GinerMaestro/Cap24/03

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24.03. En torno a la sesión primera

En los treinta meses que duró esta Comisión Diputada, sólo tuvo cinco sesiones, según ha mantenido nuestra tradición histórica, pero hubo otras preliminares o complementarias.[Notas 1] Según esta tradición, la sesión primera se celebró el día primero de octubre de 1643, pero sabemos que el P. Pietrasanta había dado ya su Relación oral y escrita a la Comisión antes de esa fecha.[Notas 2] Consta, además, que el 27 de septiembre hubo una reunión, en que se trataron tres cuestiones muy importantes, que parecen resumir las conclusiones a que se llegó tras la lectura y examen de la Relación del Visitador, en privado o más bien en otra sesión anterior. Tales cuestiones nos dan idea de la reacción inmediata, producida en la Comisión, por la Relación del Visitador. Eran las siguientes:

1. Aclarar si fue válida la confirmación o declaración de Gregorio XV sobre la Orden y si subsiste hasta hoy.

2. Si subsiste, hay que decidir si conviene suprimir la Orden o mantenerla.

Si se mantiene, hay que decidir si se modera y cómo se la provee de buen gobierno:[Notas 3]

En esta sesión del 27 de septiembre, por lo visto, cada uno opinó sobre cada uno de los puntos o iban preparados para ello, como hizo Paolucci, que nos ha conservado su 'voto'. Y dado que este monseñor se manifiesta en sus apuntes no sólo como defensor de la Orden y del P. General, sino también como quien convence y arrastra a su posición a otros, es interesante saber lo que piensa desde un principio, para corregir levemente el concepto tradicional que de él se ha tenido.

A la primera cuestión responde defendiendo con textos jurídicos la validez del breve de Gregorio XV. A la segunda, que no debe suprimirse la Orden, aduciendo estas razones: la aprobación y reconocimiento de los papas Pablo V, Gregorio XV y Urbano VIII; aun el Visitador la considera útil para los pobres; ya ha sido admitida en Alemania y Polonia y, por tanto, su extinción podría provocar la oposición de los respectivos príncipes (como así fue); según el Visitador, hay muchos religiosos hábiles y probos, especialmente el P. General; la supresión podría suscitar un escándalo; tanto al mal gobierno como a otros inconvenientes se puede proveer, como lo hace respondiendo a la 3ª. cuestión.

La respuesta a la 3ª. cuestión es la más interesante y digna de tenerse en cuenta. Cree que hay que reducirse al primitivo ejercicio de enseñar a leer, escribir y primeros elementos de gramática y rudimentos de la fe, manteniendo los votos sustanciales; deben hacerse nuevas Constituciones más discretas y proporcionadas al ejercicio propio del Instituto; los que quieran pueden pasar a otras Religiones, pero salir libremente no es compatible con los votos emitidos ni con el breve de confirmación de Gregorio XV; da también solución a los tres géneros de reclamantes (nulidad de profesión, aspiración al clericato o sacerdocio y derechos de precedencia); a los inconvenientes debe proveerse en las nuevas Constituciones adaptadas; no hay que extrañarse de que haya inconvenientes en esta Orden, pues en todas las Ordenes los hay, y quizá mayores.[Notas 4] Y curiosamente concuerda con el P. General al afirmar: 'Al P. Mario, ‘de cuya persona han surgido tantas riñas’, póngasele al frente del Colegio Nazareno o en otro lugar más honroso'.[Notas 5] Con ello reconocía -acaso con otros miembros de la Comisión- que la causa de muchos trastornos actuales era Mario, pero se debía continuar honrándole por sus pasados méritos ante el Santo Oficio. Su remoción, empero, contribuiría al buen gobierno.

La noticia de que la Comisión Cardenalicia había empezado a tratar los problemas de las Escuelas Pías llegó a oídos del P. Fundador por vía autorizada y confidencial. Tanto él como sus depuestos Asistentes debieron quedar consternados al saber el tema concreto que se iba a debatir inmediatamente. Y con mano temblorosa escribió el P. General a la Comisión una carta tan vibrante y nerviosa, que refleja las prisas y la tensión en su inconcluyente sintaxis:

'Emos. y Rvmos. Sres: El General de las Escuelas Pías, habiendo sabido por un Ministro de esa Sda. Congregación, que en ella se ha de deliberar sobre estos dos artículos: uno, si hay que suprimir esta Orden, y el otro si se ha de regular [reformar]. Por decir algo de uno y de otro artículo. En cuanto al primero, no sabiendo él por la misericordia de Dios que haya tales culpas por las que esa Sta. Sede suele proceder con infinita circunspección para tomar tales resoluciones, como se lee en las Bulas de extinción de los Humillados y otros,[Notas 6] suplica humildemente a VV. SS., que cuando se reúnan, se dignen escuchar a los Asistentes viejos y nuevos y a los Provinciales informados para poder sincerarse de las razones públicas de esta pobre Religión, y no encontrando nada relevante, librarla de este concepto con el que se dice, sin culpa, que merece este castigo.
Sobre todo, que ellos están dispuestos a mostrar lo contrario con el testimonio de Príncipes y Prelados y de los municipios en que se halla esta Religión, además del de S. Santidad y de Gregorio XV, Pablo V y Clemente VIII y de la Sda. Congregación de Regulares en el momento de la erección y aprobación de sus Constituciones, que sobrepasan infinitamente la fe de cualquiera que intente desacreditarla.
En cuanto al segundo artículo de regularla [reformarla], él mismo [presenta] las doce propuestas adjuntas, que sus Padres han estimado muy apropiadas y suplica la facultad de convocar un Capítulo o Dieta para deliberar adecuadamente sobre cada cosa, además de lo que les parezca ordenarle a VV. EE.

Ni obsta lo que se dice de las profesiones de todos y de las provisiones de los Hermanos, pues sólo son fomentadas por quien quiere mantener inquieta y soliviantada la Religión, pudiéndose resolver eficazmente con las propuestas mencionadas'.[Notas 7]

Y siguen las 12 propuestas en un latín enrevesado y confuso, quizá redactado por alguno de los viejos Asistentes (¿Casani?), con las que, sin duda, no podrían ponerse de acuerdo ni con sus defensores, empezando por Paolucci. Nada decían, en efecto, sobre la moderación de la austeridad y la pobreza, y aunque hablaban de retoques en las Constituciones, se referían a cuestiones marginales de las que nadie hablaba, y que, por otra parte, eran las únicas que proponían como tema de un próximo Capítulo General.[Notas 8]

Enorme fue la avalancha de documentos; memoriales, informes, súplicas, cartas, alegatos jurídicos, relaciones oficiales, etc., que llegaron a la Comisión en los 30 meses de existencia. Y nos referimos a los escritos conservados, pues no hay que olvidar el cúmulo de documentos que fueron quemados hacia el año 1659, tantas veces recordados por Berro entre ayes y lamentos.[Notas 9] Todas esas escrituras son generalmente anónimas y sin fecha, de modo que no es fácil determinar a cuál de las cinco sesiones 'tradicionales' pertenecen, ni los historiadores concuerdan siempre en darles autor y fecha a cada una.

Parece, no obstante, que para la sesión del Primero de octubre de 1643 ('primera') se escribió también un alegato, atribuido al P. Cherubini, en el que lanza injustamente esta malévola queja contra los viejos Asistentes: 'ahora se ve -dice- a qué han reducido la pobre Religión'. En realidad, las cinco sextas partes de su memorial las dedica a exponer los problemas de los reclamantes. Pero vale la pena poner de relieve el último párrafo, pues desde un principio señala con cierto terror el destino al que no quisiera que llegara la Orden, pero fatalmente llegará bajo su propio gobierno personal. Por ironía de la Historia, desde sus contemporáneos hasta nuestros días, todos han repetido unánimemente, refiriéndose a su gobierno y al de Mario y Pietrasanta, la queja que lanzó él contra los viejos Asistentes: 'ahora se ve a qué han reducido la pobre Religión'. Y éste es el párrafo agorero:

'Si se pensara como remedio prohibir vestir [a nuevos novicios] y aceptar más casas, y así irla extinguiendo [a la orden] a medida que vayan faltando, esto sería un morir continuo y una pena atroz para quienes tienen un poco de espíritu y habilidades; las cosas han llegado a tal punto que es necesario darle los remedios que se juzguen adecuados para su acomodación, o bien extinguirla para que no perjudique a la Iglesia'.[Notas 10]

Y no es temerario sospechar que tales ideas de extinción empezara a oírlas Cherubini desde un principio y temblara al pensar que llegaran a ponerlas en práctica, como así fue.

Llegó, pues, el primero de octubre, y en el palacio del cardenal Julio Roma, como Presidente, se reunió la Comisión Diputada. Excepto el cardenal Pamfili, estaban presentes todos: los cardenales Roma, Spada, Falconieri y Ginetti, los Mons. Paolucci y Albizzi y el Visitador Pietrasanta. De los tres puntos propuestos en la sesión del 27 de septiembre sólo se discutió el segundo: si se ha de extinguir o conservar la Orden. Y las opiniones se dividieron: votaron por su extinción absoluta Roma y Spada; los demás votaron por su conservación. Pero Albizzi matizó su voto, abogando por reducirla a 'su primer estado' (¿de Congregación Paulina?) quedando sujeta a los Ordinarios, simplemente anulando los breves.[Notas 11]

Mons. Paolucci escribe muy ufano que los que se opusieron a la extinción lo hicieron movidos por las razones aducidas por él en su 'voto' ya mencionado, a las que añadió ahora: que en la orden no había delitos, ni nada que lamentar en las costumbres o trato con los niños, y que en las demás cosas se podía proveer; que otras Religiones se habían mantenido teniendo peores sujetos; que suprimiéndola habría oposiciones de príncipes, incluso extranjeros, muy afectos a estos Padres (como ocurrió, de hecho); que los Humillados fueron suprimidos, habiendo precedido preceptos, provisiones, órdenes y diligencias, que no han ocurrido en nuestro caso; que sería un daño para el bien público, etc.

Los partidarios de la extinción alegaban que este instituto había tenido malos inicios, y que si no se extinguía ahora, se tendría que extinguir más tarde con más dificultades; que había muchas disensiones y faltaba disciplina regular; que los religiosos eran desobedientes, poco morigerados, ambiciosos y reacios a todo mandato; que su utilidad podría ser suplida por los párrocos en la instrucción necesaria; que eran incapaces de aceptar remedios; que ni el General ni los superiores eran buenos; que eran nulas la erección y confirmación de la Orden por la invalidez de los breves obrepticios y subrepticios; que otras Ordenes se habían abolido y otras más se abolirían si se podía; que no se dañaría el bien público, pues seguirían atendiéndolo mejor quizá reducidos a Congregación; difícilmente se daría la desesperación, pues muchos desean salir, etc.[Notas 12] Indudablemente, la Relación de Pietrasanta había dejado huellas muy hondas.

Todo da a entender que la discusión fue larga y bien razonada por ambas partes, y sin ponerse de acuerdo en el punto esencial y único que habían escogido -extinción o conservación-, concluyeron la sesión, decidiendo que se estudiaría mejor la validez de los breves fundacionales, además de los decretos de la Congregación de Regulares sobre aprobación de la Orden y de sus Constituciones.[Notas 13] Y eso fue todo. Y era mucho y muy grave.

Notas

  1. La tradición se apoya probablemente en los documentos de Paolucci, que conservaron 'actas personales' (creídas oficiales) de cinco sesiones con fecha fija, aunque sin numerarlas.
  2. Cf. n.9 de este capítulo.
  3. Cf. PALUCCI, p.34. En la nota se dice que al margen del documento se lee: 'Votum die 27 sept. 1643…', de mano de Paolucci, según el contexto.
  4. En 1644, los PP. Bafici (ex 'nuevo Asistente') y Conti, asqueados del ambiente provocado por la Visita, pasaron al Noviciado de los Capuchinos, pero al cabo de unos meses volvieron ambos a las Escuelas Pías. El P. Cherubini escribía a Berro el 30 de julio de 1644, refiriéndose al regreso de Bafici: 'ha aprendido por experiencia que nuestros disturbios son menores que los de los otros' (EC, p.906).
  5. PAOLUCII, p.36. El documento entero (7) en ib., p.34-36.
  6. Los Humillados (Ordo Fratrum Humiliatorum), reconocidos como Orden en 1201, fueron suprimidos por Pío V con breve del 7 de febrero de 157 (cf. Bull. Rom. 7 , p.885-888). Y ese mismo año en que escribe Calasanz, Urbano VIII suprimió la (Ordo SS. Barnabae et Ambrosii ad Nemus, con breve del 2 de diciembre de 1643 (cf. Bull. Rom. 15, p.292-295). En ambos breves se dice en la introducción, que se les había avisado e intentado hacerles volver a la observancia por varios medios, aunque en vano: nec monitionibus, nec observationibus aut correctionibus flecti potuisse, ut remedia salutaria reciperent', se lee en el último breve (o.c., p.292). Sin embargo, a las Escuelas Pías se las amenaza con extinguirlas sin que precedan esas amonestaciones y aplicación de remedios.
  7. PAOLUCCI, doc. 35, p.107-108.
  8. De los 12 puntos, los cuatro primeros proponían soluciones al tema de la nulidad de profesiones, aspiraciones al clericato y sacerdocio y pretensión a precedencias; los tres siguientes daban disposiciones para una mejor observancia de los tres votos comunes; los tres siguientes limitaban el ejercicio de la confesión en pro de los niños y de las tareas escolares, mantenían el ámbito de la enseñanza hasta la gramática inclusive y coordinaban las horas de clase con el acompañamiento de los niños a sus casas; y los dos últimos trataban sobre todo de la inmediata convocatoria del Capítulo General y aditamentos a las Constituciones, cuya observancia y lectura diaria recomendaban, recalcando intencionadamente que habían sido aprobadas por la Santa Sede y Congregación de Regulares (PAOLUCCI, doc. 32, p.98-101).
  9. Habla de dos cajas con muchas escrituras (BERRO II, p.50).
  10. PAOLUCCI, doc. 9, p.47.
  11. Ib., p.36-37. Con las 'actas' de Paolucci no se puede aquilatar más la opinión de Albizzi, quedándonos sin saber si ese ‘primum statum’ se refiere a Congregación paulina ‘con votos simples’, como dirá en la sesión segunda, o bien a Congregación secular ‘sin votos’, del tiempo de Clemente VIII, como dirá al final definitivamente. Según esto, la anulación se referiría a los breves de Gregorio XV o incluso a los de pablo V.
  12. PAOLUCCI, doc. 7, p.36-37.
  13. Ib., p.37. Uno de los mejores alegatos a favor de la conservación de la Orden tal como era, se debió al abogado Francisco Firmiani, cuyos servicios solicitó, al parecer, el P. General (ib., doc. I , p.l9-23).