DelMonteVisitaGeneral/1695-09

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VISITA GENERAL Y APOSTÓLICA
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[1695, Septiembre]

Día 22 de septiembre de 1695. En un coche de cuatro caballos el P. General salió de Roma hasta Florencia con los antedichos Secretario y Compañero, y un Clérigo ordenado in sacris, el H. Dionisio [Giusti] de San Pablo, que, habiendo terminado la teología en Roma volvía a su Provincia de Florencia. Hacia las 17 horas llegamos a Baccano, donde el intenso aire frío, la plaga de mosquitos, y los rostros descoloridos de los habitantes, claramente nos predecían frecuentes enfermedades y mortalidad, como los mismos habitantes nos contaban, y allí comimos. Desde allí, haciendo noche en Monterosso, llegamos a Ronciglione al anochecer. Después de visitar la Iglesia de los Padres Conventuales, nos refugiamos en el Hostal de la Fortuna, donde tuvimos una lectura espiritual, que también, durante el día, el P. General nos había dicho que hiciéramos frecuentemente por el camino, a manera de oración matinal; lo mismo que cumplimos, religiosamente, apenas terminamos el descanso nocturno. La oración de la tarde, en cambio, un poco antes de llegar al lugar de pernoctación; a mediodía, la Corona de la Santísima Virgen María, el Oficio Divino, y la tercera parte del Rosario, según la posibilidad de lugar y tiempo, intercambiando coloquios religiosos y útiles, en cuanto cada uno podía consagrar el día entero en obsequio a Dios. También hicimos fuego y otras cosas, según la opinión común, para defendernos de la intemperie del aire.

Día 23 de septiembre de 1695. Como salimos de Ronciglione al amanecer, no celebramos la Misa. Pasamos por Viterbo. Antes por Montefalco, donde comimos, y el compañero del P. General olvidó la almohadilla de viaje del P. General. Los caballos, al salir de la ciudad, como no estaban acostumbrados a largos itinerarios, se mostraban cansados, sobre todo uno de ellos, muy perezoso, voraz, recalcitrante y arisco, que mordió el brazo izquierdo del auriga hasta hacerle sangrar, e impedía cabalgar a los demás de forma insoportable. Tanto que, el tedio que producía la lasitud de los caballos, hacía imposible la conducción. Al anochecer, entre lluvias tenues y esporádicas, llegamos a Bolsena, en otro tiempo llamada Tyrum, hoy día ciudad soterrada, donde ahora está el lago Tyrio (llamado vulgarmente Lago de Bolsena). Allí volvimos a defendernos nuevamente contra el frío, con fuego y otras cosas.

Día 24 de septiembre de 1695. Salimos de Bolsena a una hora muy buena, por el camino de las Criptas de S. Lorenzo alle Grotte, así llamadas por la cantidad de antiguas criptas, donde tuvimos que pagar una tasa de dos bayocos, hacia Aquipendium, Acquapendente en lengua vulgar, por la abundante cantidad de aguas salubres, donde también tuvimos que pagar medio julio de impuesto. En uno y otro lugar el P. General protestó que él lo pagaba por caridad. Atravesamos el Puente Cencio en medio de una lluvia casi imperceptible, que más bien llamaríamos escarcha, que nos duró no poco, hasta que pudimos rehacernos allí en un hostal. Cuando ya desesperábamos completamente de que los cansados caballos pudieran ascender el Monte Cofano, empapado por las lluvias, lo que manifestaban los aurigas con toda clase de palabras, el P. General, para no tener que pernoctar en Ponte Cencio o continuar a pie, mandó alquilar, a medio precio, cuatro caballos para la subida del monte en un coche, lo que supuso un gasto de nueve julios. Conducidos los caballos con gran habilidad, y avanzando nosotros rápidamente en el coche, sin tener que bajarnos más que dos veces en los pasos más peligrosos, llegamos a la cumbre del monte, en medio de tenues lluvias, y pernoctamos en un celebérrimo hostal de aquel monte. Desde Roma a Varsovia, donde se narran estas cosas, ya no vimos ningún monte con una subida tan dificultosa.

Día 25 de septiembre de 1695. Muy de mañana de un día serenísimo, hicimos nuestros rezos en la sacristía del hostal, y celebramos la eucaristía de aquel día, que caía en domingo, que fue presidida por el P. General con su Secretario, y en la que recibieron la comunión los Hermanos Dionisio y Francisco María, y, al salir el sol, salimos también nosotros. Uno de nuestros caballos perdió una herradura; pero, he aquí que apareció el cochero de un coche con dos jesuitas que volvían de China, uno de los cuales llevaba una barba más larga que un capuchino, que para nosotros fue una providencia divina, y nos ofreció generosamente otra herradura, mientras estábamos buscando la que se había perdido; y, aunque era poco hábil, gracias a las instrucciones y ayuda del H. Francisco Mª, el cochero le puso la herradura. Caminando a pie gran parte del camino bajo un sol de justicia a causa del cansancio de los caballos, llegamos, no sin sudor, a Torre Nera. Visitamos la Iglesia principal comimos en el Hostal del Ángel; luego continuamos, y al anochecer, llegamos Ponte d´Arbia, donde pudimos ver el hermoso y amplísimo curso de agua que lo cruza a sus pies; puente de piedra, cuyos pretiles, en forma de semifortaleza romana, son de magnificencia sin igual.

En este lugar cayó con fiebre el P. General, pero en pocos días desapareció. El mesonero nos trató con toda amabilidad, sobre todo ofreciendo al P. General alimentos apetitosos, con que reponer fuerzas.

Día 26 de septiembre de 1695. Dejando atrás Ponte d´Arbia, a mediodía llegamos a la Ciudad de Siena, donde el Secretario presidió la Santa Misa en el celebérrimo Oratorio de San Juan Bautista, cerca del cual había un hostal donde comimos. Después, el P. General, con el Secretario y el H. Dionisio, visitaron la ínclita Iglesia Catedralicia, dedicada a San Bernardino de Siena, y nos dirigimos a Poggibonsi, donde pernoctamos.

Día 27 de septiembre de 1695. Partiendo de Poggibonsi, al atardecer, llegamos a un pueblo llamado San Casiano, donde visitamos la iglesia Parroquial, y comimos en el Hostal del Ángel. De allí continuamos a Florencia, cerca de la cual el P. Juan Domingo [Rossini] de San Vicente, Provincial de Etruria, y el P. Segismundo [Coccapani] de San Silverio recibieron en el monasterio de monjas de San Cayo (en etrusco San Gagio) al P. General y al Secretario, cuando llegaron en el coche. Las monjas, primero les ofrecieron algunos alimentos y vino, y luego ofrecieron al P. General en una cesta de productos alimenticios, de los que él mismo se sirvió como limosna en el camino, al salir de Florencia. Nos dirigimos directamente a Nuestro noviciado florentino, llamado El Pellegrino, situado en el suburbio; allí, recibidos todos con gran caridad, y obsequio hacia el P. General, cenamos en convivencia con los demás, entre ellos con el P. Rector de la Casa Profesa de Florencia, que desconocían este acontecimiento, que el P. General les quiso ocultar, por si sufríamos retraso en camino. Antes de la cena, el P. General, con caridad fraterna, tuvo para con nuestros Novicios, que lo recibieron obsequiosos, una exhortación, dando a cada uno un signo de devoción con indulgencias, y la bendición pontificia.

Día 28 de septiembre de 1695. Antes de salir de Roma, el P. General había mandado al P. Provincial de Etruria que le preparara tres caballos para llevarlos hasta Bolonia, y que del mismo modo buscara una litera llevada por caballos, de forma que con comodidad se pudiera caminar por montañas muy abruptas. Llegamos a comer a San Pedro, cerca del Rio llamado Sieve. Así que salimos pronto por los Apeninos, para llegar al anochecer a Firenzuola, no sin pasar por lugares difíciles, y con peligros de accidente.

Día 29 de septiembre de 1695. Alrededor de dos horas antes de salir el sol, salimos de Firenzuola por senderos continuamente abruptos, y llegamos a Loiano, para comer, pero antes celebramos en la Casa de los Padres Menores de la Observancia. Mientras comíamos, escuchamos algunos cantos de un joven de egregia índole, que, totalmente ciego por un dolor de cabeza desde hacía un año, se esforzaba por tocar con la lira las armonías más sublimes que podía.

Continuando el camino emprendido, llegamos finalmente a Bolonia a la puesta de sol, y nos detuvimos en el Hostal San Marcos. Después, intentando buscar al P. Andrés [Masini] de la Anunciación, Rector de Pieve di Cento, no se le pudo encontrar, ni en nuestro hostal ni en ninguna otra parte. Éste había sido advertido desde Roma por el P. General, de que en un día determinado estuviera allí para atenderle; pero luego recibió una carta del P. Provincial de Etruria, diciendo que el P. General había cambiado de fecha, por lo que había ido con el Ilmo. Conde Malvasia a su Villa, cerca de San Lázaro, pensado ir a Bolonia el día establecido por error. Pero en cuanto se enteró de la llegada del P. General, enseguida se presentó a la mañana siguiente.

Día 30 de septiembre de 1695. Llegó, todavía perplejo, el P. Rector de Pieve di Cento, y con él vino también D. Francisco Pratechista, antiguo amigo del P. General. Le presentó a un joven que solicitaba el hábito de nuestra Orden para Hermano Operario: examinado, y, respetando cualesquiera otras cosas obligatorias de derecho, fue aprobado. La celebración tuvo lugar después en la iglesia de la Beata Catalina de Bolonia, en la que se puede ver y venerar su cadáver, incorrupto desde hace siglos. Visitadas, después de comer, algunas iglesias más célebres, fuimos a inspeccionar la casa de dicho Pratechista, que él ofrecía como hospicio para nuestra Orden. Al declinar el día, y para pasar la noche, fuimos a casa del Sr. Mastellari, fundador de nuestra Casa de Pieve di Cento, preparada desde el día anterior para la llegada del P. General, gracias a las gestiones del P. Rector.

Notas