GinerMaestro/Cap25/16

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25.16. Funerales gloriosos

A la mañana siguiente, día 26, fueron llegando los religiosos venidos de Frascati, Moricone y Poli, tras muchas horas de viaje en plena noche. Acudieron también las comunidades del Noviciado y del Nazareno, esta última con todos los colegiales. Doblaron a muerto las campanas de la espadaña, pero al poco rato llegó un mensajero del Palacio Orsini, situado en el área del actual Palacio Braschi, junto al Pasquino, pidiendo por favor que no tocaran a muerto, porque el Duque de Bracciano estaba muy grave y le molestaban las campanas. Y no tocaron más.

Hacia las 8 se formó el cortejo fúnebre partiendo del oratorio. Llevaban el féretro los PP. Baldi, Scassellati, Fedele y Berro. El detallista Caputi escribe: 'salimos por la portería, se dio una vuelta por la plazoleta y entramos en la iglesia, donde solamente estaba el Sr. Marcantonio Magalotto y un niño de seis o siete años, llamado Tomás, sobrino del P. Francisco lBaldi] de la Anunciación, el cual, cuando vio el cuerpo del Padre, empezó a gritar, tan fuerte que asombró a todos los que le oían, con estas palabras: He aquí el Santo, he aquí el Santo'.[Notas 1] El féretro fue colocado en el centro de la iglesia sobre un sencillo catafalco y junto a él se quedaron de guardia los PP. Berro y Caputi. Poca resonancia tuvieron las voces del niño, pues en la iglesia sólo estaban los religiosos y el Sr. Magalotto para oírle. Pero durante el funeral entró una mujer casualmente, quizá para abreviar el camino pasando de puerta a puerta, y al ver el catafalco y enterarse de que era el P. José cuya fama de santidad bien conocía, se acercó y animada por Caputi -dice él mismo- puso su mano y brazo derechos, que no podía mover, en contacto con los pies del cadáver y al instante quedó curada, lanzando un grito de júbilo incontenible: '¡Milagro, milagro!'. Se llamaba Catalina d'Alessandro. Salió a la calle y siguió pregonando el portento, y fueron sus gritos más sonoros de lo que lo hubieran sido las campanas enmudecidas, no ya doblando a muerto, sino repicando a gloria.

Y empezó a acudir gente y más gente por ambas puertas, y antes de que terminaran los funerales la pequeña iglesia rebosaba, luego las dos plazuelas también, y las calles adyacentes parecían ríos de muchedumbre que confluía hacia San Pantaleón. Más tarde empezaron a llegar carrozas de la nobleza y corte, aumentando el tumulto y la confusión. Probablemente contribuyeron a esta rápida y tumultuosa concentración de gente los niños de las Escuelas Pías. No se les había podido avisar de lo ocurrido el día anterior por ser San Bartolomé día festivo. Y al llegar el 26 a clase y enterarse que no había, volvieron a sus casas aquella mañana esparciendo por todos los barrios de Roma la noticia de la muerte del P. José, que estaba haciendo milagros en la iglesia de las Escuelas Pías. Y las voces de más de mil niños fueron también más sonoras que el interrumpido doblar de las campanas.

Los pobres Caputi y Berro se vieron pronto incapaces de contener al gentío que se agolpaba para tocar al Santo y aumentó la guardia en dos más, en cuatro, llegando hasta diez. Rodearon el túmulo con bancos, pero seguía la increíble avalancha. Y es que de vez en cuando se volvía a oír el grito de '¡milagro!'. Y allí estaban con sus ojos abiertos los dos historiadores Berro y Caputi, esforzándose por retener en la memoria todo lo que veían para escribirlo luego. Y en verdad, Caputi se superó a sí mismo.[Notas 2] Parece ser que aquella mañana abundaron las curaciones de brazos lisiados, aunque no faltó algún caso extraño, como el de una mujer llamada Catalina Joannini, que se metió entre la multitud, decidida a llegar hasta besar los pies y manos del Santo, aunque no tenía que pedir ninguna curación. Mas entre tantos apretujones le rompieron en dos el delantal que llevaba, quedándosele una mitad enganchada entre los bancos del catafalco. Lo recuperó, besó el cadáver y antes de salir de la iglesia se dio cuenta, estupefacta, de que el delantal estaba de nuevo recompuesto en una sola pieza. Y sonó de nuevo el grito de '¡milagro!'. El delantal prodigioso se convirtió a su vez en preciosa reliquia, cuya aplicación produjo nuevos milagros.[Notas 3] Hubo otra mujer que curó también de su brazo inutilizado y tuvo un gesto hermoso: salió, compró flores, volvió a entrar con el regazo lleno y con su brazo recién curado las fue esparciendo sobre el cadáver sagrado, pero desaparecieron pronto, convertidas en reliquias a cuyo contacto se produjeron otros prodigios.

Pero no sólo se llevaba la gente las flores, sino que empezaron a cortar a trozos el alba, la sotana, el pelo, incluso las uñas del pie, convirtiéndose casi en un verdadero expolio. Se tuvo que llamar a unos soldados corsos del servicio papal para impedir los abusos. Lograron cambiar de sitio el túmulo, metiéndolo en el presbiterio para que quedara más resguardado con la balaustrada de nogal. Pero al poco cedió igualmente la balaustrada, como antes los bancos.

No faltó el detalle desagradable del anónimo resentido y malintencionado que recurrió al Vicariato, denunciando los desórdenes que ocurrían en San Pantaleón y pidiendo que se impusiera el mandato de sepultura inmediata. El Vicegerente se negó, diciendo: '¡Por Dios!, ¿pero es posible? ¡Aun después de muerto le persiguen!'.

Entre la afluencia de altas damas, duquesas, esposas de embajadores y Prelados de Curia, acudió del vecino Palacio de Massimi Mons. Camilo dei Massimi, que fue con su hermano discípulo del P. José y acabaría nuncio en España y cardenal, pero entonces era simple camarero secreto pontificio.[Notas 4] Estuvo largo rato contemplando desde el coro aquel emotivo espectáculo y fue a informar al papa Inocencio, de quien consiguió un piquete de guardias suizos para custodiar el cadáver en peligro.

Entre los numerosos nombres concretos que nos dan los testigos oculares, merece recordarse al P. Agustín Ubaldini, ex Visitador de la Orden, que junto con otros religiosos somascos, barnabitas, franciscanos, dominicos, teatinos, carmelitas descalzos, etc., acudió a veneraral Santo Fundador. Pero entre los nombres de los Prelados de Curia, que fueron muchos, no consta que se acercara por allí Mons. Albizzi. No menos digno de mención, el P. Pedro Caravita, uno de los jesuitas más famosos del momento, quien tuvo un improvisado panegírico –el primero- exaltando las virtudes del P. José ante la muchedumbre enfervorizada. Pero esto ocurrió por la tarde.

A duras penas lograron a mediodía cerrar las puertas, subieron de nuevo el cadáver al oratorio para cambiarle las vestiduras, víctimas del expolio, con ánimo de no volverlo a exponer en público. Pero la gente comenzó a acudir de nuevo en masa, logrando entrar en casa, incluso rebasando los límites de la clausura, por lo que forzaron a que se bajara de nuevo el cadáver a la iglesia para continuar el desfile piadoso del pueblo.

El Hº. Lucas Bresciani, uno de los limosneros o cuestores de casa, fue a suplicar a la Duquesa Farnese que encargara el ataúd para el P. José. Y con admirable rapidez, a media tarde trajeron a la iglesia dos ataúdes, uno de nogal y otro de plomo para encerrar el primero. Y ocurrió el mayor portento de toda la jornada. Aprovechando la entrada de quienes llevaban el ataúd de plomo, logró que le dejaran entrar un pobre lisiado de treinta y cinco años que se arrastraba sentado en el suelo, apoyándose en los codos para poder avanzar. Le dejaron acercarse hasta el túmulo que estaba en el presbiterio, y al llegar allí -declaró en el Proceso Informativo el estañador que había traído el ataúd de plomo-

'me vi a los pies al lisiado, que he dicho, el cual se encomendaba y rogaba que alguien le levantara de tierra para que pudiera besar las manos y vestidos del P. José. Yo, movido a compasión, alcé al pobrecillo cogiéndole en brazos, lo acerqué al cuerpo de dicho Padre y empezó a besarle las manos y el vestido… y… dijo públicamente: '¡Oh Jesús! ¡Yo toco los pies en tierra, estoy de pie por mí mismo!' Y empezó a extender los dedos de la mano y los brazos como atónito, no pareciéndole verdad el haber recibido esta gracia, pues de hecho empezó a mover los miembros, y caminar en torno al túmulo muchas veces diciendo .que no quería irse, sino quedarse a dormir aquella noche en la Iglesia junto al cuerpo, y se le arremolinó la gente en torno para saber si era él quien había recibido aquella gracia singular, y yo quedé verdaderamente estupefacto, dado que le había visto mucho tiempo antes, y aun aquel mismo día, arrastrándose por las calles, y de hecho estando en mis brazos extendió las piernas y recibió la salud perfecta'.[Notas 5]

Hacia la una de la noche lograron cerrar las puertas, aunque seguía afluyendo el gentío. A la madrugada del día 27 acudieron de nuevo los dos Rectores Scassellati y Castelli y con el de San Pantaleón decidieron proceder a la inhumación inmediata del cadáver antes de que comenzara a llegar más gente. Tanta glorificación espontánea de la multitud debió sembrar temores en los religiosos, dado el descrédito oficial en que habían quedado relegados el Fundador y su Orden. Toda aquella apoteosis póstuma podía parecer imprudente a la Curia romana. Excavaron, pues, la fosa sepulcral en el presbiterio, al pie del altar mayor, al lado del evangelio; cerraron de modo provisional el doble ataúd que contenía el cuerpo y con las preces litúrgicas de rigor lo bajaron a la fosa y la cubrieron con tierra y ladrillos. Eran más o menos las seis de la madrugada cuando de nuevo se abrieron las puertas para dejar entrar a la gente que esperaba impaciente. Hubo desilusión, pues confiaban todavía ver expuesto el féretro. Se resignaron, orando arrodillados ante el improvisado sepulcro y muchos se llevaron como reliquia algo de tierra sagrada, que era posible arañar entre los ladrillos. El flujo de la gente fue menguando a medida que se corría la voz de que ya había sido enterrado el milagroso cuerpo del P. José.

A media tarde llegó don José Palamolla, secretario del Card. Vicario y comisionado suyo para proceder oficialmente al reconocimiento del cadáver. A puertas cerradas se desenterró el féretro y se abrió. Dicen que el cuerpo mantenía flexibilidad, sin el menor indicio de descomposición, y se percibía un olor suavísimo. Levantaron acta notarial, que firmaron como testigos los Mons. Juan F. Ferentillo, Nicolás Oreggio, Carlos V. de Totis y Camilo dei Massimi, don Pedro Pablo Baldelli y el médico Juan M. Castellani. Se permitió también la asistencia de personajes de consideración, junto con los numerosos religiosos de las comunidades escolapias de Roma. Junto a la cabeza del cadáver se colocó una placa de plomo con una inscripción latina que decía: 'Aquí yace el Cuerpo del V. Siervo de Dios P. José de la Madre de Dios, Fundador y Propagador de la Religión de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, que murió a los noventa y dos años de edad eI25 de agosto de 1648'. No era su verdadera edad. A principios de septiembre hubiera cumplido los noventa y uno, pues había nacido en 1557.[Notas 6] Se cerró otra vez el féretro, se recubrió la tierra y se rehízo eI pavimento. Al abrirse la iglesia, los primeros en acercarse al sepulcro fueron el Príncipe Borghese, el Condestable Colonna y los embajadores de Toscana y Saboya.

El día 29 escribía a toda la Orden una circular el P. Juan García, comunicando la muerte 'de nuestro P. General' y animando a todos a alegrarse 'por haber ido él al lugar donde mucho mejor nos podrá ayudar, pudiéndolo esperar muy bien, dados los signos milagrosos ocurridos con el tacto de su cuerpo antes de enterrarle y después en la sepultura, donde todavía sigue frecuentísimo el concurso…'.[Notas 7] Y tenía razón. Entre tantos milagros que habían empezado a florecer ante sus despojos mortales y su sepulcro, no cabía dudar que un día florecería también la firme esperanza que todos sus hijos tenían puesta en sus palabras proféticas, tan repetidas desde los días aciagos del breve de reducción: 'Yo espero que todo cuanto han hecho y harán nuestros adversarios, todo se deshará con la ayuda de Dios y podrá más la verdad qup la envidia. V. R. tenga buen ánimo junto con los que aman el Instituto, que sin duda volverá a ser quizás más glorioso que antes'.[Notas 8] Era el mejor epitafio que podían poner sobre aquel sepulcro, que -como el de Cristo- hablaba más de resurrección que de muerte.

Notas

  1. Cf. CAPUTI, o.c., vol. IV, parte IX, f.45v. En la otra copia (cf. ib., f.65) dice que el niño tenía 5 ó 6 años. Berro dice también: 'si passò dalla portaria di casa per la miétá (sic) della Piazza, si girò et entrò in Chiesa per la porta piccola di quella' (cf. ib., f.25v). No se dio la vuelta por la ‘Via della Cucagna’ para entrar por la puerta principal, como dice Bau (cf. BC, p.1204), confundido por Talenti (o.c., p.478). La iglesia tenía dos puertas, la principal, como ahora, daba a la Plaza de San Pantaleón, antes ‘dei materassai’, por donde pasaba Ia ‘Via Papalis’ (cf. G. SPAGNESI, ‘San Pantaleo’, Roma 1967).
  2. Escribió dos relaciones de milagros: la primera reúne 181 casos, ocurridos desde el 26 de agosto de 1648 hasta el 13 de junio de 1650; la segunda 418, desde el 26 de agosto de 1648 (de nuevo) hasta el 15 de noviembre de 1673 (cf. S. GINER, o.c., p.37, n.30. y 31; BAU, BC, p.1217). Más famoso que todos estos centenares de milagros y gracias, recordado en todas las biografías calasancias y tema de preciosos cuadros, es el llamado 'milagro de Frascati', atribuido al Santo en vida: hallándose él en el colegio de esa localidad, una mujer ahogó involuntariamente a su hijito durante el sueño. Llevó el cadáver a las Escuelas Pías pidiendo al P. José que recurriera a la Virgen para devolverle la vida. El Santo lo cogió en brazos, lo llevó a la iglesia ante la imagen de la Virgen e hizo rezar a los niños la Salve y el muerto resucitó. El primero que habla del caso es Dionisio Mícara en una declaración ante notario del 23 de agosto de 1703, a sus 79 años. Dice que ocurrió 63 años antes y que él fue testigo. Pero el 24 de noviembre de 1692 había ya declarado con juramento en el Proceso y nada dijo del caso. Ni nadie hasta 1703 habla del asunto. ¿Cómo es posible que un portento tan llamativo como la ‘resurrección de un muerto’ quedara totalmente olvidado? El primer autor que la citó fue el P. Inocencio Cinnacchi en su ‘Vita’ del Fundador, de 1734. Y después de él la recuerdan todos, hasta Bau, que cita íntegra y en italiano la declaración notarial de Mícara, de 1703. El argumento de silencio tanto en el Sr. Mícara como en todos los demás es abrumador, por lo que no se puede menos que rechazar la mal fundada tradición. (Cf. BAU, BC, p.829-832 ;BAU, RV, p.337, n.312; S. GINER, o.c., p.172-174.)
  3. Fue llamada a declarar en el Proceso el 20 de junio de 1651 (cf. ProcIn, p.144-152). Entregó el milagroso delantal a los Padres, que lo conservan hasta hoy en un no menos curioso relicario (cf. R. PUIGDOLLERs, o.c., p.97, n.2).
  4. Cf. TALENTI, ‘Vita’, p.481-482; L. PASTOR, o.c., t.30, p.82-84.
  5. ProcIn, p.135-136. El declarante se llamaba Carlos Antonio Gamorra, de 35 años.-Depuso el 16-de junio de 1651. El protagonista de este espléndido milagro se llamaba Salvador Morelli, y en 1695, a sui 82 años, volvió a Roma y se sometió a un proceso especial -él y su hijo- para testificar el milagro (cf. S. GINER, o.c., p.181-182).
  6. Aún exageraron más su edad algunos diaristas romanos, como Teodoro Ameyden, que anotó que tenía 93 años, como habían dicho los Avvisi di Roma (cf. SÁNTHNA, SJC, p.3, n.1). En el Diario de Gigi (p.322) se lee: (A dí 23 agosto morí con nome di santo il P. Gioseppe della Madre di Dio fondatore delle Scuole Pie di anni 95'. (Cf. Ricerche l8 [1986] 376.)
  7. EC,p.1493.
  8. C.4336.