GinerMaestro/Cap07/07
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07.07. Época de postconcilio
Las épocas postconciliares promueven y fomentan los intentos de reforma, sobre todo después de concilios tan decisivos en la historia de la Iglesia como fue el de Trento. El ambiente de vida cristiana que se respiraba entre el clero y el pueblo de la diócesis de Urgel no debía ser muy diverso del de otras regiones españolas en este período postridentino. En todas partes había abusos, vicios, malas costumbres que corregir y voces de reformadores celosos que, como en todos los tiempos, presentan cuadros muy negros que justifiquen sus reformas.
Ya desde 1581 el Dr. Pedro Gervás y de las Heras consigue interesar a Felipe II en la fundación de un colegio de jesuitas para las comarcas pirenaicas 'desde el Condado de Cerdania hasta Sobrarbe que son como 20 leguas de tierra en largo y otras tantas de ancho', y se establecería en su villa natal de Arén en plena Ribagorza y diócesis de Urgel. Y a raíz de esta propuesta fundación el rey escribe cartas al promotor de la idea, Gervás, a los obispos de Barcelona y Urgel y al Provincial de los jesuitas correspondiente, encomendándoles calurosamente la iniciativa.<ref group='Notas'>Cf. M. JIMÉNEZ-J. SINUÉS, ‘Historia de la Real y Pontificia Universidad de Zaragoza’, t.III (Zaragoza 1929), p.35-39.</ref>
Para justificar la necesidad y urgencia de tal fundación, da el rey en sus cartas unas pinceladas con que describe someramente la situación religiosa de ese territorio, que comprende prácticamente todo el obispado de Urgel, en torno al año 1580. Indudablemente, las cartas del monarca reflejan las que le escribe Gervás, que conoce el terreno. He aquí los párrafos más significativos:
- … vos el Dr. Pedro Gervás… nos havéis hecho relación que por haver mucha falta de personas eclesiásticas de letras y vida exemplar, los moradores de los dichos montes [Pirineos] están mal instruidos y doctrinados y por ser tierra muy fragosa y aparejada para delictos se cometen en ella muy de ordinario y a más desto por la mala vecindad que tienen de los herejes de Francia que familiarmente comunican con ellos, hay peligro evidente no se les apegue algo de sus malas costumbres...'.<ref group='Notas'>Ib., p.35. Carta de Felipe II al Dr. Gervás, fechada el 20 de marzo de 1581, como las tres siguientes que vamos a citar.</ref> “[Gervás] nos ha referido el peligro grande en que están los que viven en los Montes Pirineos desde el condado de Cerdania hasta Sobrarbe… que se les apegue algo de la secta luterana assí por ser los eclesiásticos y seglares muy ignorantes y dispuestos para tomar cualquier error como también para tratar cada día y comunicar muy amigablemente y familiarmente con los luteranos…; los monasterios de cuyas cumbres en tiempos pasados eran instruidas y conservadas aquellas partes están casi perdidos y los que allí residen son ignorantíssimos…”<ref group='Notas'>Ib., p.36. Felipe II al ob. de Barcelona. Al obispo de Urgel, don Hugo A. de Moncada, le recomienda que ayude y secunde la fundación (ib., p.38). Es la carta más corta. No hacía falta describirle lo que bien sabía.</ref> “Entendido habemos que la mayor parte de los que habitan en los Montes Pirineos… son muy ignorantes y dispuestos para tomar qualquier error assí ya por la mucha comunicación que tienen con los luteranos de Francia que son muy vezinos suyos como por ser mal enseñados y inclinados a hechice.. ría, latrocinios y otros delictos y peccados…”.<ref group='Notas'>Ib., p.38. Felipe II al Provincial de jesuitas.</ref>
Sabido es que Felipe II sentía una obsesión contra los herejes y luteranos, y ésa era una de las motivaciones más decisivas en su política religiosa, particularmente en la creación o desmembración de obispados cercanos a los Pirineos. Era, por tanto, un acierto proponerle la fundación de un colegio de jesuitas en aquellas tierras pirenaicas, expuestas al peligro de contaminación luterana. El colegio se fundó efectivamente en La Seo, y no en Arén, como quería Gervás, pero sólo en 1599. Y un año antes, al pedir los jesuitas autorización al P. General, le presentaban el mismo cuadro de 1581, más oscuro todavía, como puede verse en este párrafo: 'Es tierra de gentes muy necesitadas de doctrina, ignorantísimos y poco menos necesitados que indios porque por las razones dichas, en aquellas tierras hay pocos curas que sepan y cultiven las ánimas de sus fieles… y los eclesiásticos allí biven con mucha libertad sin poderlo remediar sus pastores porque se les atreven y son rebeldes…'<ref group='Notas'>Cf. ‘Urgellia’ 2 (1979) 384-385.</ref> ¿No se había hecho nada, pues, en casi veinte años?
Probablemente hay más generalización y exageración que verdad, y lo que es imputable a unos pocos termina siendo signo de una depravación general. En la diócesis de Urgel, por otra parte, dado que en algunos arciprestazgos la autoridad civil y eclesiástica era la misma, se puede sospechar que las quejas del clero interesado no siempre atañen al ámbito puramente religioso y las rebeldías, atrevimientos y delitos pueden referirse a veces al cobro de contribuciones o a la simple jurisdicción temporal.<ref group='Notas'>Así se adivina en esta queja del tiempo del obispo Capilla: 'Pervenit ad auditum Fiscalis Procuratoris curie nostrae urgellen. aliquos esse pbros. et laicos nostrae jurisdictionis parum Deum et ‘justitiam temporalem’ timentes, qui non verentur talia comittere et perpetrare facinora et delicta ex quibus magnum curiae et ‘jurisdictioni nosirae tam spirituali quam temporali’, infertur praejudicium et populo scandalum...' (cit. por J. MIR DURÁN, ‘San José de Calasanz gloria de la Diócesis de Urgel…’, p.342).</ref>
No parece justo, pues, que se carguen las tintas para que en ese supuesto cuadro tenebrista resalten la acción transformadora del colegio de jesuitas o el gobierno providencial del celoso obispo Capilla o la labor pastoral de José de Calasanz. Era, sin duda, un campo difícil para quienes tenían que recorrer la diócesis visitándola hasta los más apartados rincones, debido a la aspereza de su geografía y también a dos problemas característicos de la región: el peligro de la contaminación de los herejes, ya aludido, y la plaga del bandolerismo. Calasanz fue uno de esos visitadores incansables, pero antes que él y junto a él hubo también otros, que se esforzaron por mantener, mejorar y reformar la vida del pueblo y del clero.
Desde que terminó el Concilio de Trento en 1563 la provincia eclesiástica tarraconense, a la que pertenecía Urgel, celebró varios concilios provinciales para aplicar la reforma tridentina. Tales fueron el de 1564-65 bajo el arzobispo Fernando de Loaces; el de 1572-74, bajo Gaspar Cervantes de Gaeta (1568-1575); tres más bajo Antonio Agustín (1576-1587), y otros tres bajo Juan Terés (1587-1603).<ref group='Notas'>Cf. ‘Historia de la Iglesia en España’, dir. R. GARCÍA-VILLOSLADA, vol. III-2°., p.30.</ref> Y es innegable que tales concilios tenían repercusión en cada una de las diócesis, aun con la lentitud y resistencias consiguientes a toda reforma. Así, por ejemplo, en la primera reunión del Cabildo de Urgel a la que asiste Calasanz como secretario, apenas llegado (13 de febrero de 1587), se decide distribuir por toda la diócesis las Constituciones Tarraconenses, nuevamente impresas por mandato del concilio provincial terminado el 10 del mes anterior.<ref group='Notas'>Cf. P. PUJOL I TUBAU, ‘Novas dades’, p.7.</ref>
Un indicio de la sensibilidad religiosa de la ciudad de La Seo en aquellos años de la permanencia de Calasanz puede ser el número elevado de cofradías, más o menos relacionadas con los gremios de artes y oficios, teniendo en cuenta la escasa población, que —como ya vimos— no llegaba a 1.500 habitantes. Tales eran la de Nuestra Señora de la Piedad, la de los Santos Blas y Ermengol, la de los Santos Juan y Odón, la de San Eloy, la de San José, la de San Ivo y San Sereno, la de Nuestra Señora del Rosario, la de San Marcos, la de la Santa Cruz, la de la Purísima Sangre de Jesucristo.<ref group='Notas'>Cf. P. PUJOL I TUBAU, ‘Antoni Janer i Catá…, p.355, 405, 410, 483. 598, 609. etc. </ref> Es probable que Calasanz fuera cofrade de alguna de ellas —aunque no nos consta—, dado que en Roma formará parte de varias y pronto le veremos inscribirse en una de Tremp.