GinerMaestro/Cap12/01

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12.01. Pobreza, caridad y cofradías

En realidad, no habían faltado nunca en Roma hermandades o cofradías desde los siglos más lejanos del medievo, con su doble finalidad de socorrer por amor de Dios a los necesitados y de atender a la vez a la propia perfección de vida cristiana. En los últimos tiempos anteriores al Concilio de Trento, en plena efervescencia renacentista y paganizante, habían surgido corporaciones, como el Oratorio o más exactamente Compañía del Divino Amor, a la que pertenecieron laicos y eclesiásticos de todos los niveles, que aspiraban a una reforma personal mediante la piedad y la beneficencia[Notas 1]. Estas Compañías, Hermandades o Cofradías proliferaron durante todo el siglo XVI, superando el número de sesenta, abarcando todo el campo de las miserias y necesidades públicas en una especie de dedicación especializada a niños huérfanos, expósitos o abandonados; peregrinos y extranjeros; pobres en general o vergonzantes en particular; enfermos en hospitales o en sus propias casas, y convalecientes; presos, condenados a muerte, moribundos; prostitutas, mendigos, apestados, etc.

Todo este fervor de caridad pública se acrecentó después del Concilio de Trento, como exigencia de la efectiva reforma de la Iglesia, particularmente en Roma, pues en las últimas décadas sufrió durísimas calamidades, como las epidemias de 1576, 1590-91 y 1596; las inundaciones del Tíber de 1547, 1557, 1571, 1589 y sobre todo la de 1598, en que murieron 1.400 víctimas, o 4.000 según otras estadísticas; ni fueron menos catastróficas las carestías de grano, con el consiguiente aumento de precios, al que aludía Calasanz en noviembre de 1592[Notas 2].

Roma, sin embargo, no fue una excepción en el conjunto de calamidades públicas. Pestes, inundaciones, hambre, carestía y guerras hacían estragos en todas partes, y aun la llamada 'revolución de los precios', en la que el proceso de inflación monetaria no correspondía al aumento de salarios, llenó Europa de inmensas regiones de pobres, que llegaban quizá al 20 o 25 por 100 de la población total. No deja de ser significativo que precisamente España, en estos siglos de oro de su riqueza, cultura y hegemonía, creara uno de sus personajes más típicos y representativos: el pícaro. Y son los pobres, los vagabundos, los mendigos, los que pueblan las páginas de nuestros grandes clásicos.

En 1601 escribía un observador: 'Por Roma no se ve otra cosa que pobres mendigos, y en tan gran número, que no se puede estar ni ir por las calles sin que continuamente se vea uno rodeado de ellos, con gran descontento del pueblo y de los mismos pordioseros'[Notas 3]. Pero es probable que semejante observación pudiera hacerse también en París, Londres o cualquiera de las grandes ciudades de Europa. Y más probable, por otra parte, que los mendigos o pobres tuvieran más atenciones, limosnas y buen trato en Roma que en cualquier otro lugar, si se piensa que la beneficencia pública en todos sus aspectos estaba entonces casi absolutamente en manos de la Iglesia, y en ninguna otra parte se palpaba tanto su presencia como en la capital del orbe católico. Los papas se esforzaron por crear en su ciudad centros públicos de asistencia a toda clase de necesitados. Y allí surgieron hospitales y hospicios, asilos y orfanatos, reformatorios y casas de acogida, todo a expensas del erario público y de la generosidad de los altos dignatarios de la curia romana y de la caridad heroica de tantos santos fundadores de Ordenes religiosas; pero sobre todo de la pléyade anónima de clérigos y laicos que calladamente recorrían todos los días los catorce barrios o distritos de la ciudad y subían y bajaban sus siete colinas, como miembros de las múltiples cofradías o compañías de caridad, en busca del dolor, el abandono, la miseria y la pobreza del prójimo[Notas 4].

Estas cofradías, además de su específica dedicación benéfica, exigían a sus afiliados ciertas prácticas de piedad y mortificación, con lo que podían considerarse como verdaderos centros de espiritualidad y escuelas de perfección cristiana.

En términos generales, escribía Berro que Calasanz, 'llegado a Roma, se dio con mucha devoción y consuelo a visitar los santos lugares de esta ciudad... y atendía a toda obra de caridad, tanto en los hospitales y cárceles y en toda obra de piedad, como en huir de todas las malas costumbres de los cortesanos'[Notas 5]. Y concretamente recordaba que perteneció a cuatro cofradías, a saber: la de la Doctrina Cristiana, la del Sufragio o del Refugio, como él dice; la de las Llagas de San Francisco y la de los Doce Apóstoles. Al margen del manuscrito añadió una mano posterior que perteneció también a la Cofradía de la Santísima Trinidad de Peregrinos y Convalecientes[Notas 6]. A raíz de la beatificación de Calasanz (1748), el postulador de la Causa pidió un certificado notarial a cada una de las Cofradías romanas a las que había pertenecido, según tradición, y las cinco mencionadas extendieron el atestado, además de una sexta: el Oratorio de Santa Teresa, de los carmelitas de la Scala[Notas 7]. Estudios recientes han confirmado y aclarado la pertenencia y actividades de Calasanz en cada una de ellas, aunque no todas con la misma abundancia de datos. Veamos.

Notas

  1. Cf. entre otros a A. BIANCONI, L’opera delle compagnie del Divino Amore nella Riforma cattolica (Cittá di Castello 1914); P. PASCHINI, Tre ricerche sulla storia della Chi esa nel Cinquecento (Roma 1947).
  2. Cf. texto citado en n.5 del cap. 10.
  3. C. FANUCCI, Trattato di tutte le opere pie dell’alma cittá di Roma (Roma 1601), p.67. Más noticias sobre el estado social y de beneficencia de la Roma de entonces en C.L. MORICHINI, Degli istituti di caritá per la sussistenza e l’educazione dei poveri e del prigionieri in Roma libri tre (Roma 1870); P. PECCHIAI, Roma nel cinquecento (Bolonia 1948); C. PIAZZA, Opere pie di Roma (Roma 1679); J. DELUMEAU, Vie Economique et Sociale de Rome dans la seconde moitié du XVI siécle (Paris 1957-59) 2 vols.
  4. Battista Ceci da Urbino, en una Relatione de 1605 sobre Roma, dice que el papa repartía 400 escudos de oro a pobres vergonzantes, conventos y hospitales; 2.000 por Navidad, Pascua, San Pedro y San Pablo y aniversario de su coronación, además de mil escudos en limosnas extraordinarias. Describe también los numerosos centros de beneficencia de Roma, 'todos los cuales estaban excelentemente organizados y servidos por hermandades. Aquí se cuidaba a las más diversas clases sociales y a enfermos de todo genero... [los hospitales] estaban tan hábilmente distribuidos por todos los barrios, que no faltaba asistencia en ninguna parte... En total, el número de los hospitales y hospicios subía a cuarenta' (PASTOR, o.c., vol. 24, p.344-345).
  5. BERRO I, p.65-66. Lo mismo afirmó la Breve Notizia: 'Y además de los oficios que tenia en dicha corte [del palacio Colonna], se ejercitaba en toda obra de piedad, visitando prisiones y hospitales, ayudando en toda necesidad con caridad grandísima' (BAU, RV. p.12).
  6. Cf. BERRO I, p.68-69. La Breve Notizia sólo alude a tres cofradías: de los Apóstoles, de las Llagas y de la Doctrina Cristiana (cf. BAU, RV, p. 12).
  7. Cf. RegCal XIII, 8-13.