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[51-100]

51.- No perdió tiempo el Inquisidor. Inició el proceso. Probada la necesidad, se dictó la sentencia, y, leído todo en público, hizo las habituales Ceremonias que suelen hacerse en casos de esta perversidad. Ordenó cerrar el Hospicio, (incluso dicen que lo sembró de sal); tapió las dos habitaciones, una de Faustina y otra la del Canónigo Ricasoli, e impuso otros castigos a otros.

Es imposible imaginar el disgusto y amargura que sintió con esto el Gran Duque de Florencia, así como los dos Cardenales, tío y hermano, y también los Príncipes, por ser personas de mucha piedad y religiosidad, como es sabido en todo el Mundo; por un caso tan extraño, en la Ciudad donde reside la Corte. Hasta tal punto, que dio en trastornos, por no haber podido hacer nada, para encontrar algún remedio a un suceso tan horrendo; tanto más, cuanto que Ricasoli se decía pariente de él.

Mucho consiguió el P. Mario con la gracia y el favor del Inquisidor; tanto, que le dijo viera lo que quería, pues era obligación suya concederle lo que deseaba.

52.- El P. Mario decidió ir a Roma, y llevó consigo, como acompañante, a un Hermano llamado Esteban [Epifani] de San Francisco. Hechos las traspasos, partió para Roma, pero no fue directamente a nuestra Casa de San Pantaleón. Aunque el P. General tenía aviso de Florencia de que había salido el P. Mario para Roma, no se le había visto en Casa, ni se sabía nada de adónde había ido. Una mañana, el P. Antonio María y el P. Juan Bautista [Costantini] de Santa Tecla, el primero como Procurador para la validez de las Profesiones, como se ha dicho, y el otro como Procurador General -en lugar del P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, que por sus acciones había sido había sido privado del cargo por el General-, estos dos Padres fueron a San Pedro, donde vieron al P. Mario con su acompañante, y acercándose a él, le preguntaron por qué no iba a Casa, y cuántos días llevaba en Roma.

Les respondió que hacía cuatro días, que había venido al Santo Oficio por un asunto, y dentro de dos o tres días retornaría a Florencia.

Cuando el P. Antonio Mª y el P. Juan Bautista llegaron a San Pantaleón, contaron al P. General que habían visto en San Pedro al P. Mario, y lo que les había dicho, sin añadir otro razonamiento. No perdió tiempo el P. General; enseguida llamó a dos Padres, y les dijo que fueran enseguida adonde Monseñor Albizzi, Asesor del Santo Oficio, y le dijeran que se había enterado de que el P. Mario había venido a Roma y estaba en el Santo Oficio; y le suplicaba que lo mandara a Casa, pues no parecía bien que molestara a nadie, teniendo Casa propia; que, a toda costa, le obligara a ir. Uno de estos Padres era el P. Francisco [Baldi].

53.- Fueron los Padres adonde Monseñor Asesor, y al anunciarle la embajada, respondió que quedaba muy edificado del P. General, y mandaría cuanto antes al P. Mario lo que ordenaba.

El mismo día fue el P. Mario a San Pantaleón, y, excusándose con el P. General, diciendo que había venido por negocios importantes al Tribunal, y que por eso no había ido antes; y esperaba volver a Florencia dentro de pocos días, para atender a las confesiones, pues la iglesia andaba escasa.

Le respondió el P. General que se quedara lo que quisiera, e hiciera sus negocios, que le parecía bien dar satisfacción al Sagrado Tribunal. Ordenó que le dieran una habitación y fuera tratado con toda Caridad, como se suele hacer a los forasteros que llegan de fuera.

El P. Mario mostraba grandísima sumisión y reverencia a todos, especialmente al P. General y a los Asistentes. Al cabo de dos días comenzó a negociar y a echarse amigos en Casa, particularmente los disgustados y mortificados por el P. General, y casi siempre salía de Casa con el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles y con el P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad.

54.- No habían pasado ocho días, cuando vino uno del Santo Oficio adonde el P. General, con una embajada de parte de Monseñor Asesor [Albizzi], de que la Congregación del Santo Oficio lo quería como Provincial de la Provincia de Florencia, por el bien de ella, y le exhortaba a nombrarlo a él, porque así parecía bien a los Señores Cardenales de la Congregación, siendo el P. Mario benemérito de ella.

Quedó muy desconcertado el P. General de la propuesta que le trajo el enviado por Monseñor Asesor de parte de la Sagrada Congregación, y, con grandísima modestia y mansedumbre le respondió que el P. Mario no era un individuo capaz llevar esa Carga, por no tener la experiencia que se exige; que, a pesar de todo, haría todo lo que deseaba; pero, repetía, no le parecía a propósito. Y con esto despidió al embajador.

Comunicada la respuesta del P. General a Monseñor Asesor, la eenvió de nuevo, diciéndole que le hiciera la patente a toda costa, porque la Congregación lo juzgaba capacitado.

El P. General le hizo enseguida la patente, como acostumbra a hacer a los demás Provinciales, y la envió por medio del P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, su primer Asistente, y Compañero, excusándose de no haberlo hecho antes; pero, como así lo ordenaba, hacía con gusto lo que le pedía.

Aceptó gustoso Monseñor la patente, agradeciendo al P. General que tuviera paciencia, pero que así les había parecido bien a aquellos Señores.

No quedó todo aquí, porque a la mañana siguiente envió de nuevo otra embajada, diciendo en la patente no aparecían los títulos necesarios, como se suele hacer a otros Provinciales.

A esto respondió el Padre que era aquél su estilo de hacer las patentes, y si la quería de otra forma, hiciera una minuta de ella, y él la firmaría como quisiera; y así se hizo.

Hizo la patente como quería el P. Mario, y la envió de nuevo al Asesor, añadiéndole que si deseaba otra cosa, la haría.

55.- Sin embargo, el P. Mario no se contentó con esto, con estas recompensas, sino que comenzó a sugerir a Monseñor que en la Casa de Florencia no había individuos a propósito para gobernarla, porque los mejores individuos que había habían salido; que, por eso, le pedía la gracia ordenar al General diera obediencia a todos los individuos que deseaba el P. Mario, para que fueran allá.

Hizo el P. Mario una lista de los mejores Padres, según su juicio, y se la entregó a Monseñor, para que se la enviara al P. General, con orden de cumplir cuanto mandaba el Padre, siendo éste un servicio de la Orden.

Enviaron la lista al Fundador, el cual mandó llamar a Mario; y, con buenas palabras, le dijo que buscaba tantos individuos de tantas partes, de casi toda la Orden, que eso sería la ruina de todas las Casas; que tuviera en cuenta el servicio del altar.

56. Le respondió que así lo quería Monseñor Asesor, porque de Florencia le habían dicho que se había perdido la Escuela de Nobles, que dirigía el P. Juan Francisco [Apa] de Jesús, que había ido a Nápoles, con diversos pretextos; y que éste debía ser el primero en volver, lo mismo que todos los que estaban en la lista, para poner en marcha aquella Casa y toda la Provincia, que sólo dependía del Tribunal del Santo Oficio. Todo lo decía con tanta decisión y premura, y con tantas amenazas, que el P. Fundador le dijo que escribiría a todos para que cuanto antes fueran a Florencia, pues así se lo ordenaban.

Inmediatamente mandó el P. General obediencia a Nápoles al P. Juan Francisco de Jesús; es decir, una copia del mismo original, que se encuentra en el Archivo de la Duchesca, en un legajo de otras cartas, y dice de la siguiente manera:

57.- “Pax Christi. A tenor de la presente se ordena al P. Juan Francisco de Jesús, Sacerdote Profeso de nuestra Orden -en virtud de santa obediencia, y la suspensión “a Divinis”-, que en cuatro días, a partir de recibir la presente, salga de Nápoles para Florencia a ejercitar la escuela que antes tenía, aprovechando la oportunidad más a propósito para este viaje, por tierra o por mar. Dado en Roma, a 4 de diciembre de 1641. Lugar+del sello. José de la Madre de Dios; Ministro General”.

También le había escrito otra de Roma a Nápoles, el 22 de noviembre de 1641, que se conserva en el mismo Archivo, en el Libro de Cartas.

De donde se puede deducir qué obediente era el P. Fundador a la más mínima insinuación de la Sagrada Congregación, en cuyo nombre venían las susodichas embajadas del P. Mario, que no sabía decir otra cosa que “así lo quiere el Santo Oficio”, o “así lo manda Monseñor Asesor”.

La lista de los individuos que dio, fue de quince, de diversas Provincias, entra los cuales, de Nápoles llamó a los Padres: Juan Lucas [di Rosa] de la Santísima Virgen, napolitano; Pedro Lucas [Battaglione] de San Miguel, romano; Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara, de la Provincia de Lecce. Juan Lucas y Pedro Lucas enseguida partieron para Florencia. El P. Juan Carlos no quiso salir de su Provincia, con varios pretextos. El P. Vicente [Berro] de la Concepción, que también se encontraba en Nápoles, dijo que estaba enfermo; y el P. Francisco [Leuci] de San Carlos partió enseguida de Palermo y vino aposta a Nápoles, excusándose ante el P. General de que no podía proseguir el viaje por indisposición, por cuanto se veía forzado a salir de su Provincia; pero luego pasó a Roma y fue a Narni; luego, llamado por el P. Mario, volvió a Roma como Maestro de Novicios. Unos individuos no fueron; otros obedecieron enseguida. En cambio los de Pisa dijeron que no podían ir, porque eran pocos, tenían que atender a la Ciudad, y estaban bajo la protección del Príncipe Leopoldo.

58.- El P. Bernardino [Chiocchetti] de la Presentación, Provincial de la Provincia de Nápoles, era hombre verdaderamente Apostólico, pero hizo grandísimo daño, no sólo a las Casas de Nápoles, sino a toda la Provincia, como el P. General escribe en una carta al P. José [Zamparello] de Jesús, de Roma a Nápoles, el día 3 de mayo de 1642, con estas palabras:

“He visto lo que V.R, me escribe. En cuanto a la salida del P. Juan Lucas di Rosa, que estaba contra mi voluntad, y pensaba restituirlo en su oficio dentro de pocos días, de nuevo me ha llegado instancia del P. Mario desde Florencia (así dice en su carta, y quizá quiera decir del Provincial), que le envíe a este Padre, a pesar de haber sacado de Nápoles al P. Provincial, al P. Juan Francisco, al P. Pedro Lucas; e incluso está sacando de estas casas a los individuos que son más necesarios; y yo tengo orden, con Decreto del P. Comisario, que le envía individuos que pide el P. Mario. A mí me parece que va sacando de las Casas los individuos más necesarios de ésta de Porta Reale, a la que yo procuraré enviar la ayuda que pueda, según mis pocas fuerzas. Y en cuanto a esta Casa, ojalá que, así como han renovado los votos, renueven las verdadera Caridad, con la paciencia y amor con todos, harían, aunque pocos, el servicio de Dios. Es cuanto me ocurre. El Señor nos bendiga a todos. De Roma, a 3 de mayo de 1642.

Oigo decir que el H. Juan Antonio desea venir a Roma, para aprender bajo nuestro Hermano Francisco a hacer bien la cocina. Si ahí no es necesario, lo puede mandar cuanto antes. Servidor en el Señor. José de la Madre de Dios”.

Véase también la carta escrita por el P. General desde Roma a Nápoles al P. Pedro Francisco de Jesús[Notas 1], copiada del propio original del Libro de las Cartas, que está en el Archivo de la Duchesca 86, y dice de esta manera:

“Pax Christi: Escribí la semana pasada que le daba la orden de salir de Nápoles y volver a Florencia al primer aviso que se le diera, y he tenido respuesta por este correo que V. R. está pronto a toda obediencia. Por eso, al recibir la presente, dispóngase a partir cuanto antes para Roma, y de Roma para Florencia. Si está pronto aquí en Roma, encontrará buena compañía para Florencia; y aquellos Padres que estudiaban la Gramática nueva tendrán paciencia por ahora. En cuanto quiero decirle con la presente. El Señor nos bendiga a todos. Roma, a 5 de diciembre de 1641. Si V.R. puede estar antes aún en Florencia, por mar o por tierra, y hay ocasión propicia para embarcarse, puede hacer lo que mejor le parezca; pero cumpla sin dilación esta orden, para que sea con mayor provecho espiritual suyo, si le añade la virtud de la Santa Obediencia; esto es lo que requieren las cosas presentes. De nuevo, el Señor nos bendiga siempre. Servidor en el Señor, José de la Madre de Dios.

59.- El original de esta carta lo tiene D. José Zamparelli, primo hermano del P. José de Jesús, que conserva las cartas de dicho Padre. Es parroquiano de Santo Tomás, vecino de la Vicaría señalada a los nuestros; se la entregó, con otras cartas, al P. Juan Carlos de S. Pablo, que las copió en su libro, donde ha recogido todas las cartas que le han llegado a las manos.

De la susodicha carta se ven claramente las órdenes recibidas del P. Comisario del Santo Oficio, que daba al P. Fundador.

Después de salir de Nápoles el P. Bernardino, Provincial, quedó en su lugar el P. Francisco [Trabucco] de Santa Catalina, de la Casa.

60.- Mucho sintió este desconcierto toda la Orden, pero, sobre todo los Padres de las Casas de Nápoles, por haber quitado la jurisdicción de la Provincia de Florencia al P. Fundador; y de continuo se oía hablar de reuniones para encontrar algún remedio. El P. General escribía continuamente consolando a todos, y que se conformaran con la voluntad divina “porque nos quiere probar, a ver si estamos fuertes en las tribulaciones”; y para que todos sacaran fruto de ello, “mediante la oración continua, de la que tenemos grandísima necesidad; et si Deus pro nobis, quis contra nos? Esto se consigue ejercitando bien el Instituto y observando nuestras Constituciones, dadas por el mismo Dios”. Todo esto escribía al P. Vicente [Berro] de la Concepción mientras estaba aquí en Nápoles. Estas cartas están registradas en cuatro libros, que me dejó en Roma cuando iba de Rector a Florencia, donde pasó a mejor vida el año 1666.

61-. Después de obtener Mario en Roma todo lo que quería, y de tener sus parloteos con los seguidores, comenzó a despedirse de sus conocidos, para ponerse en viaje e ir a Florencia.

No se sabe lo que trató o quiso hacer con sus Confidentes, pero, por lo que dice el P. Juan Lucas [di Rosa] de la Santísima Virgen, cuando volvió a Nápoles desde Florencia, tenía grandes proyectos de hacerse Dueño absoluto de toda la Orden, comenzando por hacer Asambleas. Para eso, quería tener los mejores individuos, y cautivarse la voluntad de todos; tanto más, cuanto que en Roma dejaba a personas informadas y prácticas en asuntos de la Corte.

El P. Mario se despidió del P. General, y con palabras melosas, a su estilo, recibió la bendición, como hizo también con los Padres Asistentes.

62.- El P. General lo bendijo y le hizo algunas advertencias de Padre: Que intentara hacer cumplir las Constituciones y el Instituto con toda perfección, y “que todos caminen siempre en la presencia de Dios, y no dejen la oración, que es lo que más importa, pues tiene bajo su mando a los mejores individuos de la Orden”.

Le replicó el P. Mario que sus dificultades provenían de la Casa de Pisa, donde estaba el P. Francisco [Michelini], el matemático, Maestro del Príncipe Leopoldo y de los otros Príncipes; y temía que arrastrara tras él a toda la Comunidad, y le llevara la contra, pues sido él origen de los desarreglos de la Orden; pero que esperaba superar todas las dificultades, mediante afinidad que tenía con el P. Inquisidor.

A lo que respondió el Padre que en esto no tuviera dificultad ninguna, porque escribiría al P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, Superior de aquella Casa, para que todos le rindieran la debida obediencia; y, en cuanto al P. Francisco, el matemático, casi nunca estaba en Casa, pues se encontraba en Palacio con el Príncipe Leopoldo, y no se metería en cosas que no fueran con él; a quien también escribiría que, cuando pudiera ayudarlo, no dejara de hacerlo. Y con esto, se despidió.

El P. General escribió al P. Camilo y al P. Francisco como había prometido, y él mismo vio los efectos; pero no le resultó como pensaba, porque Dios encontró pronto el modo de truncar sus proyectos, al no haber cumplido la finalidad recta que debía, y sólo por vengarse.

63.- Al llegar el P. Mario a Florencia, enseguida nombró Superior de la Casa al P. Juan Lucas [di Rosa] de la Santísima Virgen, que había llegado de Nápoles, hombre verdaderamente de gobierno y prudencia, a gusto y satisfacción de todos; pero poco duro, porque, o no le agradaba el modo de hacer de Mario, o no le favorecía aquel aire. Así que, al no poder vivir la miseria en que se vivía, y agravarse las deudas con las que había encontrado la Casa, comenzó a decir que no se sentía bien, que siempre estaba mal, y que no podía asistir con los demás a los actos comunes. Ante esto, consultó a los médicos, que vieron conveniente cambiara de aires, y que luego, en invierno, volviera a su gobierno de Florencia. Durante tres meses estuvo en Nápoles, donde contó lo que se ha dicho arriba, que yo mismo lo escuché.

Le pareció bien al P. Mario que la primera visita que debía hacer fuera la del Gran Duque y los dos Cardenales; después, de los Príncipes. Buscó la manera de obtener la audiencia, que benignamente le fue concedida.

Cuando entró el P. Mario donde Su Alteza el Gran Duque, le expuso cómo había ido a Roma, había sido nombrado Provincial, y ahora iba a cumplir aquella obligación, como debía, ofreciéndose primero como vasallo, y después como servidor.

El Gran Duque le respondió con estas pocas palabras: “Nos alegramos de su venida de Roma, y de que sea Provincial. Atienda, pues, a su gobierno en Casa; no tenemos otro deseo sino que las cosas vayan bien y con paz, para beneficio de la Orden”. Y con esto lo despidió.

64.- Comenzó a rumiar aquellas palabras, que no habían sido como él quería, y le dio por decir a algunos de casa, que todo era por el P. General, por medio del P. Francisco, matemático, que siempre andaba al lado del Gran Duque y de los Príncipes. Esta impresión la mantuvo siempre en su fantasía, como se verá luego.

El P. Mario conversaba con frecuencia con los jóvenes de la Secretaría de Estado, haciéndoles regalos frecuentes, y tenía mucha familiaridad con ellos, por haber sido discípulos nuestros. Convencido de esto, y hablando con el Conde Montemagno, Secretario de Estado, empezó a decir a los jóvenes que no permitieran a nadie entrar en Secretaría, que no quería el Gran Duque. En cambio después, se dio orden al Auditor Vittorio de que dijera a Mario que no fuera más a Palacio.

Le comunicaron esta orden a Mario, con lo que le aumentó la sospecha de que todo procedía del P. General, y fue a decir al P. Mucciarelli, Inquisidor, que había recibido orden de no ir a Palacio; que no dejara de comprobarlo, que no podía ser otro que el P. General, a quien le había parecido mal que fuera Provincial contra su voluntad; y otros inventos que hacía, como de ordinario.

Le respondió el P. Mucciarelli que, mientras al Gran Duque no le pareciera bien, no fuera ya a Palacio, ni hablara con las personas de su Corte, sino se dedicara al gobierno de su Provincia, y dejara el resto de su cuenta, que siempre le ayudaría con cartas y favores, como, efectivamente, empezó a hacer de nuevo. Así que las sospechas del P. Mario iban creciendo cada día, y se las contaba a sus Amigos, que no dejaban de echar aceite al fuego, para que se inflamara cada vez más.

65.- La víspera de San Juan Bautista, cuando el Gran Duque suele ir a las fiestas de la Ciudad de Florencia, el año 1642 se preparó la cabalgata, y todos los Caballeros se encontraban formados para acompañarlo. Ordenados, para comenzar a salir de las primeras estancias, cuando el Gran Duque salió de la suya vio en el dintel de la puerta al P. Mario, que iba en al cortejo. Inmediatamente llamó al auditor Vittorio, y le dijo: “¿Veis allí al P. Mario de las Escuelas Pías con aquellos Caballeros? Ordénele, bajo pena de muerte, que en el término de cuatro horas salga de Florencia, y de todo es Estado en tres días. ¡Vaya ahora!”

El Auditor Vittorio fue al momento, y, acercándose al P. Mario, le dio la orden delante de aquellos Caballeros con quienes iba, por lo que todos quedaron admirados, pues no sabían la razón, y andaban discurriendo sobre qué podía suceder.

66.- Cuando el P. Mario oyó la orden, se quedó hundido; no pudo decir sino que obedecería enseguida. En cuanto volvió a casa, escribió un papel al P. Inquisidor, contándole lo que pasaba, y que todo era obra del P. General. Escribió a Roma a Monseñor Asesor [Albizzi] lo que haría desde Pisa, adonde pensaba hacer la visita durante dos días, para recorrer después la Provincia; y que, terminada la visita, partiría para Roma, donde esperaba sus cartas, para saber qué hacer, según su consejo.

Mucho sintió el P. Mucciarelli, el Inquisidor, la salida del P. Mario. Enseguida informó a Monseñor Asesor y al P. Comisario de cuanto había pasado, ´por obra del P. General de las Escuelas Pías´, que perseguía al P. Mario, benemérito del Tribunal; además de otras palabras, que no se han sabido.

Cuando la carta llegó a Roma, el P. General fue llamado al Santo Oficio, de parte del Comisario, que quería hablar con él.

El P. General no sabía nada de lo ocurrido en Florencia, porque todos tenían miedo de escribir, para no acarrear peores consecuencias.

Fue enseguida el P. General al santo Oficio, para ver qué quería el P. Comisario. Monseñor Asesor y dicho Padre comenzaron a decirle que no dejaba de perseguir al P. Mario, hasta hacer que lo expulsaran el Gran Duque, de Florencia y de todo su Estado, “con tanto escándalo y poca reputación de nuestro Tribunal, sólo por haberlo nombrado Provincial; aunque tampoco se sabe la Causa exacta del pretexto por el que ha sido expulsado”.

El P. General, con grandísima mansedumbre, dijo que no sabía de qué iba lo del P. Mario; que nunca había tenido cartas de Florencia desde que el P. Mario había salido, ni se preocupara de él, pues ya no estaba bajo su jurisdicción; que le disgustaban las molestias del P. Mario, y que Dios lograría revelar la verdad, que no era más que una sola.

67.- Con esta mortificación, el pobre viejo se volvió a casa en paz y sosiego, y ordenó a todos los Padres, como también a los Alumnos (sobre todo a los pequeñines, en los que tenía mucha fe cuando pedían a Dios un favor), que hicieran oración a su intención, por un problema de grandísima importancia. Y él se entregó también a la oración y a otras mortificaciones, todo lo cual refiere el H. Eleuterio [Stiso] de la Madre de Dio, entonces Acompañante suyo , que se encontró en medio de todos estos problemas, y me los contó muchas veces, por haber sido Compañero mío durante más de veinte años; y que murió el año pasado de 1671 en San Pantaleón de Roma.

El P. Mario salió de Florencia hacia Pisa a toda rapidez. En cuanto llegó a Casa, llamó a los Padres, y les dijo que iba a hacer la Visita. Respondió el H. Ángel [Morelli] de Lucca, que su Provincial era el Gran Duque, y no tenían necesidad de visita; y con él comenzaron a sublevarse algunos otros. Entonces, el P. Camilo [Scassellati], Superior, trató de apaciguarlos. Pero, sin más temas que tratar, sólo pidió tener la cuantas de la Casa a mano, que presentó a los Inquisidores de Pisa para que las firmaran, y luego las llevó consigo. Había algunos de aquella Casa que habían sido despedidos de Florencia cuando los primeros disgustos; en particular el P. Carlos [Conti] de San Gaspar, de Comitibus, que había recibido grandes disgustos con el P. Mario; éstos no dejaban de animar, con distintas razones, a los que no habían querido aceptar la visita.

68.- No perdió tiempo el P. Mario, y escribió a Florencia al P. Inquisidor, y a Roma, diciendo que los Padres de Pisa no le habían querido recibir, ni había podido hacer la visita; que, por eso, se iba a Fanano; después a otras Casas de la Provincia, y finalmente a Roma, y hacer la relación.

El P. Superior, P. Camilo, intentó con buenas palabras reencontrarse con Mario, y le dijo que, a pesar de todo, se quedara allí lo que quisiera, porque no sabía qué era lo que le había pasado en Florencia; le respondió que quería ir de visita a otras Casas de la Provincia, y después a Roma, para averiguar quién lo perseguía, y quiénes lo habían maltratado, como había hecho en Florencia. Y siempre andaba hablando mal del P. General, llamándolo “viejo sin juicio, que se deja embaucar por el P. Santiago [Bandoni], Giboso Secretario suyo, que hace lo que él quiere, por toda la Orden, pero no lo conseguirá, como cree”.

69.- Partió el P. Mario de Pisa para Fanano. En cuanto llegó, quiso hacer la visita de la caja del dinero, que contenía cierta cantidad. El P. Superior de entonces comenzó por decir que no era justo empezar la visita por el dinero; que se hiciera como de costumbre; de lo contrario, no querían ser visitados. Tras éste, comenzaron los demás a decir que ellos no tenían necesidad de visita. Viendo mal las cosas, para no tener ningún enfrentamiento, tomó no sé qué para el viaje, y salió hacia Pieve di Cento. Al llegar a Bolonia, escribió enseguida al Inquisidor a Florencia, y a Roma al Comisario, diciendo que en Fanano, no sólo no le habían recibido, sino, por el contrario, lo habían ultrajado, para dar gusto al P. General; y, además, le habían echado en cara que estaba investigado en un Proceso, que no se había hecho la causa, lo que incendió más el fuego en los ánimos de aquellos sagrados ministros.

70.- Cuando llegó a Pieve, no quisieron saber nada de visita; decían que estaban tranquilos, que la visita se debía haber intimado, para prepararse, como habitualmente, y no llegar de improviso, sin haberles avisado; que veían las cosas mal preparadas; y, sobre todo -como en Fanano le habían dicho que era investigado- no insistió mucho, y emprendió el camino de Ancona -Casa que en aquel tiempo pertenecía a la Provincia de Florencia-, a ver si le resultaba bien, si podía, de alguna manera, visitar aquella Casa.

71.- Llegó a Ancona, y uno de los Padres, que ya sabía había sido exiliado de Florencia por el Gran Duque, le dijo al oído que no se tomara la molestia de hacer visita; que estuviera lo que quisiera, pero no se empeñara en hacerla, porque algunos, venidos de Florencia, no le obedecerían. Ante esto, dijo que así lo haría; ni visita, ni manifestación alguna de Superioridad con nadie. Sin embargo, andaba charlando con todos, con toda amabilidad. Pero los que sabían los entresijos del negocio andaban observando cualquier palabra y acción que hacía; y luego se burlaban de él, ya que siempre hablaba del Señor Crucificado, o de cosas de espíritu, de mortificaciones y penitencias. Esto les daba materia de conversación a los que, por causa suya, habían sido echados de Florencia por el Inquisidor. En su cara se mostraban más obsequiosos que otra cosa; pero después se reían de lo que decía, sabiendo minuciosamente sus costumbres.

72.- Cuatro días estuvo el P. Mario en Ancona. Después se puso en viaje hacia Loreto, y luego hacia Roma. Al llegar a Narni, fue recibido por el Superior con toda cortesía y caridad; Éste le iba sacando de la boca, poco a poco, lo que había pasado, e incluso le comunicó sus proyectos; los que había tenido en Florencia, es decir, sacar adelante la Orden; pero decía que el P. Santiago [Bandoni], Giboso Secretario del P. General, siempre se había interpuesto, e inducido al P. General a contradecirlo, causándole esta afrenta de verse expulsado de Florencia por el Gran Duque, sin esperanza de poder volver ya allí, donde, por medio del Confesionario había conquistado la mayor parte de aquella Nobleza. El Superior retomó la palabra, diciéndole que quería evitar aquellos inconvenientes; que fuera, pues, a Roma, que el P. General no tenía malas intenciones, e intentaría darle toda satisfacción, facilitándole otro oficio; que le convenía dejar todos los favoritismos, que, por el contrario, causaban daño a su Alma e inquietud a su cuerpo; más daño que otra cosa.

73.- Ante estas persuasivas palabras, se quedó un poco pensativo, respondiéndole que deseaba quedar absuelto de un Proceso que habían interpuesto contra él, y luego se pondría en las manos del P. General, para que hiciera de él lo que le quisiera. Pero quería, absolutamente, que no se sirviera más del P. Santiago [Baldi] como Secretario, “que había disgustado a casi todos en la Orden, bajo pretexto de observancia”.

De esta manera, el P. Superior de Narni consiguió del P. Mario alguna mejor disposición, pues mostró tener buena intención; pero no sabía servirse de ella; cualquier viento lo soliviantaba fácilmente; y, si hablaba con personas astutas, enseguida lo convencían, como le sucedió después en Roma.

74.- Al P. Santiago [Bandoni] de Santa María Magdalena, Secretario del P. General, lo odiaba verdaderamente; pues, además de ser Secretario, era también Superior de la Casa de San Pantaleón; gobernaba con gran celo aquella Casa, y no dejaba pasar sin castigo una falta, aun la más mínima, de la observancia de las Constituciones; y también porque “siempre estaba a la escucha del P. General”. Por eso los inobservantes sentían contra él odio y desdeño.

Cuando el P. Mario llegó a Roma, se presentó como Ovejita obediente ante el P. General, mostrando depender de su voluntad, y comenzó a contarle lo que había sucedido, tanto en Florencia como en las demás Casas; que no había podido visitar la Provincia, pues algunos lo tenían por Indagado, debido al proceso contra él, tanto en Florencia, como en Pisa y en Fanano. Pedía a todos que lo encomendaran para que este proceso terminara, y, averiguada la verdad, fuera liberado, como esperaba; pero no al P. Santiago, que le era desleal, que siempre y en todas las cosas le llevaba la contra, y por él había sufrido muchas cosas.

El P. General, con grandísima tranquilidad y mansedumbre, le respondió que, en cuanto al Proceso, viera a quién quería que se lo recomendara, que con mucho gusto lo haría; que nunca hablaría de ello, por ser cosa pasada; pero, ya que lo deseaba, repetía, pensara a quién quería que lo recomendara; que crearía una Comisión; que tratara de descansar del viaje, tranquilizar la mente, y poner las cosas en manos de Dios; que sacara fruto de ello, uniendo la inteligencia con la Oración, de donde se saca luz y gracia, para llegar a la perfección que todo Religioso está obligado a llevar adelante.

75. El P. Mario propuso al P. General que tuviera a bien encomendar la causa al P. Esteban [Cherubini], quien la vería y la gestionaría rápido, y así él quedaría contento y tranquilo en todo, sin preocuparse de más.

Le pareció bien al P. General, y dijo que así lo haría; que, mientras tanto, hiciera oración, como haría también él. Y tras esta conversación se despidió. El P. General, olvidándose de lo que había pasado, ordenó al P. Santiago, Superior de la Casa, que asignara una habitación al P. Mario, lo tratara bien, como a forastero, y ordenara a todos que lo respetaran, y no hablaran de las cosas pasadas, como si nunca hubiera ocurrido nada, para ver si se podía arreglar algo por las buenas.

Se hizo con absoluta puntualidad como ordenó el P. General, y lavándole los pies con toda Caridad, lo visitaron casi todos.

76.- Constituida la Comisión, y llamados sus Asistentes, el P. General les comunicó lo que pasaba; que había pensado ganarse al P. Mario dándole satisfacción; que había destinado Comisario de su Proceso al P. Esteban de los Ángeles, como él mismo se lo había pedido, y él ya le había prometido hacerlo.

Los Asistentes comenzaron a reflexionar, y encontraron alguna dificultad, por ejemplo, que podía tratarse de un artificio, para luego, cuando se llegara al núcleo del asunto, decir que no él está sometido al P. General, sino que está bajo la protección del Santo Oficio, y los metiera en nuevos disgustos, haciendo que los castigaran por haber puesto la mano sobre los que son entrañables a aquel Santo Tribunal, como sucedió al P. Pedro [Casani] de la Natividad, primer Asistente, a quien, por él, le impusieron una mortificación, sin saber la Causa. Se determinó que fuera el mismo P. Mario quien hiciera un Memorial de su mano, y solicitara al P. Esteban por juez, y después se le concediera, para evitar cualquier riesgo que pudiera surgir; y así se le daba satisfacción a su gusto.

77.- Con la llegada del P. Mario se alegraron mucho sus Amigos, sobre todo el P. Esteban [Cherubini], el P. Glicerio [Cerutti], y otros secuaces, especialmente el P. Vicente Mª [Gavotti] que ya había sido llamado de Savona, su patria, por el P. General, para hacerlo Superior de la Casa, pues creía que podían sufrir el ver al P. Santiago [Baldi], que no podía atender a la Secretaría y al gobiernos de la Casa. Esto era lo que más alegraba a Mario, para no tener que enfrentarse con el P. Santiago, que lo mortificaba (como él decía) en todas las circunstancias y ocasiones.

A la mañana siguiente, el P. General llamó a P. Mario, y le dijo que ya había encargado la Comisión de su Causa al P. Esteban, como él había pedido, es decir, que se hiciera la instancia para gestionar las cosas con toda exactitud; que enseguida la firmaría y se la entregaría al P. Esteban.

Satisfizo al P. Mario lo que le propuso el P. General; hizo el memorial, y se encomendó la Comisión al P. Esteban, quien, todo contento, dijo que haría justicia. Después de esto se estrechó más la Amistad entre el P. Mario y el P. Esteban. Cuanto más sagaz era éste, más imprudente y poco juicioso era el otro; pero muy malicioso, de poco saber, y fácilmente cometía las maldades más finas, aunque era dúctil para retractarse de sus promesas.

78.- Comenzó el P. Esteban a ver el Proceso, y, en pocos días, Mario fue liberado. Este Proceso comprendía muchas cosas; diversas materias, contra el P. Mario; pero también estaba inculpado en ella algún otro; de donde se veía claramente que la santidad del P. José, Fundador, la malicia de sus secuaces, (quiero decir, del P. Mario).

Dicho Proceso, fue recuperado dentro de un saco de escrituras, que estaban en las estancias de D. Carlos…, Secretario de Monseñor Asesor [Albizzi], quienes, después de la muerte del P. Esteban de los Ángeles, las habían puesto a salvo de los Padres Juan Bautista [Andolfi] del Carmen, y Jorge [Ciarnino] de San Francisco, que entonces estaba en el Colegio Nazareno. La mayor parte de estas escrituras, las más importantes, cayeron en mi poder, que las tuve más de siete años bajo la cama. Luego, cuando fui a Chieti -enviado por el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, General, en octubre de 1650-, se las entregué al P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación, Asistente General y Superior de la Casa de San Pantaleón. Un día, fue el P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad, con el P. Pedro Lucas [Battaglione] de San Miguel, Asistentes, buscaron dichas escrituras, bajo el pretexto de meterlas en el Archivo de Roma, y quemaron la mayor parte de ellas, en especial el Proceso contra el P. Mario, y otra escritura del P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, primer Asistente y Compañero del Venerable Padre José, Fundador. La quema tuvo lugar el año 1660. Cuando el P. Pedro de la Anunciación supo que habían sido quemadas, dio en extravagancias, se quejó todo lo que debía, pero, cometido el error, no se pudo remediar.

79.- Cuanto volví de Chieti a Roma, donde había estado catorce meses, pedí dichas escrituras al P. Pedro, y me encontré con que ya las habían quemado; imagínese la amargura, pena y condolencia que sentí, quejándome del P. Pedro, que se había dejado embaucar de esta manera. El P. Glicerio murió en Frascati el mismo año de 1660, sin terminar sus Asistentado, y el P. Juan Lucas murió también el año 1667 en Roma, como todos saben.

Entre aquellas cartas había también dos del P. Silvestre Pietrasanta, de la Compañía de Jesús, que fue Visitador Apostólico; eran dos relaciones que hizo a la Congregación de Cardenales sobre las Escuelas Pías; la primera era favorable a nuestro Instituto, y la otra era contraria a nuestra Orden; daba por seguro que nuestros votos eran nulos, que así lo había consultado con [su] Capítulo General, para el que habían venido muchos teólogos a Roma, a elegir General, a la muerte del P. Muzio Vitelleschi, muerto el año 1644; de donde claramente se ve su pasión. Éste murió el año 1647, el 7 de mayo, como se dirá en su lugar-

Las dos escrituras susodichas yo las copié varias veces, para que no se me fueran de la memoria, y las dejé al P. José [Fedele] de la Visitación, General, cuando partí de Roma para Nápoles, junto con otros escritos importantes de la Orden; él me dijo que había hecho bien en dejárselas, y no fueran quemadas, como se hizo con las originales.

80.- En este mismo año de 1647 cayó enfermo el P. Mucciarelli, Inquisidor de Florencia, de un cáncer en la garganta. Fueron a visitarlo dos de nuestros Hermanos, también de Fanano, paisanos suyos; uno se llamaba H. Peregrín de San José, y el otro, Hermano Santiago [Pieri] de San Donato, de Lucca, los cuales, compadeciéndole en su enfermedad, le consolaban, diciéndole que tuviera paciencia con el mal que Dios le había mandado; aunque, siendo Religioso y persona de tanto consejo, no necesitaba consejo de hombres sencillos e ignorantes.

Ante estas palabras se emocionó el debilitado Padre, diciendo que reconocía era castigo de Dios por las culpas cometidas, por dar tanto la mano y favorecer al P. Mario de San Francisco en la persecución emprendida contra el P. José de la Madre de Dios, Fundador de su Orden, hombre verdaderamente santo, que tanto sufrió con el P. Mario, con sus pretensiones y quimeras, lo que supuso la destrucción de la Orden; “Pero la justicia de Dios castigó al P. Mario, haciendo que muriera como murió, y ahora me castiga a mí con un cáncer en la garganta, que no me deja reposar ni sentarme, ni de día ni de noche”. Y les pedía que pidieran a Dios por él, como él pedía por todos sus Padres, y en particular por el P. General.

81.- Todo esto me lo han dicho muchas, muchas veces, esos dos mismos Hermanos, y el H. Santiago [Pieri] de San Donato, de Lucca; el primero murió en Roma el año 1647, el segundo vive, está en Roma, y hace de limosnero en nuestro Noviciado.

Un día, estando yo conversando con el Venerable Padre sobre diversas cosas, le conté lo que me habían dicho aquellos Hermanos sobre la enfermedad y pena que tenía P. Mucciarelli, el Inquisidor de Florencia. No me respondió otra cosa, sino que rogáramos a Dios por él, como debemos hacer con todos los fieles cristianaos.

El P. General tenía intención de otorgar al P. Mario el Provincialato de Sicilia, para arrancarle la alteración que tenía, tanto él como sus Protectores; y ya le había dicho que, si quería ir a Sicilia, le haría Provincial, pues no podía volver ya a Florencia, mientras persistiera la orden Gran Duque.

82.- El que llevó esta embajada al P. Mario se lo contó al P. General, que dio muestras de consentir, pero que lo quería pensar, y le daría la respuesta muy pronto. De hecho, el P. Mario se quería ir, pues no sabía si en Roma podría estar tranquilo, dado el miedo que tenía al Gran Duque, que estaba muy opuesto contra su persona; y por eso andaba preparándose para ir allá, haciendo lo que le proponía el P. General Por eso, desde entonces, por la Casa de San Pantaleón corría la noticia entre todos; y algunos felicitaban al P. Mario por haber sido nombrado Provincial de Sicilia, a los que respondía que sería lo que Dios y la Obediencia quisieran.

83.- Cuando el P. Esteban [Cherubini] y Glicerio [Cerutti] oyeron esta decisión, comenzaron a pedirle que no se marchara, no fuera que le sucediera algo peor de lo que le había sucedido en Florencia; que tuviera muy en cuenta que aquella era una trampa para castigarlo; y, por el contrario, en Roma podría estar con la benevolencia que tenía del Santo Oficio, y ayudar a la Orden; que no anduviera buscando otras cosas, pues hasta podría ser que el Gran Duque, por influencia del Santo Oficio, se aplacara y le permitiera volver a Florencia.

Con esta persuasión, el P. Mario comenzó a vacilar y a decir que ya sabía lo que significaba ir a Sicilia, donde había estado otra vez; que prefería ser súbdito en Roma que gobernar en otros lugares. Así que Mario no hacía otra cosa que acudir a las Devociones, y a otras andanzas suyas. Todos los días iba al Santo Oficio con alguna nueva invención, en compañía de algún incondicional suyo, dado que el Superior de la Casa era el P. Vicente Mª [Gavotti] de la Pasión. De esta manera, Mario hacía lo que quería, ir adonde y con quien la parecía, pues este Padre era gran confidente suyo, al estar protegido por el P. Esteban.

84.- Hacía ya dos meses que el P. Mario estaba en Roma, y, durante este tiempo el P. General no había recibido cartas de Florencia, ni sabía lo que allí hacían; de hecho, ninguno escribía, por el miedo que tenían del P. Mario, que estaba en Roma, y del P. Mucciarelli, que aún vivía con el cargo de Inquisidor en Florencia.

Un día el P. Santiago [Baldi], Secretario, dijo al P. General: “Hace mucho que no tenemos cartas de Florencia, y temo las intercepte el P. Mario, porque es imposible que aquellos Padres no escriban alguna cosa”.

El P. General le respondió que no sabía qué decir; que se maravillaba mucho no se supiera la verdad de lo que había sucedido y lo que sucedía en aquella Casa, ni si se habían tranquilizado después de la salida del P. Mario. Por eso, le pareció bien decir una palabra al Cardenal Cesarini, Protector, para oír su parecer. Y, sin pensárselo más, el P. Santiago se fue adonde el Cardenal, con la misma proposición.

85.- Cuando el Cardenal oyó que el P General no recibía cartas de Florencia, y que se sospechaba se las interceptaba el P. Mario, le respondió que quería castigarlo por impertinente; y porque, además, había abierto la boca contra su persona, como le había contado Monseñor Cecchini, Vice Protector, al que había dicho muchos despropósitos de él.

El Cardenal mandó llamar enseguida al Conde Corona, su Auditor, y le impuso que aquella tarde fuera a San Pantaleón, llamara al P. Mario, e hiciera lo necesario para quitarle todas las cartas y escrituras que tenía, tanto en su poder como en su celda, y se las llevara, que las quería ver; pero que lo hiciera todo con prudencia; más aún, llamara a seis u ocho sacerdotes, para que no pueda alegar ninguna mentira.

Le respondió el P. Santiago [Baldi] que sería bueno informar de esto al P. General, para que supiera lo que se planeaba, no fuera que se lo atribuyera a él. El Cardenal le respondió que se lo dijera al P. General, pero era necesario aclarar esto y castigarlo. Y se despidió.

86.- Al volver el P. Santiago de donde el Cardenal, le contó al P. General la resolución que había tomado el Cardenal Protector, y que ya había dado orden al Conde Corona, su Auditor, de que fuera aquella tarde, e intentara ver si el P. Mario tenía cartas y escrituras, y se las llevara a él mismo; pero que lo hiciera todo con prudencia, ante seis u ocho sacerdotes.

Cuando el P. General oyó la resolución del Cardenal Protector, comenzó a gritar y a mortificar al P. Santiago, el Secretario, diciéndole que no había sabido exponer al Cardenal cómo debía hacer para saber si el P. Mario tenía las cartas suyas; y que, si el Cardenal hacía esto, ponía en grandísimos peligros a la Orden, siendo Mario tan amigo del Santo Oficio, “como se ha visto por los acontecimientos anteriores, que no sólo la ha puesto en peligro, y ha sembrado la confusión en la Provincia de Florencia, sino en la Casa de Roma. No quiero que se haga esto de ninguna manera, en cuanto pueda, sino, por el contrario, se busquen otros términos medios, más convenientes, para poder salir de la dificultad con toda utilidad y contento. A las 20 horas, estad preparados, que quiero vayamos adonde el Sr. Cardenal. Le pediré que de ninguna manera haga así esta diligencia, para no dar un tropiezo; pues luego no podremos salir de él”. Y con esto despidió al P. Santiago, diciéndole que fuera a comer, y después, a descansar.

87.- Parece que era un presagio del P. General lo que iba a suceder, y sucedió desgraciadamente. A las 20 horas, el P. General fue adonde el Sr. Cardenal Cesarini, Protector, quien enseguida lo admitió. Hechas las debidas formalidades, se sentaron. El P. General comenzó, con humildes palabras como de costumbre, a decirle que al P. Santiago [Baldi] le habían dicho que Su Eminencia había dado orden al Sr. Conde Corona, su Auditor, de que hiciera diligencias para saber si el P. Mario tenía sus cartas; que, por amor de Dios, no lo permitiera, y revocara la orden, porque podría causar grandísimo daño a toda la Orden, con peligro de ser destruida, pues de todos era conocido el poder del P. Mario ante el Tribunal del Santo Oficio, como se ha visto.

A esto respondió el Sr. Cardenal: “Nos somos también del Santo Oficio, y sabemos lo que hacemos; tenga paciencia V. P., porque lo que hay que hacerlo a toda costa es castigar a éste, y no perdonarlo más, como hace usted; pues muchas veces él es tan insolente, que se ha atrevido a abrir la boca, murmurar y hablar mal de mí a Monseñor Cecchini, Vice-Protector, quien quizá no ha contado todo. Basta, P. General, déjeme a mí todo el asunto, y no se lleve más disgusto”. A lo que el P. General dijo solamente: “Sit nomen Domini benedictum, pero Vuestra Eminencia hágame el favor de que el Conde no vaya esta tarde, para poder antes hacer oración al Señor, y lograr obtener el fruto que Su Divina Majestad desee”. Esto fue el 14 de julio de 1642.

El Sr. Cardenal le respondió que lo enviaría a la tarde siguiente, pero que nadie hablara, para que no se enterara el P. Mario. Con esto, el P. General se despidió, muy triste y abatido.

El 15 de julio de 1642, el Conde Corona, Auditor del Sr. Cardenal Cesarini, hacia las 24 horas, fue a San Pantaleón y, entrando en la Sacristía, dijo al P. Sacristán que llamara a seis u ocho sacerdotes, que quería hablarles de parte del Sr. Cardenal; y que, con ellos, llamara al P. Mario de San Francisco; pero no llamara a ninguno de los Asistentes, ni al Procurador General, ni al Secretario, pues tenía que tratar con ellos un asunto secreto de partes del Protector.

Fueron ocho Padres, y con ellos el P. Mario, sin saber de qué se trataba; así que todos se miraron uno a otro.

El Conde llamó a Mario, y le dijo sacara todas las cartas y escrituras que guardaba con él, que las quería el Sr. Cardenal Protector para algunos negocios suyos.

El P. Mario le respondió que tenía algunas escrituras del Santo Oficio, y no estaba obligado a entregarlas: las otras, que las cogiera. Le replicó el Conde, que las sacara todas, que también el Cardenal era de la Congregación del Santo Oficio; él escogería las que quisiera, y las demás las devolvería; que lo enseñara todo, que se haría un inventario, e incluso el recibo, si era necesario.

Sacadas muchas escrituras y cartas suyas, que le habían dirigido a él mismo, no quedaba ya más que las cuentas de la Casa de Pisa, firmadas por aquel Inquisidor (como ya dijimos cuando estuvo en Pisa). Esto hizo reír al Auditor, por no ser cosa de importancia para el Sagrado Tribunal del Santo Oficio. Hizo el inventario de todo lo que había encontrado, y luego le dijo que, si tenía más escrituras en su Celda, las quería ver. Él le respondió que creía no tener más; que fuera a verlo, pues era el Patrón.

Fueron todos juntos a la celda del P. Mario; vieron todo, hasta debajo del jergón, y no encontraron ninguna escritura. Después dijo el Conde al P. Mario que no respetaba al P. General; que siempre lo mortificaba injustamente; que el Sr. Cardenal quería se hicieran las cosas en paz; que no se volviera ya a hablar de ello, pues causaba mal efecto a toda la Orden, ya que se había hecho mucho para pacificarla; pero que todos los días llegaban nuevas querellas.

Le replicó el P. Mario que estaba dispuesto a someterse a cualquier corrección; que ya se encontraba tranquilo, y no quería hacer otra cosa. Replicó el Conde, y le dijo que, si era así, pidiera perdón al P. General; de esa forma, se acabaría todo, y siempre tendría propicio al Sr. Cardenal. Mario le respondió que lo haría gustoso, no una, sino mil veces.

Viendo esta buena voluntad, terminó diciendo el Conde: “Siendo así, vamos juntos adonde el P, General, que también yo le hablaré, para que todos sigan unidos, y tengan una misma voluntad, para beneficio de toda la Orden.

88.- Fueron los dos juntos al P. General, y el Conde comenzó diciéndole: “P. General, aquí tiene al P. Mario, que quiere pedirle perdón de todo lo que le ha ofendido, y, como hijo suyo, quiera someterse a V. P.”.

El P. General le respondió: “Señor Conde, yo no me considero ofendido por el P. Mario ni por nadie; sabe que soy su Padre, y el Padre siempre quiere bien a sus hijos: Lo que quiero es sólo que se viva como buenos Religiosos observantes, para llevar todos adelante la perfección”.

El P. Mario, haciéndose el Angelito, se pudo de rodillas, le besó los pies, y le pidió perdón de lo que le hubiera podido hacer. El Padre le dijo: “El Señor nos bendiga a todos; entreguémonos a él en la oración, que será nuestro guían en todas nuestras acciones”. Con este buen ejemplo, el Sr. Conde pensaba ganarse al P. Mario. Se despidió, y se fue a dar la relación al Sr. Cardenal, su Patrón; y el P. Mario se retiró a la celda.

Enseguida corrieron adonde él el P. Esteban [Cherubini] y el P. Glicerio [Cerutti]. Comenzaron a decirle que informara de todo a Monseñor Asesor [Albizzi], porque la afrenta se la habían hecho a él y a la Congregación; que estaba bajo su protección, y nadie podía poner las manos sobre él; que todo esto había sido una trama del P. General, con el P. Santiago; que, como le habían hecho éstas, le podían hacer otras peores; y que no dejara de escribir un papelito a Monseñor; que, incluso, se lo llevara por la noche el P. Glicerio, por medio del Sr. Ursino de Rosis, amigo y confidente suyo.

89.- Con esta consulta, el P. Mario escribió a Monseñor Albizzi, Asesor, en la siguiente forma: “Ilmo. y Revmo. Señor: Esta tarde, el P. General, los Asistentes, el Procurador General y el Secretario, me han quitado todas las escrituras del Santo Oficio que tenía conmigo. Le informo de ello, para que tome nota, y utilice el expediente que le parezca más oportuno. San Pantaleón, a 15 de julio de 1642. Mario de San Francisco”.

El P. Glicerio cogió el papelito y lo llevó al Sr. Ursino de Rosis de pate del P. Mario, para que le hiciera el favor de entregárselo a Monseñor Albizzi, a aquella hora, porque era una cosa de grandísima importancia y urgencia. Ursino quiso saber de qué se trataba, pues él mismo era gran confidente, tanto del P. Mario, como del P. Esteban y del P. Glicerio. Le respondió que habían quitado las escrituras del Santo Oficio al P. Mario, e informaba de lo sucedido a Monseñor.

90.- El Sr. Ursino salió rápido, llamó a un servidor suyo, y, a la hora fijada mandó el papelito a Monseñor.

“Todo esto me lo ha contado, muchas, muchas veces el Señor Ursino, añadiendo que, si hubiera sabido que iba a producir tal efecto, no se hubiera metido en semejante negocio”. Y él lo cuenta en ocasión de sus sufrimientos, por haber caído en desgracia del Papa Inocencio X, al haberse entrometido en el matrimonio de la Princesa de Rossano, cuando tomó por marido al Cardenal Panfili, nepote de dicho Pontífice. Con ello fue arruinado de tal manera que, cuando antes ganaba cuatro mil escudos al año en los despachos de la Dataría, publicó un bando de ello en Roma, ordenando que no fuera más a la Dataría ni a la Cancillería. Después de haber recibido dicho bando, creía que Dios lo castigaría por haberse entrometido en estos negocios, contra el Venerable Padre Fundador. Éste murió en Roma el año 1669, pero después de haber sido readmitido en su oficio por el Papa Alejandro VII, gracias al Cardenal Albizzi, muy amigo suyo, que cada mañana iba a decir Misa a nuestra Iglesia. Y, después de la muerte del Venerable Padre, al ver los milagros y gracias que se producían, y en particular uno hecho a su propia madre, que tenía un brazo infectado, y al tocar los pies del V. P. Fundador, al instante quedó curada.

Esto me lo han dicho muchas veces la madre del Señor Ursino, que se llamaba Constanza, la Sra. Livia de Rosis, su hija, el Sr. D. Luis, José de Rosis, también hijos suyos, y Meser Santi del Drio, su mayordomo, que acompañó a la Sra. Constanza a la Iglesia, mientras estaba expuesto el cuerpo del Venerable Padre, para hacerle las exequias. La Sra. Constanza murió en Roma el año 1668.

91.- Después devolver, el P. Glicerio, el P. Mario y el P. Esteban, comenzaron a pensar lo que podría suceder. Estaban muy alegres por haber hecho ya sabedor a Monseñor Asesor de lo que pasaba, que, con seguridad, causaría gran enfado, por ser cosa del Santo Oficio.

Cuando Monseñor Asesor recibió el escrito, todo el mundo se puede imaginar lo que hizo, por lo que pasó después.

Por la mañana, muy de mañanita del día 16 de julio de 1642, miércoles, Monseñor Asesor se fue a Palacio, pidió audiencia al Sr. Cardenal Barberini, y le dijo que había recibido un escrito del P. Mario de las Escuelas Pías, donde le decía que el P. General, los Asistentes, el Procurador General y el Secretario, le habían quitado las escrituras del Santo Oficio, que ordenara lo que se debía hacer.

Cuando el Cardenal Barberini oyó que los Padres habían quitado las escrituras del Santo Oficio al P. Mario, dijo. “¡Cómo! ¿Atreverse a tanto, meter las manos en estas cosas? No sé qué decir. ¡Bien! Sea Nuestro Señor el Papa quien diga la última palabra, para oír su parecer.

92.- Entró el Cardenal Barberini donde Urbano VIII, su tío, y le dijo que había ido Monseñor Asesor, y le había dicho que el General de las Escuelas Pías, con otros Padres, habían quitado al P. Mario las escrituras del Santo Oficio, que Su Santidad viera lo que quería hacer.

El Papa estaba aún en la cama, pero, al oírlo, comenzó a gritar y a decir que fueran castigados y encarcelados sin ninguna remisión, y dijera a Monseñor que los castigara con todo rigor, por no tener miedo de un Tribunal que hace temblar a cualquiera; que los castigara a toda costa.

Salió el Cardenal de donde el Papa, y dijo a Monseñor Asesor que la orden de Nuestro Señor era que fueran castigados y encarcelados irremisiblemente; que también él hiciera lo que le pareciera bien; a pesar de que a él la parecía que el General, hombre de tanta bondad, se hubiera dejado vencer por pasiones; resultaba increíble que hubiera cometido aquellas faltas tan graves].

Monseñor Asesor se despidió del Sr. Cardenal Barberini; mandó llamar al Funcionario del Santo Oficio, y le dio orden de que reuniera a los esbirros que pudiera, que se debía hacer un arresto, y él mismo quería estar allí.

93.- Reunió la cantidad de esbirros que pudo, y les dijo que rodearan la Iglesia y el Convento de las Escuelas Pías de San Pantaleón, y todo fue cumplido puntualmente. No se veía, en las dos partes de la Plaza de la Iglesia de San Pantaleón, más que esbirros; nadie sabía lo que sucedía. Todo el mundo que pasaba se quedaba maravillado, y preguntaba qué pasaba, sin que nadie supiera qué responder.

Entró Monseñor Albizzi en la Sacristía con algunos otros, y preguntó con gran rabia: “¿Quién es el Padre General?” El buen viejo, que estaba sentado en una silla de la sacristía, como habitualmente, le respondió: “¿Qué ordena Su Ilustrísima? Soy yo”. Y, pensando que quería sentarse, le prestó la silla. Pero Monseñor, con voz sonora y fuerte, le dijo: “Es prisionero del Santo Oficio”.

94.- El Padre General, con gran paciencia, le respondió: “Aquí me tiene”. Y a continuación dijo al Sacristán que le trajera el manteo y el sombrero de arriba, e irían adonde Su Señoría Revma. ordenara.

Ante esta rapidez, parece que Monseñor se enfureció más, y le preguntó: “Dónde están sus Asistentes, el Procurador General y el Secretario? ¡Que vengan todo aquí, ahora!

Le respondió que tres Asistentes estaban en Casa; el otro, creía que en el Colegio Nazareno, y el Secretario había salido entonces mismo a decir misa. Dio orden de que, si no había llegado al ofertorio, volviera a la sacristía, que no podía decir la misa; y viendo que acababa de terminar la epístola, le dijo que se quitara las vestiduras.

Bajaron el P. Pedro [Casani] de la Natividad e la Virgen, primer Asistente, el P. Juan [García del Castillo] de Jesús María, llamado Padre Castilla, y el P. Buenaventura [Catalucci] de Santa María Magdalena, Asistentes los dos. El P. Juan Bautista [Costantini] de Santa Tecla, Procurador General, y el P. Santiago [Bandoni] de Santa María Magdalena, Secretario del Padre General, ya estaban preparados para hacer lo que quisiera Monseñor Asesor.

95.-Paseaban al fresco delante de la puerta pequeña de la Iglesia de San Pantaleón el Sr. Gaspar, Marqués de Torres, de feliz memoria, y el Sr. Pedro de Massimi, y preguntaron al H. Eleuterio [Stiso] de la Madre de Dios, Acompañante del P. General, qué había sucedido que había tantos esbirros, y había entrado Monseñor del Santo Oficio, a quien habían oído gritar en la sacristía. Les respondió el H. Eleuterio que al P. General y a los Asistentes los llevaban a prisión al Santo Oficio, sin saber por qué; y, entrando ambos a la sacristía, vieron al inocente Cordero, al P. General, preparado, con los otros Padres, para salir caminando con Monseñor. Llamaron a Monseñor aparte, y le preguntaron qué pasaba, para tantos preparativos de esbirros. Les respondió Monseñor que era cosa del Santo Oficio, y no podía hablar.

96.- Le pidieron les hiciera el favor de entregarles al P. General, que ellos lo llevarían adonde ordenara, porque conocían quién era el P. General; que era muy viejo, y no podría resistir el camino; y que ninguno de aquellos Padres se escaparía.

Ante tales peticiones, Monseñor dijo que se retiraran todos los esbirros, que prefería llevarlos él mismo; ante esto, los dos Caballeros se apartaron y se fueron.

Ordenó salir a los Padres por la puerta grande de la Iglesia, para ir hacia la Piazza del Pasquino. Monseñor, dedos en dos, los ordenó dirigirse al Santo Oficio, mientras él iba subido en la Carroza con sus Gentileshombres. Pasaron por Banchi, pasadas ya las 15 horas. En aquel momento, cuando la plaza estaba más frecuentada por los negocios, la gente se extrañó de tal función, todos quedaron maravillados y atónitos, al ver a un viajo de más de 84 años atravesar Ponte Sant´Angelo, a la hora de más calor del día, cuando, a veces, por el reflejo del sol en el agua, hasta se enciende la paja que se encuentra en el puente, en la vehemencia sol. Este fenómeno lo he visto yo mismo. Pues aquellos pobres tres viejos, es decir, al P. General, el P. Pedro y el P. Buenaventura pasaron el puente a aquella hora. Todos quedaban estupefactos. El P. Juan Bautista y el P. Santiago eran más jóvenes, y de ellos no se admiraban tanto como de los viejos.

97.- Llegados al Santo Oficio, el Padre General se enjuagó la boca en la fontana, y luego subieron arriba. Cerrados en una sala, el buen viejo se puso a dormir en una silla con un profundísimo sueño; los otros cuatro, uno decía una cosa y otro otra. Monseñor, enseguida entró a su estancia a comer y descansar, sin decirles más.

Mientras tanto, los Padres estaban en la recreación en San Pantaleón; unos tristes y melancólicos, y otros alegres; en cambio el P. Mario y sus secuaces contaban chistes. Un Hermano, el de la cuestación, llamado H. Lucas [Bresciani] San José, de Fiesole, del Estado del Duque, se puso en pie y dijo al P. Vicente Mª [Gavotti] de la Pasión, Superior de la Casa, que el P. General. y los Padres Asistentes habían ido al Santo Oficio, y ninguno pensaba en enviarles comida, y ver qué les pasaba.

98.- Le respondieron que no les faltaría de comer, ni de lo que tuvieran necesidad; que después, cuando salieran, se pagaría lo que dejaran a deber; que así se hace en el Santo Oficio; que, cuando alguno iba a prisión a aquellas cárceles, nadie podía hablar con ellos; y que, antes de examinarlos y publicar la Causa de su encarcelamiento, pasan meses, y a veces años. Todo para desanimar al H. Lucas, para que no hablara, ni introdujera ningún cuchicheo por Casa. Pero no era cierto.

El H. Lucas dijo que los había llamado el Cardenal Spinola al Borgo, y tenía que ir allí. El P. Vicente Mª [Gavotti] le dijo que fuera, pues, y volviera pronto. Le acompañó el H. Eleuterio [Stiso] de la Madre de Dios, Acompañante del Padre General. Pensaban que nuestro Padre y sus Compañeros estaban bajo llave, y no los podrían ver; pero no fue así, porque, entrando en la Sala, vieron que el Padre General dormía, y los otros cuatro hablaban entre ellos. Se acercó el H. Lucas y preguntó si habían comido algo.

99.- Le respondieron que aún estaban en ayunas, y no tenían a nadie que les diera algo. Enseguida el H. Lucas fue adonde el Cardenal Spinola, que vivía en el Borgo, porque él, antes, le había servido durante largo tiempo como ayudante de Cámara, y el Cardenal le conservaba grandísimo afecto; y también tenía a un hermano suyo que le servía de Repostero y botellero.

Cuando el Cardenal Spinola vio al H. Lucas, a aquella hora, fuera de tiempo, comenzó a decirle que continuaba haciendo despropósitos, caminando al sol por el Puente.

100.- “Eminentísimo Señor, esta mañana, hacia las 15 horas, ha ido a San Pantaleón Monseñor Albizzi, Asesor, y se ha llevado al Santo Oficio al Padre General, con otros cuatro padres, sin saberse la Causa; están en la sala y aún no han comido ¿Quiere hacernos el favor de ordenar que me den algo que puedan tomar?

El Cardenal mandó enseguida llamar a su Mayordomo, y le ordenó diera al H. Lucas lo que le necesitara, tanto de comer como de beber, lo mejor que hubiera en Casa, como leche, y otras cosas, durante el tiempo que estuvieran allí; y pidió al H. Lucas dijera al P. General que se mantuviera alegre, que él procuraría ayudarle siempre, pues sabía cómo se lo merecía.

Notas

  1. No se encuentra este Religioso. ¿Se tratará, acaso, del P. Pedro Francisco Salazar Maldonado, de la Madre de Dios?