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CAPÍTULO 41 Sucesos en las Escuelas Pías De Mesina [1646]

Estando yo de Superior de las Escuelas Pías de Mesina, me insistió muchísimo un jovencito entre 16 a 18 años de edad, que quería venir a nuestras escuelas para que le vistiera nuestro santo hábito. Se llamaba Francisco, de Casa Messina, de la misma ciudad. Y, aunque su madre, que era viuda, ya me había hablado de él, y me había pedido que le diera el hábito, a pesar de que no tenía ningún otro hijo varón, nunca estuve convencido, pues no me gustaban sus andanzas y vivacidad; y daba tiempo al tiempo, para que él se lo pensara mejor, y yo lo conociera mejor a él.

Vino de Visitador a dicha ciudad el P. Francisco [Demitrida] de San Vicente, a quien los nuestros, el jovencito y sus parientes, le pidieron la vestición, aunque yo no la había aprobado, y le vistió el hábito, con el nombre de Francisco [Marini] de Todos los Santos. Terminado el noviciado, como ciudadano de dicha ciudad, hizo la profesión solemne con mucha alegría y agrado de todos los suyos, en el año 1641.

Leído el Breve de reducción de Inocencio X, este joven, vencido por la tentación, pidió el Breve para salir, como en efecto salió, y volvió a su casa. Tuvo pleito por las cosas con la hermana y el cuñado; y, finalmente, con la doctrina y el parecer de no sé qué Padre jesuita, se casó y tuvo hijos.

Cuando nosotros supimos esto en Roma, hablamos con Monseñor Ilmo. y Revmo. Albizzi, Asesor del Santo Oficio, el cual escribió una carta de fuego al Inquisidor y a Monseñor Arzobispo, para que fuera encarcelado, y declarado nulo dicho contrato de matrimonio. Así se hizo, pero a pesar de esto, nunca pudo se apresado, sea porque andaba huido por las montañas, como porque estaba protegido, por ser ciudadano de Mesina; y por eso, la Corte no hacía sus diligencias. Así que estaba siempre en concubinato y en desgracia de S. D. M. Fue por un mal consejo como se vio reducido a este extremo.

Aconteció también otro despropósito en aquel Reino, de otro de los nuestros, que también abandonó nuestro hábito por el mismo tiempo, con el Breve en que se lo permitía el Papa Inocencio X.

Había vestido el hábito en Palermo un joven llamado… [Testini] de la misma ciudad, que en la Orden se llamaba Bernardino de… Profesó, se ordenó de sacerdote, y ejercitó la escuela durante años. Pues bien; este Bernardino, después de pedir el Breve, se ajustó como capellán y confesor en una iglesia de Palermo. Al cabo de un tiempo, una señora, penitente suya, de cierta edad y de muchas cualidades, se aficionó a él de tal manera, que consideró a este sacerdote como si fuera hijo, dándole el manejo de todas sus cosas, creyendo aquella señora que su confesor la estimaba y amaba cada vez más. Y vencida por aquel afecto, hizo al Cura donación de lo suyo “inter vivos”, como se dice, con obligación de mantenerla toda su vida. Entró en casa el sacerdote, y la buena señora le dio, con nota de inventario, todos sus haberes, tanto muebles como inmuebles; entre éstos, una platería de consideración, como también objetos de oro. De todo tomó posesión y señorío el hijo adoptivo, que también se mostró agradecido a la señora. Pero como había sido ingrato a la Madre de Dios, su propia Señora, y a nuestra pobre Orden, que le había hecho hombre y sacerdote, y le había servido como verdadera madre en el alma y en el cuerpo, abandonado de la Divina Majestad, le pareció hermoso el oro y la plata heredados, y, temiendo que el tiempo y las necesidades posibles se lo consumaran, amándolo con extraordinario afecto, y no pudiendo tener paciencia hasta que Dios llamara a sí a aquella pobre señora, y su nueva madre adoptiva, pensó quitársela delante, como hizo, de la manera siguiente.

El demonio que, en casos parecidos a este, desea y procura enseguida los resultados, le presentó la ocasión de una escuadra de galeras, que atracaron en el puerto de Palermo, de paso desde otras partes. Cuando supo la fecha de salida de aquéllas, dispuesto a la orden, y planeando todas las cosas, preparó el veneno en una comida que le gustaba a la pobre señora. En cuanto se la dio, vio que al instante moría ante sus ojos, cual era su deseo. Como no había nadie en casa, el ingrato hijo adoptivo y matricida, e indignísimo sacerdote, pudo con completa libertad apropiarse del dinero, de la plata y el oro, y de todo los demás que él deseaba, y se retiró al seguro sobre aquellas galeras, que bien pronto desplegaron sus velas al viento con el infame pasajero (tengo para mí que no fue reconocido como tal por aquellos Señores Oficiales, porque, si no, un asesino semejante no se hubiera embarcado sobre sus bajeles). Cuál fue la indignación de la ciudad de Palermo cuando se publicó este infame y horrible delito, cada uno se lo puede imaginar por sí mismo, es decir, grandísimo.

Dónde terminó su navegación el ingrato asesino y matricida, censurado e indignísimo sacerdote de la Casa Testini, y qué fin tuvo su perfidia, yo no lo he podido saber, porque en Palermo no se volvió a oír su nombre. Bien se puede creer que su fin fue tristísimo, y horrendísima su muerte corporal; y quiera S. D. M. que la espiritual haya sido en su gracia.

Notas