, quisieron ver nuestra Celda, y dónde estaba una Madonna de cartón piedra, que hacía muchos milagros, y el P. Marcos llevaba a los Enfermos, a la que daban muchas joyas, que habían sido robadas una noche en la Iglesia.

75.- Les respondí que no sabía dónde tenía la Madonna; que sí era cierto que la llevaba a los enfermos, y era cierto que los que quedaban curados le daban alguna cosa para adornar el Cuadro, al que se había hecho una Cornisa Negra con un bellísimo cristal; que esta Madonna era antiquísima, estaba muy ahumada, era un bajorrelieve en cartón piedra; que se había limpiado lo posible, y tenía una grandísima devoción. Y que, como el P. Marcos sabía que algunos enfermos penitentes suyos la querían ver, para pedirle la gracia de sanar de sus enfermedades, y le habían dado muchos adornos de oro, plata, perlas y corales, y otras cosas preciosas, la puso un bellísimo cristal para defenderla del polvo, y la colocó en la Iglesia, en el altar de Santa Ana, para mayor devoción. Que entonces era yo sacristán, y al ir a la Iglesia muy de mañana, encontré a la Madonna sobre el altar, despojada de todo lo que tenía, la cornisa con el cristal sobre el estrado, y una escalera desde el Coro que fue introducida en la Iglesia; y visé al P. Marcos [Manzella] y al P. Francisco [Trabucco] de Santa Catalina, entonces Superior. Esto ocurrió hace casi dos años. Hicimos muchas investigaciones, pero no se pudo saber quién había hecho el hurto; y “por eso, el P. Marcos quitó de la Iglesia a la Madonna y la tiene fuera de Casa”.

Se estaba haciendo de noche, y como no aparecía aún el P. Marcos, se fueron, sin escribir nada. Me dijeron que no dijera nada a nadie de lo que habían hablado; que sólo dijera, al P. Marcos, que a la mañana siguiente fuera al tribunal, que querían hablar con él; y que, a pesar de todo, lo habían estado esperando hasta entonces, sin haber podido hablar con él. Los acompañé a la puerta, y se fueron.

76.- Cuando los Padres vieron que yo había estado tanto tiempo en la Celda con aquellos Oficiales del Santo Oficio, y andaba tan despistado, comenzaron a preguntarme qué pasaba, y por qué se hacía tanto ruido a causa del vino. Pero sólo dije que diéramos gracias a quien hacía aquel oficio de estar despistado sin saber por qué; no dije más. Cuando volvió el P. Marcos, acabada la cena fui a su Celda, después del silencio. Me preguntó si habían venido los Oficiales del Cardenal a probar el vino, y qué querían, porque el Refitolero, que le había contado todo, no le había sabido decir cómo había terminado. Y que “este demonio del H. Antonio, el del Diente, tiene la culpa de todo; muchas veces se ha lamentado conmigo de que el vino no es bueno, y que nosotros lo bebemos mejor”. Le respondí que se trataba de algo muy distinto del vino. “Esperaban a V. R., para saber dónde guarda a la Madonna que hace milagros. Me han preguntado cuándo fue robada, qué es lo que tenía, de quién la había recibido y dónde estaba. Y que V. R. vaya mañana de madrugada al Tribunal del Santo Oficio, pues quieren hablar con usted a toda costa; pero no han puesto nada por escrito”.

77.- El P. Marcos quedó atónito, pues no sabía lo que le podía suceder. Yo, animándolo, le dije, que, como no habían puesto nada por escrito, era fácil que lo que querían ver era la Madonna; y quizá prohíban que se saque más a los Enfermos.

Aquella noche el P. Marcos no pudo reposar. Por la mañana, después de la Misa, fue al Santo Oficio, y, tras un rato de espera, le preguntaron varias cosas si el Maestro de Actas era hermano de un Padre nuestro, llamado José [de Angelis][Notas 1], que estaba en Florencia, y al que se esperaba muy pronto en Nápoles, y no era de mucho empuje.

78.- Sólo le dijo que llevara pronto a la Madonna, que todo se arreglaría, que no se tomara más disgustos, que me dejara actuar a mí. Llevó el P. Marcos el cuadro, y sólo le dijo que, cuando fuera adonde los Enfermos, los confesara y consolara sencillamente, pero no hiciera más. Así que no hizo falta avisar al P. Carlos [Patera] de Santa María y al P. Vicente [Berro] de la Concepción, como ya se vio en la 1ª Parte. Sólo decírselo al P. Marcos, para [no] inquietarnos sobre una cosa que había sucedido hacía ya más de dos años.

No se terminó aquí la cosa de este inquieto Cuerpo, que fue causa de otros incidentes peores, aunque maquinados antes, para tener mayor campo de acción y libertad, como se verá pronto.

Fui a Salerno, hice las provisiones para la Casa, y, al volver, me encontré con que habían llegado de Florencia el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, y el P. José [Rossi] de la Concepción, y de Roma, el P. Donato [De San Miguel] y el P. Domingo Antonio [Morillo], ambos excelentes músicos; habían llegado por mar, donde tuvieron tal tempestad que fue gran milagro que ellos dos se salvaran, mientras ahogó otro compañero, que se llamaba H. Pedro de Santiago, de Lucca, a quien lloraron todos, porque era óptimo Religiosos.

79.- Viendo esto el demonio, que es envidioso de nuestra paz y tranquilidad, metió en el corazón del la hermana del H. Antonio, que, para hacer sus negocios, fuera él a quedarse en la Casa de Porta Reale. Un día fue el Maestro Autillo a su casa para verla, pues era su tío. Ella se puso de rodillas, y pidiéndole, por lo mucho que le quería, que tratara con el Cardenal, para que, a toda costa, enviara a su hermano a la Casa de Porta Reale, porque sus negocios iban mal, y no había nadie que le hiciera un servicio a propósito, ni se podía fiar de nadie extraño, y confiarle sus secretos; y por eso le pedía este favor, si la quería bien.

El P. Maestro le respondió: -“¿Cómo quiere que él vaya a vivir a aquella casa, donde hay dos Padres contra los que ha cometido insolencias tan grandes, que el Cardenal a toda costa quería mandarle a galera, y no ha hecho poco con dejarlo salir y que vaya a la Casa de la Duchesca? Sería necesario que en ella estuviera o él, o los otros; porque, si no, nunca estarían tranquilos; yo no tengo ánimo para hablar de ello con el cardenal”.

80.- La Señora le respondió que no se levantaría de arrodillada, si no le prometía obtener este favor; que sería mejor que no estuvieran aquellos dos Padres ´forasteros´, que se comían el pan de los napolitanos, antes de que su hermano tuviera que estar fuera de su Casa, donde había estado siempre, estaba cerca de ella y lo podía ver cada día, para que le contara sus preocupaciones, pues tenía del marido dos hijas mayores, y no era justo ponerlas en manos de otro distinto de su tío, para que las amparara.

Causaron tanta impresión en el Maestro estas propuestas, que le prometió hacer lo que pudiera ante el Cardenal, para conseguir lo que ella deseaba; pero se requería tiempo y ocasión oportuna. La señora, lo cogió por la palabra, y se puso en pie, diciéndole que, ya que se lo había prometido, lo hiciera cuanto antes, porque sus intereses andaban muy mal; que hablara al Sr. D. Luis Gennaro, y seguramente todo saldría bien. Se pusieron de acuerdo en que a los dos días le daría la respuesta, y con esto, se despidió el Maestro.

81.- A la mañana siguiente el Cardenal Filomarino mandó llamar al Maestro Autillo, para comunicarle algunos asuntos, porque se fiaba mucho de su persona. Terminado su discurso, le prometió hacer lo que pedía, pero quería un favor especial, que no costaba intereses sino sólo créditos. Le dijo el Cardenal que nunca le había pedido nada que no se lo hubiera concedido. “Con tal de que sea una cosa que se puede hacer, no se la negaré nunca, sobre todo a quien confío tanto mis negocios”.

-“Quiero decir a Vuestra Eminencia que tengo una sobrina viuda, con dos hijas de su marido; y tiene un Hermano de estos Padres de las Escuelas Pías, a quien V. E. ordenó encarcelar por una cosa ligera, es decir, por haber gritado contra dos Padres forasteros llegados de Roma; y es que no es justo que los forasteros se coman el pan de los napolitanos. Y como mi sobrina está en la Casa de la Caridad, le resulta más cómodo que su hermano esté en la Casa de Porta Reale; pues quiere colocar a sus hijas, y no se puede fiar de todos. Le suplico, pues, que, para estar más tranquilos, es mejor que esos Padres se vayan a sus Casas, y dejen estar a los napolitanos en las suyas. Esta es la gracia que le pido, factible y muy razonable.

82.- Le pareció al Cardenal, para mayor tranquilidad de la Casa de Porta Reale, que se podría hacer eso con el P. Carlos [Patera] de Santa María y el P. Juan Domingo [Romani] de la Reina de los Ángeles, porque eran forasteros de Roma. Pero le respondió que, aunque se podía hacer, no quería disturbios, “que, a veces, no salen las cosas a derechas, como se piensa”. Que hablara de ello con el Maestro de Actas, para ver qué se podía hacer sin cometer error. Y se sobreseyó por algunos días, porque el Maestro de Actas tenía un sobrino de La Ripa Transona, llamado P. Juan Bautista [de Angelis] de la Reina de los Ángeles; y, como tendrían que salir de Nápoles todos los forasteros, por ser del Estado del Papa, él sería el principal que debía salir, porque el P. Autillo le dijo que el Cardenal le había dicho que hiciera un Edicto, para que todos los extranjeros debían de Nápoles a sus Casas. Por eso se sobreseyó; pero de esto nunca se pudo saber nada.

83.- Cuatro años antes del Breve, había sido expulsado de la Orden, por incorregible de todas sus fechorías, el P. Tomás de Santo Domingo, que antes se llamaba D. José Sciarillo. Como era incorregible no podía celebrar, como indigno de ser visto por el Hermano. Para librarse de la incorregibilidad, pensó volver a recibir el hábito de la Orden, y luego sacar el Breve, como habían hecho otros, y salirse de nuevo de la Orden, y no como Incorregible, sino como Padre Profeso, acomodándose a la manera de vivir que llevaban los demás. Hablando con algunos de los que ya tenían el Breve, le dijeron que entregara un Memorial al Cardenal; que la mayor parte de Padres ya habían recibido dicho Breve; que en la Casa de la Duchesca, de donde había salido, había pocos forasteros, y, aunque fueran contrarios, le apoyarían, para que volviera. Y, estando en Casa, mientras llegaba el Breve, podría andar libre, a su aire. Le gustó la propuesta a D. José Sciarillo. Consiguió un certificado de algunos, que decía era correcto, que los Padres estaban obligados a recibirlo, y no se podían oponer. Dio el Memorial al Cardenal Arzobispo, quien se lo entregó al Maestro de Actas. Éste un después un Decreto, firmado por el Cardenal, de que “los Padres lo consideran correcto, y conforme manda la Bula de Urbano VIII, “De Apostatis et ejectis”.

84.- Una mañana muy temprano, vino el Maestro de Actas del Cardenal, y ordenando tocar la campanilla de Comunidad, fueron todos al Oratorio. Preguntaban qué pasaba; él dijo que quería leer un Memorial, y un Decreto del Cardenal. Pensaban que no habría ninguna dificultad. Pero, el P. Vicente [Berro] de la Concepción, como Decano y Profeso más antiguo, comenzó a decir que no se podía ni se debía admitir, porque no costaba que aquella persona vivía correctamente; que nunca se había solicitado a los Padres, “y nunca se le ha visto en nuestra Casa”. Pero, como había ´constancia´ de la enmienda, comenzaron a discutir el caso el P. Vicente y el Maestro de Actas. Aquél le decía que no se podía hacer. Este, que no había visto la Bula, ni la entendía. Aquél, que, si hubiera que recibirlo, correspondía a los Cinco Delegados de la Orden, “que son El General, y los Asistentes”. Éste, que “ellos, por la Bula del Papa Inocencio X han sido cesados, así que los Padres de la Duchesca no tienen facultad para recibir, o no, en la Orden a un incorregible; y, aunque alguno se oponga, las razones son muy poderosas”. Llegaron a alguna palabra gorda, hasta decir al P. Vicente: “-¿Quién es este fraile impertinente que no quiere aceptar los Decretos hechos por el Cardenal?”

85.- El P. Vicente le respondió con modestia: -“Si el Cardenal oyera las razones, no diría estas palabras, sino haría recta justicia. Mientras Vuestra Señoría quiere que, por la fuerza, recibamos a un incorregible, tantos años comprobado, sólo esta mañana aparenta corregido. Si lo quieren hacer a la fuerza, el Papa lo remediará todo, que a todos escucha y hace justicia”. Encogió los hombros el Maestro de Actas y, quejándose de los que le habían dicho que todos serían contentados, se fue.

86.- Fui una mañana adonde el Vicario para algunos negocios de la Casa, y en la Corte me encontré por casualidad a D. José Sciarillo, que salía de donde el Vicario. Cuando me vio, comenzó a gritar como un loco:

-“¡Oh! ¡Los Padres de las Escuelas Pías, desvergonzados y destruidos por el Papa, que aún van andando con el hábito, pero pronto se lo arrancarán de encima!”. Todos aquellos escribanos quedaron escandalizados, y yo, con paciencia, continué mi camino. Pero el Maestro de Actas salió en mi defensa, diciéndole: -“¿Y por qué vosotros queréis volver? Ayer por la tarde me las tuve que ver muy duro con aquél Padre genovés. Tranquilizaos, y dejadlos vivir en paz. Si el Cardenal hubiera sabido que habéis maltratado al Procurador, no sé qué habría sucedido”. Al volver yo del Vicariato me encontré que aún lo estaba amonestando, que ocupara de hacer sus cosas, sin meterse en otras. Este Pobrecito, por lo que oigo decir, murió de mala muerte, porque no obraba como Sacerdote. Pretendía se Obispo, acusó a un inocente de cosas de Estado, e hizo que lo condenaran a muerte en el Castello di Baia, llevando dos testigos, que confesaron no conocer ni haber visto al inocente acusado.

87.- Volvió de nuevo el Maestro Autillo adonde el Cardenal, a informarle de que el Maestro de Actas no había obedecido como le había ordenado, es decir, que se fueran aquellos forasteros que quitaban el pan a los Padres napolitanos; que todos habían venido de fuera; que los napolitanos podrían mantener muy bien sus Casas y tener sus Escuelas, sin forasteros. –“Ésta es cosa justa y santa; cada uno debe estar en su País, y V. E. es el Superior. Además, hay algunos que no obedecen las órdenes de V. E., se ríen de ellas; y todos éstos son forasteros”. Estas palabras impresionaron tanto al Cardenal, que llamó al ayudante de Cámara, y le dijo que fuera, junto con el P. Maestro Autillo, adonde el Maestro de Actas, a decirle que hiciera el Edicto para los Padres de las Escuelas Pías, tal como le había dictado, y luego se lo volviera a él para firmarlo; que era una orden.

88.- Fueron al Maestro de Actas, le transmitieron la embajada, se sentaron juntos, y redactó un edicto que contenía muchos puntos. Afirmaba que el Papa Inocencio X había reducido la Orden de las Escuelas Pías a Congregación sometida a los Ordinarios de los lugares, como los Curas seculares de la Congregación de la Chiesa Nuova de Roma, y les daba amplia facultad, sometiéndolos absolutamente a la jurisdicción de los Ordinarios de los lugares. Y, para evitar cualquier inconveniente de no poder mantener a tantos Religiosos, se ordenaba, bajo pena de cárcel, y otras penas reservadas al árbitro de Su Eminencia; que todos los forasteros de las Escuelas Pías salieran de Nápoles en el término de cinco días, sin réplica alguna; que los Padres napolitanos no podían dar el hábito a nadie, sin licencia firmada por el Cardenal; que no podían recibir a ningún forastero, aunque fuera del mismo hábito, sin licencia firmada, como antes; que se tangan los libros de Cuentas, cada año sean revidados y se dé relación de ellos; y otras cosas que no puedo recordar, por haber pasado ya 26 años. Fue publicado en Nápoles el 29 de octubre de 1646, y fijado a la puerta del Refectorio, en Roma, el día 28 del mismo mes de octubre de 1646.

89.-Los Padres napolitanos hicieron una gran fiesta; pero, aunque algunos eran sabedores del hecho, a otros les disgustaba este modo de tratar a las personas, y se lamentaron de que no les habían dicho nada, de que había producido descontento por toda la Orden; y que, procediendo de esa manera contra la Caridad fraterna, tampoco ellos quería quedarse allí, como hizo, en efecto, el P. Donato, napolitano, quien, sin preocuparse de la madre ni de las hermanas, fue el primero en marcharse, sin que fuera posible hacer que se quedara.

90.- Por la tarde me llamó el P. Marcos [Manzella] Superior, y me dijo que me fuera a Posilipo, a hacer mis asuntos como Procurador, y me quedara cinco o seis días, mientras se iban los forasteros; que luego me llamaría a seguir en mi oficio; que, bajo su palabra, no dudara de nada. Ya estaba dispuesto a hacerlo, cuando fui disuadido por el P. Vicente [Berro] de la Concepción, a que no lo hiciera, porque aquél a quien había encontrado in fragati llevando de Casa hasta las mantas, había descerrajado las puertas de la Cantina, y había enviado cosas a la Casa de sus padres, había dicho que yo debía ser el primero en salirme, y él ya no quería servirse del Breve, que lo renunciaba, y quería dar la clase “como hacen los otros”. Esto me detuvo de no ir a Posilipo, y me quedé a ver lo que pasaba.

91.- El P. Vicente [Berro] de la Concepción, viendo que el asunto era irremediable, se fue a hablar con el Conde Francisco Ottonelli, Residente del Duque de Módena en esta Corte, y le contó lo que pasaba, de lo que se maravilló mucho, porque este Señor era hijo del P. Pablo Ottonelli de la Anunciación, que fue uno de los primeros en la fundación de la Orden, a quien San Felipe de Neri había profetizado que, de Capitán valeroso, había ido a Roma a consultar sobre sus cosas internas, y el Santo lo despachó con pocas palabras, diciéndole que estuviera contento y sirviera a Dios, porque sería uno de los nuestros; y, en efecto, al cabo de pocos meses se hizo sacerdote, y, dejando el Mundo, a tres hijos varones, todos Condes, -uno llamado Conde Francisco, que es el que era Residente en Nápoles, del que aquí se habla, el segundo, el Conde Lelio, y el tercero, el Conde Juan Domingo, que aún vive-, y dos hijas; para una fundó un monasterio a sus propias expensas, en el que ella se hizo Monja de Santa Clara, y murió con grandísima opinión de bondad de vida; a la otra, la condujo a Roma en litera, yendo él, detrás, con un Acompañante, que ya entonces había tomado el hábito de las Escuelas Pías-, y la colocó en el Monasterio de las Descalzas de Santa Teresa, en Roma, en el barrio del Trastévere, por consejo de nuestro Venerable Padre, el P. José de la Madre de Dios, a quien ya tenía por Acompañante suyo, es decir, uno de los cuatro primeros Asistentes, cuando Paulo V fundó la Congregación Paulina; a los otro tres hijos varones los condujo a Narni, para ser educados en las buenas costumbres y en las letras, bajo la dirección del P. Viviano Viviani, que daba clase en el Colegio de Narni; los embebió con tales costumbres y letras, que los tres triunfaron magníficamente; de ellos se sirvió el Duque de Módena en muchas Embajadas, y todos las ejercieron con grandísima satisfacción de su Príncipe. El Conde Francisco murió después en España, siendo embajador del Duque de Módena.

92.- En cuanto a la Profecía de San Felipe Neri, que le dijo que estuviera contento, que sería uno de los nuestros, primero, se hizo Cura, y, después, de la Orden de las Escuelas Pías, como lo cuenta el P. Santiago Bacci de la Congregación del Oratorio de Roma, en la Vida que compuso de San Felipe Neri, como el lector puede ver, impresa en Roma. El P. Pablo[Notas 2], de la Asunción era de Fanano, tierra del Duque de Módena; su Vida fue escrita por el Conde Lelio, su hijo, y se conserva en nuestro Archivo de Roma.

93.- Como el Conde Francisco era tan espiritual, y había sido alimentado con la leche de la Orden, le sentó muy mal la resolución tomada por el Cardenal Filomarino, de hacer un Edicto para expulsar de Nápoles a todos los forasteros. Él fue quien dijo al P. Vicente de la Concepción que no se preocupara, que hablaría con el Cardenal, para que moderara el Edicto. Escribieron un Memorial, dándole muchas razones; para que aquel Edicto no se pudiera en ejecución -aunque ya había sido publicado y fijado en las puertas-; que cuando a los Padres napolitanos que no les gustara estar con los Padres forasteros de las tres Casas que hay en Nápoles, es decir, de la Duchesca, de Porta Reale y de Posilipo, se les consignara una de ellas a los forasteros, para ver y comprobar quién ejercitaba mejor el Instituto, y quiénes eran más observantes y obedientes a Su Eminencia; que “no deben ser expulsados los que son del Reino de Nápoles, pues todos son vasallos del Rey; y que no permita que tantos Padres anden mendigos por el Mundo; que son viejos, y quizá no sean ya recibidos por otros Obispos y Ordinarios de lugares; que estos Padres pueden considerarse personas legítimas, porque ellos mismos han elegido al P. Procurador, que es del Reino de Nápoles, y algunos napolitanos dicen que, de hacerse esto, se irán también; y otras razones eficaces, que el Cardenal no puede rechazar”. En esta reunión quedaron en que el Conde Francisco Ottonelli fuera a hablar con el Cardenal, esperando obtener la gracia. El P. Vicente [Berro] no se lo contó a nadie lo allí tratado.

94.- Fue el Conde Francisco adonde el Sr. Cardenal Arzobispo, a quien conocía muchísimo. Después de las debidas ceremonias, se sentaron, y comenzó a decirle de viva voz los inconvenientes que podían originarse con la ejecución del Edicto que había hecho, sobre que debían irse de Nápoles los Padres, es decir, los forasteros. Después de algunas razones, le dijo que no había querido decir que se marcharan los del Reino; que consideraría lo que se podía hacer, y daría toda satisfacción para servir al Señor Conde.

95.- El Conde trajo la respuesta, y le dijo al P. Vicente que estuviéramos tranquilos, que el Cardenal le había prometido solucionar todo, y pensaría cómo lo podía hacer.

El Cardenal llamó al P. Autillo y le dijo que, verdaderamente, reconocía que el Edito hecho para los Padres de las Escuelas Pías no había muy bien reflexionado, que había estado con él el Residente del Duque de Módena y le había llevado un memorial de mucha consideración; que llamara al P. Marcos [Manzella], Superior de la Duchesca, porque le quería hablar, y ver cómo se podía arreglar este asunto, que, verdaderamente había sido demasiado precipitado. Cuando le quiso leer el Memorial, le respondió que ya estaba hecho el Edicto; que, para no parecer persona demasiado ligera, era necesario darle ejecución, “porque estos Padres nunca estarían contentos, estarán siempre en pugna; tienen sus Casas, y nadie les puede decir que no los quiera. A pesar de todo, mandaré al P. Marcos, Superior que vaya adonde Vuestra Excelencia; él le puede contar la verdad, pues es un hombre de bien, y no dirá una cosa por otra”.

96.-El P. Autillo fue enseguida a hablar con el P. Marcos, le comunicó el Memorial, se lo enseñó a los demás, y, consultando a todos lo que debía responder al Cardenal, fue a hablarle, para ver qué le ordenaba.

El Cardenal le preguntó enseguida de qué país era el P. Procurador de la Duchesca; le respondió que era ultramontano y, por tanto, forastero. Con esto, el Cardenal empezó a sospechar que quizá el Conde le había dicho una mentira, y había querido engañarlo, y le dijo que, de parte suya, diera orden de que todos los forasteros se marcharan. Esto sucedía la víspera de Todos los Santos, el 31 de octubre de 1646.

97.- Por la tarde, el P. Donato me dijo que ya estaba decidido a volverse a Roma, y la mañana de Todos los Santos quería ir a comer adonde su madre; que si quería ir yo con él, pediría permiso al P. Marcos. Le respondí que le hará compañía con mucho gusto. Pedí la licencia, y nos fuimos juntos. Por el camino le exhorté a que no se fuera, dejando la Patria y la Madre, para ir a vivir a Roma, donde sabe Dios qué le podría suceder.

Me dijo que allí lo habían llamado, y le dijeron que tendría paz; pero ha encontrado lo contrario, que dos o tres quieren dominar y hacer lo que les parece bien, sin vivir como Religiosos. “Quiero irme de noche, sin decir nada a nadie, y estar a la sombra del P. General, que trata a todos con toda caridad, sin ser parcial con nadie. “Este Edicto que ellos han obligado a hacer al Cardenal Filomarino, quiera Dios que no sea su ruina y la de estas pobres Casas, porque ya ha dado orden de que se ponga en ejecución, y todos estos pobres Padres tendrán que irse de Nápoles, a y mendigar pan por todas partes.

98.- Le respondí que, si sucediera esto, yo también iría con él a Roma; al menos seríamos dos amigos y los dos tendríamos una misma voluntad. Con esto, después de comer, volvimos a Casa, cuando los Padres habían terminado ya de comer.

Al entrar y pedir la bendición, encontramos a todos los Padres desazonados, porque habían encontrado al P. José de San Joaquín, de Surbo, Provincia de Lecce, que estaba copiando el Edicto fijado a la puerta del Refectorio, y, al verlo el P. José [Zamparello] de Jesús, de Casoria, le preguntó por qué copiaba el Edicto. Le respondió que por gusto; que, como estaba en público, lo podía copiar tranquilamente, sin hacer ningún daño. El otro comenzó a gritar, a llamar al P. Marcos y a otros Padres, diciéndoles que éste copiaba el Edicto del Cardenal, y dándole un empujón para que no lo copiara. El P. José de San Joaquín comenzó también a gritar que quedaba excomulgado, e iba a dar parte de ello al Cardenal; con lo cual toda la Casa se alborotó. El P. Vicente, para tranquilizarlos, comenzó a decir que en ello no hacía nada malo, que se serenaran. Pero fueron a la mesa, y el P. Marcos dijo al P. José de San Joaquín que dijera la culpa en el Refectorio.

99.- El Padre salió al momento, se arrodilló en medio del Refectorio, y dijo la culpa, esto es, que había comenzado a copiar el Edicto sin licencia. Le puso de penitencia que aquella mañana comiera en el suelo, y solo pan y agua. Cumplió lo que le había mandado el Superior, admirándose algunos Padres de que, en un día como aquél, y no habiendo Padre cometido ninguna culpa, le hubiera mandado hacer una penitencia tan grande; mientras a otros les parecía lo contrario; decían que había hecho bien en castigarlo. Terminada la comida, el P. Vicente dijo al P. Marcos que había sido demasiado duro en día tan grande, poniendo tal mortificación a quien no tenía ninguna culpa; y que los Estatutos de la Orden no quieren esto, ni nunca se ha practicado esta forma de gobierno.

100.- Le respondieron que él nada tenía que ver con ellos, que era forastero, que se fuera a su País, que el Cardenal no lo quería allí, y ya había pasado el tiempo señalado.

En medio de estas palabras, llegué yo con el P. Donato, y, preguntando al P. Marcos de qué se trataba, me respondió: -“Váyase también usted fuera, que es forastero; deme la llave de su Celda, que ya no es Procurador, y queremos nombrar a otro que sea napolitano”. Me quería quitar la llave a la fuerza, pero, con mansedumbre le respondí:

-“Padre, ¿qué le pasa a V. R. por la cabeza, que quiere quitarme la llave por la fuerza? No se la puedo dar, ni quiero, porque con ella guardo las escrituras de la Orden, que quiero entregar en sus propias manos al Sr. Cardenal, lo que no me puede negar; deme un Acompañante, que ahora quiero ahora mismo irme; lo que él diga se hará; y deme un acompañante, de lo contrario, iré solo”- Me respondió que no quería que me fuera de Casa, y que el Cardenal no quería oír a nadie, que así se lo había dicho. Le repliqué: -“No lo creo; quiero ir a toda costa”.

Notas

  1. Era tío del P. Juan Bautista de Angelis, de Santa María de los Ángeles.
  2. En el siglo se llamaba Ottonello Ottonelli.