BartlikAnales/1601
Año 1601 de Cristo. Quinto de las Escuelas Pías. Décimo de Clemente VIII.
De la misma manera que a finales de 1599 se abrió solemnemente la Puerta Santa para inaugurar el Jubileo, en este año se procedió a la clausura de la Puerta Santa dando fin al Jubileo universal de indulgencias con unos fastos que se recordarán para siempre. Sin embargo, por indisposición de Su Santidad el Papa, no se pudo clausurar la devoción del jubileo ni el día prefijado más normal, la Vigilia de Navidad, ni en la fiesta de San Silvestre (como había ocurrido el año anterior cuando fue abierta): la ceremonia tuvo lugar, con el debido rito y aparato, presidida por su Santidad, en la octava de la Epifanía del Señor, que coincidía con el 13 de enero<ref group='Notas'>Falta un párrafo: Ex qua functione paulatim disponebatur ad aliam ob qua non solum Religiosae S. Dominici familiae, sed toto orthodoxo populo annus praesens memorabilis esse debet. Dominica nempe in Albis, qua recurso su diem vigentesima nonam aprilis honoraverat, S. Raymundus de Penna forti Barcinonensis ex Ordine S. Dominici professus ante 325 annos in Domino mortuus, multis in vita, multis in morte, ac post mortem etiam miraculis clarus solenni canonizatione Sanctorum Confessorum catalogo insertus, ac per totus christianum Orbem publica venerationi propositus et proclamatus est. Haec quidem ex Romana Historia. Traducimos: Después de esta celebración, poco apoco se iba preparando otra, por la cual el año actual debe ser recordado no sólo por la familia religiosa de Sto. Domingo, sino por todo el pueblo católico. Pues en el Domingo in Albis, que este año cayó en 29 de abril, S. Raimundo de Peñafort, barcelonés, profeso en la orden de Sto. Domingo y fallecido en el Señor 325 años antes, famoso por sus muchos milagros durante su vida, en el momento de la muerte y después de muerto, fue inserto por medio de su solemne canonización en el catálogo de los Santos Confesores, y propuesto y proclamado a todo el orbe cristiano para pública veneración. Esto en cuanto se refiere a la historia de Roma. </ref>.
En lo que se refiere a nuestra historia, sobre el año presente no hay mucho que contar. Lo más notable es que el Cardenal Alejandro de Médicis, dignísimo Protector de la S. Congregación de la Doctrina, debiéndose renovar los dirigentes de dicha Congregación según su reglamento, nombró a nuestro José (al que tenía por célebre catequista, según le honraba el elogio del Cardenal Colonna) Prefecto de dicha Congregación, hecha la votación correspondiente, aunque más tarde José, para dedicarse más fielmente a las escuelas, renunció a tal honor, rogando que lo concedieran a otro que pudiera asistir asiduamente a la Congregación.
Otra cosa es que numerosos purpurados del Colegio Cardenalicio (concretamente Antoniano, Baronio y Montalto), no por mandato apostólico sino por propia curiosidad, se dignaron visitar a José para observar las actividades escolares con gran admiración por la gran abundancia de niños, y por su paciencia y trabajo. Y es razonable pensar que alguno, a causa de esa admiración, se acordaría de ayudar al digno José, que con tan pocos colaboradores se bastaba para trabajar con provecho con unos seiscientos alumnos.
Ocurrió que el Rvmo. Obispo de Luca Mñr. Guidiccioni llegó a la Ciudad, y se quedó algunos días para descansar, y estaba tomando el aire en un huerto grande. El hortelano quiso ofrecer una fruta a tan importante huésped, y subió apresuradamente a un árbol. De pronto se rompió la rama y se cayó, quedando enganchado del pie, cabeza abajo. Su hijo, alumno de las Escuelas Pías que se encontraba cerca de allí, viendo a su padre en peligro, exclamó con fuerza: “¡Padre, padre, reza conmigo!” Y con voz triste, pero clara y distinta, decía: “Señor Dios, me arrepiento de haber ofendido a Vuestra Majestad con mis muchos y grandes pecados…” De este modo el niño, de unos ocho años, continuó recitando íntegro el acto de contrición. Y tan prono como terminó intervino el Obispo, y ordenó a sus criados que ayudaran al hombre a bajar del árbol, y volviéndose hacia el niño, le preguntó: “¿Quién te ha enseñado eso que le decías a tu padre?” El niño respondió: “Voy a las Escuelas Pías, y mi maestro me enseñó que si en alguna ocasión me veo en peligro de muerte, recite esa oración. Como vi aquí a mi padre en peligro, me acordé de la oración, y se la hice repetir”. Cuando oyó esto, el rostro del Obispo se alegró no poco, y después de premiar generosamente al niño, si dignó también visitar las escuelas, y con esta ocasión se dio a conocer a nuestro Padre José.
Con motivo de una visita similar, el P. José conoció también al Ilmo. y Rvmo. Mñr. Vestri, de los Condes Cunei, Secretario de Breves Apostólicos, con quien se puso de acuerdo, tras una visita recíproca, para alquilar por su justo precio una parte de una casa de su propiedad que era muy apta para escuela, poniéndose de acuerdo en pagar los 200 escudos anuales que pedía por ella. El traslado, sin embargo, no se llevó a cabo hasta principios del año siguiente, en el que ahora vamos a entrar y comenzar.