Orden de las Escuelas Pías
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Las Escuelas Pías, cuyo nombre oficial es «Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías» fueron fundadas por San José de Calasanz. Era el año 1597, en el barrio romano del trastíber, junto a la iglesia parroquial de Santa Dorotea. El Fundador recuerda el hecho expresamente en varias ocasiones; he aquí el texto de una carta escrita al P. Vicente Berro (20-5-1644): «Respecto al comienzo de las Escuelas Pías, yo me encontré con dos o tres de la Doctrina Cristiana que iban al trastíber a dar clase en ciertas escuelas que se hacían en Santa Dorotea. Y dado que en ellas gran parte de los alumnos pagaba cada uno un tanto al mes y de los compañeros unos venían por la mañana y otros por la tarde, cuando murió el párroco, que nos prestaba una salita y una habitación en la planta baja, me decidí a pasarlas a Roma, conociendo la gran pobreza que había, por haber visitado durante seis o siete años los barrios de Roma cuando era de la Cofradía de los Santos Apóstoles. Y de los compañeros que tenía en el trastíber sólo me siguió uno, y se instaló el Instituto en Roma. Poco a poco se hizo Congregación y luego Religión, la que siendo de tanta utilidad en favor de los pobres...» (c. 4.185 en P.).
Contenido
- 1 Cincuenta primeros años (1597-1646)
- 2 AÑOS EN LA REDUCCIÓN Y RESTAURACIÓN (1646-1669)
- 3 TREINTA ÚLTIMOS AÑOS DEL SIGLO XVII (1670-1700)
- 4 PRIMEROS SESENTA AÑOS DEL SIGLO XVIII (1700-1760)
- 5 SEGUNDA PARTE DEL SIGLO XVIII (1760-1808)
- 6 El siglo de las autonomías (1804-1904):
- 7 El siglo veinte
- 8 Superiores Generales
- 9 Bibliografía
- 10 Redactor(es)
Cincuenta primeros años (1597-1646)
La fecha que tradicionalmente indica los comienzos de la obra, 1597, proviene de las Memorias del P. Berro; en ellas se lee que las Escuelas Pías comenzaron «dos años o treinta meses» antes de morir el párroco D. Antonio Brendani; fue, según fuente segura, el 26-2-1600. Todos los biógrafos de Calasanz aceptan sin dificultad alguna la fecha indicada; únicamente en 1960 la puso en duda el P. Vilá; fundamentaba su argumentación en una carta enviada por Calasanz al párroco de Peralta (24-6-1599); de ella concluye que los comienzos del Instituto no pudieron acontecer antes del otoño de 1599. Si bien los argumentos tienen algún valor y fundamento, parece mejor adherirnos a la posición del P. Sántha que, tras haber sopesado las razones del P. Vilá y visto los documentos descubiertos más tarde, cree que la fecha de 1597 continúa siendo muy probable o, a lo más, se puede retrasar la fundación a comienzos de 1598.
Más difícil es determinar la fecha precisa en que Calasanz «consiguió que fueran enseñados solamente los pobres, quienes no encontraban a nadie que los instruyese...» (c. 132 en P.); en otras palabras, en qué momento la escuela de Santa Dorotea llega a convertirse en la «primera escuela popular de Europa», como la denomina L. von Pastor.
Al comenzar el año santo de 1600, Calasanz llevó las escuelas al centro de la ciudad; ocuparon sucesivamente cuatro sedes: las dos primeras en el barrio de San Eustaquio, las otras dos en el contiguo, llamado Parione. Antes estuvieron funcionando en dos casas pequeñas «junto a la pensión denominada El Paraíso», próxima al Campo dei Fiori; ahí se mantuvieron dos años. Luego pasaron al palacio Vestri, detrás de la iglesia de S. Andrea della Valle; en octubre de 1605 se trasladaron al palacio Mannini. Finalmente, en octubre de 1612 Calasanz compró el vecino palacio Torres, al lado de la iglesia de S. Pantaleón, que fue el lugar definitivo.
El Fundador utilizó los métodos pedagógicos-didácticos entonces en uso; poco a poco los perfeccionó y adaptó a su escuela que era muy numerosa y estaba dividida en grupos o clases diferenciadas; llegó, en pocos años, a crear la organización que expone en la Breve relación, escrita entre los años 1606-1610 y de la que todavía se conserva el manuscrito. Hoy se le reconoce como el «documento principal» de la pedagogía calasancia.
La nueva escuela fue contestada y rechazada por los maestros de los barrios; también por quienes se oponían al derecho que todos los niños tienen a ser instruidos, incluso los pobres. Muchas preocupaciones ocasionaron al Fundador las estrecheces económicas, los problemas internos de la corporación y la obra y los envites externos. Sin embargo, lo que más preocupaba a Calasanz en aquel momento era la supervivencia de lo que acababa de crear; su utilidad pocos llegaban a comprender, menos aún su necesidad para el futuro. Entre los maestros que le acompañaban había personas de gran valía y de gran espíritu: el seglar Marco Antonio Arcangeli, los sacerdotes Juan Francisco Fiammelli y Gelio Ghellini y otros más; pero no podía contar con ellos, pues no tenían intención de dedicarse permanentemente a la empresa. Entre el resto no encontraba quien le ofreciera suficiente confianza, pues «muchos, tras haber aprendido bien el modo de enseñar, se marchaban a las escuelas de otras partes por interés distinto» (Breve relación). Por tal razón, tras comprar el palacio Torres y siguiendo el consejo de algunos amigos, especialmente del cardenal Benito Giustiniani, Calasanz decidió confiar su obra a una Congregación religiosa, fundada en Lucca cuarenta años antes por un antiguo amigo, San Juan Leonardi; éste había muerto en 1609. Pablo V firmó el breve de unión de las Escuelas Pías con la Congregación de Lucca. Sin embargo tal solución no fue efectiva; tres años más tarde, con el apoyo del cardenal Giustiniani, pidió y obtuvo del Romano Pontífice otro breve (6-3-1617) en el que se anulaba el precedente y se creaba la CONGREGACIÓN PAULINA DE LAS ESCUELAS PÍAS. Sus miembros emitían votos simples de pobreza, castidad y obediencia, dispensables solamente por el Papa. Pablo V imponía a tal Congregación, honrada con su nombre, la obligación de enseñar gratuitamente a los niños «los primeros rudimentos, la gramática, el cálculo y, sobre todo, los principios de la fe católica; imbuirlos en las buenas y santas costumbres y educarlos cristianamente...» (Breve Ad ea per quae). Era exactamente lo que se pretendía, como lo atestiguaron los hechos: en cinco años el número de religiosos creció maravillosamente, la obra de las Escuelas Pías se extendió por El Lacio y hasta regiones lejanas como Umbría, Liguria y Emilia.
Fue entonces cuando José de Calasanz, estimulado por el cardenal Giustiniani, escribió las Constituciones del nuevo Instituto; tuvo perspectivas amplias pensando en una gran y posible expansión de su obra. No estaba satisfecho con los votos simples; eran fácilmente dispensables. Por ello al presentar a la Santa Sede las nuevas Constituciones para que fuesen aprobadas, pidió, al mismo tiempo, que la Congregación fuera elevada al grado de Religión, esto es, de Orden de votos solemnes. Con el apoyo e influencia del cardenal Miguel Ángel Tonti —quien en los primeros momentos fue contrario al Instituto y luego se convirtió en el mejor y mayor defensor— logró el 18-11-1621 un breve del Papa Gregorio XV, In supremo apostolatus, en el cual la Congregación Paulina era reconocida como Orden exenta de CLÉRIGOS REGULARES POBRES DE LA MADRE DE DIOS DE LAS ESCUELAS PÍAS, quedando suprimido, además, todo límite geográfico a su expansión.
Pocos meses después, el 31-1-1622, se aprobaron asimismo las Constituciones con el breve Sacri apostolatus ministerio.
En los veinte años siguientes, 1622-1642, las casas escolapias se multiplicaron por Italia, incluidas las islas, y surgieron fundaciones en Checoslovaquia, Polonia y Hungría. Un desarrollo tan enorme no pudo llevarse a cabo sin inconvenientes. El más grave, sin duda, la inadecuada formación de los religiosos; la formación impartida en el noviciado era buena, pero dos años eran, a todas luces, insuficientes. Es verdad que el Fundador preveía en las Constituciones una período de estudios bastante más largo; pero nunca llegó a realizarse, salvo en algunos casos particulares. Por regla general los religiosos, una vez profesos, eran destinados a las escuelas; tan sólo los más capaces, en los tiempos libres de enseñanza, continuaban su formación con los religiosos mayores de la comunidad adquiriendo grandes progresos.
Seis años después de ser aprobadas las Constituciones Calasanz convocó a sus más adictos colaboradores; a la reunión llamó «Capítulo general», aunque los historiadores no la han reconocido como tal, ya que solamente asistieron él, como General, y sus Asistentes: en total cinco personas. Entre las deliberaciones hubo una de funestas consecuencias en la posteridad; se determinó conceder el uso del bonete clerical y de la tonsura a los hermanos operarios-laicos que regentaban las clases inferiores: parecía que de ese modo se quisiera acrecentar su prestigio ante los alumnos y, se les estimulaba a especializarse en la enseñanza de la caligrafía y de la aritmética. Estos recibieron el nombre de «clérigos operarios». Pasado un tiempo, algunos de ellos, al sentirse descontentos por distintas razones, comenzaron a perturbar la paz de las comunidades con varias pretensiones, no excluida la de ser promovidos al sacerdocio. Calasanz intentó despedirlos de la Orden, especialmente a los más turbulentos; mas por razón de los votos solemnes, que él mismo tanto había deseado, no pudo conseguirlo. Casi un decenio costó que con gran prudencia reinase cierta tranquilidad en las casas. Hacia final de 1636 el Fundador, después de haber tomado muchas precauciones para evitar posteriores abusos, permitió a dos clérigos operarios muy inteligentes y cultos, Francisco Michelini y Ambrosio Ambrosi, llegar al sacerdocio. Como se temía ocurrió. Otros varios lo pretendieron igualmente; sacerdotes y clérigos propiamente dichos se opusieron con toda su fuerza y de ahí surgió un nuevo conflicto que en poco tiempo desestabilizó las comunidades de Italia y, en cosa de dos años, las de Europa central. De un mal se deriva otro. Calasanz, al no ceder a las pretensiones de los operarios, se encontró que éstos empezaron a presentar serias dudas sobre la validez de su profesión religiosa; aducían haberla emitido «per vim et dolum», o antes de los veinte años, prescritos, como mínimo, para los religiosos legos; eran, pues, clérigos a todos los efectos y podían aspirar legítimamente al sacerdocio.
Los Capítulos generales de 1637 y 1641 abolieron la clase de «clérigos operarios» y establecieron normas precisas para la solución de los casos particulares: estas decisiones fueron ratificadas por la Santa Sede. Todo inducía a pensar que en breve tiempo se iba a volver a la normalidad, aunque también se preveía que serían necesarios muchos años para olvidar antagonismos, animosidades y sueños deseados y acariciados. De todas formas el camino elegido para resolver el problema fue el justo, lo que alimentaba cierto optimismo.
La siguiente estadística, elocuente y oficial, de los últimos meses de 1637, cuando se celebró el Capítulo general, dice:
Provincias | 6 |
Casas | 27 |
Religiosos: Sacerdotes | 124 |
Religiosos: Clérigos | 79 |
Religiosos: Operarios | 159 |
Religiosos: Novicios | 70 |
Por desgracia en aquellos años aparecieron otros nuevos disturbios que agravaron todavía más la situación. Hacia finales de 1639 fue enviado a la casa de Florencia el religioso Mario Sozzi; por cuestiones personales se enfrentó con la mayoría de la comunidad y, en particular, con el grupo escolapio llamado «galileianos» (eran discípulos de Galileo Galilei: le ayudaban en su trabajo y escuchaban sus lecciones). Sozzi tuvo la suerte de descubrir las pruebas irrefutables de un escándalo en la ciudad que venía de años atrás. Avisó de ello al Comisario del Santo Oficio de Florencia; éste lo puso inmediatamente en conocimiento del tribunal de Roma. A consecuencia de ello el Comisario florentino y el Asesor del tribunal romano decidieron proteger al P. Mario y, al final del proceso, premiárselo (Sozzi había conseguido recabar las pruebas que aquéllos, desde tiempos atrás, perseguían, aunque en vano). Mario aprovechó la coyuntura del patrocinio del tribunal eclesiástico para vengarse de los galileianos y del P. General, culpable, según él, y opuesto a su actitud.
Resumiendo las numerosas vicisitudes y consecuencias, baste decir que en 1641 el Santo Oficio impuso al P. General la obligación de nombrar al P. Mario «Provincial de Toscana», donde, a pesar de todo, no tuvo suerte; en menos de un año el gran duque lo había expulsado de sus estados. El Santo Oficio decidió entonces elevarlo a General de la Orden. Así, en la reunión del 15-1-1643, bajo la presidencia del Papa, Calasanz fue suspendido del generalato, los Asistentes destituidos, Mario nombrado General con exclusiva dependencia de un Visitador apostólico. A su muerte, en noviembre de 1643, le sucedió en el cargo uno de sus favoritos, el P. Esteban Cherubini; el 16-3-1646 Inocencio X reducía la Orden de las Escuelas Pías a una Congregación sin votos y sin Superiores mayores; todas las casas quedaban sometidas al Ordinario del lugar (Decreto «Ea quae pro felici»). Esta fue la catástrofe a la que Calasanz sobrevivió durante más de dos años; siempre estuvo convencido del resurgimiento de su obra, de ahí que continuara luchando denodadamente. Al entrar en vigor el decreto inocenciano los escolapios era aproximadamente 500, de los cuales 220 sacerdotes, 120 clérigos y 160 hermanos operarios; no había novicios porque se prohibía su admisión en el documento.
Haciendo un elenco de los escolapios que se distinguieron por su integridad y santidad de vida en los primeros cincuenta años, además de su Fundador hay que citar: el Venerable Glicerio Landriani (1588-1618), que se señaló como director de la «oración continua» y organizador de las catequesis dominicales en varias iglesias de Roma. El P. Pedro Casani (1572-1647), que perteneció a la Congregación luquesa, el más eficaz colaborador de Calasanz quien, ya anciano, en vano deseó le sucediera en el gobierno de la Orden; maestro de novicios, Provincial en varios lugares y restaurador en Moravia del juniorato; tiene introducida la causa de beatificación. Gaspar Dragonetti (1513-1628) venerable anciano, que se incorporó a las Escuelas Pías el año 1603 y seguía impartiendo clase en 1625, siendo fiel -uno de los poquísimos entre los compañeros de la primera época- a Calasanz hasta su muerte. Domingo Pizzardo (1567-1631), quién ingresó en la Orden en edad avanzada, coincidiendo en el noviciado con su hijo, y murió a causa del contagio contraído en la asistencia a los apestados. Santiago Graziani (1580-1634), hombre austero, de gran equilibrio psicológico, apto para ejercer el oficio de superior y comprensivo. Ambrosio Leailth (1602-1645), muerto asistiendo a los apestados. Casimiro Bogatka (1610-1660), primer escolapio polaco y muerto en olor de santidad. En otro orden de cosas hay que citar a los escolapios galileianos, entre los cuales se cuentan Ambrosio Ambrosi (1609-1645), Clemente Settimi (1612-?), Francisco Michelini (1604-1665), y algunos insignes en literatura que pertenecen también al período siguiente.
AÑOS EN LA REDUCCIÓN Y RESTAURACIÓN (1646-1669)
Aprovechando las facilidades concedidas en el decreto de reducción, muchos religiosos (se habla de 200) abandonaron el Instituto. Como las salidas fueron graduales fue posible mantener la tarea escolar y abiertas todas las casas existentes. Era, con todo, evidente que por la absoluta prohibición de admitir novicios la obra no hubiera podido mantenerse por mucho tiempo. En 1648, antes de la muerte del Fundador, se dio la facultad de recibir jóvenes aspirantes-novicios, a condición de que no se les concediese la profesión; y es notable el hecho que muchos llamaran a las puertas de las Escuelas Pías en tan triste situación; éstos, tras ser formados durante dos años en un noviciado, se sumaban a las comunidades con el nombre de «agregados»; fueron quienes sostuvieron las escuelas a medida que los antiguos religiosos morían o abandonaban la Orden.
Por otra parte y siguiendo los ejemplos del Fundador, los escolapios más entusiasmados con las Escuelas Pías recurrieron con todos los medios a su alcance para obtener la revocación del decreto pontificio, especialmente en los territorios de la Europa central. Hay que citar en este empeño al P. Francisco Castelli y al P. Onofre Conti que buscaron respectivamente un cardenal protector de la obra y la intervención del rey de Polonia; otras formas usaron los PP. Andolfi, Berro, Caputi, Morelli, Mazzei, Mussesti, quienes con Michelini consiguieron que la corte de Florencia intercediese ante el Papa. Pero Inocencio X, como era de prever, se mantuvo en la decisión tomada; elegido sucesor Alejandro VII (1655-1667) se volvió a insistir y esta vez con fruto, pues el 24-1-1656 se publicó el breve Dudum felicis recordationis Paulus Papa V, primer paso hacia la restauración de la Orden: elevaba el Instituto a Congregación de tres votos simples, dispensables sólo por el Romano Pontífice, nombraba General por tres años al P. Juan García (1584-1659), el amigo más fiel de Calasanz, asignándole a la vez cuatro Asistentes.
Tras esta buena noticia no fue fácil organizar los cuerpos de gobierno: curias provinciales y nombramiento de superiores; aunque, por el contrario, el número de religiosos creció súbitamente, de forma extraordinaria, pues muchos de los «agregados», que habían hecho ya el noviciado, fueron admitidos a la profesión. Así en 1657 había 320 religiosos en 41 casas.
Al comenzar 1659 el P. García convocó un Capítulo general, pero no llegó a presidirlo, pues murió el 16 de febrero; en él, celebrado en mayo, fue elegido General el P. Camilo Scassellati (1610-1678), rector del Nazareno, quien estaba convencido de que su gobierno debería ser vitalicio, según las Constituciones. Otro breve pontificio (28-4-1660), «Cum sicut accepimus», no sólo limitó a seis años la duración del generalato, sino que reconoció a los PP. Asistentes facultades que no estaban previstas en las Constituciones. A partir de ese momento la Congregación general tomó la forma nueva que, con pequeños cambios, se conserva todavía hoy. Del Capítulo general siguiente, celebrado en 1665, salió elegido el siciliano P. Cosme Chiara (1616-1688). Durante su mandato, gracias a la habilidad del P. Juan Carlos Caputi, quien buscó la colaboración de personas influyentes, y a la benevolencia del Papa Clemente IX, que había conocido personalmente al Fundador y lo tenía como verdadero santo, la Orden de las Escuelas Pías fue establecida con todos los privilegios y derechos que había tenido y recibido con los breves de Gregorio XV (18-11-1621 y 31-1-1622). Esto ocurrió el 23-10-1669.
La vitalidad de las Escuelas Pías en los primeros quince años después de la restauración fue robusta; en poco tiempo se consolidó y comenzó a extenderse. En 1661 surge la Provincia de Cerdeña, al año siguiente la de Polonia; la primera, porque las vocaciones de la isla eran muy numerosas; la segunda debido a los «agregados» que había conservado, incluso, la estructura de Provincia; todos los religiosos reconocían como Provincial al P. Alejandro Novari, aunque su autoridad fuese moral, no jurídica. Es mérito del P. Scassellati haber fundado, en 1660, en Chieti un juniorato para toda la Orden y colocado en él como superior al P. Ángel Morelli, uno de los galileianos. En tal casa, durante siglo y medio, se formaron muchos jóvenes escolapios; la mayor parte de la Provincia napolitana, ya que por la situación geográfica de la ciudad eran pocos los que acudían de lejos. Un segundo juniorato, y esta vez internacional, fue establecido por el mismo P. General, al año siguiente, en la casa de San Pantaleón.
Hay que reseñar en este período a todos y muchos escolapios escritores, que, antes de la muerte de Calasanz, habían sido muy pocos. Publicó obras para las escuelas y para el teatro escolar el P. Juan Francisco Apa (1612-1656), quien en 1643 había editado una gramática latina, redactada en lengua italiana y dedicada al Fundador. Textos escolares y composiciones latinas salieron de las manos de los PP. Scassellati y Pedro Mussesti (1612-1668). El P. Estanislao Papczyński (1631-1701), polaco, convertido luego en fundador de los Clérigos Regulares Marianos, compuso un tratado de retórica que en 1870 estaba en la cuarta edición. El P. Francisco Baldi (1600-?), quien abandonó la Orden pasando en 1651 al clero secular, publicó una gramática latina en 1649 y, más tarde, un voluminoso diccionario de sinónimos latinos.
Entre los religiosos que merecen recordarse por su ejemplaridad de vida están: el P. Juan García; el P. Francisco Castelli (1583-1657), hombre piadoso y culto, único de los Asistentes generales nombrados en 1622, que sobrevivió a Calasanz; el P. Alejandro Novari (1605-1657), quien en Moravia y Bohemia misionó y trabajó por la conversión de los infieles y herejes; el P. Juan Domingo Franco (7-1662), hombre ejemplar, maestro de novicios, primer Provincial de Polonia; los PP. Pedro Lucas Battaglione (1618-1663), Francisco Hanak (1637-1670), que desplegó su apostolado en Szepes (Eslovaquia septentrional), y Juan Esteban Spínola (1591-1674) excelente director espiritual de los jóvenes escolapios y de religiosas de clausura.
TREINTA ÚLTIMOS AÑOS DEL SIGLO XVII (1670-1700)
El P. Cosme Chiara, poco tiempo después de haber obtenido la completa restauración de la Orden, llegó al final de su mandato y preparó el Capítulo general de 1671 en el cual salió elegido el P. José Fedele (1605-1683). Este no fue elegido por los capitulares, sino designado por rescripto pontificio, obtenido por obra del cardenal Camilo de’Massimi, que presidía el Capítulo. El asunto fue desagradable, pero, a pesar de todo, se aceptó por respeto a la Santa Sede. Gobernó con sabiduría y energía, si bien no fue imparcial en todos los asuntos. Al acabar el mandato la Orden contaba con 8 Provincias, 56 casas y 726 religiosos.
El Capítulo general de 1877 puso al frente de la Orden al P. Carlos Juan Pirroni (1640-1685) de treinta y siete años de edad; desempañaba el cargo de Procurador general; buen religioso, culto, dotado de excelentes cualidades de mando. Superados no pocos obstáculos en la Congregación general creó una Curia ágil y eficiente. Mantuvo relaciones cercanas con los distintos dicasterios de la Santa Sede; llegó a ser amigo personal del Papa Inocencio XI, que le estimaba y concedía frecuentes audiencias. Promovió la observancia regular; puso el máximo interés en la formación de los jóvenes religiosos redactando la primera y verdadera «Ratio studiorum», impuesta como obligatoria a toda la Orden por decreto del 12-11-1681. Unos años antes había reorganizado el juniorato de Chieti, y abierto nuevamente el de San Pantaleón (cerrado al finalizar el generalato del P. Scassellati); acogió como huésped en la misma casa de San Pantaleón al célebre científico Juan Alfonso Borrelli (1608-1679) quien, en los dos años que sobrevivió, inició en el estudio de las matemáticas a un grupo selecto de jóvenes escolapios y, después de su muerte (31-12-1679), Pirroni preparó la publicación de la obra De motu animalium que el autor había dejado inédita, aunque dispuesta para la imprenta. Para poder disponer de medios indispensables para la alimentación de los jóvenes en el tiempo de su formación y, también, para hacer más eficientes las escuelas, pidió y obtuvo de Inocencio XI cambiar las Constituciones en lo referente a permitir la posesión de bienes estables por los escolapios. Fue reelegido General en 1683; en dicho año tuvo el consuelo de ver instauradas las Escuelas Pías en España, hecho que había preparado en los años anteriores. Sin duda que hubiera llevado a cabo muchas y grandes obras si una tuberculosis, contraída en 1684, no hubiese puesto prematuramente fin a su vida el 13-4-1685, cuando sólo contaba 45 años.
El P. Alejo Armini (1624-1695), Asistente general, que el P. Pirroni había elegido como Vicario ante su situación de enfermedad, preparó el Capítulo general; y el 2-5-1686 él mismo fue elegido para Prepósito. Armini continuó con inteligencia y firmeza la obra iniciada por su predecesor. Fue una pena que contra su voluntad se vieran interrumpidos los esfuerzos y preparativos para una fundación en México en 1687, cuando apenas se habían comenzado.
En 1692, fue elegido General el P. Juan Francisco Foci (1650-1699); tenía cuarenta y dos años. Su mandato duró hasta final de siglo, poco después de haber comenzado el segundo sexenio. Fue el primer superior General que visitó personalmente las Provincias de Europa central, donde afrontó y resolvió espinosos problemas. En tal período se fundaron varias casas, entre las cuales sobresale Viena (1697) por la cual había trabajado con ahínco. Recopiló y puso al día la legislación de la Orden, titulando la obra Synopsis, que, aunque sin valor jurídico, fue de gran utilidad práctica; fue editada por vez primera en 1698, en Roma, e incluida más adelante en la voluminosa colección de Lucas Holstenius, aparecida en 1759 y reproducida con el método anastático en Graz (Austria). Preparó una Ratio studiorum pro nostris, la cual, revisada en el Capítulo de 1718, se mantuvo vigente hasta finales del siglo XVIII. Puso al día el reglamento del colegio Nazareno y redactó las normas preparadas por el P. Salistri para el instituto de San Miguel ad Ripam, en Roma, encomendado por la Santa Sede a los escolapios desde 1684 en tiempo del P. Pirroni.
Muchos fueron los religiosos que se destacaron por su ejemplaridad de vida en este tramo de siglo. Se recuerda al P. Tomás Sperat (1635-1681), insigne por la predicación en favor de la conversión de los herejes y martirizado por ellos en desprecio al sacerdocio católico romano (¡lástima que no haya sido introducido el proceso de beatificación!); al P. Nicolás Hausenka (1637-1683), también misionero y a quien le llamaban los mismos herejes diablo papista; al P. Onofre Conti (1606-1686), napolitano, organizador de las Escuelas Pías en Europa central y fundador de ellas en Polonia, a quien con casi setenta años se le envió a restablecer la observancia en Cerdeña y cuyo sello y huella duró varios decenios; al P. Cosme Chiara; a los PP. Bartolomé Guidi (1611-1688) y Melchor Guadagni (1654-1708), excelentes directores de espíritu; al P. Adalberto Siewierkiewicz (1650-1693), predicador y muerto en olor de santidad.
En el campo de la cultura al P. Ambrosio Berretta (1616-1683), autor de una gramática latina que hizo época; al citado P. Pirroni, autor de himnos sagrados por encargo de la Sagrada Congregación de ritos y de elocuentes sermones; al notable latinista P. Carlos Mazzei (1621-1685) que publicó textos escolares y otras obras de latín clásico; al P. Ignacio Krzyszkiewicz (1640-1695) autor de Institutiones poeticae.
El P. Armini, exgeneral, recopiló tres breves biografías del Fundador, de Casani y de Glicerio Landriani, que fueron textos de lectura en las escuelas. El fue el primero que escribió la biografía documentada de Calasanz, que se publicó tras su muerte. El P. Jorge Miguel Nickl (1647-1692) editó en Praga (1688) una breve vida latina sobre el Fundador. Otro biógrafo de Calasanz, de los primeros, aunque no se pueda darle mucho valor por haberse dejado llevar por la fantasía, fue el P. Efisio Siotto (1632-1690), que cambió su apellido por el de Sotorreal; su obra se publicó en castellano, en Madrid (1675).
Finalmente hay que mencionar al polaco, P. Dámaso Stachowicz (1658-1699), compositor de música, cuyas obras todavía se ejecutan hoy; al húngaro Lucas Mösch (1651-1701) que escribió sobre matemáticas, pedagogía y literatura; al P. Miguel Kraus (1628-1703), escritor sobre muchos temas y especialmente sobre vida religiosa; y por último al P. Juan Mudran (1647-1705) que dejó una Instructio novitiorum, impresa en Varsovia en 1702.
PRIMEROS SESENTA AÑOS DEL SIGLO XVIII (1700-1760)
El Capítulo general de 1686 decretó que, si por causa de muerte u otra razón el P. General dejara el cargo, el Vicario debía terminar el sexenio; dicho Vicario sería nombrado por aquél o si no lo hiciese, el primer Asistente debía sustituirle. Tal vez las razones fuesen las económicas. Siguiendo esta norma, el P. Bernardo Salaris (1635-1701) sucedió al P. Foci, como primer Asistente, y gobernó hasta 1704. Pero diez días después de la muerte del P. Foci la Sagrada Congregación de obispos y regulares ordenaba celebrar el Capítulo general en la primavera de 1700. Fue elegido superior el P. Pedro Francisco Zanoni (1660-1720), persona más apta para los estudios que para el gobierno; ello, sin embargo, no impidió que la Orden siguiera extendiéndose; en su generalato había 950 religiosos distribuidos en 94 casas y éstas en 8 Provincias.
En 1706 no se pudo celebrar el Capítulo general a causa de la guerra de Sucesión que asolaba España, por le cual, con un decreto pontificio fue nombrado General el P. Crisóstomo Salistri (1654-1717), florentino, rico en experiencia de mando y humanidad, buen teólogo, pedagogo genial y autor de varios libros. Su gobierno fue muy positivo para la Orden, especialmente en el campo de la educación.
En 1712 le sucedió el P. Andrés Boschi (1665-1721), también teólogo. Intuyendo que el estudio de las ciencias exactas iba a ser de gran utilidad para las Escuelas Pías le dio un impulso que sería verdadero y duradero. Quiso además obviar ciertos inconvenientes que provenían de los derechos ejercitados por el tribunal de la Rota en el gobierno y administración del colegio Nazareno; actuando con firmeza llegó a conseguir que tal organismo renunciara a sus derechos y atribuciones. Mérito suyo es, igualmente, la preparación cuidadosa del Capítulo de 1718 del que salieron las determinaciones en torno a los estudios de los jóvenes religiosos y a la disciplina regular; por lo que puede valorarse como el Capítulo más importante del siglo.
En el sexenio siguiente gobernó la Orden el P. Gregorio Bornò (1663-1743); de esa época es la siguiente estadística: 9 Provincias, 123 casas, 1680 religiosos y 21.000 alumnos. Le sucedió el P. Adolfo Groll (1682-1743), primer General procedente de Europa central. En 1730 asumió el cargo el P. José Lalli (1673-1742), quien obtiene del Papa Clemente XII la declaración que permite a los escolapios enseñar también ciencias mayores (filosofía y teología) y acceder a cátedras universitarias. Su sucesor Juan Félix Arduini (1671-1748) creó una caja generalicia central a fin de asegurar a las Provincias más necesitadas los oportunos subsidios; e, igualmente, a él se debe la normativa que prescribe enviar a Roma información de todas las casas, con el único motivo de poder recopilar los anales de toda la Orden.
De 1742 a 1754, por contingencias, los Generales desempeñaron su cargo sólo tres años: José Oliva (1682-1745) murió tres años después de su elección; Juan Diego Manconi (1682-1754) completó el trienio con el título de Vicario; José Agustín Delbecchi (1687-1777), a los tres años de su elección fue promovido al episcopado (1751); le sustituyó Paulino Chelucci (1681-1754) a quien el Papa concedió el título de Prepósito general; mérito suyo fue la colocación de la estatua del Santo Fundador en la basílica de San Pedro, cuando todavía era beato, caso único en la historia. Finalmente en 1754 fue elegido el P. Eduardo Corsini (1702-1760) quien cumplió regularmente el sexenio. Los acontecimientos más importantes acaecidos del año 1742 a 1760 fueron: primero, la beatificación de Calasanz en el año 1748, que despertó una ola de entusiasmo dentro y fuera de la Orden y que en torno a tales fiestas se organizaron grandes celebraciones durante algunos años; el segundo, la estructuración del sistema electivo de los superiores, que se llevó a cabo en diversas etapas; el nuevo, preparado por el P. Ubaldo Giraldi, fue aprobado con un breve pontificio, sólo para Italia, en 1744; quince años más tarde se aplicó a España con algún retoque; por él la Congregación general, en los nombramientos de Provinciales y rectores estaba obligada a seguir las ternas enviadas desde la Provincia correspondiente; y en 1758 un decreto pontificio indicaba la periodicidad de los Capítulos generales y la duración del generalato; de seis pasa a doce años.
Sin duda, los primeros sesenta años del siglo XVIII estuvieron entre los mejores de la historia de las Escuelas Pías: ningún General gobernó más de seis años, acaso porque su reelección resultaba casi imposible tras la disposición del Capítulo general de 1718 (sólo podría repetir si alcanzaba los 5/6 de los votos de los capitulares); la formación dada en los noviciados y en los junioratos fue muy buena y el número de vocaciones elevado; se multiplicaron las fundaciones y muchas de ellas en las ciudades importantes de cada nación; simultáneamente crecía el número de las Provincias (Hungría [[[1721]]], España [[[1731]]], Aragón [[[1742]]], Cataluña [[[1751]]], Austria [[[1751]]], Castilla [[[1753]]], Apulia [[[1754]]], Lituania [[[1736]]]) y de ese modo el número de Provincias llegaba a 15.
En una época tan brillante sobresalieron igualmente los religiosos y en distintos campos. Así, por su santidad y ejemplaridad de vida hay que citar entre otros al H. Francisco Janer (1665-1735), de quien se pensó introducir la causa de beatificación; (no se entiende la razón que no permitió llevar a cabo tal idea, así como el decreto del Capítulo general que ordenaba la apertura de la causa de beatificación del P. Onofre Conti; se tiene la impresión de que en la Orden no se le concede la verdadera importancia que tiene este medio eficaz de alimentar entre los religiosos la vida espiritual; Calasanz no era de ese criterio cuando él mismo dio comienzo a la causa de beatificación de Glicerio Landriani y recomendó recoger materiales para introducir la del P. Pedro Casani); al P. Juan Crisóstomo Salistri (1654-1717); al P. Segismundo Coccapani (1646-1718), director espiritual de diversas comunidades religiosas, quien publicó, entre otras cosas, la biografía de la sierva de Dios, Eleonor Ramírez Moncalvo, documento fundamental en su causa de beatificación; al P. Ángel Valletta (1668-1728), amigo personal de Benedicto XIII, quien quiso visitarle personalmente en la casa de San Pantaleón con motivo de su última enfermedad; (hay en el archivo general una biografía manuscrita que lo exalta como santo); al P. Paulino Wiazkiewicz (1666-1729), introductor en 1705 del culto al Sagrado Corazón de Jesús en la Iglesia de Polonia y quien publicó algunas obras sobre el tema; al P. Martín Mozer (1686-1730), celoso misionero que convirtió a numerosos herejes y contribuyó constantemente a la formación de los novicios; al P. José Font (1672-1735), Antonio Ginés (1681-1742), Juan Crisóstomo Plana (1860-1752) (denominado «segundo Calasanz»), Antonio Colapinto (1701-1758; amigo y émulo en santidad de San Pompilio), Victorino Drzemischer (1713-1760) (misionero apostólico en la diócesis de Praga y muerto en olor de santidad).
En estos sesenta años aparecen los primeros escolapios elevados al episcopado: Agustín Passante (1653-1732), Francisco Correa (1679-1738) (portugués de nacimiento, alumno del Nazareno, predicador y director del seminario de Albano), Adolfo Groll (1682-1743) (reorganizador de los estudios en el seminario de Györ, en Hungría), Julián Sabbatini (1684-1757) (quien por iniciativa del duque de Módena llevó a cabo misiones diplomáticas en Viena y que fue amigo del historiador italiano Luis Antonio Muratori); el P. Casimiro Brandolisi (1683-1751) no fue obispo, aunque acompañando al Legado apostólico, Mons. Carlos Mezzabarba, a China preparó una relación detallada de la misión, que se conserva en el archivo general.
En el campo cultural sobresalieron: Francisco Zanoni (1660-1720), autor de una voluminosa Poligraphia sacra y de otras obras publicadas sólo en parte; Remigio Maschat (1692-1747) cuyas obras sobre Derecho Canónico hicieron época y han sido reeditadas en distintas ocasiones en Bohemia, en Roma, en Ferrara, en Augsburgo, Venecia y Madrid; Juan Crisóstomo Andriani (1682-1750), apasionado investigador de antigüedades eclesiásticas; Geroslao Kappeller (1705-1759), teólogo; Alejo Alexi (1679-1761), moralista; Eugenio Orlandi (1663-1741), catequeta y autor de varias obras sobre el tema; Alejo Cörver (1714-1747), restaurador de los estudios filosóficos en Hungría y conocido como insigne pedagogo; Agustín Sakl (1642-1717), amigo de Leibnitz y autor de apreciables obras de matemáticas superiores; también el matemático Alejandro Fantuzzi (1659-1754), Alejandro Conti (1683-1744) y Luis Amón (1688-1749); se podría preparar una larga lista de filósofos, eruditos, predicadores; pero, a modo de ejemplo, pueden servir: Alfonso Günther (1660-1739), Alejandro Puliti (1679-1752) (profesor en la universidad de Pisa), Paulino Chelucci (1681-1754) (profesor en la Sapienza de Roma y latinista muy reconocido en Alemania), Francisco Bonada (1716-1755) (latinista y autor de inscripciones lapidarias antiguas), Ubaldo Mignoni (1683-1754) (predicador y compositor de himnos litúrgicos y de otros temas) y Adolfo Nemcséyi (1702-1757) (polemista y escritor).
Sobre temas relacionados con la historia de la Orden y del Fundador escribieron: Bernardo Bartlik (1646-1716), autor de los Annales Ordinis, publicados en estos tiempos en la revista «Ephemerides Calasanctianae» (1932-1958) y en la «Archivum Scholarum Piarum» (1977-1981); esta obra abarca la historia de la Orden desde sus orígenes hasta el breve de Clemente IX por el que se restablecen las Escuelas Pías como Orden de votos solemnes en 1669; Gil Madeyski (1691-1746) quien compuso una vida de Calasanz en polaco y editada en Varsovia en 1744 y varias publicaciones en latín sobre los privilegios otorgados a la Orden; Rodolfo Brasavola (1654-1730), celoso propagador de la devoción a Calasanz; y, finalmente, Inocencio Cinnacchi (1681-1737), autor de una extensa biografía sobre José de Calasanz tomando datos de los procesos de beatificación, de Caputi y de Berro, publicada en Roma en 1734.
SEGUNDA PARTE DEL SIGLO XVIII (1760-1808)
En 1760 entra en vigor el breve, citado antes, por el que se indica que el gobierno de los PP. Generales se prolongue por doce años; cuatro escolapios fueron elegidos en conformidad con el sistema, aunque sólo dos de ellos llegaron a cumplir el final de su mandato. El primero fue el P. José María Giuria (1704-1771), elegido en 1760; el acontecimiento más notable de su gobierno fue la canonización del Santo Fundador por Clemente XIII en 1767, un año después de la muerte de San Pompilio; en ese tiempo la Orden siguió su ritmo de expansión y, así, en 1762 con tres casas de Bohemia y tres de Austria se erigía la Viceprovincia Renano-Suiza.
Pero es posible que se pueda afirmar, sin temor a duda, que precisamente en estos años comenzaba una verdadera crisis social, que, sin embargo, no explotó hasta un tiempo después y que en la Orden de las Escuelas Pías causó mucho daño. Se estaban sembrando ideas jansenistas, regalistas y, sobre todo, iluministas, las cuales desorientaron a un número considerable de religiosos de finales del siglo XVIII; quizás a los más cualificados, haciéndoles incapaces de oponerse a las presiones antirreligiosas y antieclesiásticas de la revolución, especialmente en Italia y Roma. El P. Giuria murió un año antes de terminar su mandato de doce años, que fue completado por el P. Matías Peri (1701-1778). En 1772 fue elegido Prepósito general el P. Cayetano Ramo (1713-1795), aragonés, que tuvo el mérito de recoger y llevar a la imprenta las Constituciones de la Orden, las Reglas, los Ritos y Cánones penales, los decretos de los Capítulos generales y toda la legislación; quedó recopilado en un sólo volumen (1781). En 1776 elevó a la categoría de Provincia la Viceprovincia de Renano-Suiza. Se sabe que en aquellos años había 16 Provincias y 218 casas; el número de religiosos no es conocido, pero alguien ha querido afirmar que serían unos 3.000, aunque sin poderlo comprobar; sí es cierto que posiblemente fue el techo que han podido alcanzar las Escuelas Pías. Lamentablemente desde ese momento comenzó una desintegración peligrosa; primero de estructuras, luego de la Institución. De hecho, el Capítulo general de 1784 resultó incompleto por la ausencia de los representantes de las Provincias del Imperio (Bohemia, Hungría y Austria), a quienes el gobierno de José II no permitió intervenir; por otros motivos -no consta si reales o infundados- tampoco participó la provincia de Renania-Suiza.
En este capitulo fue elegido General el P. Esteban Quadri (1720-1792), quien murió a los ocho años de comenzar su mandato y dejó como sucesor -nombrado por él mismo- al P. Carlos María Voenna (1733-1817), que actuaba de Procurador general. Y la situación se iba empeorando día a día. De hecho, en el Capítulo de 1796, a pesar de la buena voluntad de las tres Provincias españolas, estuvieron sólo presentes los italianos; eligieron Superior general al P. José Beccaria (1738-1813), a quien los acontecimientos políticos y militares no le dejaron preocuparse eficazmente de muchas Provincias; por algún tiempo se vio precisado a abandonar Roma y refugiarse en Florencia; cuando pudo volver a su residencia no se le permitió mantener contacto con Sicilia y Cerdeña; vio cómo desaparecían Liguria y Nápoles; con dificultad pudo mantener un pequeño número de religiosos de la Romana, la que sufrió daños de consideración. Las únicas que quedaron casi indemnes fueron Toscana, que perdió sólo cuatro casas situadas fuera del gran Ducado, y Apulia.
No obstante la revolución y las guerras de aquellos años borrascosos hubo numerosos escolapios que honraron a la Iglesia y a la Orden y a sus respectivas naciones por la santidad de vida, por su doctrina, por la múltiple actividad apostólica o educativa. Se suele tener la impresión de que el número de los escolapios sobresalientes en el campo cultural es notablemente superior al de quienes se distinguieron por la santidad de su vida; y probablemente esa sensación sea debida al hecho de que sobre los primeros se ha escrito abundantemente dentro y fuera de la Orden, mientras que los segundos han sido más relegados al olvido. Sólo estudios basados en investigaciones archivísticas largas y pacientes permitirán descubrir algunas figuras de hombres-escolapios que aspiraron seriamente a la «perfección de la caridad». Un ejemplo fue el caso de San Pompilio María Pirrotti (1710-1766): venerado siempre por los fieles junto con su amigo el P. Colapinto, fue casi olvidado por sus compañeros; la fortuita aparición de un legajo de documentos, acaecida sesenta años después de su muerte, indujo a los superiores a iniciar el proceso de su beatificación.
Sin entrar en ulteriores pesquisas se pueden presentar como religiosos de vida santa a: Leopoldo Skórzewski (1669-1765) a quien el pueblo le veneró como santo tras su muerte; Francisco Plana (1703-1766), religioso de gran oración; Tomás Plana (1700-1769), estimado como santo por el obispo y el pueblo de Albarracín, donde murió; Joaquín Radomyski (1698-1771), Provincial de Polonia, eficiente y muy venerado; el hermano Joaquín de la Peña (1743-1772), a quien se le dio el título de «venerable»; Jerónimo Bleszyński (1714-1774) llamado «padre santo» por católicos y herejes; José Jericó (1707-1786) enamorado de la Orden y devoto del Santo Fundador; Guido Nicht (1709-1789), amigo de S. Pompilio y autor de un florilegio calasancio titulado «Documenta spiritualia ex epistolis Sancti Josephi Calasanctii»; Domingo Chojnacki (1721- 1794), famoso como director espiritual y maestro de novicios en Polonia; Mariano Jimeno (1713-1796), Lucas Traid (1732-1803) y Pablo Antonio Fabbri (1716-1804) director de conciencia de San Pompilio.
Fueron más numerosos que en la época anterior los que llegaron al episcopado: Felipe Bruni (1715-1771), vicario de la diócesis suburbicaria de la Sabina y autor de los himnos al Sagrado Corazón de Jesús que figuraban en el breviario antiguo; Antonio Bajtay (1717-1773), apóstol en Transilvania; Juan Francisco de Nobili (1713-1774), promotor de la Provincia de Apulia; Agustín Delbecchi, exgeneral (1697-1777) y arzobispo de Cagliari; Basilio Sancho (1728-1787), arzobispo de Manila en Filipinas, promotor del clero indígena, que celebró el primer Concilio provincial en aquellas islas; Felipe Scío (1738-1796), autor de la primera y clásica traducción de la biblia vulgata al castellano; Luis Gorski (1725-1799), obispo auxiliar de la diócesis de Pomerania; Melchor Serrano (1738-1800), obispo auxiliar de Valencia; José Fengler (1758-1802), obispo de Györ; José Calasanz Olendzki (1733-1803) obispo auxiliar de Kijów; Cayetano del Muscio (1746-1808), arzobispo de Manfredonia; Pablo Jerónimo Orengo (1734-1812), obispo de Ventimiglia; Jerónimo Strojnowski (1746-1815), primer obispo auxiliar de Polonia y, a continuación, administrador apostólico de Vilna (los últimos pertenecen al período siguiente, pero por conveniencia quedan incluidos en esta lista). También suele citarse a Constantino Stadnicki (1747-?), el cual no figura en los catálogos tradicionales, tal vez porque, con licencia de la Santa Sede, pasó al rito oriental.
Entre los teólogos, filósofos y canonistas estuvieron: Carlos Bossi (1699-1767), Fausto Maroni (1705-1774), sobresaliente en Historia eclesiástica, Ubaldo Giraldi (1683-1775), Liberato Fassoni (1721-1775), Pablo Curio (1712-1776), quien, como teólogo, fue examinador en Roma de San Alfonso María de Ligorio cuando éste accedió al episcopado, Estanislao Köszoheghy (1708-1778), Zacarías Schubert (1701-1780), Donato Hoffmann (1703-1783), Alberto Pappiani (1709-1790), fundador del estudio teológico de las Escuelas Pías en Florencia, Martín Natali (1730-1791), profesor de teología en la Universidad de Pavía, Florián Dalham (1713-1795), Juan Bautista Molinelli (1730-1799) y Benito Feliu (1732-1801). Y hay que tomar conciencia de lo incompleta que es la presente lista.
Entre los educadores y pedagogos, el primer puesto le corresponde al P. Estanislao Konarski (1699-1773), quien en Polonia renovó por completo las escuelas de la Orden y de toda la nación y que aún hoy día es considerado como uno de los grandes hombres de su tierra. Hay que citar también a Jorge Ciapiński (1718-1768), Pedro Celma (1712-1770), Juan Próspero Bulgarelli (1702-1774), Bruno Bruni (1714-1796). El P. Graciano Marx (1712-1810) merece mención particular por ser uno de los artífices de la reforma escolar en Austria. Dos personajes insignes son el P. Francisco Dmochowski (1762-1808), amigo y consejero del héroe polaco Tadeo Kosciuszko y el P. Basilio Boggiero (1752-1809) maestro y amigo de José Palafox, el defensor de Zaragoza en tiempos de Napoleón. Y citando finalmente a un gran calígrafo, entre los muchos que honraron a las Escuelas Pías, el P. Andrés Merino (1730-1787), que escribió libros de texto para las escuelas primarias.
En las ciencias físico-matemáticas se destacó sobre todos el P. Juan Bautista Beccaria (1716-1781), conocido por sus estudios sobre la electricidad y por haber mantenido correspondencia epistolar con Benjamín Franklin; también se citan los PP. Fulgencio Bauer (1731-1765), Nicolás Fuchsthaler (1733-1788), Jerónimo Fonda (1732-1800), Carlos Barletti (1735-1800), José Hermán Osiński (1738-1802), Ignacio Kautcz (1729-1803), Gregorio Fontana (1738-1803).
Entre los aficionados a la historia hay que dar el primer puesto al P. Gelasio Döbner (1719-1790), asiduo investigador de los orígenes de Bohemia y que arrastró un gran número de escolapios imitadores. Escribió obras sobre el mismo tema, pero referidas a Hungría, el P. Inocencio Desericzky (1702-1763). Como historiadores y biógrafos están Urbano Tosetti (1714-1768), Vicente Talenti (1695-1770), Antonio Wiśniewski (1718-1772), Luis Neumann (1726-1777), José Jericó (1707-1786), Carlos Koppi (1744-1801), Adriano Rauch (1731-1802), Leopoldo Gruber (1733-1807). Algunos de ellos se ocuparon de la vida de José de Calasanz y de la historia de su obra.
Hubo también destacados por su erudición y por sus publicaciones de tema filológico; los PP. Eduardo Corsini (1702-1765), ex-general, profesor de la Universidad de Pisa y autor de muchos volúmenes que lo hicieron célebre en Italia y en el extranjero; Quirino Kralowetzki (1721-1781); Benito Cetto (1731-1789); Ildelfonso Tarditi (1704-1790); Antonio Piaggio (1713-1797) excepcional calígrafo de la biblioteca Vaticana, pero más célebre por haber ideado un método para desenvolver los papiros carbonizados de Herculano, sin que sufrieran daño (su sistema sigue hoy en uso); Carlos Antonioli (1728-1800), sucesor de Corsini en Pisa; Nicolás Révai (1750-1807), profesor de la Universidad de Budapest; Joaquín Traggia (1748-1813) quien dio gran gloria con sus trabajos literarios sobre la cultura española en su propia patria y en las islas Filipinas.
Hay que omitir la enumeración de tantos predicadores, copiladores de manuales de devoción que se hicieron populares, redactores de libros de texto, de doctrina cristiana; aunque el campo de los catecismos merece capítulo aparte. Finalmente dos personajes adquirieron celebridad particular en ámbitos diferentes: el H. Lucas Hübel (1722-1793), lituano, que ha encontrado lugar en la historia del arte por sus pinturas en varios palacios e iglesias; y el H. Rafael José Czerwiakowski (1744-1816), farmacéutico y médico, que dejó una obra manuscrita y que se conserva en una biblioteca estatal de Cracovia.
Con este largo aunque incompleto, índice de autores se ha pretendido dar una idea de la vitalidad verdaderamente extraordinaria de los escolapios de final de siglo, que fue denominado «siglo de oro de las Escuelas Pías».
Y para mostrar que la actividad de la Orden no quedó infructuosa, es oportuno referir los nombres de algunos alumnos que se educaron en sus aulas a lo largo del siglo XVIII; se señalaron por su santidad de vida el siervo de Dios Tomás Struzzieri (1706-1780) y San Vicente Strambi (1749-1824), ambos pasionistas, obispos y alumnos del colegio Nazareno; San Gaspar del Búfalo (1786-1857), fundador de la Congregación de los Misioneros de la Preciosísima Sangre, alumno del colegio Calasancio de Roma; el santo sacerdote Gaspar Olivi (1731-1821), alumno del colegio de Murano, quien, no pudiendo llegar a ser escolapio, fundó en Chioggia un instituto llamado «Escuelas Pías» a través del cual llegaron las constituciones escolapias a los hermanos Cavanis; el propio Clemente XIV que asistió a las clases del colegio de Urbino. Fueron también educados en colegios escolapios el patriota polaco Tadeo Kościuszko (1746-1817), el pintor Francisco Goya (1746-1828), el general Palafox (1776-1847) que defendió la ciudad de Zaragoza de las tropas de Napoleón, el cardenal Héctor Consalvi (1757-1824), secretario de estado de Pío VII.
Antes de acabar este capítulo hay que reseñar brevemente cómo la Provincia Renano-suiza en los cuarenta años de existencia dejó gloriosos recuerdos en las ciudades germanas o suizas en las cuales estuvo implantada. En 1808 fue declarada definitivamente extinguida por el P. General romano Arcángel Isaía diciendo «expiravit omnino Provincia nostra». Sin embargo varios escolapios siguieron manteniendo relación con el P. General por otros dos decenios. El más ilustre religioso de la misma fue el P. Donato Hoffmann.
El siglo XVIII fue realmente glorioso para las Escuelas Pías según se ha dicho y se ha probado; pero no estuvo exento de sombras funestas. Los escolapios eran universalmente estimados por las personas que les habían llamado a sustituir a los jesuitas (Ragusa en Dalmacia, Ravena y Siena en Italia, y en otros lugares de Transilvania). No obstante en los últimos decenios del siglo dieron muestras de evidente decadencia. Valgan a modo de ejemplo los dos siguientes datos: el espíritu religioso se debilitaba particularmente en algunas Provincias; se manifestaba una fuerte corriente separatista o autonomista que, bajo presión de los acontecimientos políticos y de las leyes sucesivas emanadas de los diversos Estados, producía la ruptura de la unidad de gobierno. Jurídicamente la separación comienza en 1804, mas, en realidad, había ya empezado de hecho varios años antes. José II, desde 1783, había separado del mando del General romano las tres Provincias de sus Estados (Bohemia, Hungría y Austria). Pocos años después los borbones de España hicieron otro tanto. Así la Orden quedó dividida en tres partes, por no decir en cuatro, ya que también Polonia y Lituania tuvieron una vida más o menos autónoma, aunque buscaron algunos medios para mantenerse unidas a Roma. Al proseguir, pues, esta historia habrá que separar las distintas naciones y tratarlas en su lugar. Vale la pena, a pesar de ello, subrayar desde este momento que las Escuelas Pías, aunque separadas jurídicamente, permanecieron en todas partes fieles al espíritu del Santo Fundador, hasta el punto de que cuando la Orden fue reunificada todos se reconocieron hijos de Calasanz. La bula Inter graviores del año 1804., que sancionaba la autonomía de los escolapios de España, limitaba la duración del generalato a seis años y establecía que existieran dos Generales, uno en Roma y otro en España; los dos debían asumir el título de Prepósito y de Vicario por sexenios alternos, aunque de hecho no fue siempre así.
El siglo de las autonomías (1804-1904):
a) Los Padres Generales de Roma.
En 1808, al acabar los doce años del mandato del P. José Beccaria, el título de Prepósito general correspondía a España; de ahí que el P. Arcángel Isaía (1749-1827), elegido con papeletas enviadas por correo y hecho el escrutinio por un encargado de la Santa Sede, tomó el título de Vicario general. Seis años después, en 1814 no habiéndose podido celebrar el Capítulo, fueron sucesivamente nombrados por decreto pontifico dos Vicarios generales: el P. Santiago Baldovinetti (1749-1820) y en 1816 el P. Estanislao Stefanini (1737-1823).
En 1818, aunque faltaban dos años para terminar el sexenio, tras la renuncia del P. Stefanini, fue nombrado General por disposición de la Santa Sede -tras consulta hecha a la Orden y enviadas las respuestas en papeletas escrutadas por el vicegerente de Roma, Benito Fenaia-, el P. Carlos María Lenzi (1761-1825) siciliano. En el mismo año el P. Lenzi fue preconizado obispo de Lípari y el Papa dispuso que desempeñara los dos cargos. Después de un año renunció a General y le sucedió con el título de Vicario el P. Ignacio Sarta (1756-1820), Asistente sardo, quien venía gobernando de hecho durante todo el año como delegado de Lenzi. Muerto en enero de 1820, la Santa Sede nombró Superior (sic) General, hasta el final del sexenio, al más antiguo de los Asistentes, P. Juan Bautista Evangelisti (1750-1827). Por último, en 1824, por breve pontificio se constituía General al P. Vicente D'Addiego (1755-1830), quien falleció al acabar su mandato, poco antes de la celebración del Capítulo que había preparado y dirigido.
De 1830 a 1860 la sucesión de los PP. Generales en los correspondientes Capítulos aconteció regularmente, de seis en seis años. Primero el P. Pompilio Cassella (1762-1839), elegido en 1830, con el título de Vicario (el Prepósito correspondía a España); del Capítulo de 1836 salió el P. Juan Bautista Rosani (1787-1862) y fue reelegido -con el título de Vicario-en 1842 hasta 1845, en que fue elevado a la dignidad de obispo; le sucedió el P. Juan Inghirami (1779-1851) que, al cabo de un año, obtuvo el permiso para establecer su sede en Florencia, desde donde rigió las Escuelas Pías de Italia. El P. Jenaro Fucile (1787-1862) fue elegido Prepósito en el Capítulo de 1848 y cuando en 1854 fue reelegido, el título de Vicario, que le correspondía, no le resultó agradable; por ese motivo decidió denominarse y firmar «Ministro General», en conformidad -según decía él-con la costumbre del Santo Fundador; y así lo continuó haciendo y llamándose aun después de 1860, cuando fue elegido por tercera vez; pero como se sentía ya cansado renunció al cargo de 1861. Entonces el Papa Pío IX designó Prepósito general al P. Juan Bautista Perrando (1804-1885), con la esperanza de que se fuera preparando para la reunificación de la Orden. Por desgracia bien poco pudo hacer en este sentido, pues absorbido por las preocupaciones originadas por la supresión de las Órdenes religiosas, decretada por el gobierno italiano, no dispuso de tiempo para pensar en otra cosa. En cambio llegó a obtener -a pesar de la oposición de los obispos- que el Papa diese el asentimiento al proyecto de conceder permiso a los religiosos de las Escuelas Pías para obtener el título oficial del Estado para los efectos legales de la enseñanza. Cosa que pronto fue imitada por los superiores de las demás Congregaciones religiosas.
Después de un sexenio bien aprovechado, el mismo Pío IX, en 1668, puso al frente de la Orden al P. Calasanz Casanovas (1815-1888), coincidiendo casualmente con los mismos años de la vida de Don Bosco. Desde su comienzo afrontó decididamente, pero con mucho tacto, el problema de la reunificación de las Escuelas Pías, cumpliendo una visita de cortesía a las Provincias del imperio austro-húngaro.
Nuevamente confirmado en su cargo en 1884, obtuvo la ayuda de un Vicario en la persona del P. Mauro Ricci (1826-1900). Dos años después, en 1886, el P. Ricci fue elegido Prepósito general con votación mediante papeletas enviadas por correo. El logró al acabar el sexenio celebrar regularmente dos Capítulos generales (1892 y 1898), siendo confirmado en el cargo en ambos. Fueron muy valiosos para la Orden particularmente porque el P. Ricci consiguió que en ellos intervinieran los representantes de las Provincias de fuera de Italia. En el de 1892 asistieron tres religiosos de Europa central y uno de España; en 1898, siete miembros no italianos. Al mismo P. Ricci se le debe la erección del juniorato para los jóvenes de todas las Provincias de Italia, abierto en Roma en 1886. Murió repentinamente, a finales de enero de 1900. León XIII le nombró sucesor al P. Alfonso María Mistrángelo (1852-1930), a la sazón arzobispo de Florencia, con el expreso mandato de restablecer el gobierno único de toda la Orden. Mons. Mistrángelo, valiéndose al mismo tiempo del título de Visitador apostólico, concedido por el Papa, realizó una visita a las Provincias de Europa central, obtuvo una audiencia del emperador Francisco José e hizo un viaje a España. Llegó tras cuatro años a la reunificación del gobierno de la Orden, bajo la plena jurisdicción del P. General de Roma. Este logro fue sancionado por el Papa Pío X con el motu proprio Singularitas regiminis del 29-6-1904. Había transcurrido un siglo completo desde la publicación del decreto que ratificaba, mas no creaba, la autonomía de algunas Provincias.
b) Las Escuelas Pías en Italia.
En vísperas del siglo XIX Italia contaba con siete Provincias (Romana, Liguria, Nápoles, Toscana, Sicilia, Cerdeña y Apulia) y alrededor de mil religiosos. La revolución y las guerras napoleónicas redujeron a casi nada Liguria y Nápoles, dañaron gravemente la Romana -se redujeron a casi cien los religiosos que en la fecha anterior rondaban los trescientos-; menores daños causaron en Toscana y Apulia. Hasta 1815 los superiores se preocuparon en frenar, con resultados positivos, la desintegración de la vida religiosa y la decadencia de las casas. Después, a partir de 1815, las Provincias que más habían sufrido se lanzaron, con mayor o menor fortuna, a reestructurarse y renovarse espiritualmente. Con mucho trabajo se levantó Liguria, mientras que Nápoles, a pesar de sus laudables intentos, no pudo reunir a sus religiosos dispersos. Por lo tanto, en 1823, fue nuevamente unida a Apulia, que desde ese momento recibió el nombre de Provincia de Nápoles y volvió a florecer y a prosperar con un aumento progresivo en el número de los religiosos. Otro tanto ocurrió con Toscana. A mediados de siglo, en Italia, el número de los religiosos era de 560, poco más de la mitad de lo existente antes de la revolución; no obstante las sacudidas provocadas por los movimientos políticos de 1848, la cosa se fue desenvolviendo bastante bien hasta la revolución de 1859 y las guerras que condujeron a la unificación de Italia. Fue el gobierno con sus leyes del decenio 1860-1870 quien infligió un golpe mortal a las dos Provincias de Sicilia y de Cerdeña, las cuales fueron desapareciendo completamente. Las otras cuatro supervivieron y reanudaron, más o menos fatigosamente, su actividad escolar. La Provincia de Nápoles que en la primera mitad de siglo había alcanzado un elevado número de miembros -hasta 270- resultó la más débil; la primacía quedó en la Toscana que alcanzó los 147. Pero, en definitiva, las Escuelas Pías italianas se fueron debilitando tanto que en 1888 los religiosos se distribuían del siguiente modo:
Romana | 80 |
Liguria | 84 |
Toscana | 135 |
Nápoles | 97 |
Pero estos datos pueden verse en relación con toda la Orden según el catálogo publicado por la provincia Romana en ese año:
Provincias o Regiones: | Casas | Religiosos | Alumnos |
Romana | 10 | 80 | 1.174 |
Toscana | 8 | 135 | 3.338 |
Liguria | 6 | 84 | 2.129 |
Nápoles | 3 | 97 | 300 |
Polonia | 1 | 15 | 280 |
Bohemia, Moravia, Silesia | 17 | 90 | 8.879 |
Austria | 5 | 39 | 3.494 |
Hungría | 24 | 340 | 7.839 |
Cataluña | 10 | 232 | 3.888 |
Aragón | 12 | 175 | 4.993 |
Castilla | 14 | 410 | 6.607 |
Valencia | 6 | 108 | 2.898 |
América septentrional | 2 | 49 | 894 |
América meridional | 2 | 21 | 662 |
Total: 14 | 130 | 1.875 | 47.375 |
En tal cuadro conviene observar que el número de religiosos atribuidos a la Provincia napolitana es posiblemente falso, viéndolo en relación a las casas y a los alumnos; tal vez en él estén incluidos los religiosos dispersos y fuera de las comunidades. En la estadística oficial de 1909, esto es, veinte años más tarde, sólo son 27 los religiosos de la Provincia.
No faltaron, aún con todo, escolapios ilustres; algunos, en parte, pertenecientes al siglo anterior, pero muchísimos al siglo XIX. Sin pretender redactar una selección incuestionable, se deben citar a Octavio Assarotti (1753-1829) quien precisamente en los años tempestuosos de comienzo de siglo crea en Génova el primer instituto italiano para la educación de los sordomudos; algún decenio más tarde lo imita Tomás Péndola (1800-1883) creando el de Siena que tuvo una historia muy gloriosa; en Florencia, Santiago Baldovinetti futuro Vicario general se distinguió en la defensa de los derechos de la Iglesia en el nombramiento de obispos; Celestino Massucco (1748-1830), designado durante el período napoleónico secretario del cardenal Spina, arzobispo de Génova, contribuyó de un modo eficaz al renacimiento de la Provincia de Liguria; Domingo Buccelli (1778-1842) experimentó nuevos métodos en la enseñanza elemental, que se introdujeron posteriormente en las escuelas estatales de los dominios de Saboya; Juan Inghirami, humilde y docto, Vicario general, de quien su fama de auténtico científico pasó las fronteras de Italia; Alejandro Serpieri (1823-1885), eximio director del colegio de Urbino, científico, quien renunció a la cátedra universitaria para seguir con sus compañeros educadores en la nueva sede de la abadía Fiesolana; Celestino Zini (1825-1892), arzobispo de Siena, quien murió con fama de santidad y fundó con la sierva de Dios Celestina Donati la Congregación de las Calasancias de Italia; Federico Cao (1784-1852), obispo titular de Zama y por un decenio Vicario apostólico en Birmania; Juan Bautista Rosani (1736-1862), que fue General, obispo titular de Eritrea, Vicario de la Basílica Vaticana y por encargo de la Sagrada Congregación de ritos compuso diversos himnos para el breviario; lo mismo haría más tarde Andrés Leonetti (1838-1887); Carlos M. Lenzi -ya citado como General-, Domingo Pes (1757-1832) y Miguel Todde-Valeri (1789-1851) fueron obispos, los dos últimos en Cerdeña.
Entre los científicos, además de Eugenio Barsanti (1821-1864) inventor del motor de explosión, están: Juan Antonelli (1818-1871) físico, astrónomo e ingeniero; Miguel Alberto Bancalari (1809-1864) físico especializado en electricidad; Domingo Chelini (1802-1878), matemático y físico, quien por no querer emitir un juramento sobre algo en contra de su conciencia tuvo que abandonar la cátedra de la Sapienza de Roma; Felipe Cecchi (1822-1887), el primero que introdujo el sismógrafo en el observatorio Ximeniano de Florencia.
Fueron literatos insignes los hermanos Appendini Francisco (1769-1837) y Urbano (1771-1834), piamonteses, aunque de la Provincia Romana y que vivieron la mayor parte de su vida en Dalmacia estudiando las tradiciones del país; Pompilio Tanzini (1801-1848), dibujante y escritor para la juventud; José Giacoletti (1803-1865), poeta latino premiado en los concursos internacionales de Amsterdam; Atanasio Canata (1811-1867), educador, poeta y escritor de dramas para teatro escolar; y Mauro Ricci, ya citado.
Entre los exalumnos se citan: San Vicente Pallotti (1792-1850), fundador de la Sociedad del apostolado católico, conocida con el nombre de «Palotinos»; San Leonardo Murialdo (1828-1900), fundador de la Congregación de S. José para la educación de la juventud; Beato Bartolo Longo (1841-1926), fundador del santuario de Pompeya; el poeta Josué Carducci (1835-1907) y Juan Pascoli (1855-1912); el estadista Pelegrino Rossi (1787-1848), precursor de la Europa unida; y el patriota Godofredo Mameli (1827-1849). Para no alargar la lista se omiten otros muchos.
c) Las Escuelas Pías en Polonia y Lituania.
Oportunas influencias y espíritu sacrificado fueron las armas necesarias para afrontar las vicisitudes políticas y las persecuciones que amenazaban con la extinción de la Orden en estas naciones. La Provincia de Lituania en el siglo XVIII había penetrado en territorio ruso; a comienzos del XIX fundó en Leningrado, entonces Petersburgo. Pudo sobrevivir hasta 1843, incluso diez años más tarde que fuesen clausuradas todas las escuelas; los religiosos mantuvieron un internado en Miedzyrzecz hasta 1853; el gobierno lo suprimió y relegó a los escolapios a un convento de franciscanos.
Las casas de Polonia, después de la partición de 1795, se dividió en: Provincia Borusia (duró más de un decenio, estaba compuesta por once casas, los religiosos fueron dispersados y algunos se incorporaron a la Provincia del Ducado de Varsovia); Provincia de Galitzia (compuesta por las casas de los territorios austriacos, tuvo también vida efímera); las casas que quedaron en el territorio invadido por Rusia tuvieron vida precaria hasta 1807, cuando Napoleón creó el gran Ducado de Varsovia; en ese momento las casas que se encontraban en tal territorio se reorganizaron en Provincia religiosa. Tras el congreso de Viena (1815) gran parte de las comunidades existentes se reorganizaron de nuevo como Provincia polaca y trabajaron con tranquilidad en las escuelas hasta 1832. En esta fecha el zar, Nicolás I, prohibió a los religiosos regentar centros de enseñanza; los escolapios abandonaron solamente el colegio de Nobles de Varsovia, fundado por el P. Konarski, y continuaron desempeñando el ejercicio sacerdotal en las iglesias anejas a las escuelas. En 1863 el zar Alejandro II, a raíz de una de tantas insurrecciones populares, prohibió a los escolapios, como a todos los religiosos, cualquier actividad; unos fueron deportados a Siberia, otros se dispersaron y algunos huyeron al extranjero. De éstos últimos, Adán Slotwiński (1834-1894) y Tadeo Chromecki (1836-1901) conectaron con el P. General romano; el P. Tadeo fue uno de los escolapios de Europa central que tomó parte en los Capítulos generales de 1892 y 1898 con el título de Provincial polaco. Previamente, en 1873, ante los buenos servicios ofrecidos por el P. Casanovas en la corte de Viena, algunos de los escapados pudieron asentarse en el antiguo colegio de Cracovia donde formando una comunidad escolapia maduró el germen de la restauración de la Provincia.
Hay que reseñar por su personalidad insigne a los tres obispos, PP. Jerónimo Strojnowski (1752-1815), Valentín Baranowski (1805-1879) y Adán Krasiński (1810-1895); éste, deportado a Siberia, permaneció por espacio de veinte años, hasta que liberado por el buen hacer de León XIII, murió al poco tiempo. También a pedagogos como Jerónimo Strojnowski, miembro de la Comisión de educación nacional en Polonia y después de la Comisión de escuelas en Rusia; Onofre Kopczyński (1735-1817), autor de la primera gramática de lengua polaca; el historiador y jurista Francisco Siarczyński (1758-1829) y Javier Kurowski (1796-1857); el filósofo antikantiano Ángel Dowgird (1776- 1835); y el cultivador de la historia natural Estanislao Judill (1761-1847). El P. Santiago Falkowski (1776-1848) fundó en Varsovia un instituto para la educación de ciegos y sordomudos, que, de mano en mano, ha llegado hasta nuestros días. Francisco Krupiński se hizo célebre por su habilidad y su celo en la enseñanza del catecismo. Y por su santidad de vida, animador de los cristianos perseguidos y dos veces procesado por su actividad apostólica, Calasanz Lwowicz (1794-1857). Entre los alumnos, Jerónimo Kajsiewicz (1812-1873) que tiene introducida su causa de beatificación y cofundador de los religiosos resurreccionistas.
d) Las Escuelas Pías en el imperio de Austria.
La suerte de las Provincias de Bohemia y Austria fue distinta de Hungría. Las dos primeras, no obstante las dificultades creadas por las leyes de José II, molesta ingerencia incluso en la disciplina interna de las comunidades religiosas, tuvieron una vida floreciente hasta un poco más de la mitad de siglo. Después su actividad comenzó a declinar especialmente por dos hechos o un hecho doble: no quisieron adaptarse a las leyes que exigían a los religiosos el correspondiente diploma para enseñar aun en escuelas no estatales; por ello la mayor parte de los religiosos-profesores debieron ser sustituidos por laicos y aquéllos tuvieron que dedicarse al culto y sólo marginalmente a la escuela. Pero mayor daño acarreó en ambas Provincias la permisividad estatal que se concedía a los religiosos para abandonar las Órdenes; ello favoreció el resurgimiento de una mentalidad pesimista y, como consecuencia, comenzó a decrecer, aunque lentamente, el número de los escolapios. He aquí algunos datos:
Bohemia
año | religiosos |
1802 | 257 |
1830 | 307 |
1854 | 227 |
1865 | 228 |
1880 | 112 |
1900 | 53 |
Austria
año | religiosos |
1802 | 136 |
1830 | 124 |
1854 | 106 |
1865 | 97 |
1880 | 48 |
1900 | 28 |
(No es fácil redactar una historia de esas Provincias; faltan publicaciones de fácil acceso. Por ello sólo puede contarse el elenco de personas que han sobresalido de una u otra forma siguiendo lo publicado por el Dr. José Svátek en Eph. Cal. de 1969, 1970, 1971, 1972: se propone dar a conocer, aunque sumariamente, a quienes ignoran la lengua checa lo que escribió sobre las Escuelas Pías de Bohemia; y puesto que los escolapios bohemio-moravos dirigieron también la Academia Teresiana de Viena con frecuencia da información sobre los austriacos).
Entre los miembros de la Provincia Bohemia cultivaron la historia natural Casiano Rachlik (1804-1854), especializado en minerales; Francisco José Rettig (1821-1871), igualmente minerólogo y dibujante; Francisco Javier Vesely (1819-1904) que escribió de minerales y botánica; Francisco Halaska (1780-1847) matemático, profesor de la universidad de Praga y que se ocupó de la organización de la física y amante de la «daguerrotipia» (arte de fotografía primitiva en placas de metal); Octavio Sofka (1811-1879) autor, entre otras cosas, de un célebre tratado de astronomía.
Entre los especialistas en pedagogía y educadores se citan: Calasanz Licavec o Likawetz (1773-1850), conocido al mismo tiempo como teólogo y canonista; Julio Baigar (1807-1886),profesor de Mendel; Procopio Dvorsky (1806-1890) escritor de una historia de la Provincia en lengua alemana; Jeroslao Schaller (1738-1809) fundador de dos imprentas. Según tradición de la Provincia se promovió siempre el estudio y la enseñanza de la música, y en ello se subrayó Lamberto Schwartz (1811- 1886). En la educación de los sordomudos Hermán Czech (1788- 1847) y Guido Lang (1790-1883), quienes trabajaron asimismo durante bastante tiempo en la Academia de Viena. Hay quienes figuraron en la defensa del nacionalismo checo, como José Mikl (1810-1862), Germán Praesident (1790-1865), Ignacio Hradil (1816-1879) y Gilberto Blazek (1839-1890); éste último se distinguió también por el celo en la educación de la juventud obrera y en su inserción en la sociedad, como ya antes lo había hecho Bonifacio Buzek (1788-1839).
Entre los alumnos ilustres que suelen mencionarse están San Juan Nepomuceno Newmann (1811-1860) y el biólogo Gregorio Mendel (1822-1884).
Entre los escolapios austriacos, Jorge Kugelmann (1785-1835) quien fue por muchos años maestro de clérigos estudiantes y murió con fama de santidad; Santiago Hemple (1820-1871), renombrado predicador, eficaz catequista y formador de catequistas; Eduardo Job (1730-1821) excelente profesor universitario de filosofía y matemáticas. En literatura sobresalieron José Misson (1803-1875), Carlos Stribl (1844-1879) y Leonardo Seitz (1875-1860), quien fue a su vez apreciado poeta. Celestino Vogl (1738-1807), profesor de arquitectura, de quien se conserva un dibujo de la iglesia vienesa de María Treu y del colegio Löwenburg; los profesores de matemáticas, que dejaron bastantes obras escritas, Remigio Dottler (1748-1812) y Antonio Schoegler (¿-1856).
El alumno más ilustre de los escolapios de Austria fue Francisco Schubert (1797-1828); y en otro capítulo de la vida, Antonio María Schwartz (1852-1929), quien primero como alumno, luego, incluso, en el noviciado, es calificado como Siervo de Dios y fue fundador de la Congregación de los «Kalasantiner».
En Hungría las cosas se desarrollaron de modo totalmente distinto. Los escolapios no sólo no tuvieron dificultad alguna en defenderse ante la exigencia de los títulos académicos para la enseñanza, impuesta por el gobierno, sino que -en conformidad con una antigua tradición- se esforzaron en adquirir la cultura más profunda y especializada, con resultados muy positivos sobresaliendo y siendo superiores en conocimientos y métodos didácticos a los profesores del Estado. Supieron llegar tan a fondo en la vida de la nación que llegaron a compartir con ella todas las vicisitudes políticas. Hasta 1848 disfrutaron de la libertad política propia del país; a partir de esa fecha hubieron de soportar todas las restricciones impuestas desde Austria a consecuencia de los movimientos de 1848-1849; se recuperaron un poco tras el asedio de 1867.
Los siguientes datos estadísticos son más que elocuentes en cuanto al número de religiosos:
Año | Religiosos |
1819 | 359 |
1826 | 363 |
1850 | 263 |
1881 | 312 |
1897 | 390 |
El empeño tradicional en modernizarse y emplearse en actividades sociales y religiosas los puso en primera línea desde la teología a la filosofía, desde la pedagogía a las ciencias, a la literatura y al arte. Se pueden citar, entre muchos, a Adolfo Szabóky (1821-1880) que fundó la asociación de los «Jóvenes artesanos húngaros»; Juan Trautwein (1819-1893), quien creó la dinámica «Asociación del altar» que tenía la misión de proveer de ornamentos sagrados a las iglesias y capillas pobres (en 1892 los edificios de culto asistidos eran 374, repartidos por 23 diócesis); Emérico Lévay (1842-1895) fundador de los «Círculos católicos». En el campo cultural surgieron Juan Nepomuceno Alber (1755-1829) que publicó numerosos volúmenes de estudios bíblicos; cultivadores de la filosofía y la pedagogía fueron Esteban Szücs (1755-1821), rector de la Universidad de Pest, Juan Bautista Toth (1804- 1887), también dedicado a la instrucción de adultos, Luis Nagy (1845-1889), filósofo tomista de impronta peculiar y preocupado por la educación patriótica, Bernardo Benyák (1745-1829), José Purgstaller (1807-1867), apreciado conferenciante; Fernando Lutter (1820-1895) se manifestó como eximio matemático, Andrés Dugonics (1740-1818), autor de un romance en húngaro y creador de la terminología matemática en lengua húngara; Cristóbal Simai (1742-1833) escribió dramas en lengua vernácula y fue el primero en representarlos en el teatro de Budapest; otros dramas de teatro escribió Cirilo Horváth (1804-1884), quien publicó también obras de filosofía; José Budaváry (1813-1853) profundo conocedor de la lengua latina y un gran poeta. Entre los más distinguidos alumnos se hallan: el obispo Ottocaro Prohászka (1858-1927), gran maestro de espiritualidad en toda la nación; el patriota Luis Kossuth (1812-1894) y los poetas Alejandro Petöfi (1823-1849), Miguel Vörösmarty (1800-1855) y Andrés Ady (1877-1919).
e) Las Escuelas Pías en España.
La historia de las Escuelas Pías en España, en el siglo XIX, se puede dividir en tres períodos diferentes: primera época, hasta la supresión de las Órdenes religiosas (1804-1839); segunda, de restauración (1844-1864); tercera, de florecimiento (1864-1904). Poco después de la publicación de la bula Inter graviores fue nombrado Vicario general (15-3-1805) el P. Gabriel Hernández (1741-1826) quien, sucesivamente confirmado en el cargo, desempeñó su mandato hasta 1825. En septiembre de este año se celebró el primer Capítulo general de España, del cual salió elegido el nuevo Vicario, Pío Peña (1763-1826), que sobrevivió pocos meses a su nombramiento; tras otros seis meses murió igualmente su sucesor, el P. Pascual Suárez (1765-1826); y algo más duró el gobierno del P. Joaquín Este ve (1772-1830), aunque sin acabar el sexenio. En julio de 1830 se celebró el segundo Capítulo general, coincidente con el celebrado al mismo tiempo en Roma. Fue elegido y proclamado Prepósito el P. Lorenzo Ramo (1772-1845); a los tres años fue preconizado obispo de Huesca y tomó el relevo del cargo el P. Francisco Sola (1764-1843) que completó el sexenio. En 1836 y, de nuevo, en 1842, mediante rescriptos pontificios, el P. Sola fue confirmado en el cargo, con el título de Vicario; en aquellos años el gobierno español había suprimido las Congregaciones religiosas; sin embargo, algunas casas de escolapios, por la simpatía que éstos habían adquirido en las ciudades, pudieron mantenerse y lograron sobrevivir. Durante estos cuarenta años, las Escuelas Pías superaron, sin dificultades extraordinarias, las crisis originadas por las guerras napoleónicas y las revueltas políticas posteriores; los PP. Generales promovieron la buena formación de los jóvenes religiosos e hicieron todo lo posible por mantener la observancia regular. En 1826 se erigió la Viceprovincia de Valencia, desgajando tres casas de Aragón, siendo el primer Vicario provincial el P. Lorenzo Ramo, quien luego llegaría a Prepósito general. En 1833 Valencia era la cuarta Provincia.
Después de la guerra civil la restauración fue fatigosa. Al frente de la Orden, al menos jurídicamente, estaba el P. Sola, quien, desde 1837, había delegado prudentemente todas su facultades en el P. Jorge López (1781-1842); éste había sido nombrado por el gobierno «Inspector general de las Escuelas Pías». Tras la muerte del P. López y, a continuación, del P. Sola -1842 y 1843 respectivamente- no se halla en España ningún Superior general. Dos años después la Santa Sede denominó «Comisario apostólico» al P. Juan Losada (1766-1846), quien murió al año siguiente; por lo mismo, en virtud de otro rescripto apostólico del 21-10-1846 le sucedía en el cargo el P. Jacinto Feliu (1787-1867), de cuarenta y nueve años y que gobernó por espacio de dieciocho. Su largo mandato fue beneficioso para la Orden, pues pudo gradualmente reorganizarse gracias a sus iniciativas; fue la primera y principal el establecimiento de normas precisas para la formación de los jóvenes religiosos, prescribiendo estudios seriamente llevados, dando importancia a las matemáticas, a la filosofía y a la teología. Acogiendo la invitación de San Antonio María Claret envió los primeros escolapios a Cuba, dando comienzo la expansión providencial hacia América; al final de su vida apoyó la fundación de una Congregación femenina calasancia: las escolapias; la confió a la sabia dirección del P. Agustín Casanovas (1809-1889). Cuando dejó el cargo, el número de escolapios en España se había incrementado notablemente, las cuatro Provincias estaban florecientes y los colegios se encontraban repletos de alumnos.
En 1864, la Santa Sede, ante la reclamación de no pocos religiosos, a quienes parecía demasiado larga la duración del mandato del P. Feliu, nombró Vicario general al P. Ramón del Valle (1801-1891), que trató de consolidar la observancia regular y publicó un nuevo reglamento para la formación de los novicios y de los jóvenes profesos. Acaso su mayor mérito fue volver a convocar el Capítulo general. En el primero de ellos (tercero de España), celebrado en julio de 1869, fue elegido Vicario el P. José Balaguer (1805-1876). Una prudente iniciativa de éste fue la asignación a la Provincia de Cataluña de las casas existentes en Cuba, pues estaban dependiendo del propio P. Vicario y tenían que surtirse de personal elegido de las cuatro existentes. En 1875 el P. Juan Martra (1828-1895) fue elegido por el Capítulo; estuvo en el cargo diez años y a él se debe la primera casa central de estudios para la formación de los jóvenes, abierta en San Marcos de León, y la tramitación ante el gobierno para que se confiara a los escolapios el monasterio de Irache; en 1878 consiguió de la Santa Sede que aprobara un nuevo sistema electivo para España; habiendo solicitado su sustitución, por motivos de salud, obtuvo la facultad de designar a su propio sucesor, el P. Manuel Pérez (1830-1894). Este reorganizó la Vicaría transformándola en «Generalidad», dotándola de noviciado propio y de religiosos dependientes únicamente del Vicario general; éstos proveerían de personal a las casas americanas, entonces existentes, y a las que pudieran fundarse tanto en España como en América. Se le confirmó en su cargo en el Capítulo de 1888, pero no llegó a celebrar el de 1894, pues murió unos meses antes. Su sucesor, el P. Francisco Baroja (1831-1897), confirmado por el Capítulo de aquel año, sobrevivió tan sólo un trienio; le correspondió acabar el mandato y celebrar el Capítulo de 1900 al renombrado hebraísta P. Pedro Gómez (1841-1902). En el último Capítulo fue elegido el P. Eduardo Llanas (1843-1904), que fue el último Vicario antes del restablecimiento de la unidad de la Orden.
Durante este siglo de ruptura jurídica con Roma se mantuvo siempre, con más o menos intensidad, correspondencia y comunicación entre las Provincias religiosas de España y el P. General romano. Desde el Vicariato del P. Esteve se reanudó la costumbre de comunicar a Roma los nombres de los religiosos difuntos, para que se les aplicaran los sufragios en toda la Orden. Durante la guerra civil (1833-1839) bastantes religiosos españoles se refugiaron en Italia; otros, en cambio, emigraron aisladamente hacia América. El P. General, Juan Bautista Perrando, estuvo en contacto con el Provincial de Castilla, Inocente Palacios, para preparar una edición de las Constituciones, que fuera moderna y común; sin embargo no logró ver la luz pública. Entre los religiosos españoles e italianos hubo comunicación epistolar bien por razones de amistad, bien por estudios; y tales relaciones fueron más frecuentes a partir del generalato del P. Casanovas. A comienzos del siglo XX (1909) las Escuelas Pías españolas, con sus 1.383 religiosos, formaban, la parte más importante y consistente de la Orden.
En el siglo XIX hubo muchísimos religiosos que sobresalieron por su santidad de vida, aunque por distintas razones no se han hecho públicos sus nombres; sin embargo conviene citar a los PP. Tomás Báguena (1745-1817), Santiago Torrent (1785-1819), Pío Peña (1763-1826), Domingo Hernández (1747-1826) Matías López (1794-1828), Domingo Borras (1836-1901) y el ya citado arriba Lorenzo Ramo.
No obstante el gran número de escolapios cultos, no fueron muchos los que alcanzaron fama internacional, acaso porque, muy ocupados en la escuela, no optaron a cátedras de universidad o palestras de mayor brillo. Hubo, sin embargo, muchos dedicados a estudios particulares y que publicaron obras de gran valor. Entre los destacados en pedagogía están Santiago Delgado (1763-?), José Jofre (1812-1867), Carlos Lasalde (1841-1906). Tras los pedagogos hay que citar a los calígrafos, quienes cultivaron este sector de las artes con tanto empeño y dedicación que nació un tipo de escritura denominado «letra escolapia». El P. Jacinto Feliu se reveló como gran matemático y publicó obras muy apreciadas. Especializados en física y en historia natural fueron los PP. Blas Ainsa (1841-1889), Francisco Clerch (1828-1900), Pío Galtés (1844-1911). El P. Pedro Gómez publicó una gramática hebrea que alcanzó fama bien merecida. Los PP. Manuel Pérez y Eduardo Llanas, Pascual Suárez (1765-1826), Juan Carlos Losada (1766-1843), Víctor Giner (1811-1864), Pedro Álvarez (1812-1888), Ramón del Valle y otros muchos escribieron sobre la Orden, sobre literatura y múltiples temas. Especial mención hay que hacer del P. Juan Arolas (1805-1849) gran poeta de fama universal.
Entre los antiguos alumnos relacionados con los escolapios hay que citar a los hombres de la Iglesia: Beato Carmelo Bolta Bañuls (1803-1860); Marcos Castañer (1816-1878), fundador de las «Religiosas filipinas misioneras de la enseñanza»; José Mañanet (1833-1901), fundador de los «Hijos de la Sagrada Familia»; Manuel Domingo y Sol (1836-1909), fundador de los «Sacerdotes operarios del Sagrado Corazón de Jesús»; José Gras y Granollers (1834-1918), fundador de las «Hijas de Cristo Rey»; Francisco Roídos y Mora (1851-1933), restaurador de la «Orden de los mínimos» en España. En el mundo de la ciencia y de las letras, de la vida eclesiástica y pública se encuentran: el histólogo Santiago Ramón y Cajal (1850-1934); el cardenal Calasanz Vives y Tuto (1854-1913); el cardenal Arcadio Larraona (1887-1973); los hombres políticos José Caixal (1803-1879) y Tomás Estrada (1835-1908); el pintor Mariano Benlliure y Gil (1862-1947), el arquitecto Antonio Gaudí (1852-1926) y los escritores y poetas Azorín (José Martínez Ruiz, 1873-1967) y Víctor Hugo (1802-1885).
El siglo veinte
Ya antes de la promulgación del motu proprio Singularitas regiminis, 26-10-1904, el P. General, cardenal Mistrángelo, se había dado cuenta de que no era conveniente celebrar el Capítulo general en esas fechas; mejor sería dejar transcurrir un tiempo para favorecer la formación de una mentalidad adecuada y de un clima propicio; de hecho no todos los escolapios estaban preparados para acoger los cambios de la nueva situación. De ahí que, conservando el título de Visitador apostólico, Mistrángelo, en virtud de las facultades obtenidas de la Santa Sede, nombró Prepósito general al P. Adolfo Brattina (1852-1935), le asignó cuatro asistentes, escogidos de toda la Orden, en conformidad con las Constituciones, y les encomendó como principal objetivo de su mandato la preparación del Capítulo general para el verano de 1906.
Todo se desarrolló de acuerdo con el programa previsto, de modo que en julio del año en cuestión se pudieron reunir en Roma los representantes de las doce Provincias que en aquel momento formaban las Escuelas Pías. El hecho constituyó un evento histórico memorable ya que hacía ciento treinta y cuatro años no se habían reunido en Capítulo los delegados y capitulares -había sido en 1772- de las quince Provincias existentes. Fue elegido General el P. Manuel Sánchez (1848-1910), español, de la Provincia de Valencia, resultando ser del agrado de todos, como pudo comprobarse al iniciar la visita a las Demarcaciones y casas; en todas las partes fue acogido con muestras de satisfacción e, incluso, de entusiasmo. Por desgracia la enfermedad cortó su vida el 3-11-1910. Le sucedió, para acabar el sexenio, el P. Gil Bertolotti (1851-1924) con el título de Vicario general.
Al celebrarse el Capítulo de 1912 salió elegido el P. Tomás Viñas (1864-1929); a él le correspondió bregar con la problemática de la primera guerra europea, la que no permitió celebrar el Capítulo de 1918; su celebración se retrasó un año y pudo hacerse en Florencia (primer Capítulo celebrado fuera de Roma); el P. Viñas fue confirmado en el cargo, pero en 1923 fue obligado a renunciar.
Estos veinte primeros años tras la restablecida unidad en la Orden trajeron una ola de optimismo produciéndose una gran colaboración entre las distintas Provincias, de gran utilidad especialmente en aquéllas que estaban diezmadas en el número de sus religiosos. Unos llegaron a Roma y aportaron a Italia ayudas cualificadas y no despreciables; así el P. Marcelino Ilarri, invitado a Liguria, aun antes de la unificación, fue excelente en la formación de candidatos; otros desempeñaron misiones particulares en Roma y en Nápoles; hubo quien llegó a Cracovia, entonces bajo el dominio de Austria, preparando el renacimiento de la Provincia polaca; mención especial debe hacerse del P. Juan Borrel (1867-1942), que vivió en Polonia hasta su muerte, trabajando con gran alegría y entusiasmo en la formación de los jóvenes y en el gobierno de la Provincia. También Austria recibió una fuerte inyección de juventud. Por voluntad del P. Mistrángelo, el P. Tomás Viñas, llegado a Roma al comienzo del siglo, 1901, reanudó la publicación de las Ephemerides Calasanctianae, iniciada en 1893 y suspendida pocos años después (1899). Al mismo religioso le tocó reorganizar el «Archivo general» y publicó su catálogo, aunque parcialmente; llevó a imprimir algunos volúmenes con las biografías de escolapios de todas las Provincias y de todas las naciones. Siendo General volvió a adquirir las casas de San Pantaleón, confiscada por el gobierno italiano, poco después de la ocupación de Roma en 1870.
A la renuncia del P. Viñas siguió un período de gobierno extraordinario; la Santa Sede nombró Visitador apostólico al obispo, Mons. Lucas Ildelfonso Pasetto (1871-1954), capuchino, quien con el Vicario general, P. José del Buono (1873-1948) estaban al frente de la Orden. En 1929 el P. del Buono era nombrado, por rescripto pontificio, Prepósito general para un sexenio. Acabado el cual fue confirmado en el cargo con nuevo rescripto, sin limitación de tiempo. De ese modo gobernó la Orden hasta 1947 cuando pudo celebrarse el 36 Capítulo general. Durante sus veinticuatro años de mandato continuó la tarea de renovación de la Orden, sobre todo mediante la formación más orgánica y completa de los jóvenes candidatos: el juniorato de Irache, en España, fue ampliado con el de Albelda; un noviciado y un juniorato interprovincial se abrieron en Italia; en 1928 se comenzó el juniorato internacional de San Pantaleón. A continuación del desmembramiento del Estado húngaro, desde los tiempos del P. Viñas, surgió la necesidad de constituir en Provincias autónomas los colegios situados en los territorios desprendidos del antiguo reino; así nacieron Rumania (1925) y Eslovaquia (1930). En 1933 se erigió la Provincia de Vasconia a la que se le incorporaron las casas de Chile.
En 1932 el P. Leodegario Picanyol (1896-1968) reanudó la publicación de Ephemerides Calasanctianae, suspendida en 1915 a causa de la guerra, y dio asimismo vida a otras revistas y obras periódicas; gracias a ellas se editaron numerosos documentos que permitieron conocer mejor la figura del Fundador y la historia de la Orden; constituyeron la base del florecimiento de los estudios calasancios y escolapios en general. Contemporáneamente aparecieron en las Provincias otras revistas y boletines destinados a reavivar el amor a la Orden entre los religiosos y a difundir por el mundo las obras de apostolado escolapio. Surgieron y recibieron impulso las asociaciones de exalumnos, con el fin de mantener, de algún modo, ligados a las Escuelas Pías todos los antiguos discípulos y continuar en ellos la labor educativa iniciada en la escuela. Las Constituciones de la Orden se acomodaron al Código de derecho canónico y, en la edición de las mismas publicada en 1940, por primera vez, apareció, como apéndice, el texto original del Fundador. Inmediatamente después, el P. Picanyol reordenó el volumen de las Reglas, que, sin embargo, no tuvo en aquel momento valor legal, por no haberse celebrado Capítulo general alguno que les diera la aprobación correspondiente.
En 1936 estalló en España la guerra civil y, en torno a la misma, la persecución religiosa; causó entre los escolapios más de 272 víctimas y destruyó en todo o en parte no pocos colegios. Pero la vitalidad de las Escuelas Pías era tanta y tan grande que en pocos años pudo remontar una situación tan calamitosa.
También en otras naciones -Italia, Polonia, Hungría- la buena formación impartida a los jóvenes dio abundantes frutos; se preparó el camino para un notable incremento de los religiosos, que no disminuyó ni con la crisis provocada por la segunda guerra mundial. Terminada ésta se vio la conveniencia de celebrar los Capítulos generales. Así en agosto-septiembre de 1947 se reunieron los representantes de las Provincias y eligieron Prepósito general al P. Vicente Tomek (1892-1986) de la Provincia de Hungría. Su gobierno se extendió durante veinte años, hasta 1967, porque con el fin de hacer coincidir los futuros Capítulos generales con los provinciales y locales, su primer mandato fue prolongado de seis a ocho años. Fue reelegido posteriormente en los años 1955 y 1961.
El primer acontecimiento sobresaliente de esos veinte años fue la celebración de las fiestas tricentenarias de la muerte y bicentenarias de la beatificación de San José de Calasanz. Para prepararlas, desde 1945, el P. Picanyol fue publicando como suplemento de Ephemerides Calasanctianae un boletín con el título L'eco dei nostri centenari. Las celebraciones superaron todas las previsiones. El sumo Pontífice, con un memorable documento, proclamó a Calasanz «Patrono de todas las escuelas populares cristianas del mundo». Innumerables peregrinos afluyeron a Roma. Muchos ilustres cultivadores de la pedagogía tuvieron conferencias y publicaron estudios sobre Calasanz y su obra. En España se celebró con tal ocasión un congreso internacional de pedagogía; la Revista española de pedagogía dedicó un número entero al Fundador de las Escuelas Pías, primera escuela popular, con artículos de distinguidos profesores universitarios: las Reliquias del Santo fueron paseadas y veneradas triunfalmente por todo el ámbito del país. Este inicio tuvo su continuación porque suscitó interés por la personalidad de José de Calasanz y por su obra, concretándose en numerosos estudios que se fueron sucediendo hasta 1956-1957 -al recordar el cuarto centenario de su nacimiento- y hasta un decenio después (1967) -al celebrar el segundo centenario de su canonización—. Desde ese momento los estudios histórico-críticos y pedagógicos han aumentado en número y en calidad hasta nuestros días. Uno de los frutos más notables fue la Biografía crítica del P. Calasanz Bau, publicada en 1949; algunos años más tarde el mismo autor publicaba la Revisión de la vida de San José de Calasanz, que poco tiempo después salía en lengua italiana; el Epistolario de San José de Calasanz, preparado por el P. Picanyol en nueve volúmenes; en 1956 el P. Jorge Sántha publicaba un estudio crítico sobre la pedagogía calasancia con el título de San José de Calasanz: su obra, escritos. Y también hay que reseñar el voluminoso número «12» de la Revista Calasancia.
Otro aspecto que indica la vitalidad de la Orden se pone de manifiesto en el florecimiento de las fundaciones. Comenzaron algunos húngaros y polacos en 1949 a establecerse en los Estados Unidos de América; la Provincia de Vasconia saltaba en 1950 a Japón y Brasil y en 1957 se asentaba en Venezuela. Valencia establecía casas en Nicaragua (1949), Dominicana (1954) y Costa Rica (1961). Castilla llegaba a Colombia en 1949 y en 1964 a Ecuador. Cataluña en 1950 mandaba de nuevo religiosos a México, de donde se había retirado quince años antes; en 1951 a California y en 1963 al Senegal. Aragón llegó en 1950 a Nueva York fundando una residencia y buscando una parroquia; en torno a 1960 se instaló también en Puerto Rico con parroquias y colegios.
Por desgracia no faltaron contrariedades y contratiempos; hubo que abandonar todas las casas de Cuba a comienzos de los años sesenta. Pero a medida que las fundaciones se consolidaban se fueron creando Viceprovincias dependientes: Brasil (1958), Chile y Venezuela (1960), Colombia (1956), Estados Unidos, dependiendo del P. General (1960), México (1966). Surgieron las Delegaciones provinciales de Japón (1957), California (1960) y Puerto Rico-Nueva York (1960). Gran importancia adquirió la Delegación General de España con la erección del tercer juniorato interprovincial en Salamanca (1961) y la creación del ICCE (1967).
También las Provincias europeas se despertaron y se retornó a Cerdeña y Sicilia, se fundó en Milán, en Nápoles y el instituto escolástico «San José de Calasanz» de Roma. Polonia abrió varias residencias, mientras, Hungría quedó relegada a dos colegios, requisado todo por el gobierno; en uno de ellos (1948) se erigieron dos comunidades autónomas: noviciado y juniorato. En 1964 Argentina se convirtió en Provincia.
Un hecho notable, si bien no valorado positivamente por todos fue el aumento del número de parroquias regentadas por escolapios: de seis en 1947 se pasó a treinta y seis en 1967.
Los últimos años, a partir de 1965, coincidieron con la celebración del Concilio Vaticano II. Con él comenzó a sentirse una crisis en la identidad escolapia, aunque arrancaba de tiempos anteriores. A ella se unió la escasez de vocaciones. Estas causas van a definir la época de los últimos años. Hay que constatar que a comienzos de 1965 las Escuelas Pías contaban, según la siguiente estadística:
religiosos | 2.500 |
provincias | 16 |
casas | 177 |
alumnos | 76.693 |
No obstante, la disminución numérica que llegó más tarde, aunque dolorosa y preocupante, no frenó ni el entusiasmo creador de los PP. Generales, ni la pujante vitalidad de la Orden.
En el Capítulo de 1967 fue elegido Prepósito el P. Laureano Suárez, quien desempeñó el cargo hasta 1971; el sexenio lo concluyó el P. Teófilo López, primer Asistente. Y en 1973 se eligió al P. Ángel Ruiz, que fue confirmado en el cargo en 1979.
Este último período se ha caracterizado y ordenado desde las conclusiones del Capítulo general especial, prescrito por la Santa Sede tras el Vaticano II, por el prolongado, intenso y laborioso empeño en renovar completamente la legislación de la Institución. Tal Capítulo se celebró en dos momentos de duración desigual; primero, constituido por la segunda parte del Capítulo ordinario de 1967; segundo, los meses de julio-septiembre de 1969. Fruto del mismo fueron las Declarationes et Decreta en donde quedaron recogidos los principios fundamentales para acomodar las Constituciones y demás leyes a la normativa de la Iglesia y al espíritu genuino del Fundador. El mismo Capítulo trazó las líneas maestras de las nuevas Constituciones, que se elaboraron sucesivamente: una redacción primera en 1971; otra segunda, experimental, en 1975; en 1984 se hacía público el texto definitivo aprobado por la Sagrada Congregación de religiosos el 25-8-1983.
Algunos signos nuevos se han manifestado. Así en la forma de gobierno: la redacción de nuevos reglamentos acomodados a los tiempos actuales (merece especial atención el dedicado a la «formación inicial» de 1982); la creación de los «Consejos de Superiores mayores», que reunidos periódicamente asesoran al P. General en los asuntos de particular importancia; los «Secretariados», órganos operativos o de pensamiento en los distintos campos de trabajo o acción; la concesión de mayor autonomía a las Provincias, especialmente en el campo de la formación de candidatos; finalmente la forma y talante de las mismas comunidades.
Un dato de importancia en la actividad escolapia que se debe citar, como propio del período, es la intensificación de la tarea parroquial, de la misionera y de la acción pastoral ya interna (formación permanente y actualización organizada de los religiosos) ya externa (a las religiosas de inspiración calasancia, a los profesores y a los alumnos). Sirvan de ejemplo: el refuerzo a la misión japonesa, la fundación en Senegal, Guinea, Quimilí, Ecuador y Maconí; los centros juveniles de Austria, de Argentina, de Colombia y España; los pasos dados en la búsqueda de la «Familia calasancia».
En la última parte del apartado se debe hablar de las personas que se han significado. Han sido muchos los que cultivaron los temas calasancios como historiadores o como pedagogos. El P. Jorge Balanyi (1886-1963) que con un grupo de compañeros publicó dos obras sobre la historia de las Escuelas Pías en Hungría además de las biografías de San José de Calasanz y San Pompilio M. Pirrotti; Calasanz Bau, ya citado; Inocencio Buba (1909-1984) colaborador en varias enciclopedias con temas escolapios; Valentín Caballero (1869-1957) conocido por su obra sobre la «pedagogía escolapia»; Andrés Clemente (1874-1943) biógrafo de los Santos de la Orden; Leodegario Picanyol, ya citado; José Poch (1914-1983), cuyos artículos son difíciles de enumerar, especializados en el período español de Calasanz; Calasanz Rabaza (1868-1931) autor de la monumental Historia de las Escuelas Pías en España; Jorge Sántha (1917-1975) quien, además de las biografías de veinte Generales publicó un gran elenco epistolar entre los religiosos contemporáneos al Fundador y otros muchos escritos.
Fueron obispos: el cardenal Alfonso María Mistrángelo (1852-1930), Vicente Alonso Salgado (1845-1931) y Juan Oberti (1862-1942).
Entre los que sobresalieron en el campo cultural se encuentran: Antonio Schütz (1880-1953), teólogo original y profundo; Juan Giovannozzi (1860-1928) conferenciante, escritor de obras de divulgación teológica; Guido Alfani (1876-1940) sismólogo; Desiderio Laczkó (1860-1932), geólogo y arqueólogo; Hermenegildo Pistelli (1863-1927) pedagogo y escritor; Justo Blanco (1878-1943), filósofo y pedagogo; Tomás Catani (1858-1925), escritor de libros para juventud; Máximo Ruiz de Gaona (1902-1971) paleontólogo. Entre los autores de historia se hallan: Alejandro Takáts (1860-1932) y Venceslao Biró (1885-1962). Fueron poetas: Francisco Jiménez (1850-1916); José Manni (1844-1923); Albino Körösi (1860-1936); Luis Pietrobono (1863-1960), especialista en Dante; José Branecky (1882-1962), más conocido como «frater Johannes»; Alejandro Sik (1889-1963); José Beltrán (1882-1965); Ramón Castelltort (1915-1966); y Pascual Vannucci (1882-1974).
El H. Melquíades Guilarte (1835-1916) sobresaliente en caligrafía; los PP. Fernando Martínez (1900-1958) y Miguel Altisent (1898-1975), gregorianistas, lo mismo que Bernardo Castillo (1889-1936) y José Franquesa (1891-1944) que también fueron liturgistas.
Por sus virtudes y santidad de vida se significaron: Faustino Míguez (1831-1925) fundador de las religiosas calasancias Hijas de la Divina Pastora; Pablo Zugasti (1874-1958), venerado en Argentina; Bruno Martínez (1907-1972) víctima en el terremoto de Managua; Calasanz Homs (1843-1920), Francisco Llonch (1848-1922), el joven José Peri (1910-1930), Salvador Coch (1861-1942) Juan Borrel (1867-1943), Francisco Tiboni (1859-1945), Antonio Tasi (1873-1954) y Liborio Portolés (1903-1970) activo colaborador en la fundación de las misioneras de Jesús, María y José. Muertos por razón de la revolución española se han propuesto los correspondientes procesos de beatificación a: Enrique Canadell (nacido en 1890), Ignacio Casanovas (1893), Francisco Carceller (1901), Matías Cardona (1902), todos de Cataluña; Manuel Segura (1883), Faustino Oteiza (1890), Dionisio Pamplona (1868), Felipe Florentín (1856) y David Carlos (1907) de Aragón; Alfredo Parte (1899) de Castilla; Juan Ferrer (1904), José Agramunt (1906) y Carlos Navarro (1811) de Valencia.
Superiores Generales
En Roma:
- 1. San José de Calasanz de la Madre de Dios. Elegido por rescripto pontificio {r.p.) en 1622 para nueve años; confirmado como General vitalicio '- p.) en 1632; depuesto en 1646 (r.p.). Desde 1646 a 1656 no hay PP. Generales ni Superiores Mayores (reducción inocenciana).
- 2. Juan García del Castillo de Jesús y María, de la Provincia Romana, 1656-1659 (r.p.). Desde el día 16 de febrero de 1659 en que muere, le sucede como
- — Vicario general José Fedele de la Visitación, de la Provincia Romana, hasta el 11 de mayo de 1659.
- 6. Carlos Juan Pirroni de Jesús, de la Provincia de Nápoles, 1677-1685. Reelegido en 1683, muere el día 13 de abril de 1685 y le sucede como
- — Vicario general Alejo Armini de la Concepción, de la Provincia Romana, hasta el día 2 de mayo de 1686.
- 8. Juan Francisco Foci de San Pedro, de la Provincia Romana, 1692-1699. Confirmado en mayo de 1698 (r.p.), muere el 9 de junio de 1699 y le sucede como
- — Vicario general Bernardo Salaris de la Madre de Dios, de la Provincia de Cerdeña, hasta el 2 de mayo de 1700.
- 16. José Oliva del Ángel Custodio, de la Provincia de Nápoles, 1742-1745. Al morir el 29 de noviembre de 1745 le sucede como
- — Vicario general Juan Diego Manconi de la Madre de Dios, de la Provincia de Cerdeña, hasta el día 2 de mayo de 1748.
- 17. José Agustín Delbecchi de San Nicolás, de la Provincia de Sicilia, 1748-1751. Renunció al generalato al ser promovido al obispado de Algher (Cerdeña).
- 18. Paulino Chelucci de San José, de la Provincia Romana, 1751-1754. Nombrado Prepósito general por (r.p.) para completar el sexenio, murió el 17 de enero de 1754 y le sucede como
- — Vicario general Cayetano Bonlieti de San Juan Bautista, de la Provincia Toscana, hasta el 2 de mayo de 1754.
- 20. José María Giuria de San Juan Bautista, de la Provincia Romana, 1760-1771. Murió el 3 de mayo de 1771 y le sucedió como
- — Vicario general Matías Peri de San José, de la Provincia Romana, hasta el 2 de mayo de 1772.
- 22. Esteban Quadri de San Carlos, de la Provincia Romana, 1784-1792. Al morir el 15 de mayo de 1792, le sucedió como
- — Vicario general Carlos María Voenna de San Ildefonso, de la Provincia Romana, hasta el día 2 de mayo de 1796.
- 23. José Beccaria de San Ildefonso, de la Provincia Romana, 1796-1808. Por la Bula «Inter graviores» de Pío VII (1804), el generalato quedó reducido de nuevo a seis años. Desde el mandato de Giuria había sido alargado a doce años. En fuerza de la misma Bula, que creaba el Vicariato de España, independiente de Roma, gobernaron el resto de la Orden con el título de Vicarios generales.
- 24. Carlos María Lenzi de San Francisco, de la Provincia de Sicilia (r.p.), 1818-1819. Promovido al obispado de Lipari, le sucedió en mayo de 1819 como
- — Vicario general Ignacio Satta de San Cayetano de la Provincia de Cerdeña, y al morir le sucedió (r.p.) el 6 de marzo de 1820 como
- — Superior de la Orden Juan Bautista Evangelisti de San Pedro, de la Provincia Romana, hasta el 4 de octubre de 1824.
- 25. Vicente María D'Addiego de San José de Calasanz, de la Provincia de Apulia, 1824-1830 (r.p.). Al morir el 31 de marzo de 1830, le sucedió como
- — Vicario general José Rollerio de la Pasión del Señor, de la Provincia Romana, hasta el día 2 de mayo de 1830.
- En 1830, habiendo sido elegido Lorenzo Ramo como Superior general de España con el título de Prepósito general en virtud de la Bula «Inter graviores», el Superior general romano, elegido en el XXV Capítulo general, quedó con el título de Vicario general, y fue
- — Pompilio Cassella de Santo Domingo, de la Provincia de Nápoles, hasta el 9 de mayo de 1936.
- 26. Juan Bautista Rosani de San Jerónimo, de la Provincia Romana, 1836-1842. En el Capítulo general de 1842 fue confirmado con el título de Vicario general, y al ser promovido al obispado el 27 de septiembre de 1844, le sucedió (r.p.) como
- — Vicario general Juan Inghirami de San Nicolás de la Provincia Toscana, hasta el día 2 de mayo de 1848.
- 29. José Calasanz Casanovas de San Francisco, de la Provincia de Cataluña 1868-1884 (r.p.). Manteniendo el título de General (r.p,), le sucedió el 2 de agosto de 1884 como
- — Vicario general Mauro Ricci de San Leopoldo, de la Provincia Toscana, hasta el día 13 de septiembre de 1886.
- 30. Mauro Ricci de San Leopoldo, de la Provincia Toscana, 1886-1900. Al morir el 27 de enero de 1900 le sucedió como
- — Vicario general Dionisio Tassinari de San Sebastián de la Provincia Toscana, hasta el 4 de abril de 1900.
- 31. Alfonso María Mistrangelo de la Virgen de la Misericordia, arzobispo de Florencia, de la Provincia de Liguria, 1900-1904 (r-p.).
- 33. Manuel Sánchez de la Virgen Dolorosa, de la Provincia de Valencia, 1906-1910. Al morir el día 3 de noviembre de 1910 le sucedió como
- — Vicario general Egidio Bertolotti de San José de Calasanz, de la Provincia de Liguria, hasta el día 27 de julio de 1912.
- 34. Tomás Viñas de San Luis, de la Provincia de Cataluña, 1912-1923. Confirmado en el Capítulo general de 1919, renunció el 1 de mayo de 1923 por imposición de la Santa Sede, y le sucedió como
- — Vicario General (r.p.) José del Buono de San Felipe Neri, de la Provincia de Liguria, hasta el día 27 de noviembre de 1929.
- 36. Vicente Tomek de San Antonio de Padua, de la Provincia de Hungría, elegido para ocho años; confirmado en los Capítulos Generales de 1955 y 1961 (1947-1967). El más largo generalato de toda la historia de la Orden.
- 37. Laureano Suárez del Santísimo Sacramento, de la Provincia de Castilla, 1967-1971. Renunció en mayo de 1971 y le sucedió como
- — Vicario general Teófilo López de San José, de la Provincia de Aragón, hasta el día 6 de julio de 1973.
- 38. Ángel Ruiz de los Sagrados Corazones, de la Provincia de Castilla, elegido en 1973 para un sexenio, reelegido en 1979.
Durante el siglo que estuvo en vigor la bula Inter graviores rigieron las Escuelas Pías de España con el título de General:
- 1. Gabriel Hernández de San Félix, de la Provincia de Aragón, 1805.
- 2. Pío Peña de San Diego, de la Provincia de Castilla, 1825.
- 3. Pascual Suárez del Nombre de María, de la Provincia de Castilla, 1826.
- 4. Joaquín Esteve de San Miguel, de la Provincia de Aragón, 1826.
- 5. Lorenzo Ramo de San Blas, Prepósito general, de la Provincia de Valencia, 1830.
- 6. Francisco Sola de María Santísima, Prepósito general, de la Provincia de Cataluña, 1833-1836. En 1836 y luego en 1842 fue nombrado Vicario general.
- 7. Cayetano Losada de la Virgen del Carmen, de la Provincia de Castilla (Comisario general), 1845.
- 8. Jacinto Feliu de la Virgen de los Ángeles, de la Provincia de Cataluña (Comisario general), 1845.
- 9. Ramón del Valle de San José de Calasanz, de la Provincia de Castilla, de nuevo con título de Vicario general, como los siguientes, 1864.
- 10. José Balaguer de la Virgen Dolorosa, de la Provincia de Aragón, 1869.
- 11. Juan Martra de Jesús y María, de la Provincia de Cataluña, 1875.
- 12. Manuel Pérez de la Madre de Dios, de la Provincia de Castilla, 1885.
- 13. Francisco Baroja de San José de Calasanz, de la Provincia de Aragón, 1894.
- 14. Pedro Gómez del Nombre de María, de la Provincia de Castilla, 1897.
- 15. Eduardo Llanas del Santísimo Rosario, de la Provincia de Cataluña, 1900.
Bibliografía
FUENTES
Revistas, Diccionarios
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- Dizionario degli Istituti di Perfezione. Roma 1974 ss
- Documentos fundacionales de las Escuelas Pías, Salamanca 1979
Epistolarios
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- Epistulae ad S.J.C. ex Europa Centrali, Roma 1969
- Epistulae ad S.J.C. ex Híspanla et Italia, Roma 1972 (vol. 2, con paginación continuada)
- Cronología e Lettere di S. Pompilo M. Pirrotti, vol. 3 por O. Tosti.
Otros
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- Regolamenti (I) del Collegio Nazareno, Roma 1979
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- Ricerche. Florencia 1981 ss.
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- AA.VV. Escuelas Pías. Ser e Historia. Salamanca, 1978
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Redactor(es)
- Giovanni Ausenda, en 1990, artículo original del DENES I