BerroAnotaciones/Tomo1/Libro3/Cap14
CAPÍTULO 14 De la Religiosidad Con que vivían los Nuestros
En Roma, y ordinariamente en cualquier otro sitio, nuestros Religiosos vivían con tanta religiosidad y fervor, que en todas partes eran un ejemplo de virtudes; eran admirados en todas partes y queridos como verdaderos siervos de Dios. Y es que, con su presencia en Roma, y con sus cartas a todos los lugares, N. V. P. Fundador y General procuraba que todos tuvieran muchísimo cuidado de las culpas leves, para que no cayeran en las grandes. Y cuando oía alguna cosa especial, daba enseguida las órdenes necesarias para el remedio.
Me gustaría traer aquí muchas cosas, para demostrar su diligencia dando a los súbditos remedios para no abrir el camino a las relajaciones, no permitiendo que se dejara impunes las faltas pequeñas, para no caer en las grandes, como en estas órdenes particulares se puede ver de una vez.
Comienza, pues, de este modo:
“Órdenes que se deben observar en todas las Casas:
Se ha visto por experiencia que, del escribir los Religiosos y enviar cartas, no sólo a los Religiosos de la misma Orden, sino también a los otros, y lo mismo a los seculares, sin licencia y conocimiento del Superior se siguen muchos inconvenientes, y fácilmente se relaja la observancia de las Constituciones.
Por eso, se manda, en virtud de Santa Obediencia, a todos los Profesos que de ninguna manera manifiesten a los seglares las faltas (si las hubiera) de la Orden, ni las escriban; ni envíen cartas, sin tener antes licencia del Superior; y escrita la carta, preséntensela al Superior, quien la leerá si le parece conveniente, y la sellará con el sello oficial de la Casa. A quien se encuentre que contraviene el presente decreto, el Superior debe castigarlo (en virtud de Santa Obediencia) con tres días a pan y agua; y, si es novicio, envíelo fuera de la Orden. No se entienda con esto que esté prohibido escribir al General y al Provincial.
Y como por las cosas pequeñas se incurre fácilmente en las grandes, se prohíbe toda clase de juego. Por eso, en tiempo de la recreación se traten los asuntos, tal como mandan nuestras Constituciones; y el Superior, bajo la misma pena, debe castigar con mortificación de tres días a pan y agua a los que jueguen. Y si incurren por segunda vez, infórmese aviso al Provincial, para que imponga la pena conveniente.
Se prohíbe igualmente a los Superiores que den fruta u otra cosa para la recreación, fuera de la mesa. Si le parece que puede dar alguna cosa más, háganlo en la comida o en la cena, para que no se introduzca por costumbre, y luego se exija como obligación.
José de la Madre de Dios, Superior General”.
No quiero dejar de contar aquí, entre otros sucesos de singular observancia lo que hizo uno de los nuestros para disculparse, cuando estaba moribundo.
Cayó gravemente enfermo el H. Francisco de San Juan Bautista, llamado el romano, hermano operario, calígrafo. La enfermedad fue de mal en peor. El mayor escrúpulo que tuvo al final de su vida fue el de haber roto un orinal. Dijo la culpa y pidió la penitencia una vez que N- V. P. Fundador y Generar fue a visitarlo. Esto es todo lo que le pesaba en su conciencia, y le sucedió por inadvertencia.
Decíamos la culpa de haber derramado alguna gota de vinagre al echarlo en ola ensalada; o vino en la taza al beber; si se tenía encendida la vela un miserere[Notas 1] después de la señal de ir a la cama; si se decía una palabra a otro en tiempos o lugares prohibidos; si se alzaban los ojos por curiosidad, aun andando por casa, y mucho más por la ciudad; de todo se recibía la penitencia saludable.
No digo, sin embargo, que no hubiera alguno que andaba con cierta libertad, sobre todo en cosas que parecían necesarias; pero N. V. P. los iba despertando con ejercicios, reprensiones, mortificaciones, o acciones de cierta humillación, en particular al que rondaba por toda la Comunidad, y asustaba.
Murió en San Pantaleón un hermano, calígrafo, que antes de ir a la enfermería entregó al guardarropa de casa un saquito con varias cosas suyas. Después de la muerte, aquel oficial nuestro llevó las cosas en la faldilla de su capa –yo estaba presente- a N. V. P. Fundador, diciéndole que se las había dejado dicho hermano nuestro difunto. N. V. Padre lar miró, las tocó, y yo mismo vi que allí no había nada inconveniente a un Religioso, porque eran algunos cortaplumas, varios secantes, compases de distintas formas, y cosas parecidas. N. V. P. Fundador, levantando un poco la mente a Dios y los ojos al cielo, y manteniéndose un poco de aquella forma, recobrándose, dijo con gran sentimiento, exhalando un suspiro: “Vaya y arrójelo todo en los excusados”. Cuando esto se supo por casa, creyendo que eran cosas superfluas, cada uno revisó lo que estaba usando, y se lo enseñó a N. V. P. Fundador, para ver si había algo superfluo.
Notas
- ↑ Lo que dura la recitación del salmo “Miserere”, en latín.