ViñasEsbozoGermania/Cuaderno04/Cap23

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Capítulo 23º. Apología del Rvdo. P. Valeriano de Magnis, capuchino, a favor de las Escuelas Pías

Después de haber contado los principales hechos de la vida del P. Valeriano de Magnis, conviene dar a conocer su Apología a favor de las Escuelas Pías, que dice como sigue.

“La Congregación de los Clérigos Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías fue erigida en Roma bajo la autoridad del Papa Clemente VIII, de feliz memoria; fue confirmada por el Papa Paulo V el 6 de marzo de 1617; fue convertida en Orden Regular o Religión con tres votos solemnes por el Papa Gregorio XV el 8 de diciembre de 1622, y el mismo Pontífice aprobó las Constituciones de la Orden o Religión citada el 28 de abril del mismo año, nombrando como Superior General de toda la Orden al fundador P. José de la Madre de Dios, por nueve años. Finalmente el 18 de octubre del mismo año confirmó a la Orden los privilegios de que gozan las órdenes mendicantes. El Papa Urbano VIII adornó a la misma Orden con muchos privilegios. Concretamente el 1 de junio de 1629 la eximió de asistir a procesiones y otros actos públicos; prohibió la erección de otras escuelas con el nombre de Escuelas Pías, y anuló las erigidas que se llamaban así el 7 de agosto de 1630. El 12 de enero de 1632 quiso que el P. José de la Madre de Dios, el primer Superior General de la Orden, lo fuera con carácter vitalicio. Finalmente eximió a dicha Orden de los Decretos Generales del Papa Clemente VIII y confirmados por él, que se refieren a los demás Clérigos Regulares, y bajo su autoridad apostólica se propagó, y se fundaron las Provincias Romana, Liguria, Nápoles, Toscana, Germania, Sicilia, Cerdeña y Polonia.
El año 1642 el P. Mario de S. Francisco de esa Orden, provincial de Toscana, junto con algunos miembros de la misma Orden suscitó un gran desacuerdo contra el P. José de la Madre de Dios, Superior General de toda la Orden, y sus asistentes. Que estaban del lado del Padre General, lo cual le removió las tripas, de modo que por obra suya el mes de agosto del mismo año, alrededor de mediodía, el P. General con sus asistentes, con ayuda de guardias, fue conducido a la sede y cárcel del Santo Oficio de la Santa Inquisición, acusados de odiar al citado P. Mario, hecho Provincial de Toscana, y de perseguirlo continuamente. Y después de estar varias horas detenidos (no encarcelados) en la sede del Santo Oficio, fueron despedidos. El citado P. Mario pidió, y obtuvo, del Sumo Pontífice Urbano VIII la suspensión del P. General y sus Asistentes de sus cargos. Se decretó una visita apostólica a toda la Orden, y fue nombrado Visitador Apostólico el Rvdo. P. Ubaldini, de la Orden Somasca, y se nombraron cuatro nuevos asistentes de la Orden de las Escuelas Pías, de los cuales fue nombrado primero y principal el citado P. Mario. Se prohibió abrir nuevas casas en toda la Orden, y recibir novicios. Esto ocurrió en marzo de 1643.
Como se vio que el citado P. Ubaldini quería mantener al P. General y sus Asistentes, fue despedido, y fue reemplazado por el Reverendo P. Silvestre Pietrasanta de la Compañía de Jesús, en virtud de un Breve Apostólico publicado medio mes después de que fuera nombrado Visitador General el P. Ubaldini. Así, pues, el P. Silvestre Pietrasanta gobernaba con autoridad apostólica toda la Orden, con sus colaboradores el P. Mario y los otros tres asistentes, que tenían voto decisivo. Pero dos meses después de comenzar este nuevo gobierno, retirados los tres asistentes por la autoridad de un breve apostólico, sólo Mario asistía al visitador apostólico. Dicho P. Mario fue atacado por la lepra, y consumido por fuego sagrado en medio de terribles dolores, y en su lugar fue nombrado por la autoridad apostólica el P. Esteban de los Ángeles, que antes había sido nombrado por ellos Procurador General de toda la Orden. La muerte del padre Mario tuvo lugar el mes de noviembre del citado año 1643.
Luego en agosto de ese año el Pontífice instituyó una congregación de cinco cardenales para que, con autoridad apostólica, arreglaran los disturbios provocados, y calmaran a la Orden que fluctuaba en los peligros[Notas 1]. El 17 de julio se había preparado un decreto de la Congregación por el cual se devolvía su lugar al P. General y se conservaba la integridad de la Orden. Pero antes de que el decreto o breve apostólico se hiciera público, prevaleció la opinión en contra de la persecución, hasta que por fin el 16 de marzo de 1646, el Sumo Pontífice, siguiendo el consejo de la Congregación que había constituido él mismo, por medio de un Breve Apostólico redujo la citada Orden de las Escuelas Pías a Congregación simple, sin que se citara ninguna causa en el Breve, aparte de la expresada en estas palabras: ‘Puesto que nos hemos enterado de que en en la Orden su han suscitado graves perturbaciones, y todavía duran, nos parece que para calmarlas hay que reducir dicha Orden a Congregación, sin votos, etc.’ Es fama pública que hubo muchos que procuraron arduamente la reducción de la citada Orden a Congregación, para cuyo fin adujeron argumentos elaborados e historietas para persuadir a aquellos de que había que dictarse sentencia en aquella causa según su propio interés. Además se esparcieron muchas cosas en público contra la buena fama del P. José de la Madre de Dios, en otro tiempo superior general de toda la Orden y de sus asistentes, y se esparcieron cosas mucho más graves, como muestra una lectura curiosa de los escritos conservados en el archivo de la Orden. Y no faltaron quienes adujeron otras causas para la dicha reducción, como que ya había suficientes Regulares para dirigir escuelas de humanidades, o que era pernicioso para la república que los niños y adolescente plebeyos accedieran al estudio de las letras, porque luego faltarían a causa de este instituto quienes se dedicaran a los trabajos manuales.
El Serenísimo Rey de Polonia y Suecia pide una sentencia teológica sobre este hecho, para ver si debe razonablemente hacer algo por la conservación de esta orden ante el Romano Pontífice. Daré mi sentencia, dando por supuesto que
1.El Romano Pontífice tiene jurisdicción para propagar una Orden Regular por toda la Iglesia. Por lo tanto alabo la prudencia y piedad del Rey Serenísimo, en lo que se refiere a que debe procurar la conservación de la citada Orden por parte del Sumo Pontífice, con medios razonables.
2.El Romano Pontífice puede, en acciones que no dependen o se deducen de principios de fe, y que han sido declarados doctrina de fe, sino de la verdad de hechos humanos, equivocarse, sin culpa y sin notable imprudencia en la búsqueda de la verdad de los hechos.
3.Urbano VIII de feliz memoria e Inocencio X (a quien Dios conserve al frente de su Iglesia durante muchos años), y también los cardenales diputados para tratar, discutir y decidir sobre este asunto, están exentos de cualquier sospecha razonable de querer causar daño a esta Orden. Sin embargo me entra aquí la duda de que su voluntad y su mente no eran del todo inmunes a algún tipo de engaño en este asunto. Pues ciertamente (es propio de la falibilidad de la mente humana) pudo sin dificultad colarse en este asunto alguna falsedad que, dejando aparte la prudencia y la justicia del Sumo Pontífice y de los Eminentísimos Cardenales, pudiera viciar la información del hecho sobre el que se funda la reducción de la citada Orden a Congregación.
Por lo cual me parece que es lícito que el Rey Serenísimo muestre al Sumo Pontífice aquellas consideraciones que puedan ayudar a mostrar que se distorsionó la verdad de los hechos, y que son las que siguen.

La reducción de la Orden de las Escuelas Pías a simple Congregación, si no es por una causa justa, afea la autoridad de la Sede Apostólica, es molesta a reyes y príncipes que propagaron la Orden citada con fundaciones en sus reinos, y desean propagarla en sus provincias. Y para aquellos que con gastos considerables fundaron casas de las Escuelas Pías, es aún más molesta.

Y es también intolerable para los profesos de la misma Orden, propagada como se ha dicho en las provincias Romana, Liguria, Nápoles, Toscana, Germania, Sicilia, Cerdeña y Polonia, pues muchos no habrían pensado en el estado regular de no haberse sentido atraídos hacia este mismo instituto de las Escuelas Pías, para los cuales es ya imposible volver a su prístina libertad y sus bienes de fortuna, y mucho menos volver a la edad de optar por vivir en un instituto en el que pueden esperar como pago la tranquilidad.

No es seguro que ocurra entre los católicos, pero puede ser un motivo de escándalo principalmente para los herejes en Germania y en Polonia, quienes atribuyen esta reducción más bien al odio y al mal, al no ver una causa suficiente para ella sino los intereses de algunos, quienes han empujado a la Sede Apostólica a fuerza de incomodarla. Por supuesto, la reducción de esta Orden a congregación tiene una causa final, y yo la pondré en evidencia. Puesto que la perturbación de dicha Orden que aparece como la única causa de esta reducción no parece ser suficientemente proporcionada, yo mostraré la que me parece evidente para tal reducción. Y sí la hay; más bien dos, aunque no sean claras para todos.

La primera es el P. Mario, de quien dijimos que falleció víctima de la lepra y del fuego sagrado, que estaba al frente de los disidentes, joven en edad y reciente en profesión en dicha Orden, quien fue superior de toda la Orden con sus secuaces, después de abdicar el Superior General y Fundador y sus Asistentes, llevados poco antes a la cárcel del Santo Oficio sin otra causa que una mala información del padre Mario.

La segunda es el padre Silvestre Pietrasanta, de la santa Compañía de Jesús, que fue hecho visitador apostólico de toda la Orden, de los cuales se puede presumir pública y universalmente que no tienen mucho afecto hacia las Escuelas Pías[Notas 2]. Aumenta la sospecha de engaño el hecho de que la reducción citada no parece estar dirigida a remediar las perturbaciones surgidas en dicha Orden, sino más bien a extirparla y extinguirla como Congregación, a la cual se reduciría la Orden extinta. Así pues esta reducción parece ser fruto del esfuerzo de aquellos que presentaron hermosos argumentos aunque poco conformes con la verdad, para asesorar y extorsionar, lo cual difícilmente puede compensar el dolor de aquellos para quienes dije que esta reducción resultaba molesta e intolerable.

Puede ser que alguien considere que la verdadera causa de la reducción no aparece en el Breve apostólico de manera expresa, sino que hay otra causa implícita que no se expresa, aparte de las perturbaciones aducidas. Respondo a esto diciendo que no podría haber otra causa sino o bien un delito de toda la Orden, o bien su inutilidad con respecto a la finalidad para la que fue creada.

En cuanto a lo primero, evidentemente, es falso, pues debería existir algún pecado común a todos los miembros, como ser rebeldes en todas partes contra la Sede Apostólica, o herejes, o algún otro grave pecado del que estuvieran contaminados todos los miembros. Es absolutamente cierto que no existe ningún proceso criminal contra dicha Orden; al contrario, hasta hoy mismo existe la fama pública de la eximia santidad del padre José de la Madre de Dios, en otro tiempo superior general y de no pocos otros que fueron apartados del gobierno. Al Serenísimo Rey se le comunicó que el Pontífice reinante había expresado con sus propias palabras que no había ningún defecto en las personas, lo cual atestigua el mismo presunto adversario Pietrasanta escribiendo en cuanto visitador estas palabras el 7 de febrero de 1644: ‘La cabeza de las Escuelas Pías, que es el Padre José de la Madre de Dios, es un religioso óptimo, de santísima intención y costumbres dignas de toda alabanza, y hay un gran número de religiosos ejemplares que pueden cooperar al arreglo de la misma’[Notas 3]. Por lo tanto este argumento para la reducción no tiene ningún fundamento.

En cuanto a lo segundo, es evidentemente falso, pues de lo contrario la Orden no se habría extendido por tantas provincias en tan breve tiempo, ni sería deseada con tanta insistencia, ni sería comúnmente alabada por la modestia religiosa, el modo de vida, la ejemplaridad, la habilidad para instruir a la juventud, para convertir a los herejes y por otras obras por el bien de la cristiandad. Ocurrió que en la Ciudad y en otros lugares se ha exagerado públicamente la disminución de los oficios manuales a causa de las Escuelas Pías, a las cuales asisten los niños y adolescentes hijos de los trabajadores manuales. De hecho (se cuenta de Roma) hubo quien investigó si muchos de los que en Roma habían sido condenados a muerte habían ido a las Escuelas Pías. Y el resultado de la encuesta fue que casi todos aquellos criminales procedían de aquella educación. Esta exquisita investigación pone de manifiesto el prurito de calumniar y oprimir de la odiosa Orden citada.

Por lo cual, tras examinar atentamente la cuestión, concluimos, salvo mejor opinión, que por derecho puede el Rey Serenísimo urgir con gran confianza la estabilidad de esta Orden al Santo Pontífice, y también a los cardenales, pues está libre de todo mal, y no busca sino el honor de Dios y el bien público.

Por lo cual el Rey Serenísimo, como parece que el Breve Apostólico por el que se reducen las Escuelas Pías a Congregación es en cierto modo subrepticio, puede amablemente suplicar a Su Santidad que suspenda la ejecución de la reducción de las Escuelas Pías a Congregación, y que vea jurídicamente si los argumentos citados que suponen su carácter subrepticio, son válidos.

En segundo lugar, se puede rogar al Sumo Pontífice que mientras tanto se nombre para esta Orden destrozada otro visitador apostólico que esté por encima de toda duda en cuanto a animadversión hacia las Escuelas Pías, que refiera a la Congregación de los Eminentísimos Cardenales y al Sumo Pontífice el estado real de toda la Orden.

En tercer lugar, se puede rogar al Sumo Pontífice que se vea si mientras se hacen estas cosas conviene nombrar un abogado para ver quiénes son los que sufren las consecuencias de las perturbaciones en la Orden, si la parte de los disidentes o más bien aquellos que han sido apartados con un esfuerzo pertinaz e inicuo.

Finalmente, se puede sugerir a Su Santidad que pida testimonios de obispos y hombres principales, como son los fundadores en cuyos territorios se han propagado las Escuelas Pías. Así, podrán ellos escribir a los que viven en Roma, para que conozcan el éxito de esta Orden propagada por toda Europa. A los políticos y principalmente a los fundadores les conviene pensar y observar si estas Escuelas Pías destruyen los trabajos manuales. Si algunos príncipes y políticos lo creen así, que no las admitan en sus tierras, pero que permitan que continúen allí donde ya están fundadas, o donde con gran esfuerzo intentan traerlas, como necesarias y provechosas.

Esta es mi opinión, salvo mejor juicio”.[Notas 4]

Notas

  1. Los componentes de la Congregación eran los eminentísimos cardenales Julio Roma, Bernardino Spada, Lelio Falconieri y Francisco Ginetti, con D. Francisco Paolucci, secretario, y Francisco Albizzi, asesor.
  2. En el vol. V, pág. 440 de la Historia Eclesiástica escrita por el Emmo. Cardenal Hergenröther y traducida al español por D. Francisco García Ayuso se dicen muy pocas de las Escuelas Pías, y las que se dicen en muchos casos deben ser corregidas. En primer lugar dice que José de Calasanz fue a Roma para “cuidar niños huérfanos”, cosa que el Emmo. autor no encontró en ningún decreto apostólico o documento auténtico. Luego dice que José de Calasanz fue el primer superior general de las Escuelas Pías, y que “renunció a su cargo” en el año 1643. Y no fue así: en las Actas del Proceso de Beatificación y Canonización de José de Calasanz, redactada por Próspero Lambertini, abogado del Sagrado Consistorio, y revisadas por Andrea Pierio, vicepromotor de la fe, se lee claramente lo que aparece en otros documentos apostólicos: “En la congregación reunida el jueves 15 de enero de 1643 se determinó que se llevara a cabo una visita general, y que mientras tanto el Siervo de Dios fuera suspendido del cargo de General etc.”, lo que ciertamente ocurrió así. Sigue diciendo que la Orden “por consiguiente” fue reducida a congregación de clérigos seculares. ¿Qué quiere decir con que “por consiguiente” las Escuelas Pías debían ser reducidas a congregación? ¿Qué pasa con los hombres santos y doctísimos que en aquel tiempo las adornaban? ¡El colmo es cuando dice que Urbano VIII, que falleció en el año 1644, proclamó santo a nuestro padre José, que falleció en 1648! Lo cual va muy bien con lo siguiente, cuando alaba las virtudes del visitador P. Silvestre Pietrasanta, y de sus sentimientos y acciones a favor de José de Calasanz y las Escuelas Pías, por cuya preservación se esforzaba. Las cartas de S. José de Calasanz y otros muchos documentos auténticos, incluso del mismo P. Pietrasanta, que se conservan, y rebaten algunas cavilaciones de los historiadores, no justifican las opiniones que se presentan aquí, y fundamentan y protegen perpetuamente el derecho de la verdad.
  3. La cita, en italiano.
  4. Archivo General de Roma, plut VII, nº 359-5.