BartlikAnales/1607

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Año 1607 de Cristo. Undécimo de las Escuelas Pías. Tercero de Paulo V.

Ephemerides Calasactianae II (1933, 196-199)

De la misma manera que este nuevo año ennobleció a los Clérigos Regulares de la Somasca con la comunicación de todos los privilegios de las Ordenes Mendicantes, a las Escuelas Pías les enriqueció con la asignación de un Protector. Deseando Su Santidad que las actividades de nuestras escuelas continuaran sin perturbaciones, y que los mismos maestros pudieran defenderse contra las calumnias y cualquier otro tipo de daños, hizo expedir un diploma al Rvmo. Sr. Cardinal Luis de Torres con lo que sigue:

“Paulo V Papa a nuestro querido hijo Luis, Cardenal Presbítero titular de San Pancracio, llamado de Monreal, Salud y Bendición Apostólica.
Como desde hace ya algún tiempo en nuestra Santa Ciudad unas Escuelas llamadas Pías fueron instituidas por obra de Dios para educar a los niños pobres, queriendo Nos promover la solicitud pastoral en todo lo que podamos con ayuda del Señor, nos parece que tal obra no debe carecer de una dirección adecuada, y por ello consideramos que para dirigir esta tarea solícitamente como protector hace falta alguien que tenga no sólo virtud, prudencia y piedad, sino también méritos en la doctrina, y en temas de estudios literarios. Por lo tanto, con un motu proprio, tras madura deliberación por nuestra parte acerca de tu circunspección, de cuya egregia doctrina, prudencia, y celo por la piedad y la religión confiamos totalmente en el Señor, y con la plenitud de la potestad apostólica, te hacemos, constituimos y declaramos con autoridad apostólica y a tenor de las presentes Protector de las Escuelas Pías y de su Rector y operarios ante Nos y la Santa Sede, con la autoridad, las facultades, los honores y las cargas que otros protectores semejantes tienen y ejercen, y que pueden o podrán tener y ejercer lícitamente en el futuro por derecho, uso, costumbre o de cualquier otro modo (excluido lo que sea la jurisdicción contenciosa). Ordenamos al Rector y los operarios citados, y a los demás a quienes concierna o pueda concernir, que te reciban y acepten a ti como Protector de este modo, y que te den la debida reverencia y honor. En lo que no se oponga a las constituciones y órdenes apostólicas, así como a las leyes de la ciudad, tales como juramento con confirmación apostólica o cualquier otro tipo de estatutos y costumbres firmemente corroboradas, y otras cosas que sean contrarias.
Dado en Roma en San Pedro, bajo el anillo del Pescador el día 24 de marzo de 1607, en el tercer año de nuestro pontificado”.

Así obró el Sumo Pontífice a favor de las Escuelas Pías. En ese documento se informaba sobre la autoridad del Protector según oficio. Porque, ¿qué parece expresar el origen del nombre, sino proteger y defender con su autoridad como un escudo contra los enemigos que quieren dar la muerte? No estará mal insertar aquí la simpática imagen con que el Señor supremo de cielo y tierra quiso presentar este mismo oficio al Seráfico Padre San Francisco.

Vadingo cuenta que el Santo Padre Francisco vio en un sueño una gallina que reunía sus polluelos bajo las alas para defenderlos del milano que volaba por encima. Como no le era posible guardar a muchos bajo sus alas, era necesario que la mayor parte quedaran expuestos a la rapiña de los milanos. ¿Qué les aconsejó a estos? Que acudieran bajo las alas del águila o de alguna otra gran ave, para evadir el peligro de este modo. Esto fue un sueño, pero fue una clara relevación de la verdad. Explicaba que el Seráfico Patriarca es como la gallina, sus religiosos como los pollos, el protector como el ave más grande, el cual de este modo le enseñaba en el sueño estas cosas. Eso dice Vadingo. Igual ocurrió cuando el Sumo Pontífice, viendo que a las Escuelas Pías necesitaban un protector, pues creía que no deberían carecer de él, proveyó y les dio uno. Al cual nuestro José (honrado antes en el documento con el título de Rector), expresándose con gran alegría en nombre de las Escuelas Pías, le envió el escrito siguiente:

“Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Cardenal.
Yo soy incapaz de demostrar qué útil y necesaria es la educación de la juventud en cada país cristiano, ni con la Sagrada Escritura, ni con la autoridad de los Concilios, ni con razonamientos apropiados para este propósito. Sin embargo la común experiencia, maestra de todas las cosas, nos muestra claramente que cualquier país, incluso uno que tenga todo tipo de comodidades, y esté provisto de famosos hombres de toga y hábito, si le falta la buena educación de sus hijos pierde todo ornamento y esplendor que lo adornan. Por tanto, si es de tanta utilidad regar con el agua de la sana doctrina desde los primeros años aquellas nuevas plantitas puestas en tierra, para que a su tiempo den a su dueño dulces frutos, ¡cuántos serán los méritos en el cielo de aquellos que emprenden como obra propia la de ofrecer su protección a quienes no pueden crecer por sus propias fuerzas, para que no les falte la ayuda de un padre! Acertadamente dijo el Rey Poeta hace tiempo: “Dichoso el que se ocupa del pobre y del desprovisto”, y el benignísimo Salvador, identificando lo hecho a ellos con lo hecho a sí mismo, si dignó decir: “lo que hicisteis a uno de los más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Con palabras tales como las pronunciadas por la misma Verdad encarnada, acojo y abrazo en nombre de todos los que le venerarán vuestra Ilustrísima Autoridad, asumida en función del ministerio por designación de Su Santidad que le ha nombrado nuestro Protector de toda la juventud de las Escuelas Pías presentes y futuras, y lo que no puedo expresar lo agradezco con una digna exultación, y suplicando humildemente en nombre de todos que nos admitas en el seno de tu benevolencia, y te dignes abrazarnos y ayudarnos, para promover de ese modo el interés y el incremento para mayor gloria de Dios y de toda la fe verdadera. Tarea nuestra será orar al Altísimo por la salud y larga vida de vuestra Ilustrísima y Reverendísima Señoría para bien de nuestras escuelas.”

Así escribió nuestro José al primer protector de sus escuelas, que no sólo aceptó de buena gana el encargo de la Sede Apostólica, sino que lo ejerció con destreza fielmente en toda ocasión que se le presentó, y no dejó de ofrecer frecuentes limosnas a nuestro Padre José y a toda la congregación.

Mientras tanto se cree que volvió de Nápoles a Roma D. Gellio, y con su presencia toda las Escuelas Pías quedaron no poco consoladas, pues era un hombre muy apreciado tanto por los de casa como por muchos de fuera. Pero de la misma manera que su presencia alegró a todos tras su regreso de Nápoles, del mismo modo su ida afectó no menos a todos cuando se fue, volviendo a su patria. Después de descansar para recuperar las fuerzas tras el viaje, y de poner al corriente al P. José y a los demás de la casa sobre los asuntos tratados en Nápoles, les informó que había sido intimado a volver a su patria, produciendo mucha tristeza en los corazones de todos, y se puso a ver cómo podrían arreglarse las cosas para que no sufrieran variación los estudios. Verdaderamente gran virtud era la suya, para mantenerse siempre constante y observar el mismo modo de vida. Pues de la misma manera que D. Gellio se mantuvo con votos en las Escuelas Pías, arrastrado más por la violencia del Ordinario de Vicenza que por la sangre fraterna, no buscando su comodidad, sino la ganancia de las cosas dejadas atrás, se arrancó al consorcio en el que había vivido durante cuatro años fielmente, sin querer descuidar la atención de los de su casa, para que no pareciera ser infiel a la sentencia del Doctor de las Gentes.

En adelante quedó en excelentes relaciones con nuestro P. José y con el resto de los cooperadores de las Escuelas Pías, ausente solamente físicamente, pero no en el espíritu; su ánimo estaba presente, y para testimoniarlo enviaba frecuentes limosnas de Vicenza, rogando que se multiplicaran por mil.

Para concluir este año no debemos omitir el nombrar el paso a mejor vida del Cardenal Baronio. Deseamos con sincero corazón que se le guarde el debido agradecimiento en el futuro, tanto por los méritos que tuvo en la ejecución de la primera Visita Apostólica a las Escuelas Pías, como por su recomendación óptima a la Santa Sede de las mismas. Ocurrió este suceso cuando tenía él 69 años de edad, en la víspera del 1 de agosto. Y a causa de los méritos acumulados al llevar a cabo sus sacras tareas, fue enterrado con honor cardenalicio en Vallicella en la Ciudad, en la iglesia dedicada al fundador de su Congregación, S. Felipe Neri.

Después D. Martín de Tovar, sacerdote, uno de los operarios de las Escuelas Pías, siguió por el camino del Cardenal hacia la otra vida, el 14 de noviembre. Su funeral costó 6 escudos y 5 julios, según consta en el libro de economía.

Notas