CaputiNoticias03/101-150

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[101-150]

101.- Para darle gusto, le dijo que fuera a la mañana siguiente, que le esperaría y haría lo que él quisiera. Volvió Santiago al huerto, y dijo a la Mujer que se cuidara de la casa y del huerto, que él iba a cumplir con una obediencia al Papa, y a los pocos días volvería; y, si no tenía dinero se encomendara a Dios, que él la ayudaría con pan, vino, cebollas y legumbres; y que cuando volviera pagaría a todos. Encomendó incluso el trabajo a un operario, para que los demás cumplieran su obligación; y que no lo engañaran, porque no lo engañaban a él, sino a ellos mismos. A la mañana siguiente fue adonde el Embajador, y encontró la litera preparada y al Caballero que lo acompañaba con las botas puestas para montar a caballo. Santiago le dijo: -“Señor, aquí me tiene, vamos”. El Embajador le respondió que subiera a la litera, que el Gentilhombre iría a caballo.

102.- -“Deme –le dijo- mi jornal, y después entre primero en la litera usted, que iremos juntos, pues no sé qué es una litera, ni ir a caballo; usted me quiere hacer cosas que nunca he hecho. Dios le perdone por meterme en estas cosas”.

El Caballero echó mano a la bolsa y dio al hortelano tres piastras florentinas, preguntándole si tenía suficiente.-“ Sí, me bastan”, dijo Santiago. Subidos todos a la litera se acercaron algunos pobres a ella, y les pedían limosna. Santiago dio una piastra a cada uno, y después dijo al Caballero que, por amor de Dios, les diera algo más a aquellos Pobrecitos, para que él les diera buen viaje, y ellos los acompañaran con sus oraciones. El Caballero les dio lo que podía. Y siempre que encontraban a algún pobre, le aconsejaba dar limosna. Pero no le resultaba como quisiera, pues tenía tanto dinero asignado como necesitaba para el viaje; y Santiago quería que diera algo a cualquier Pobrecillo. El Caballero le decía que era necesario pensar en el viaje que había que hacer, y, además, cada mañana tenía que darle a él tres piastras. Continuaron el viaje. Santiago iba contando muchas cosas sobre cómo se hacía la oración mental. Era tarde, y nadie pensaba en comer. Santiago estaba tan absorto en aquella conversación, que no pensaba en otra cosa.

103.-Llegados a la hostería de Bassano, el literero dijo que querían comer, y no habían encontrado mejor ocasión que aquélla. El Caballero le dijo:-“Messer Santiago, queremos comer”. Le respondió que él no tenía dinero, que le comprara un bocadillo y una cebolla, y que el gasto que iba a hacer por él lo hiciera otro día. El Caballero se echó a reír. –“Venga, a comer, no piense en otra cosa”. Ordenó preparar una buena comida de pichones y capones por cuenta suya, por lo que Messer Santiago le dijo:

-“Señor no gaste tanto por mí, que soy Pobre y hortelano, y no puedo corresponder, me basta pan y cebolla. Mi jornal quiero emplearlo en hacer el bien.

104.- -“Recuerde, dijo el Caballero, que el Papa le ha ordenado que esté a mis órdenes. Quiero que coma y beba alegremente, como hago yo; que tendrá su jornal, y haga con él lo que quiera”.

Comieron, y en el momento en que un Servidor del Caballero quiso servir la copa, él le dijo que no quería, que quitara también el jarro, que quería beber cuando le pareciera. Por la noche hizo lo mismo; para no dar molestia al Caballero, quiso una habitación alejada de los otros pasajeros, diciendo al Caballero que quería estar solo, que no dejaría dormir, pues no descansaba; y, además les tenía respeto; que le dejaran hacerlo como él quería.

105.-Fueron a descansar, y Santiago se retiró a su habitación; apagó la luz, y se cerró dentro. Nos había estado dos horas; cuando el Camarero de la hostería, que andaba viendo las habitaciones, fue a la de Santiago, y viendo una gran luz, comenzó a pensar: -“Este, que ahorra la luz, ahora parece que en la habitación hay un gran fuego”. Por un agujero de la puerta vio que Messer Santiago estaba de rodillas; parecía estar rodeado de luces resplandecientes. El Camarero, maravillado, llamó al Caballero, y le dijo que el Campesino hacía oración, y parecía que irradiaba luz, que fuera a ver qué era aquello.

Fue el Caballero poco a poco, y, al verlo en aquel aspecto, dijo al Camarero que no hablara ni lo molestara, que era un gran Siervo de Dios, y lo enviaba el Papa a tener al hijo del Gran Duque en brazos durante el Bautismo; que no contara nada a nadie sobre aquello. Muy de mañanita, Santiago fue adonde el Caballero, y le dijo que era hora de partir, que le diera su jornal, que él iba poco a poco por delante, y los esperaría un poco más adelante.

106.- El Caballero dio orden de preparar la litera; le dio las tres piastras, y le dijo que le parecía pronto salir, que esperara un poco y fueran a caminar juntos. Llamó al servidor, para que éste llamara al Camarero y le entregara las cosas. Fueron a la habitación donde estaba Santiago, y encontraron la cama como la había dejado por la tarde, pues no había dormido en ella.

Andaba buscando a algún Pobre para darle una limosna, pero, como era de noche, no encontró a nadie, y estaba muy triste; no recobró la alegría hasta que dio las piastras a los pobres, por amor de Dios. Al camarero le parecía muy extraño esto de que un hombre pobre diera a los pobres todo lo que tenía.

Continuaron el viaje, y él seguía haciendo siempre lo mismo. Así que, cuando llegó a Florencia no tenía un céntimo; al contrario, el literero le dio no sé cuántas monedas para darlas a los Pobres, sin que nadie lo supiera; y después, el Caballero se las restituyó en Florencia.

107.- Avisaron al Gran Duque que había llegado nuestro hortelano, y enseguida fue a su encuentro con un montón de Caballeros. Lo cogió de la mano para introducirlo en su apartamento, pero el Pobre Santiago se encontraba todo cohibido; no sabía qué le había sucedido. A todo esto, los caballeros se miraban unos a otros, viendo la ´extravagancia´ de hacer tanto recibimiento a un hortelano.

Santiago dijo al Gran Duque: -“Señor, heme aquí, el hortelano recién llegado, para obedecer al Papa. Dense prisa conmigo, que he dejado mi huerto en mano de otros, y no puedo estar fuera de mi casa. El 1º favor que le pido es que me trate como hace el Papa, que me manda entrar cuando él quiere, sin necesidad de tanta gente; el 2º, que me deje estar solo en el huerto, y se dé prisa para poder volver. El Gran Duque le respondió: -“Se hará como quiere; pero no tenga tanta prisa, que ordenaremos proveer a su Casa de cuanto necesite; escribiremos a nuestro Embajador que le provea de todo.

108.- Le replicó que su Casa no necesitaba nada, que ya tenían quien le abasteciera, sólo tenía necesidad de su persona. –“Han hecho –decía- tanto ruido, para que venga aquí Santiago el hortelano, que no faltan personas que quieren tener al Principito en la Fuente Bautismal”. Y no acabó de tranquilizarse hasta que le fue designada un Casa en el Jardín, perteneciente al Palacio Pitti, adonde fue el mismo Gran Duque a acompañarlo; le asignó al mismo Caballero que le había conducido, porque sabía sus costumbres, y no quería que ningún otro estuviera a su alrededor.

Se corrió por Florencia la noticia de que había llegado Santiago el hortelano, y todo el mundo tenía ganas de verlo. Así que, a la mañana, había mucha gente que lo esperaba; pero el Gran Duque dio orden de que se fueran, que ya lo verían por la Ciudad, cuando llegara su momento. El Caballero contó al Gran Duque lo que había pasado por el camino, es decir, que la manía de aquel gran hombre era dar limosnas, y no exigía nada más; hacía oración, y hablaba de las cosas divinas como si fuera el mejor teólogo del mundo.

109.- De mañanita, Santiago andaba paseando por aquellos Jardines, y conversaba con los que cuidaban el huerto, y quería saber con todo detalle cómo hacían, porque él, desde Roma, les enviaría semillas de lechugas, y de otros yerbajos, todo, cosas de huerto. Pero, a algunos caballeros disfrazados, que por curiosidad querían hablar con él, o sabían responderle, les dijo:-“Al q quien le vaya mejor la espada, que la coja en sus manos”. Así, quedaron al descubierto, y el Gran Duque reía.

El Caballero le llevó una bolsa con algún dinero, para que recibiera su jornal como decía él, y recibió los julios correspondientes a tres piastras, porque pensaba detenerse dos días en Florencia. Luego le preguntó si quería ir a visitar la Santísima Anunciación y oír la Misa, que él mismo lo llevaba. Le respondió que eso era precisamente lo que deseaba, pero que bastaba con que lo acompañara el servidor, para que no le molestaran mientras hacía oración. Así hizo el Caballero; llamó al servidor y le dijo que acompañara a aquel hombre a la Anunciación, y no dijera a nadie quién era. Mientras tanto, avisó al Gran Duque que Santiago iba a la Anunciación.

110.- El Gran Duque salió enseguida por una puerta secreta; se puso en un Celosía para no ser visto, desde la cual se podía ver a Santiago y las cosas que hacía mientras estaba en oración. Después de salir Santiago del Palacio Pitti y del Jardín, estaba loco de contento. Cuando llegó delante de la Iglesia, comenzó a distribuir las seis piastras a los Pobres, que no hacían más que mucho ruido, al acercarse, los Pobrecitos, a recibir limosna, pero ya no le quedaba más.

Cuando llegó a la Virgen Santísima, se hincó de rodillas, aunque no lo parecía; y así estuvo hasta que acabaron las Misas. Los Religiosos de la iglesia cerraron la cancela, para que nadie entrara a molestarlo, tal como había ordenado el Gran Duque, que no quiso irse de allí hasta ver todos los movimientos que hacía. No lo vio moverse en todo aquel tiempo: Miraba la Santísima Imagen con los brazos cruzados, y parecía que reía. Cansado ya el Gran Duque, pidió al Caballero que lo condujera a Palacio por una puerta secreta, porque quería hablar con él.

Fue el Caballero con él, lo llamó el Gran Duque, y, como si se despertara de un profundo sueño, le preguntó qué quería, que por qué lo despertaba.

111.- Le respondió que era tarde y los frailes querían cerrar la Iglesia.

–“Vámonos por esta puerta secreta, para que nadie nos vea”. Pero le respondió: -“Me verá el Gran Duque”. Entraron en el Palacio y lo llevó a través de ciertas salas donde no había nadie; finalmente, encontró al Gran Duque; le mandó sentar, y comenzaron ha hablar de muchas cosas de Roma y del Papa. Santiago lo fue introduciendo en un discurso espiritual que nunca acababa. El Gran Duque, cansado, dijo al final: -“Messer Santiago, ya es hora de comer, y comeremos juntos”.

-“Señor, le respondió, por amor de Dios, déjeme ir a mi habitación, si quiere que coma tranquilo y contento”. No fue posible que se quedara; lo despidió, apartándolo de su mesa, donde todo estaba preparado. Él le dijo que mejor hubiera sido haber empleado aquel gasto en los Pobres.

112.- Cuando llegó el día de la función del Bautismo, para hacerla fue necesario una grandísima pompa. A algunos de la Corte del Gran Duque les parecía que Santiago debía ir vestido con algún traje mejor, porque el Bautismo lo hacía el Arzobispo de Florencia, y ya estaban revestidos todos los Obispos del Estado y toda la Nobleza invitada, como también muchos Señores forasteros. Pero el Gran Duque no quiso consentir en ello, diciendo que el vestido no importaba, sino la santidad de vida; además, si se le decía esto a Santiago quizá se disgustaría, pues había hecho un pacto con el Papa, de no querer ser tratado sino como hortelano.

La función resultó a gusto de todos. Santiago, en su sencillez, fue llamado a visitar a la Comadrona del mismo Gran Duque. Él se acercó a la cama, felicitándola de que Dios le había dado sucesión; que esperaba fuera un hijo de Bendición. Le dijo que el Papa lo bendecía, que así se lo había dicho a él. Sacó de la bolsa una medalla, y se la regaló, para que se la pusiera encima, excusándose de que, como era Pobre, no tenía otra cosa que darle.

Pidió permiso a la Gran Duquesa para volverse a Roma, pero el Gran Duque le dijo que se quedara al menos otros dos días. Le respondió que no podía quedarse más, que su huerto estaba sufriendo; y, además, había prometido al Papa volver enseguida.

113.- Pensaban regalarle alguna cantidad buena de dinero, pero su Caballero conductor dijo que todo lo que le dieran se lo gastaría rápido con los Pobres, como era su costumbre; que se le pagaran sus jornales, como él quería, y después le hicieran algún regalo en Roma. El Gran Duque le pidió que, por favor, le dejara algún regalo de cómo debía gobernar, para contentar a Dios y a su Pueblo. Le respondió que él era un ignorante, que leyera los libros de Salomón, y era suficiente; que diera siempre limosnas y no maltratara a los vasallos, que no los asfixiara con impuestos, sino sólo los exigiera un poco de lana, pues si se la quitaba toda, se morirían de frío; que en el gobierno fuera más compasivo que riguroso, y así todos lo amarían como Padre.

114.-El Gran Duque puso un Collar de oro a Santiago, para que lo conservara en memoria suya, y le dijo que tuviera paciencia por las molestias e incomodidades que le había dado; que pidiera por él, por su Casa y sus vasallos, ofreciéndose, finalmente, para lo que quisiera.

Se lo agradeció Santiago, diciendo que aquello era para él; que él había hecho pacto sólo de los jornales; pero, ya que le había dado aquel Collar, él se lo daría a quien quisiera. El Gran Duque le replicó que hiciera lo que le pareciera, que ya era su dueño. Con el mismo Collar fue acompañado a la Santísima Anunciación, donde estuvo casi todo el día. Después dejó el Collar, y se retiró a su estancia del Jardín, adonde el Gran Duque fue a verlo, y estuvieron toda la tarde juntos, hablando sobre muchas cosas espirituales. A la mañana prepararon la litera, y el mismo Caballero lo condujo a Roma, pagándole siempre sus jornales. Cuando llegaron a Roma, le pagó alguna deuda que había contraído por el camino, porque había dado todo por amor de Dios.

115.- Al llegar Santiago llegó a Roma, fue adonde el Papa, y le contó lo que había hecho; que todo le había gustado mucho.

Una mañana, delante de la Iglesia de San Carlos de Catenari, cuando pasaba el Padre José, se fijó en Messer Santiago, el hortelano, al que seguía mucha gente, y preguntó qué pasaba. Le contestaron que había vuelto de Florencia, y todos estaban contentos, porque era tan conocido en Roma.

El Padre se le acercó, y alegrándose con él, comenzaron a hablar de cosas espirituales. El Padre le dijo que quería enseñarle una cosa que no iba a creer; pero que, cuando la viera, le gustaría.

-“Por favor, le dijo el hortelano, vamos ahora, que no tengo nada que hacer, y un poco más tarde tengo que ir al huerto”.

116.-Lo llevó adonde Victoria, y comenzaron a hablar con ella de la Gloria del Paraíso; Santiago estaba sentado sobre un baúl y el Padre sobre la escala. El discurso duró toda la mañana, porque Santiago no se cansaba nunca de oírla y mirarla. Como ya se hacía muy tarde, el P. José le dijo: -“Messer Santiago, estamos cansando demasiado a esta nuestra hermana; volvamos otra vez, pero debemos dejarle alguna limosna, para que pueda vivir, pues vive de la caridad; yo siempre le doy alguna moneda. Ý dígame la razón por la cual la ha mirado tanto a la cara”. Se sacó de la alforja un julio y se lo dio a Victoria, diciéndole que por el momento no tenía más. Y, cuando salieron fuera, dijo: -“¿No ha observado, Padre José, que la Joven está toda rodeada de rayos de oro, y toda ella inspira santidad? Feliz ella que con su sencillez goza del Paraíso en la tierra; es necesario ayudarla para que no sufra, porque es tan Pobre que no tiene medio de estar en su casa. Y, en cuanto a que le he dado tan poco, es que no tenía más, ni en casa creo que haya más dinero. La verdad es que me quieren bien el Papa, los Cardenales, y todos los Embajadores y Principales, pero, a pesar de todo, no quiero nada de ellos; y si, a veces, me dan algo por su amabilidad, todo lo doy a los Pobres, porque a mí me provee Dios según voy teniendo necesidad, y no me falta nada. Y sepa que, cuando tengo operarios en mi huerto, nunca tengo tampoco dinero para pagarles un jornal; les doy pan y vino, a la usanza, y por la tarde, con una gran confianza digo:

-“Señor, hay que pagar a estos operarios, y no tengo qué darles, provéeme, para que pueda pagarles. Y tantas veces como hinco la laya en tierra, encuentro otras tantas monedas como operarios tengo. Así, Dios me provee según mis necesidades; nunca desconfío de su misericordia, a pesar de que tengo el contrapeso de mi mujer, quien no daría nada a nadie, aunque lo viera morir. Pero creo que se irá enmendando, como ha hecho en alguna otra Cosa”.

117.- El P. José pidió a Messer Santiago que se animara a ver sus estancias, donde él estaba, para tener juntos una pequeña comida. Le gustó la idea a Santiago, y, llegados al Palacio Colonna, fueron a su apartamento, y cuando vio que las ventanas daban a la Iglesia, le dijo: -“Padre José, tiene una habitaciones mejores que las del Cardenal, porque, si él quiere saludar al Santísimo Sacramento, no tiene la facilidad que tiene usted: Por eso, deber hacer mucha oración, pues tiene facilidad, y así puede conocer lo que Dios quiere de usted. Hagamos juntos una pequeña oración, para que nos inspire lo que sea mejor para nuestras almas”.

118.- Se puso en oración, y allí estuvieron más de dos horas; hasta que el P. José se cansó; ya no podía más. Él levantaba bien una rodilla, bien la otra, mientras que Santiago permanecía inmóvil, sin moverse nada de su puesto. Finalmente, terminada la oración, comieron lo que el servidor les sirvió. Después Messer Santiago le contó el siguiente ejemplo.

-“Sepa, Padre José que yo tengo una mujer a la que nunca he podido convencer de que haga oración. Antes, cuando le decía algo, se reía y me tenía por loco; he pedido tanto a Dios que la ilumine, que ahora ella misma se ha convencido, y no quiere más que hacer oración Tengo mis estancias en el huerto, donde estoy con mi mujer, los utensilios, y herramientas de Casa; pero además, tengo otra estancia separada, a cien pasos de distancia, donde me retiro por la noche a hacer oración, dejando a mi mujer la orden que haga oración, coma, y luego se vaya a la cama.

119.- “Una noche, la Señora, impaciente, quiso ir a ver qué me pasaba y por qué no iba a Casa. Hacia las tres o cuatro de la noche, fue a mi habitación a ver qué hacía, y, agachándose por tierra, comenzó a observar por debajo de la puerta; vio proyectarse en su cara una llama de fuego, que parecía quería abrasarla. Cogió tanto miedo, que cayó en tierra medio muerta. Tuvo muchas dificultades en volver a Casa, toda temblorosa como estaba, por el espanto. Hechas mis devociones volví a Casa, y la encontré de rodillas en la cama, con tanto miedo que apenas podía pronunciar una palabra. Maravillado al verla en aquella postura, le pregunté qué hacía, y por qué estaba de aquella guisa.

120.- “Ella me respondió: -“Messer Santiago, perdóneme si lo he distraído en su oración; nunca más me ocuparé de lo que hace, ni de noche ni de día, porque el fuego que salía debajo de la puerta me ha inflamado tanto, que decidido a hacer siempre oración. Pero quiero que me enseñe cómo la tengo que hacer, pues no tengo más deseo que dejarlo todo y darme a la oración, a servir a Dios”.

Messer Santiago le respondió que aprendiera a [no] molestar a quien se daba de corazón a Dios en oración. Que, como Dios había elegido este medio, siguiera haciéndola, que Dios la ayudaría; que no bastaba sólo con hacer oración, hacía falta otra cosa de grandísima importancia, si quería hacer bien oración; era necesario ser misericordiosa con los pobres. Y que tuviera firme esperanza en Dios, que él la proveería siempre de toda clase de bienes. Haciendo esto, sería escuchada por Dios en todo lo que le pidiera. –“Fue después tan caritativa mi Señora, que nunca negó nada a nadie; más aún, cuando no tenía nada que dar, me lo pedía, y cuando volvía a Casa, me devolvía todo. Así que, mi querido P. José, sea misericordioso, haga oración, y después tendrá la experiencia de que Dios no le abandona. Sepa también interpretar la Voluntad Divina, y continúe lo que ha comenzado, que le prometo hará el bien, y verá cosas grandes”.

121.- Todo esto [habla el P. Caputi] me lo dijo muchas veces el Venerable Padre en materia de oración; y mientras me lo contaba, me olvidaba de los nombres de Catalina y Francisca. Le pregunté de nuevo cómo se llamaban aquellas Señoras, y viendo que escribía los nombres, me preguntó por qué los anotaba. Entonces le respondí: -“Por curiosidad mía, porque tengo poquísima memoria; para que, si llega la ocasión, me pueda acordar; en cambio usted, a pesar de tener en este momento Noventa y un años, se acuerda de todo; me maravilla.

Cuando veía que se iniciaba una conversación inútil estando cuatro o cinco en la recreación con él -entonces se hablaba de las revueltas en el Reino de Nápoles, y otras veces comentábamos alguna noticia que se oía- él introducía otro discurso, y nos contaba cosas de cuando era joven; que arrojaba una barra de hierro a veinte pasos; o que iba de caza de conejos, o que alzaba con la boca un barril lleno de vino, y otras cosas parecidas. Pero luego, lo orientaba todo hacia cosas espirituales, diciendo que los Religiosos deben hablar sólo de las cosas de Dios; que aquellos discursos los dejáramos para los laicos, “porque estamos obligados a caminar hacia la perfección.las cosas espirituales, diciendo que los Religiosos sólo deben hablar de las cosas de Dios, que las otras conversaciones las dejáramos a los laicos, “porque estamos obligados a caminar hacia la perfección”

122.- En cuanto a la Providencia Divina, se pueden contar muchas cosas, que he oído decir a personas dignas de fe. Un caso me lo ha visto, y me lo ha contado Ventura Serafellini, uno de los primeros operarios a los que pagaba el Padre desde que comenzó el Instituto. Este Serafellini era excelente calígrafo. Él hizo las letras de la Cúpula de San Pedro en tiempo de Paulo V, que dicen: “Tu eres Petrus et super hanc petram, etc”. Murió el año 1662, y siempre dio clase en San Pantaleón, con grandísimo ejemplo, tanto de Padres como de alumnos. Nunca le fue negado su estipendio; y de nuestra cocine se le daba lo que se podía, no sólo para él, sino también para su mujer y sus hijos. Además de la paga de dos escudos al mes, el Padre siempre le daba alguna cosa más; esto lo sé yo, que lo he tenido y he hablado con él.

Esto se puede comprobar con algunas cartas escritas desde Nápoles por el Venerable Padre el año 1626 al P. Santiago [Graziani] de San Pablo, donde le dice que terminaba la terciana de Messer Ventura Serafellini, que le pagara. Así se puede ver en el libro de las cartas recogidas por mí.

123.- Como siempre andaba preguntando a Messer Buenaventura Serafellini las cosas sucedidas a nuestro Padre, entre otras cosas, el año 1650 me contó que, mientras las Escuelas estaban en el Palacio de enfrente a la Casa de San Pantaleón, en el callejón hacia la Plaza de Pasquino, había unas diez clases, la primera de las cuales la daba el P. Gaspar Dragonetti, de Lentino, en Sicilia, y tenía un número grandísimo de alumnos; el Ábaco y la escritura lo enseñaba el Fundador, con la ayuda de Serafellini, que en aquel tiempo estaba en nuestra Casa y no estaba casado. Las demás clases las daban otros, unos pagados, y otros vivían en Comunidad con aquella pobreza que tenía que vivir el Fundador; y cuando no tenía las cosas necesarias, contraía alguna deuda, para pagarla “cuando Dios provea”.

124.- Una mañana, mientras el P. Prefecto estaba delante de la clase, explicando la lección de Ábaco, pasaron algunos alumnos del P. Gaspar; el Padre les preguntó adónde iban, le respondieron que el Padre los había mandado fuera, y ya no quería dar más clase; poco a poco se iban todos.

Cuando el Padre oyó aquello, mandó entrar a clase a todos los alumnos del P. Gaspar, con la orden de que nadie saliera, que él se encargaría de ellos, que volvieran a clase.

Se fue él a la clase del P. Gaspar y le preguntó qué novedad era aquella, que porqué había echado fuera a sus alumnos, con gran escándalo, no sólo de ellos, sino de toda Roma. Que le dijera libremente la Causa, que él arreglaría cualquier desorden que pudiera haber, lo que no creía, porque sabía muy bien que todos lo querían, no sólo como maestro, sino como Padre, y como tal lo lloraban todos.

125.- Entonces, el P. Gaspar le dijo libremente: -“Padre Prefecto, las deudas crecen, y creo que con tanta Pobreza, no me siento animado para dar ya más clase; por eso los he despedido, y pienso retirarme. –“Modicae fidei! -le respondió el Padre- esta es la palabra que ha dado a la Virgen Santísima, cuando vino a servirla? Estoy maravillado de usted. Qué le ha faltado, que la Virgen no le haya dado en abundancia? Si hay deudas, se van pagando. Yo lo prometo de su parte. Cuídelos, pues, y verá milagros”.

126.- “Vuelva a clase, que luego arreglaremos lo que haga falta tengamos confianza en Dios, que él proveerá mejor de lo que piensa, bien sabe lo que dice el Evangelio, que provee a los pájaros que vuelan por el aire, sin que siembren ni cosechen Seamos nosotros fieles hasta la muerte, que Dios proveerá; verá cómo no me engaño. Vea qué perniciosa es la volubilidad del hombre, que luego provoca el escándalo del público. Perseveremos en nuestros buenos propósitos hasta el final, si queremos obtener la Corona del mérito, que consiguen, no los que comienzan bien, sino los que perseveran hasta el fin. Vuelva, pues, a la escuela, que, cuando piense bien en esto que le digo, encontrará que es verdad, y ésta es una sola, que nunca miente”.

Yo conozco muy bien que esto es un engaño de mi primer y antiguo enemigo; se imagina el bien que podemos hacer para ganar las Almas a Dios, y por eso impide este bien que hacemos por amor a Dios y a estos Pobrecillos. No se deje vencer por la tentación, y vuelva a la clase, que abajo están todos los alumnos esperando que los llame. Están tristes; yo los he entretenido en casa con esperanza de seguir mejor que antes”. El P. Gaspar quedó muy confundido; se arrodilló, pidiéndole perdón, y le dijo que quería perseverar mientras viviera.

127.- Volvió el P. Gaspar a la clase con el P. José; llamaron a los alumnos y mandó a todos que se pusieran a estudiar, y obedecieran al Maestro, porque algunos no le escuchaban como debían; y que todos se prepararan a la Confesión y a la Comunión, para lo que llamaría, expresamente, a dos Confesores de San Lorenzo in Damaso, que pedirían a Dios los enfervorizara a todos en su santo servicio, y supieran sacar fruto, que es lo que se pretende.-“Tenéis un Maestro que os quiere como a hijos; corresponded con él portándoos bien. Y ahora, como agradecimiento de lo que habéis progresado, digamos las Letanías de la Santísima Virgen, para que nos obtenga del Señor su santa gracia; y comencemos a estudiar con mayor fervor que antes”.

Les mandó a todos arrodillarse, y todos recitaron con grandísima devoción las letanías de la Madonna, y después, un Padrenuestro y una Avemaría por los bienhechores y otro por ellos mismos, para sacar fruto de los Santísimos Sacramentos, que iban a recibir.

128.- Dijo al P. Gaspar que procurara tenerlos alegres, y les mandara hacer una bonita composición sobre la devoción al Smo. Sacramento, para que, fervorosos del mismo, se pudieran preparar mejor. Les dio la bendición, y volvió contento a su clase.

El P. Gaspar comenzó la clase, y les pidió hacer una hermosa composición sobre la devoción al Santísimo Sacramento, y contra las insidias de demonio, que quería, mediante engaños, destruir la paz de quien deseaba hacer el bien, por amor de Dios, a los Pobrecitos; y toda aquella mañana la dedicó a cosas de devoción. Después les aconsejó cómo se debían preparar a la Confesión y Comunión, para hacerlas la mañana siguiente; que no faltara nadie, que él mismo quería dársela con su propia mano. Todos aceptaron el ofrecimiento, y, contentos, los acompañó a la Misa que iba a decir él mismo.

129.- Acabada la clase, el P. José llamó a Ventura Serafellini, y le dijo que fuera a buscar a un carpintero y a un Herrero, que quería hacer una Cajita. Que volviera pronto, para encontrarse todos en la comida, y poder después poner los deberes a los alumnos, sin perder tiempo.

Llegaron el carpintero y el herrero, y les ordenó que hicieran la Cajita con tres llaves, una diferente de la otra, para no poder abrirla sin que estuvieran las tres personas que debían tener las llaves.

Hicieron la Cajita de la forma como quería el P. José, y por la noche llamó al P. Gaspar y a Ventura Serafellini y les dio una llave a cada uno, diciéndoles iban a ver la Providencia Divina.

Dio orden a Serafellini que hiciera una inscripción para poner en la caja, que dijera: “Limosnas para las Escuelas Pías”; que las letras fueran grandes, para que se pudieran leer de lejos, y así lo hizo.

130.- Por la mañana mandó colocar la Cajita sobre la tarima sujeta delante del Portón, para que no se la pudieran llevar, y no se pensó en otra cosa.

Por la noche mandó retirar la Cajita; llamando al P. Gaspar y a Serafellini, les mandó abrirla, y encontraron dentro una letra de cambio de doscientos escudos de oro, a presentar ante el Banco de Bonanni, para que entregara aquel dinero al P. José Calasanz, como limosna de las Escuelas Pías. Después contaron las monedas que había, y eran más de cuarenta escudos. Cuando el P. Gaspar lo vio, quedó atónito, y se confirmó en el propósito de seguir dando clase. Decía al P. Prefecto que aquello había sido un milagro.

El Padre le respondió que tuviera siempre fe viva en que Dios nunca lo abandonaría; que procurara solamente servirle con fidelidad, y vería hacer cosas más grandes; que ofreciera a la Santísima Virgen todos los trabajos que se hacían, y la eligiera como abogada de su Escuela.

131.- A la mañana siguiente, el Padre fue al Banco Bonanni, y el Sr. Santiago Bonanni le entregó doscientos escudos de oro, con una orden en blanco “correspondiente a la limosna dada en ayuda a los Padres de las Escuelas Pías”.

Al volver a Casa, llamó al P. Gaspar, metieron el dinero en La Caja con tres llaves, y luego comenzó a pagar las deudas. Aún quedó algo de dinero para hacer las provisiones y el P. Gaspar pudiera ver lo que sabe hacer la Providencia Divina. La Cajita de las limosnas quedó colocada fuera del Portón, y cada día crecían las limosnas, con estupor del P. Gaspar y de los demás Compañeros.

132.- Desde aquel momento, el P. Gaspar se dio tanto a la devoción de la Santísima Virgen, que mandó tallar, con un gasto extraordinario, una estatua de madera, de tamaño natural, y vestido dorado, que puso en su Clase. Ante ella hacían sus devociones, tanto él como los alumnos. Dicha estatua está en la Iglesia de San Pantaleón, en una hornacina de madera pintada, en el altar llamado altar de la Madonna. Al que se sube por unas pequeñas gradas. Y no contento con esto, mandó también hacer un Pesebre con el Nacimiento del Señor, con estatuas al natural de la Madonna, de San José y de los tres Reyes Magos; la del Rey Gaspar mandó esculpirla también con su misma efigie, tal como él era, y barba larga que le llegaba hasta la cintura, como la llevaba, y arrodillado, haciendo oración. Es el llamado altar del Pesebre, que se encuentra a la mano derecha según se entra por la puerta grande de nuestra Iglesia de San Pantaleón.

133.- Cuando el P. Gaspar murió, a los ciento veinticinco [nueve] años, había alcanzado una humildad tan grande que, antes del Año Santo de 1625, acudió al P. José y le preguntó si llegaría al año Santo de 1625. El Padre le respondió que viviría y vería todo el Año Santo. Pasado al Año Santo, el Padre [José] fue a Nápoles, y el envió no sé qué vino al P. Santiago [Graziani] de San Pablo a Roma; y en una carta escrita desde Nápoles a dicho P. Santiago, le da recuerdos para el P. Gaspar, y le dice que dé un poco de vino de lo que él le había enviado, y envíe también algo al Noviciado. Esto fue el año 1626, cuando el Padre se encontraba en la fundación de Nápoles, como se puede ver en el libro de las cartas recogidas por mí.

El P. Francisco [Baldi] de la Anunciación cuenta aún más; que el P. Gaspar se había vuelto tan sencillo que, cuando el P. Fundador volvió de Nápoles, una mañana, en la sacristía, el P. Gaspar le preguntó si creía que viviera hasta el año Santo de 1650. Le respondió que ya era demasiado, pues había visto cinco: que con esos se podía conformar, “pero sabe Dios quién de nosotros estará vivo”.

134.- El P. Gaspar tenía un Censo vitalicio de los Padres Servitas del convento de San Marcelo de Roma. Ellos le pagaban cada seis meses una gran cantidad de dinero; pero estaban tan cansados de pagar que, cada vez que llegaba el semestre, iban a verlo y le llamaban el Padre Eterno. Él entonces les respondía que Dios le permitía vivir, gracias al dinero que ellos le daban; que echaba la cuenta, y le habían pagado más de 50 años, cuya la mayor parte empleaba en cosas para la iglesia. Compraba libros, rosarios, papel, plumas; daba a los alumnos pobres, y también premios para las clases de los alumnos que eran más estudiosos, y para los que tenían mejores costumbres.

No recuerdo el año que murió, pero el P. José, Fundador, contaba que él lo había conocido desde el año 1596, siempre tan puro e intacto, y tan dado a la oración, que, aunque viejo y decrépito, no la dejaba nunca. Además, imbuía a los alumnos los rudimentos de la fe con una gracia y facilidad tan grande, que aquellos alumnos querían estar siempre con él; tanto era lo que los querían.

135.- Un día, pasó el Papa Urbano VIII por la Plaza de San Pantaleón camino de San Pedro, y vio a aquel venerable viejo que estaba sentado en una silla, fuera de la puerta de la Iglesia. Preguntó al Cardenal Mellini, su Vicario, quién era aquel sublime viejo, con una barba tan larga y rodeado de tantos niños, que parecía otro San Pablo, primer eremita.

Le respondió que era el P. Gaspar Dragonetti, y tenía la clase 1ª en San Pantaleón; y que, a pesar de ser tan viejo, daba la clase con una memoria tan grande, que causaba maravilla.

El Papa tuvo la curiosidad de oírle explicar una lección de Virgilio, pues era muy estudioso de las bellas letras, y ordenó le dijeran que, a la mañana siguiente, fuera a Monte Cavallo, que quería oírle explicar una lección sobre Virgilio. Respondió que iría a cumplir la obediencia, y haría lo que le dijera; y también si quería alguna otra cosa.

–“No hace falta más, que traiga su Virgilio, que no quiero molestarlo más”.

136.- A la mañana siguiente, el buen viejo, con su Bastoncillo, se fue a Palacio. Estuvo sentado un buen rato, y todos aquellos Prelados conversaban con él sobre diversas historias. Como ya se hacía tarde, y no acababan de darle audiencia, dijo al Maestro de Cámara: -“Señor, es tarde, y no puedo esperar más, que soy un viejo, y ya se ha pasado la hora de comer; diga al Papa que, si quiere, volveré otra vez; pero que no me haga estar perdiendo el tiempo, que lo tienen que sufrir los alumnos. Les dio los buenos días, y se volvió a Casa, sin decir más.

Cuando se lo dijeron al Papa, se echó a reír, diciendo: -“¡Pobre Viejo! Tiene mucha razón”. Y ordenó le dijeran que volviera al día siguiente después de comer, que le escucharía con mucho gusto. No quiso que le pusiera una carroza, diciendo que iría poco a poco; que bastaba lo acompañara algún otro.

137.- Fue el Venerable Viejo, y enseguida le mandaron entrar. Besó el Pie al Pontífice, le mandó sentarse, sacó de la mochila su Virgilio, hizo la señal de la Cruz, y, como si estuviera en la clase, dijo que estuvieran todos atentos, que no sólo estaba el Papa, sino la Cámara Secreta. Preguntó qué libro quería que explicara, y le respondió que el que él quisiera. Abrió el libro al azar, y comenzó, con una voz sonora, que modelaba con mucha gracia cuando hacía falta, que el Papa se quedó admirado. Dijo tantas anécdotas, que parecía había estudiado aquella lección durante mucho tiempo. Después, de improviso, declamó un epigrama en honor al Papa, quien mandó que se escribiera.

138.- El Papa le preguntó cuántos años tenía, cómo se las arreglaba para comer, y en qué pasaba el día.

-“Beatísimo Padre, le respondió, los años son muchos; hace tres años que cumplí cien; como lo que me da el Padre General por la noche, un poco de pan tostado; me entretengo en la Escuela con mis alumnos, estoy sano, gracias a Dios, y no me falta ningún diente; y hago algún pequeño ejercicio cuando me lo permite la obediencia; así que no me puedo lamentar de la Providencia Divina, en la que se apoya nuestra Orden, tal como lo ha provisto nuestro Padre General.

El Papa le preguntó si no tenía necesidad de algo, se lo agradeció, y le dijo que sólo tenía necesidad de su bendición. Le besó de nuevo el pie, y lo bendijo, diciéndole que se cuidara, que no trabajara tanto, porque tenía mucha edad, y podían no resistir sus fuerzas.

Le replicó que, mientras tuviera espíritu, siempre daría clase, como le había prometido a la Santísima Virgen, que era la que lo mantenía con aquel vigor para ayudar a los Pobres niños, enseñándoles, primero, el camino del Cielo, y después, las letras humanas.

139.- El P. José de la Madre de Dios se apoyaba tanto en la Providencia Divina, que nunca desconfiaba de verse provisto de las cosas necesarias para el sostenimiento de sus hijos; y no sólo esto; cuando llegaba alguna persona que le pedía una limosna, nunca la despedía sin darle algo, lo que yo mismo he visto hacer muchísimas veces.

Contaba al P. Juan [García del Castillo] de Jesús María, llamado el P. Castilla, que, una mañana, llegó un pobre a la Sacristía y le pidió un poco de pan, por amor de Dios. Mandó enseguida llamar al Refitolero, y le dijo que diera cuatro panecillos a aquel Pobrecito, para que pudiera alimentarse él y su familia.

El Refitolero le respondió que en Casa no había ya más que ocho panecillos; que era tarde, y no tenía pan para los Padres. Le respondió que obedeciera, y le diera seis, que Dios le proveería de lo necesario, y no diera más vueltas. El Refitolero dio el pan al Pobre, y quedaron sólo dos panecillos, por lo que el Refitolero comenzó a murmurar para sus adentros que no sabía cómo hacer, para dar de comer a los Padres.

140.- Acabadas las clases, el Refitolero fue adonde el P. General, y le dijo que no tenía pan para poner a los Padres, que no había más que dos panecillos.

Le respondió que fuera a tocar a examen de conciencia, y, entre tanto ya pensaría lo que había que hacer. Mientras los Padres estaban en el Oratorio haciendo el examen, llamaron a la puerta; fue el Portero a ver quién era, y eran dos señoras cargadas con dos cestas de pan; le dijeron que una Señora enviaba aquella limosna de pan al P. Prefecto, para que los Padres pudieran comer.

El Portero preguntó quién enviaba aquel pan, para que los Padres supieran quién era el bienhechor, y se lo agradecieran. –“No es necesario, coja el pan, y no pregunte más”.

141.- El Portero pidió ayuda para llevar el pan al Refectorio, y dijo a las señoras que esperaran un poco a que les devolviera las cestas.

Cuando el Refitolero vio tanto pan, tan bueno y blanco, preguntó a Portero quién lo había traído: Le respondió que dos señoras, que estaban abajo esperando las cestas, y le habían dicho que las enviaba una Señora, y “que no preguntara más”.

El Portero cogió las cestas, abrió la puerta y no encontró a nadie, ni nunca se pudo saber quién había mandado el pan. Las cestas quedaron en la despensa, y sirvieron para poner el pan.

142.- Avisaron a los Padres para que fueran a la Mesa, que todo estaba preparado. Después de la comida, el Padre llamó al Refitolero, para saber quién les había provisto de pan. Le respondió que el Portero le había traído dos cestas de pan blanco, que le dijo las habían traído dos señoras, que dejaron las cestas, y ya no las volvieron a ver para devolvérselas; que no sabía más, que le parecía algo milagroso.

El Padre le respondió que aprendiera a obedecer con sencillez, y diera limosna, que Dios y la Santísima Virgen no abandonarían nunca su Providencia; que fuera misericordioso con los Pobres, y siempre se vería provisto.

El Padre dio orden de que no se hablara de este caso, que tal vez la Señora que había dado el pan no quería se supiera, y por eso no había recogido las cestas.

El P. Castilla contó muchas veces esto, pero otros decían que aquellas Señoras que llevaron el pan, y dieron las cestas de pan al Portero, cuando él se volvió, ya no las vio más; así que no dudaban que se había producido un milagro. Esto no sólo lo contaba el P. Castilla, sino también muchos viejos de la casa, en la conversación, cuando se hablaba de las cosas antiguas de la Orden. El P. General había asignado a muchas personas pobres unos 200 panecillos a la semana, y el Refitolero ya nunca negó limosna a nadie.

143.-. Muchas de estas cosas que nos contaban nuestros viejos yo las he contado en otro libro que he dejado en Roma. Contaban también que, cuando llegó a Roma el P. Tomás [de Victoria][Notas 1] de la Visitación, aquél que llamaban el apóstol de la Sabina, el primer fundador de la Casa de Moricone, que pertenece a la Diócesis de uno de los cuatro Sufragáneos sometidos al Papa, y se llama el Obispo de la Sabina. Este Padre Tomás había venido de Moricone; y como aquella casa sufría su ausencia, el Padre lo llamó una mañana a la sacristía, y le preguntó si había dicho la Misa. Le respondió que sí. Le ordenó que llamara a no sé qué Padre, y le ordenó que en aquel mismo momento se fueran a Moricone, antes de que llegara el calor. Le respondió si le parecía bien que subiera arriba a coger el Breviario, y saldrían.

144.- El P. General le contestó que subiera pronto, llamara al Acompañante, y se fueran, porque después ya no podían viajar. Subió enseguida, llamó al acompañante, bajaron, y, recibieron la bendición; el Compañero dijo que estaría bien coger algo para el camino antes de salir, pues el viaje era de veintidós millas, y no tenían nada de comer para el camino. El Padre le respondió que fueran confiados en la Providencia de Dios, que les proveería con abundancia de las cosas necesarias, “porque Dios no abandona nunca a quien le sirve”. Recibida la bendición, salieron, con su bastón, hacia Moricone. Al llegar hacia la mitad del camino los cogió el calor. El Compañero del P. Tomás, no sólo estaba cansado, sino que apetito y una sed muy grande, y dijo al P. Tomás que no podía más, que quería descansar.

145.- El P. Tomás decidió que fueran a la sombra de una arboleda, para no estar en el camino; descansarían un poco y luego proseguirían el viaje. Se metieron en el bosquecillo, y allí encontraron un mantel en el que había dos blanquísimos panecillos, dos pomelos, no sé qué otra cosa, y una jarra de vino. Cuando lo vieron, dijo el P. Tomás: -“La Providencia nos lo ha preparado, disfrutémoslo”. Comenzaron a comer y a beber lo suficiente, y les sobró pan, que llevaron a Moricone, donde lo distribuyeron a cada uno de los Padres. Todos lo consideraron una cosa milagrosa de la Providencia de Divina, tal como les había dicho el Venerable Padre: -“Confíen en la Providencia, que nunca falla a quien de corazón le sirve”. No sé en qué tiempo sucedió esto, pero lo contaban nuestros viejos; yo mismo se lo oí contar varias veces.

146.-Ya hemos visto muchas veces los modos y medios de que Dios se sirvió para confirmar la vocación del Venerable P. José de la Madre de Dios, en el siglo José de Calasanz, y otros incidentes que no se encuentran en la Vida del P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación; pero, aunque haya tocado alguna de estas cosas, no la ha descrito tan extensa como lo he hecho yo.

Ahora continuaremos hablando de cuando era cura secular, para demostrar que todo el mundo lo quería en su Cofradía, en las cosas piadosas, sobre todo a principios de la Fundación.

147.-Hacia el año 1594, San Felipe Neri pensó, junto con otros hijos espirituales suyos, buscar la forma de alojar a los Peregrinos que iban a Roma, pues ya se estaba acercando el Año Santo de 1600. Comenzaron abriendo una Casa el Barrio de Ponte Sisto, donde había un espacio que se podía ampliar para hacer esta Caridad, como también para ayudar a los Pobrecillos que salían convalecientes de los hospitales, y no tenían ayuda para rehabilitarse en su Convalecencia; y, al faltarles las cosas necesarias de comer, fácilmente recaían en la enfermedad, y tenían que volver de nuevo al hospital, con lo que nunca se veían libres de la enfermedad. Por esta razón, San Felipe Neri, con algunos hijos espirituales suyos, pensaron fundar una nueva Cofradía, bajo el título de la Santísima Trinidad de los Peregrinos, cuyo Instituto era alojar por tres noches a todos los Peregrinos que llegaban a Roma, y tener durante unos días de Convalecencia a los Pobrecitos que salían de los hospitales, que no tenían ayuda para rehabilitarse. Para esto último fue fundada una Archicofradía, de la que siempre suele ser Guardián principal el más unido a los Pontífices; y Protector, el Nepote del Papa, como en tiempos de Urbano VIII lo era el Cardenal D. Antonio Barberini.

148.- En esta Archicofradía, desde principio de su fundación, quisieron que se inscribiera el P. José de Calasanz. Cada tarde iba a ayudar a lavar los pies a los pobres Peregrinos con toda caridad, como había visto que hacía el Papa Clemente VIII, que el Jueves Santo iba a lavar los pies a los peregrinos, con tanta piedad, que, desde entonces, la mayor aparte de los Pontífices han continuado lavándoles los pies, y sirviéndolos en la mesa, como yo vi hacer al Papa Clemente VIII. A éstos Cofrades, con mucha caridad y ejemplo, imitan los Cardenales, Prelados y Caballeros, ayudándoles también de la Caja, con grandísimo gasto. Lo mismo hacen las Señoras con las mujeres Peregrinas, lavándoles, a porfía, los pies, y regalándoles todos los días muchas cosas de comer. Ha crecido tanto después en Bienes esta Cofradía, que no tiene ya necesidad de ayuda, más que cuando llega un año Santo; entonces, a veces da alojamiento a veinte mil personas, durante tres noches, para que ganen las indulgencias: A quienes, de dicha Cofradía, van a acompañar a las cuatro Iglesia, el Papa le dispensa de las treinta veces [¿?], para evitarles la multiplicidad de gastos que se hacen en la Cofradía, con los que van a Roma a ganar las Indulgencias del Año Santo. Todo esto lo he visto yo mismo.

149.- Así es como nuestro P. José se empleó en esta obra pía, el Año Santo de 1600, como Hermano de la Archicofradía que era; y a pesar de que ya había fundado las Escuelas Pías, cuyo Instituto fue reconocido públicamente, en aquel Año Santo, por todo el Mundo que acudió a Roma, como es costumbre hacer cada 25 años, para ganar dichas Indulgencias.

Lo mismo hicieron, después, las Escuelas Pías en el Año Santo de 1625, en tiempo del P.pa Urbano VIII, cuando ya habían crecido mucho y se habían hecho Orden. También entonces los peregrinos veían el ejemplo y provecho que se hacía con los alumnos, y que ya eran solicitadas por muchos lugares del Mundo, por lo que no tenían individuos suficientes para dar satisfacción a los que las pedían, y el P. José tenía que decir que, a su tiempo, sería atendidos, y que la planta era tan tierna, que no se podía trasplantar como él quería.

150.- A la muerte del Venerable Padre, yo hice muchas investigaciones para averiguar si estaba inscrito en esta Cofradía de la Santísima Trinidad de los Peregrinos, y encontré el nombre de D. José Calasanz. Con aquella ocasión se hizo una Congregación privada, que decidió hacer tres Memoriales, en nombre de dicha Cofradía, en los que se suplicaba al Papa Alejandro VII fuera favorable a la Beatificación del P. José de la Madre de Dios, Fundador de las Escuelas Pías, antes Cofrade de su Archicofradía. Aquellos tres Memoriales se los encomendaron al Sr. D. Ursino de Rosis, Secretario de dicha Cofradía, el cual, con grandísima diligencia, se los llevó al Papa Alejandro VII, y el Papa los remitió a la Sagrada Congregación de Ritos, de la que es Secretario Monseñor Casali.

Notas

  1. El P. Caputi, cuando habla de él, por error pone siempre el P. Francisco de San Francisco. En el resto de la corrección se seguirá poniendo siempre P. Tomás de la Visitación.